Sexo y Género: ¿Lo Mismo o Diferentes?
Milton Diamond
Universidad de Hawai`i en Manoa
Escuela de Medicina John A. Burns
Departamento de Anatomía y Biología Reproductiva
Pacific Center for Sex and Society
Honolulu, Hawai`i 96822
Teléfono: (808) 956-7400
Fax: (808) 956-9481
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para publicación en
Feminism & Psychology
Volume 10 (1): 46-54, 2000
Mary Crawford, Editor
University of Connecticut
Women’s Studies Program
354 Mansfield Road, U-181
Storrs, CT 06269-2181
A lo largo del sendero de flores [primrose path] de la infancia los infantes aprenden algo fundamental. En un nivel máximamente básico incorporan que los Papis y las Mamis son designaciones con implicaciones muy diferentes. Desde el primerísimo comienzo, se acepta que los Papis son hombres [men] y las Mamis mujeres [women]; que los Papis y las Mamis hacen cosas diferentes en el hogar y en todas las demás partes. Simultáneamente los infantes aprenden que los chicos juegan brusco y las nenas son buenitas [boys play rough and girls play nice] y que generalmente les gusta hacer cosas diferentes. Después aprenden que los nenes [boys] crecen y se vuelven Papis y las nenas [girls] crecen y se vuelven Mamis.
De un modo muy interesante, éste es el patrón estándar que los infantes incorporan incluso cuando saben que estas reglas tienen excepciones. Casi siempre conocen familias donde es la Mami la que gana plata de-fuera-de-la-casa y Papi el que se queda en casa, y donde los nenes son buenitos y callados y las nenas son terribles [boys are nice and quiet while girls are hellions]. Sin embargo, los estereotipos básicos parecen de algún modo haber quedado marcados a fuego en su sique en el curso cotidiano de ir creciendo. La entrada de datos [input] proviene de la familia, los amigos, los medios, la religión e incluso la política. Y la mayoría de la sociedad de clase media conspira, a su vez, para transmitir las expectativas normativas sociales y culturas con esencialmente las mismas reglas. Con un cierto grado de escolarización y madurez, los infantes aprenden que los sexos a los que estamos refiriéndonos son varón y mujer [male and female]. Avanzando un poco más se entiende que varón y mujer son términos usados para incorporar un catálogo íntegro de diferentes físicas y comportamentales.
Como designación de hombre o mujer [male or female], sexo, con la creciente sofisticación y aprendizaje del infante, llega a ser entendido como un conjunto descriptivo de términos y significados que abarcan los atributos más comunes y biológicamente aceptados (las diferencias físicas) de hombres y mujeres; los términos implican ciertas gónadas, genitales internos y externos, cromosomas sexuales y genes, hormonas sexuales y así siguiendo. El alumno aprende que un varón es un individuo que tiene pene y escroto, testículos y glándulas accesorias (próstata, vesículas seminales, glándulas bulbouretrales); una mujer es una persona con ovarios, un útero, conductos ováricos, una vagina y un clítoris. Se entiende que un individuo intersexuado [intersexed] tiene una mezcla de estos atributos. Y estas comprensiones básicas se mantienen para el término sexo como lo habían hecho para los términos Papi y Mami; se pueden conocer amplias variaciones y apartamientos de las generalidades básicas sin nulificar la sabiduría común a todos.
El término género se volvió familiar por primera vez para la mayoría de nosotros en la clase de idioma cuando, para aquellos que tenemos el inglés como lengua común, aprendimos que los sustantivos como mesa y silla podían ser o bien masculinos, o femeninos o neutros. Para qué sirven estas distinciones sigue siendo un secreto perdido de los lingüistas. Por qué lenguajes tan diferentes como el francés y el inglés necesitan estos artificios, en tanto que el inglés y la mayoría de los lenguajes de Australasia, por ejemplo, pueden arreglárselas muy bien sin ellos, es un tema para pensar. Muchos lenguajes ni siquiera tienen pronombres identificadores del sexo. Pero la comprensión del género o de los comportamientos sexualmente típicos [sex-typical behaviors] (que es la expresión más antigua para decir rasgos genéricos específicos [gender specific traits]) presta servicios de uso sumamente práctico. Y no hay ningún lenguaje conocido que no tenga sustantivos que identifiquen el género [gender identifying nouns].
El uso general del término género comenzó en los últimos años de la década de 1960 y en la de 1970s, apareciendo crecientemente en la literatura profesional de las ciencias sociales. El término llegó a tener un propósito útil para distinguir los aspectos de la vida cuyos orígenes se atribuyen a la biología o a la sociedad, o que se comprenden más fácilmente atribuyéndolos a ellas (véase e.g., Unger & Crawford, 1992).
Se acepta que los hombres y las mujeres, en cuanto entidades biológicas, son transculturalmente esencialmente similares, pero hombres y mujeres, en virtud de la multitud de roles diferentes que juegan en las sociedades diversificadas, no se catalogaron tan fácilmente. Estas diferencias antropológicas de estilo de vida terminaron por ser aceptadas como constructos sociales y culturales. A decir verdad, los términos sexo y género llegaron, para la mayoría de los investigadores, a significar y reificar estas diferentes áreas de consideración; el sexo se referiría a los rasgos biológicos, en tanto que el género se referiría a los rasgos sociales y culturales. Por lo menos esto fue en general así, entre los investigadores más sensibles a los estudios biológicos. Entre los que se alinearon más con el pensamiento sociológico y antropológico estas diferencias no parecieron ser tan nítidas. Para este último grupo los términos sexo y género fueron a menudo usados intercambiablemente.1
En 1978 Kessler y McKenna (Kessler & McKenna, 1978), en un trabajo que ahora es clásico, pusieron en cuestión el modo en que podía considerarse la relación entre sexo y género. Incluso pusieron en duda si los dos conceptos eran diferentes o intercambiables. Al modo de las narraciones ad hoc [In “just-so” story fashion] el hecho de que los hombres y las mujeres sean sexualmente (biológicamente) diferentes es lo que conduce a las diferencias de género vistas y manifiestas por hombres y mujeres en sus pautas y roles de comportamiento. Ciertamente es entendido de este modo por la mayoría del público lego y también por muchos científicos. Pero (cuestionaron Kessler y McKenna), si esta división fuera tan nítida, ¿por qué los transexuales en su búsqueda del estilo de vida del sexo “opuesto” se esfuerzan tanto en tratar de probar al mundo exterior lo que sienten que son en su interior? Al hacerlo así, Kessler y McKenna señalaron que los transexuales buscan reconstruir su sexo para coincidir con su género sicológico. ¿No implica esto que es su género lo que es primario y su sexo lo secundario? Simultáneamente, el análisis del pensamiento de los transexuales es usado como contraste para reforzar la argumentación de Kessler & McKenna, que aseveran que el estudio del género se beneficia del análisis comprensivo y detallado del pensamiento de los individuos a medida que van tomado decisiones significativas relacionadas con el género. Esto es parte del abordaje etnometodológico que ellos abrazan.
Al demostrar su señalamiento, Kessler y McKenna adoptan la posición, retóricamente inteligente, de aceptar que los transexuales son lo que ellos dicen que son (entrevistaron a quince individuos transexuales). Un transexual varón [male transsexual] tiene el cuerpo de un varón anatómico, pero la convicción (la fijación mental) de ser en realidad una mujer, y un transexual mujer [female transexual] tiene el cuerpo de una mujer anatómica pero la convicción (la fijación mental) de ser en realidad un hombre (Benjamin, 1966). Entonces, para rectificar la dicotomía, se considera al transsexual como alguien que quiere no cambiar el género sino cambiar los genitales y el cuerpo. De este modo aparece la idea de que el sexo es variable y el género invariante [invariant]; la inversión del modo en que habían llegado a considerase los dos. Pero el transexual, de acuerdo con nuestros autores, se dedica después a aprender o perfeccionar cómo ser el hombre o la mujer del deseo mental. Al hacerlo así, el transsexual es prueba para Kessler y McKenna de que el género es una construcción que no necesariamente se sigue de la anatomía.2
Para su tiempo éste fue un modo novedoso de abordar el tema, y sigue siéndolo hoy. Para mí el valor de la teoría y del libro está en su fuerza heurística. Fuerza no solamente a los investigadores del sexo y el género a considerar una más amplia gama de posibilidades en el studio del desarrollo humano o de las fuerzas implicadas en la ejecución comportamental, sino también fuerza a que lo hagan los científicos de otros pelajes. Y el libro desafía a todos los investigadores espoleándolos a que sean más críticos de cómo abordan sus análisis. Éstas son preguntas y consideraciones que fueron apropiadas en su época. Siguen siendo dignas de deliberación contemporánea.
El impulso central de la tesis de Kessler y McKenna, que es que el género y el sexo en realidad son ambos variables y no inmutables, se hizo popular particularmente entre los sociólogos, los eruditos de estudios de la mujer y algunos sicólogos. También reforzaron la muy difundida creencia nurturista de que todo o al menos la mayoría de las diferencias genéricas eran inducidas culturalmente y ampliamente maleables. Para la mayoría de los estudiosos biológicamente orientados y para otros que estudiaban el comportamiento, sin embargo, las cuestiones o tesis propuestas tuvieron poca resonancia. Esto puede ser estimado con precisión mediante el reconocimiento de que, para los años 1978 a 1995, solamente se pueden encontrar dos referencias al libro de Kessler y McKenna, y las dos pertenecen a revistas académicas de sicología [psychological journals], en el Índice de Menciones de Ciencia [Science Citation Index] (Deaux, 1985; Deaux & Major, 1987). En el Índice de Menciones de Ciencias Sociales [Social Science Citation Index], las referencias y reseñas del libro abundan. Están en un amplio rango de publicaciones asociadas con la sociología, la sicología, la homosexualidad, la filosofía y otras disciplinas (e.g., Bixler, 1979; Morris, 1979; Vaughter, 1979; Wylie, 1986). Para aquellos grupos involucrados en la interpretación y reinterpretación de las estructuras de la sociedad, en particular los científicos sociales identificados como feministas, el tópico del género se volvió particularmente relevante y los modos nuevos de abordar el tópico son considerados como valiosos.3
Sin embargo, esta presentación también presentó problemas para ellos. La mayoría de los sociólogos, muchos sicólogos y otros de aquel tiempo habían pensado que el género era una función de las fuerzas sociales y de crianza, e.g., Bandura & Walters, 1963 y Mischel, 1966, o condiciones culturales, e.g., D’Andrade, 1966. Otros habían pensado que el género de un individuo se desarrolla a partir de la madurez cognitiva y en paralelo con ella, e.g., Kohlberg, 1966, y algunos incluso lo atribuyeron a una suerte de fenómeno de impronta (Baill & Money, 1980) o a expectativas socioculturales que conducían a una profecía autocumplida (Snyder, Tanke, & Berscheid, 1977) y por supuesto existía el modelo clásico de desarrollo de género (Freud, 1925; 1953). Como los transexuales son criados en concordancia con sus genitales, los cromosomas y otros aspectos de su biología, y son socialmente premiados y alentados adecuadamente para igualarse a su medio social y cultura, y presumiblemente también tienen “padres freudianos” como cualquier otra persona, las preguntas surgen naturalmente de ello: “¿De dónde viene este deseo de género atípico? ¿Por qué los transexuales no han sucumbido a las mismas influencias de atribución social y cultural que han convencido a otros?” Obviamente no los han convencido. Kessler y McKenna no siguieron el curso de esta pregunta evidente, que es un desafío para su tesis. En lugar de ello, volcaron su atención a otra pregunta fascinante: “¿Por qué es el género más fuerte que el sexo?”4
Si el libro debiera escribirse hoy, probablemente Kessler y McKenna se dedicarían a desentrañar el fenómeno transgénero para hacer todavía más fuerte su argumentación. A diferencia de la mayoría de los transexuales que “sienten que nacieron así” muchos de los que se identifican a sí mismos como personas transgéneros o torcedores–del- género o mezcladores-del-género [transgendered or gender-bending or gender-blending persons] se sienten atraídos por el concepto del género construido y se ven a sí mismos y a sus vidas como evidencia de ello (véase e.g., Bullough & Bullough, 1993; Denny, 1998; Devor, 1989). Escapándose de cualquier estricta dicotomía varón-mujer, las personas transgenéricas [transgendered persons] en lugar de ello buscan alcanzar una amplia razón de mezclas de anatomías reestructuradas de varón y mujer, y manifiestan estilos de vida masculinos y femeninos.5 Para aquellos que son los más incomparables en su despliegue, para reflejar la naturaleza socialmente extravagante de su expresión, la expresión “gender fucking” es usada por los mismos voceros transgéneros y también por otros. El término no es considerado peyorativo, sino apto. Sea que esta libertad de expresión provenga de la atribución e inducción externa o de la liberación (tolerancia) [release (tolerance)] exterior de una identidad interna autopercibida es algo abierto a debate. La mayoría de los transgéneros no transexuales probablemente dirían que es lo último. Pero no hay datos o investigación que de apoyo a esto, y nuevamente sería ignorar la cuestión, dando por sentado que está resulta, para Kessler y McKenna: “¿Por qué estos individuos tienen estos sentimientos, en tanto que mayoría no los tiene?” Otra vez tendrían que ocuparse con la cuestión del origen de estos comportamientos y sentimientos socialmente desdeñados.
Por supuesto que hay muchos otros modos en los que se puede considerar al sexo y el género. Y queda por determinarse qué valores se agregan al conocimiento y a la ciencia con cada una de las diferentes perspectivas. Recientemente Kulick (1997), por ejemplo, informa que en Salvador, Brasil, “El género . . . está cimentado no tanto en el sexo . . . como lo está en la sexualidad.” Hombres son esos individuos que insertan y mujeres son aquellos en los que se inserta. Los travestis brasileños son prostitutos hombres que, en muchos modos, parecen ser similares al transsexual norteamericano. Asume los comportamientos y vestimenta de la mujer pero, a diferencia de su contrapartida norteamericana, no necesariamente se autoidentifica como mujer ni desea ser una. Por ejemplo, no querría perder su pene, aunque sí quiere agregarse senos y caderas redondeadas. Aspira a ser su propia idea de un hombre “homosexual perfecto”. Y recordando la discusión sobre lenguaje de más arriba, el travesti cambiará las formas genéricas del lenguaje usado para describir a sus clientes o a sí mismo dependiendo de las acciones sexuales ejecutadas.6
Considero que el sexo y el género interactúan en todavía otro modo más. Uno nace con una predisposición sicosexual que es fijada por herencia genético-endocrina y con una propensión a que se expresen ciertos patrones sexuales y genéricos (Diamond, 1968; 1976, 1995). Sin embargo, cuáles patrones serán expresados yo lo veo como un hecho dependiente de las mores sociales y culturales y los grados de tolerancia que permitan (Diamond, 1979). Con esto viene otro concepto. Cada individuo viva con dos visiones simultáneas del yo [of self]; una identidad sexual interna y privada y una identidad genérica externa, social y pública. 7 La identidad sexual de uno mismo está prenatalmente organizada como función de las fuerzas genético-endocrinas y emerge con (es activada por) el desarrollo. La identidad genérica de uno mismo, el reconocimiento de cómo él o ella es considerado en la sociedad, se desarrolla con las experiencias posnatales. Proviene de de la observación general de las normas y expectativas de la sociedad, y de comparar el yo con los pares [self with peers] (Diamond, 1997; 1999; Harris, 1998) y preguntar: “¿A quién me parezco y a quién no me parezco?” “¿A cuál grupo, varones/niños o mujeres/niñas [males/boys or females/girls] soy similar o diferente?” El transexual o el travesti o el homosexual o ciertamente cualquiera, varón, mujer o intersexual [intersex], reconcilia estas dos imágenes y responde estas preguntas. Para la mayoría de los individuos estas identidades están en concordancia [in concert] de modo que la reconciliación se produce más o menos fácilmente con las subidas y bajadas que vienen con la pubertad, un desafío de mantenerse a la altura de los pares a través de la adolescencia, y después una aceptación de las ambigüedades [vagaries] de la vida en la adultez. Para algunos, sin embargo, alcanzar esta reconciliación sigue siendo una lucha continua. Los transexuales, de quienes yo creo que son intersexuados, tienen el cuerpo y los genitales de un cuerpo y el cerebro del otro (véase e.g., Diamond, Binstock, & Kohl, 1996; Goy, Bercovitch, & McBrair, 1988), lo que hace problemática la reconciliación de sus identidades sexual y genérica. Resuelven sus problemas de reconciliar sus dispares identidad sexual e identidad genérica diciendo, en esencia, “No cambien mi mente, cambien mi cuerpo.”
Como científicos nos vemos obligados a preguntar “¿Por qué tiene precedencia la mente?” Creo que es porque el cuño cerebral [brain template] de la identidad sexual es forjado por fuerzas y eventos más significativos (Diamond, 1965; 1979). Estos engramas tempranos son más potentes que los posteriores, activados por la crianza. Por ejemplo, ésta fue la fuerza que le dijo a John/Joan y a otros varones que habían sido sexualmente reasignados que no eran niñas aunque no tenían penes y fueron criados como niñas, recompensados por serlo y reforzados en su ser niñas [were reared, rewarded and reinforced as girls] (Diamond & Sigmundson, 1997).
John/Joan fue un individuo del que se escribió muchísimo en docenas de textos de studio de sicología, sociología y estudios de la mujer. De acuerdo con los informes originales (Money, 1975; Money & Ehrhardt, 1972) John era un varón con un hermano gemelo que, debido a un accidente quirúrgico en el que perdió el pene por calcinación, fue subsiguientemente reasignado en su sexo como mujer. El pensamiento fue que sería mejor para un individuo sin un pene ser criado como una muchacha con una vagina construida que ser un niño sin un falo. Por esto John fue castrado, se le prepare una vulva y se le dieron estrógenos y se lo crió como a una niña, Joan. Contrariamente a los informes tempranos de éxito, sin embargo, Joan nunca llegó a aceptar la transición (Colapinto, 1997; Diamond, 1982; Diamond & Sigmundson, 1997).8
John, y otros varones reasignados en sexo como mujeres, “sabían” que no eran muchachas a pesar de su castración, de la ausencia de genitales de varón, de haber recibido crianza de mujer, y de la administración de estrógenos. El género que se les atribuyó no estaba de acuerdo con su identidad sexual. Al tratar de entender las discrepancias que veían en sus vidas, les prestaron atención y reconocieron que eran las características de los varones en general y de las mujeres en general, y las realidad que vieron de ambos sexos a su alrededor en la vida cotidiana, lo que les condujo a reconocer, en sus casos, el varón en ellos mismos (Diamond, 1997; 1999). Esto funciona de modo similar, en la otra cara de la moneda, para aquellos individuos mal asignados como varones, que descubren la mujer en sí mismos (Diamond, 1997a; 1997b).9
Es en relación con esto que me parece que la idea de Kessler y McKenna de la interacción de sexo y género, y mi propia idea, están reuniéndose. El transexual o el individuo intersexuado y toda otra persona tiene que integrar las atribuciones genéricas dela Sociedad y sus constructos con los sentimientos del yo. Creo que todos lo hacemos así, y que comparamos esos sentimientos con algún cuño cerebral de “similar o diferente” que es más crucial que pene o clítoris, más central a su sentido de ser que lo que pueda serlo un escroto o vagina, y más importante que su crianza familiar. El individuo llega a identificarse como miembro de uno de esos grupos (nenes o nenas, hombres o mujeres) con los que él o ella se sienten más “similares” y menos “diferentes. ” Afortunadamente, para la mayoría de nosotros, estos factores de cuño cerebral y los sesgos e inclinaciones sexotípicos que imparte, están generalmente en consonancia con la anatomía y la construcción cultural del género. Cuando no lo están, la mente generalmente tendrá la supremacía incluso cuando esté en conflicto con las expectativas sociales. Es mi esperanza, y creo que también la de Kessler y McKenna, que la sociedad llegará a aceptar e incorporar estas discrepancias.
Mientras estaba escribiendo esto, Kessler acaba de publicar un nuevo libro (Kessler, 1998). Probablemente resultará tan estimulante al pensamiento de los científicos sociales como el libro sobre el que estamos debatiendo aquí. Sin embargo, confío en que esta vez será leído y apreciado y discutido también por otros.
REFERENCIAS
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NOTAS FINALES
1 El Juez de la Corte Suprema Anthony Scalia, en un intento de clarificar el uso de los términos ha escrito (J.E.B., 1994) “La palabra género ha adquirido la nueva y útil connotación de características culturales o actitudinales (en cuanto se oponen a características físicas) distintivas de los sexos. Esto significa que género es a sexo lo que femenino es a la mujer y masculino es al varón.” De acuerdo con la Jueza Ruth Bader Ginsburg, sin embargo, también de la Suprema Corte de Justicia, las palabras son intercambiables. Narra que las usaba para componer sus escritos legales sobre asuntos relacionados con sexo/género de modo que la palabra sexo no apareciera en todas las páginas. Supuestamente su secretaria la alentaba a hacer esto diciendo: “Usted sabe que esos nueve hombres [de la Suprema Corte, cuando ] escuchan esa palabra, su primera asociación no es del modo en que usted quiere que piensen.” (Case, 1995)
2 Esto ciertamente es verdad, refiriéndose al transexual que llega tarde a ser consciente o a cumplir con su conciencia haciendo una transición. Para muchos, sin embargo, estos sentimientos y manifestaciones de transexualidad se producen tempranamente y de modo aparentemente espontáneo (Benjamin, 1966; Zucker & Bradley, 1995). Generalmente, para estos jóvenes que aparecen como transexuales, es fácil simplemente “hacer” el género (comportarse en el rol que prefieren).Para los individuos en transición tardía, sin embargo, es a menudo difícil “simplemente ser.” Si todo lo que estuviera implicado fuera aceptar y adaptar los atributos genéricos del otro sexo sería fácil hacerlo. Sin embargo, el transexual a menudo tiene la dificultad de sobreponerse a sus propensiones y condiciones físicas limitadoras del sexo.
3 Es infortunado, pero probablemente inevitable en un grado muy alto, que los alumnos de una disciplina raramente lean material que les parece está tan lejos de su campo, aunque sea sumamente relevante. Los behavioristas, zoólogos, médicos, muchos sicólogos y otros no se enteraron del libro de Kessler y McKenna hasta que hubieron pasado muchos años de su publicación y los científicos sociales no se enteraron (o evitan activamente enterarse) de la investigación que está siendo informada en campos más sintonizados con la biología. El sociólogo Lee Ellis (1996) ha acuñado para esto el término “biofobia.” Sin embargo, las conductas sexotípicas hace largo tiempo que están siendo sujetas al análisis por parte de investigadores con enfoque biológico que vienen de diferentes campos, y Kessler y McKenna raramente se refirieron a su trabajo. Por ejemplo, un desafío de envergadura para sostener la existencia de una imposición de género socialmente construida e independiente de la biología que no se menciona en el libro de Kessler y McKenna estaba en trabajos tempranos de mi autoría sobre cómo interactúan el sexo y el género (biológica, sicológica y sociológicamente) (Diamond, 1965; 1976).
4 Kessler y McKenna, usando la información disponible para ellos en aquella época, asumieron que los transexuales “eran ‘biológicamente normales’ pero habían sufrido algún tipo de transformación de género”. Sin embargo, hay evidencia creciente de que en realidad son biológicamente diferentes (e.g., Zhou, Hofman, Gooren, & Swaab, 1995).
5 El término transgénero es relativamente nuevo y amorfo. En el momento actual se usa para incluir, aunque no está limitada a ellos, a transexuales de varón a mujer, transexuales varones y mujeres, travestis [transvestites], cross-dressers, she-males, drag artists, lesbianas bomberos [“butch dykes”] ÿ otros que transgreden las normas y expectativas de la sociedad sobre sexo y género.
6 La palabra travesti es gramaticalmente masculina en portugués del Brasil.
7 Kessler y McKenna usan el término identidad de género para representar el modo en que los individuos se experimentan a sí mismos como varón o como mujer. Yo divido el concepto en dos componentes, uno para la experiencia interna del yo y el otro para la experiencia social externa. El transexual se esfuerza para traer su identidad de género externa en armonía con su identidad sexual interna. Nuestro uso del término rol de género es similar.
8 En los 30 años pasados desde que se están practicando estas inversiones del sexo no ha habido ni un solo informe exitoso confirmado de reasignación sexual exitosa en el que un varón no ambiguo haya aceptado la vida impuesta como mujer androfílica. (1999).
9 Será interesante ver cómo los textos futuros informan sobre la propensión de tanta gente para creer tan prestamente la interpretación construccionista de la historia original de John/Joan, a pesar de la gran cantidad de otra evidencia, e.g., Diamond, 1965, 1976, 1979; 1982 estaba en contra. Véase Kitzinger, (en prensa).