Única Solución (1956)
Eric Frank Russell
En la oscuridad pensaba oscuramente y no había nadie más. Ni una voz, ni un susurro. Ni el toque de una mano. Ni el calor de otro corazón.
Oscuridad.
Soledad.
Confinamiento eterno donde todo era negro y silencioso y nada se movía. Aprisionamiento sin condena previa. Castigo sin pecado. Lo insoportable que debía ser soportado a no ser que se pudiera inventar algún modo de escape.
Ninguna esperanza de rescate de ninguna parte. Ni pena ni simpatía o piedad en otra alma, otra mente. Ninguna puerta para abrir, ningún cerrojo para hacer girar, ningún barrote que aserrar y separar. Solamente la noche espesa y negrísima en la que manotear torpemente para no encontrar nada.
Hacer un círculo con una mano hacia la derecha y no hay nada. Barrer con un brazo hacia la izquierda y descubrir un vacío absoluto y completo. Avanzar caminando en la oscuridad como un ciego perdido en un vasto salón olvidado y no hay piso, no hay eco de pisadas, nada que estorbe el sendero que unuero traza.
Podía tocar y sentir una sola cosa y nada más. Y eso era el yo.
Por lo tanto los únicos recursos disponibles con los que sobreponerse a su situación eran los secretados dentro de sí mismo. Debía ser el instrumento de su propia salvación.
¿Cómo?
Ningún problema está más allá de alguna solución. De esta tesis vive la ciencia. Sin ella, la ciencia muere. Él era el más acabado científico. Como tal, no podía rehusar este desafío a sus capacidades.
Sus tormentos eran los del aburrimiento, la soledad, la esterilidad mental y física. No debían ser soportados. El escape más fácil es por vía de la imaginación. Uno cuelga en un chaleco de fuerza y se escapa de la trampa corporal aventurándose en una tierra de sueños que le pertenece solamente a uno.
Pero los sueños no son bastante. Son irreales y demasiado breves. La libertad que va a ganarse debe ser genuina y de larga duración. Esto significaba que debía hacer que los sueños fueran una severa realidad, una realidad tan trabajada que persistiese por todos los tiempos. No
había datos externos sobre los que computar. No había nada, nada, excepto los movimientos dentro de su mente ágil.
Y una tesis: ningún problema está exento de solución.
Eventualmente la encontró. Significaba el escape de la noche eterna. Proveería experiencia, compañía, aventura, ejercicio mental, entretenimiento, tibieza, amor, el sonido de voces, el tacto de manos.
Lo que no podía decirse del plan es que fuera rudimentario. Por el contrario, era suficientemente complicado para desafiar ser desanudado por eones interminables. Tenía que ser así para ser permanente. La alternativa no deseada era el rápido retorno al silencio y la amarga oscuridad.
Necesitó una gran cantidad de trabajo, deliberación y desarrollo. Los un millón y un efectos debían ser considerados en totalidad así como los diversos efectos de los unos sobre los otros. Y cuando eso estuvo arreglado tuvo que vérselas con el siguiente millón. Y así siguiendo… siguiendo… siguiendo.
Creó un poderoso sueño suyo propio, un lugar de infinita complejidad planeado en cada detalle hasta el último punto y la última coma. Dentro de este sueño podría vivir de nuevo. Pero no como sí mismo. Iba a disipar su persona en inumerables partes, una multitud de variadísimas moldes y formas, cada una de las cuales debería librar batalla contra su propio ambiente extraño y particular. erí
Y haría más y más dura la lucha el límite de la resistencia mediante el expediente de despensarse a sí mismo, lisiando a sus partes con una abrumadora ignorancia y obligándolas a aprender todo de nuevo. Sembraría enemistad entre ellas al dictar las reglas básicas del juego. Quienes observaran las reglas serían llamados buenos. Quienes no las observaran serían llamados malos. Así habría interminables conflictos dilatorios dentro del único y gran conflicto.
Cuando todo estuviera listo y preparado tenía la intención de provocarse una disrupción y dejar de ser uno, para volverse un enorme concurso de entidades. Entonces sus partes deberían luchar para retornar a la unidad y a sí mismo.
Pero primero debía hacer realidad su sueño. ¡Ah, ésa era la prueba!}
El momento era ahora. El experimento debía comenzar.
Inclinándose hacia delante, él penetró con la mirada en la oscuridad y dijo, “Que se haga la luz”.
Y la luz se hizo.