Adios, Doctora Laura
Laura Astarloa decía que ella era “médico”: por posición social, educación y postura frente a la vida no la convencían los argumentos feministas académicos. Para ella “médico” era un título de honor, no una abdicación ante el varón. No le importaba, en esto como en otras cosas, no estar a la moda o ir en contra de la corriente de ideas dominantes. Siempre escuchó primero su propia voz interior, aunque la atacaban por poco progresista o católica conservadora, por la cantidad de hijos que tuvo; pero hay virtudes que se vuelven defectos y viceversa según la perspectiva. Por ejemplo, ella era terca, estudiosa, abnegada, irascible, recelosa y compasiva, y todos esos rasgos pueden ser tomados en contra o a favor de ella. Como docente de infectología, se ganó tanto respeto de unos como ataques de otros. Y era muy valiente. Venir a un programa de radio, “Totalmente Natural”, de, por y para homosexuales en FM Palermo y decir que favorecía campañas focalizadas en los años noventa, cuando todo era menemismo y eslóganes como “el sida es de todos”, era bastante aventurado. No mucha gente escuchaba nuestro programa, pero esas acciones eran para ella políticamente peligrosas, y las emprendía por que las juzgaba correctas para la epidemia e igualitaristas para los derechos y el respeto humano.
Llegó a ser Directora Nacional del Programa de Lucha contra los Rertrovirus del Humano y SIDA del Ministerio de Salud de la Nación. Había habido un feo choque público entre el ministro Mazza y el anterior director, doctor Miroli, que pedía más medicación para su pequeño programa en la planta baja del Ministerio de Salud sobre la calle Lima. El diálogo ocurrió en el móvil en vivo de un noticiero, y el doctor fue eyectado del aire y del Ministerio. A su modo, quieto y diplomático, la doctora ocupó el hueco sabiendo lo peligroso que era.
Con Miroli el VIH/SIDA no había matado a muchos porque la epidemia todavía era joven (estaba en su primera etapa, la más temprana) y era pequeña (abarcaba a un número muy bajo de personas). Sin embargo tenía un gran valor político como ariete contra funcionarios y políticas públicas.
Astarloa, tercamente estudiosa, diseñó políticas públicas no basadas en directivas políticas sino en estudios epidemiológicos , y ordenó publicar los resultados. Luego de que fuera arrinconada en el año 2000 (el gobierno de la Alianza primero le puso una jefa por encima y después la jubiló de oficio), la política de comunicación se olvidó. Cuando se retomó hace poco, los datos se remontaron apenas al 2000, como si la epidemia no hubiera empezado en 1982.
El epidemiólogo a quien ella confió la investigación en los 90 es el actual Director Nacional de SIDA. Ella lo habia enviado a Bogotá en 1996 a la Primera Consulta sobre VIH en lo que hoy se denomina la comunidad de gays, trans y bisexuales. El doctor Bloch, (nombrado “Miss Hétero” por el mal gusto de un compañero que creía que el afeminamiento debía necesariamente resultar simpático a todos), cruzó información sobre nivel de escolaridad y el modo de transmisión de personas infectadas, y obtuvo un dato políticamente peligroso: a contramano de la corrección política que centraba toda la acción en pobres, marginales y mujeres, mostraba que la epidemia se ensañaba con gays de alta escolaridad. No era Juana de Arco, así que prefirió no indagar en esta dirección.
La doctora se enfrentaba a otro desafío acuciante: la medicación. En su gestión, siguiendo la mejor tradición sanitaria peronista de Ramón Carrillo, el AZT, la comida de astronauta y lo poquito que había para que los pacientes infectados murieran más cuidados y sufriendo menos se proporcionaba gratuitamente. El tamaño numérico de la epidemia requería medicación y asistencia para relativamente poca gente; Astarloa explicó en televisión que todo era “una dación”, extraño neologismo que significaba que el Ministerio daba todo sin cobrar ni pedir que el paciente mismo pagara los remedios. No le gustaba hablar de donaciones ni regalos porque para ella que la medicación era un derecho mucho antes de que lo consagrase así la Constitución de 1994.
En ningún lado de la Ley Nacional de SIDA (Nº 23.798 de 1990) ni en su Decreto Reglamentario de 1991 se ordena dar medicación gratuita; ésa fue una interpretación de Laura Astarloa que ella impuso y que hoy nadie se animaría a discutir, porque cuando la epidemia se expandió y la cantidad de enfermos aumentó otros funcionarios del Ministerio de Salud comenzaron a poner reparos a tanto gasto para salvar a nadie o prorrogarles la muerte a tan pocos. Tal fue la tensión que grupo de un grupo de ONG´s de lucha contra el SIDA planteamos un recurso de amparo contra el Ministerio de Salud, y pronto fueron frecuentes las denuncias en radio y televisión y las acciones conjuntas con PVVS para cortar la 9 de julio frente al Ministerio con pocas personas. Así perfeccionada, la política de “dación” de Astarloa se transformó en doctrina y cristalizó en un vademécum.
Otra acción de Astarloa fue ayudar a quien esto escribe a transformar a los preservativos en mercancías de salud, y no en lujos. Cuando las prepagas argumentaban que el SIDA se contraía voluntariamente y altas autoridades ministeriales se negaban a la distribución gratuita de preservativos, Astarloa firmó una carta para la que no consiguió más aval que su propia firma y sello. Esa carta sin respaldo político me ayudó a vencer la resistencia de la Aduana a permitir la importación sin derechos de preservativos donados para nuestras campañas de prevención en la comunidad gay. Mientras fui Vicepresidente de la CHA a cargo de Asuntos Externos recibimos preservativos de organizaciones estadounidenses, para alegría del entonces Presidente y encargado de Asuntos Internos Alejandro Zalazar; ya expulsado de la CHA en 1992, cuando Alfredo Manes fundó SIGLA, gestioné ante la UNFPA brasileña remesas de preservativos que me hicieron ir rebotando entre Comodoro Py y Belgrano y Paseo Colón donde un empleaducho sentenció “ustedes no son entidad de bien público”, y al fin la subdirectora de Aduanas que me dijo “se los dejo pasar pero no piense que la próxima va a ser tan fácil”. Y no lo fue. Astarloa tuvo que intervenir para que el ANMAT (Administración Nacional de Medicinas. Alimentos y Tecnología Médica) certificara la calidad de los preservativos. Pero era un triunfo: ya no eran un lujo, eran recursos preventivos de salud.
En 1999 SIGLA había presentado al Ministro Mazza un pedido para que se derogara la derogación de la prohibición incondicional de donación de sangre que pesaba sobre los homosexuales. El Ministro accedió ad referéndum de la conservadora y poderosa Asociación de Hematólogos, que se opuso inmediatamente. Para evitar el papelón político, ONUSIDA llamó a una consulta de expertos en Montevideo; se cuidó muy bien de invitar a ningún homosexual para que no hubiera voces disidentes, pero Astarloa se negó a firmar la norma discriminatoria y anticientífica que allí se aprobó.
En tanto, la Alianza vencedora en las elecciones desató una rebatiña política para ocupar cargos. Astarloa fue desplazada por quien se vanagloriaba de ello, pero que apenas vio venir el caos renunció en setiembre del 2001, escapando del barco que se hundió en diciembre.
¿Qué más recuerdo? Le importaba menos la soberanía que frenar la epidemia (suena mejor en positivo: le importaba mas frenar la epidemia que cuestiones de “soberanía”), e internacionalizó la lucha promoviendo el Grupo de Cooperación Técnica Horizontal, una especie de red de Direcciones de SIDA fogoneada por ella y el brasileño Pedro Chéquer. Entre fines de 2001 y comienzos de 2002 redactó el primer Proyecto País de Argentina ante el Fondo Global, que ONUSIDA envió a una segura aprobación mientras el país se derrumbaba al son de las hélices del helicóptero de De la Rúa.
Después le tocó luchar contra sus riñones que ya no querían funcionar y contra la tozudez y las internas del Mecanismo Coordinador de País formado para administrar políticamente el Proyecto ganado en Ginebra. A veces se desesperaba, otras veces me afirmaba “se pueden hacer cosas, no crea”.
Adiós, doctora Laura. Me duele pensar que su último recuerdo de mí, en el año 2005, habrá sido el de un hombre vociferante. No era contra usted sino contra el sistema que dejaba y deja infectar homosexuales por homofobia , no me importa cómo lo racionalicen. Me disculpo con que yo ya estaba enfermo de depresión, y pronto sobrevendría el cáncer. Me desesperó enterarme que el porcentaje de fallas de tratamientos de ARV era del 5% anual y que aumentaba. Hoy, en el 2010, ese porcentaje de fallas es otra gran omisión del sistema de comunicación de datos de epidemiología VIH que usted inventó por el 1992 o 93.
La quiero y la abrazo. Nos veremos en mejor lugar.
Un beso de su amigo y admirador
Rafael Freda