Allgeier 1984 Desórdenes de cortejo y salud sexual

La investigación de la violencia sexual contra las mujeres  intenta reducir este flagelo genérico echando luz sobre la victimización y el comportamiento de la víctima, para empoderar a la mujer cambiando ese comportamiento, pero también parte de un presupuesto fundamental en la educación científica para el amor: las fases del cortejo normal y sus desórdenes posibles. Confiamos en que la inclusión cognitiva de estas fases y sus distorsiones mejore la autodefensa de las mujeres y el autocontrol de los varones.

Rafael Freda

SIECUS Report, Noviembre 1984

NOTAS DE INVESTIGACIÓN

Elizabeth Rice Allgeier, PhD, Psychology Department, Bowling Green State University, Bowling Green, Ohio.

Desórdenes de Cortejo y Salud Sexual

La interacción sexual humana, de acuerdo con Kurt Freund, Hal Scher y Stephen Hucker (1983), “puede ser conceptualizada como un progreso a lo largo de cuatro fases: (1) ubicación de una pareja potencial; (2) interacción pretáctil (mirar, sonreír, asumir posturas y hablar con una pareja en perspectiva); (3) interacción táctil y (4) realización de la unión genital” (p. 370). Desdichadamente, las relaciones no siempre avanzan tan muellemente. Las parejas potenciales a veces son reclutadas, en lugar de que se les permita ofrecerse como voluntarias, como queda demostrado por el hecho de que se informaron en los Estados Unidos en 1982 más de 77.000 violaciones (FBI Uniform Crime Reports, 1983). Además, numerosos estudios indican que la mayoría de las víctimas no informan a las autoridades los ataques sexuales [ sexual assaults] (Burkhart, 1983; McCahill, Meyer, & Fischman, 1979; Nelson, 1979; Parcell & Kanin, 1976). ¿Por qué algunas personas imponen sus deseos sexuales en víctimas que no lo desean, por qué algunas víctimas potenciales son capaces de frustrar los intentos de ataque sexual [to thwart assault attempts], y por qué algunas de esas víctimas que no fueron capaces de escapar del ataque dejan de informarlo?

En esta columna discurriré sobre las implicaciones de estas preguntas para la salud sexual del hombre y la mujer en el contexto de los trabajos de Freund y sus colegas en lo que llaman “desórdenes del cortejo,” y en el trabajo de Andrea Parrot (1983) y sus colegas (Parrot & Allen, 1984; Parrot & Lynk, 1983) sobre las estrategias de prevención de ataques por parte de conocidos. Antes de lanzarme a una descripción de sus investigaciones, quiero tomar en consideración alguna de las controversias políticas que se libran en derredor de la investigación sobre asalto sexual y algunas de las implicaciones que estas controversias tienen para la ciencia y para la salud sexual de mujeres y varones.

Primero está el problema de la terminología y de la explicación sobre la motivación de los atacantes. Una continuación de lo que se ha dado en llamar la respuesta “culpen a la víctima” (Ryan, 1971) puede ser vista en la actitud de hoy en día de muchos norteamericanos que creen que las víctimas del asalto “se la buscaron” (Feild & Bienen, 1980; Gallup, 1978) al comportarse en modos que   dan rienda suelta a los deseos sexuales de varones que son incapaces de controlarse. De este modo, la creciente preferencia, en los círculos políticos y científicos y en lo legal, por el uso de la palabra “ataque” [“assault”] en lugar de la palabra “violación” [“rape”], con lo cual se enfatizan los elementos agresivos y no los elementos sexuales implicados en la invasión física de la víctima) puede reflejar parcialmente un intento de contrarrestar la creencia cultural de que las víctimas generan los abordajes sexuales. Además, una considerable cantidad de investigación (cfr., Groth, 1979; Groth & Burgess, 1980; Panton, 1978) sí sugiere que muchos condenados y sentenciados que asaltaron tanto a varones como a mujeres fueron impulsados por motivos agresivos, y no eróticos. Sin embargo, el modelo de Freund et al. (1983) se concentra en ese subconjunto de atacantes que parecen estar motivados primordialmente por sentimientos sexuales y que se involucran en lo que llaman “el patrón de violación preferencial.” Esto es, aunque los atacantes ciertamente usan coerción para imponer sus deseos sexuales a una víctima que no lo desea, no parecen tener ”una preferencia por infligir dolor físico o lastimaduras en la víctima” (p. 370) más allá de lo necesario para cometer la violación. Este enfoque es controversial en su implicación de que el comportamiento de al menos algunos de los asaltantes puede ser explicado primordialmente por motivos sexuales y no agresivos.

En segundo lugar, está el problema, relacionado con lo anterior, de la atribución de la responsabilidad por el ataque. Recientemente, mientras estaba haciendo la reseña de un ensayo sobre ataque sexual, me dejó perpleja leer la aseveración del autor de que alguna investigación experimental previa que variaba el comportamiento de la víctima y medía los efectos de tales variaciones en la víctima en las atribuciones de los observadores estaba contribuyendo a “la culpabilización patriarcal y misógina de la víctima [“patriarcal, misogynist blaming of the victim.”] Creo que los autores de esta “investigación experimental previa” (Donnerstein & Berkowitz, 1981; Malamuth & Check, 1980; Stock, 1982) se sentirían igualmente perplejos ya que su trabajo estaba destinado a determinar las condiciones bajo las que los observadores responden sexualmente a pinturas de ataque sexual, y no a abogar por la atribución a la víctima de la responsabilidad por el ataque. Es posible que el trabajo de Parrot y sus colegas pudiera ser similarmente mal percibido, porque una porción de su trabajo se concentra en las variaciones en el comportamiento de las víctimas (potenciales) que están asociadas con las estrategias exitosas, versus las no exitosas, de prevención del ataque sexual. He mantenido conversaciones con otros investigadores queriendo entender el fenómeno del ataque sexual, que han abordado con cierto temor la investigación de las variaciones del modo en que las mujeres comunican su rechazo a tener sexo (“estrategias de rechazo incompletas”), y diversos comportamientos no verbales de víctimas, versus los de no víctimas, etc., y temen porque piensan que tales estudios pueden ser percibidos como algo que contribuye a la tendencia cultural de culpabilizar a la víctima. Y de hecho por lo que yo sé estos colegas no han publicado todavía sus trabajos. Aunque esta duda es comprensible en el clima de hoy en día, las actitudes que producen esta reacción me dan la impresión de ser irónicas, contraproductivas y científicamente indefendibles. Esto es, aquellos que perciben que los investigadores del asalto están contribuyendo al fenómeno de “culpar a la víctima” no están tomando en consideración la pregunta de qué es lo que contribuye a largo plazo a los intereses superiores de las víctimas de ataque sexual. Para reducir la incidencia del ataque sexual necesitamos entender lo más que podamos sobre sus causas; para hacerlo apropiadamente, deben investigarse todas las partes del sistema. Las investigaciones de, por ejemplo, las variaciones del comportamiento de las víctimas no implican que los atacantes deberían haber estado en posibilidad de cometer el ataque con impunidad.

Después de haber intentado defender la investigación sobre ataque sexual [assault], dedicaré el resto de esta columna a describir algo del interesante y controversial trabajo que se está haciendo. El modelo de desórdenes de cortejo propuesto por Freund y sus colegas esencialmente sugiere que algunas instancias de invasión personal pueden involucrar un fenómeno en el que una o más de las cuatro fases de la interacción sexual humana descritas más arriba como está “conspicuamente intensificada, exagerada y distorsionada, y puede por tanto ser considerada como una caricatura de lo normal” (p. 370). Freund et al. Señalan que, aunque la mayoría de las publicaciones no sugieren que las varias parafilias aparezcan concurrentemente, algo de la literatura sugiere que se han hecho observaciones clínicas de exhibicionistas que también han informado toucheurismo, y de violadores que también se han involucrado en exhibicionismo y voyeurismo. Estas y otras apariciones concurrentes de parafilias fueron investigadas por  Paitich, Langevin, Freeman, Mann y Handy (1977), que aplicaron análisis factorial a las respuestas de una gran cantidad de pacientes a un cuestionario de historia sexual. Estos autores encontraron una aparición simultánea [clustering] de voyeurismo, toucheurismo, frotteurismo, exhibicionismo y violación.

Basándose en estos resultados, Freund et al. (1983) propusieron el modelo siguiente:

Cortejo Normal                                    Cortejo Desordenado

Ubicación de una pareja potencial            Voyeurismo

Interacción Pretáctil                                  Exhibicionismo; llamadas obscenas

Interacción Táctil                                      Toucheurismo, frotteurismo

Llevar a cabo la unión genital                   Patrón preferencial de violación

En una serie de investigaciones, Freund et al. (1983) descubrieron que, con la excepción del patrón de violación preferencial, la concomitancia de estas parafilias en los autoinformes de 139 pacientes era muy alta, pero sugirieron que era probable que alguno de ellos pudiera haber negado haberse involucrado en alguna de las conductas por las que no habían sido arrestados.

Para la segunda fase, los investigadores seleccionaron a aquellos pacientes que habían mostrado al menos una de las parafilias pero que negaban haberse involucrado en una o más de los patrones anómalos restantes, e investigaron sus respuestas ante situaciones que correspondían a los patrones que habían negado. Específicamente, compararon el grado de erección penil de un grupo de control con el de los pacientes en respuesta a “descripciones verbales de situaciones  voyeurísticas, situaciones de exposición, situaciones toucheurísticas, interacción táctil normal, relación sexual penetrativa [intercourse] y situaciones sexualmente neutrales” (p. 373). Los pacientes no voyeurs (esto es, los que tenían parafilias pero habían negado voyeurismo) demostraron una respuesta significativamente mayor a las situaciones voyeurísticas y menos respuesta a la interacción táctil normal que los no voyeurs normales.

Usando una metodología similar, la fase tercera de la investigación se concentró en exhibicionistas que negaban toucheurismo  y en sus respuestas a descripciones verbales de toucheurismo. Las exhibiciones supuestamente no toucheuristicas, comparadas con los controles normales, mostraron respuesta significativamente mayor ante descripciones de exposición y de toucheurismo, y menos respuesta penil ante situaciones de interacción táctil normal, o ante relación sexual penetrativa. No hubo diferencias significativas entre los grupos en respuesta a situaciones sexualmente neutrales. En su discusión de estos resultados, Freund et al. advirtieron que las descripciones de violación preferencial no se incluían en este estudio “porque esto podría haber perturbado a los pacientes,” pero que la investigación estaba en curso para examinar “el grado en el que el patrón de violación preferencial es una expresión de la misma perturbación básica” (p. 378). Encuentro fascinante su informe y estoy deseosa de ver los resultados de la investigación que hoy en día están conduciendo. El perfil general de los atacantes, carentes de control de impulso y autoestima y con problemas de exagerada masculinidad y hostilidad (e.g., Groth, 1979) puede ser expandido para incluir conceptos de incompetencia en cortejo y excitación ante situaciones inapropiadas (invasivas), al menos en casos que involucran el patrón de violación preferencial. Esto me lleva a preguntarme si algunas variaciones de la capacitación en asertividad no podrían ser útiles en estos últimos casos.

La importancia de la asertividad as en gran medida una parte central del trabajo de Parrot y sus colegas en la prevención del ataque de conocidos..Esta autora se ha involucrado en un estudio de dos partes y el desarrollo de un taller de prevención de violación por conocidos. El estudio involucró administrar un cuestionario a una muestra al azar de una sección transversal de más de 3,000 estudiantes de los primeros y los últimos años universitario [undergraduate and graduate students] en el campus de la Universidad de Cornell. Además de reunir estos datos de cuestionarios anónimos, están conduciendo entrevistas de seguimiento con respondientes que, a través de un formulario de consentimiento informado enviado con el cuestionario inicial, indicaron su interés en proveer más información. Los datos recogidos hasta ahora (Parrot & Allen, 1984) indican que el 16% de las respondientes habían tenido relación sexual en contra de su voluntad.  “Las conductas que se incluyeron en este índice fueron: sufrir coerción, amenazas, ser forzada o haber sido la víctima de violencia usada por el atacante para conseguir que accediesen a la relación sexual” (p. 17). En un resultado que hace recordar al estudio de Parcell y Kanin (1976) en campus universitarios del Medio Oeste, sin embargo, solamente el 2% describieron la relación sexual forzada como  “violación”:

Aunque la definición legal de violación varía según la jurisdicción, deben estar en general presentes tres elementos para que sea violación legal: 1. penetración del pene en la vagina; 2. falta de consentimiento; y 3. algún elemento de fuerza. De acuerdo con esta definición, las 96 respondientes en su totalidad fueron violadas, pero solamente el  15% definió su experiencia como violación. Se informó una correlación de -.27 entre las siguientes preguntas: “¿Alguna vez ha sido forzada a tener relación sexual cuando no la quería, porque se usó algún grado de fuerza física (e.g., retorcerle el brazo, aplastarla contra el piso, etc.)?” y “¿Ha sido violada alguna vez?” Parece haber una tremenda confusión entre estas víctimas en relación sus experiencias y sus derechos legales. Habían sido legalmente violadas pero no entendían que la conducta hubiera sido violación, o no tenían deseo de definirla de ese modo. (Parrot & Allen, 1984, p.18)

Parrot y sus colegas están conduciendo entrevistas de seguimientos con personas que: (1) evitaron la violación  por parte de personas conocidas usando estrategias preventivas; (2) indicaron respuestas inconsistentes en relación con ser violadas; (3) respondieron afirmativamente a la pregunta de si habían sido violadores de personas conocidas; (4) indicaron que habían sido violadas por una persona conocida; y (5) habían frustrado intentos de violación. Los resultados de esta investigación ulterior serán interesantes de ver. Siguiendo una racha de ataques en nuestro propio campus este último invierno por parte de atacantes enmascarados, o un atacante, a pesar del tiempo por debajo de la temperatura de congelamiento, mis alumnas y yo iniciamos un estudio similar de dos partes de ataque de extraños y conocidos, y estaré agradecida de tener noticias que quienquiera que esté conduciendo estudios comparables de modo que podamos comparar resultados a través del país.

References

Burkhart, B. Acquaintance rape statistics and Prevention. Paper presented at the Acquaintance Rape and Rape Prevention on Campus Conference in Louisville, Ky., December 1983.

Donnerstein, E., & Berkowitz, L. Victim reactions in aggressive erotic films as a factor in violence against women. Journa/ of Personality and Social Psychology, 1981, 47, 710-724.

F.B.I.       Uniform Crime Reports. Washington, D.C.: U.S. Government Printing Office, 1983.

 

Feild, H. S., & Bienen, L. B. jurors and rape, Lexington, Mass.: D. C. Heath, 1980.

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