Le Vay, Simon 1998 La Biología del Deseo

La Biología del Deseo (Simon LeVay, 1998).

¿Se acuerdan de aquella clase de educación sexual de los primeros años de la secundaria?[i] ¿Aquélla en que explicaron de dónde vienen los bebés, la importancia de la abstinencia y todo eso? Probablemente esa clase no te pareció muy relevante para tu identidad de homosexual en ciernes, ¿no es cierto? Bueno, mejor tarde que nunca. Aquí les ofrezco mi versión revisada de aquella clase: todo lo que querías saber sobre el sexo, el deseo y el amor, desde una perspectiva gay.

Lo más sorprendente de la sexualidad gay es que no se necesitan clases para saber. Simplemente, entendemos por intuición cómo ser gay, cómo sentirnos atraídos por los tipos, cómo hacer sexo, cómo formar relaciones. Seguro, hay libros que se pueden leer, pero es gastar la plata: nuestras mentes vienen de fábrica cargadas con suficiente programación gay como para acompañarnos sin dificultad de la cuna a la tumba. Así que la razón de este artículo no es explicar cómo hay que hacer las cosas, sino despertarles la curiosidad. Exploremos ese gran misterio: el funcionamiento interior del sexo gay.

Algo en lo que no voy a perder mucho tiempo es en la pregunta “Y para comenzar, ¿por qué soy gay?” Esto lo discutí detalladamente en otro artículo anterior (“¿Por qué soy gay?” Revista XY, Abril/Mayo 1997). Lo resumo en pocas palabras: tu dotación genética, y algunos procesos de desarrollo cerebral que se dan antes del nacimiento, fueron probablemente la causa principal. Es posible que las experiencias de vida, particularmente durante la infancia, hayan tenido alguna influencia, pero a pesar de una gran cantidad de teorización nadie ha podido desentrañar qué sucesos influyen a la gente para que se vuelvan homosexuales, si es que algún acontecimiento provoca eso.  La mayoría de las teorías que se han presentado (crianza parental defectuosa, abuso sexual durante la infancia, y cosas similares) son simplemente intentos mal disimulados de presentar a la homosexualidad bajo una apariencia desagradable.

¿Cómo se desarrolló la homosexualidad en la evolución humana? Ése sí que es un gran enigma, porque generalmente la evolución va a favor de lo que produce bebés. Al fin y al cabo, es el modo más obvio que tenemos para transmitir genes. Algunos han sugerido que, durante la evolución humana, las personas homosexuales tuvieron tantos hijos como los heterosexuales porque la sociedad los obligó. Incluso homosexuales tan famosos como Oscar Wilde tuvieron hijos. Pero mi suposición es que los varones gays, en promedio, tienen menos hijos. También hay algunos animales que son exclusivamente homosexuales: un ejemplo son las ovejas. De acuerdo con la sicóloga Ann Perkins del Carroll College de Montana, algunos carneros (ovejas machos) sólo tienen sexo con otros carneros, de modo que nunca tienen descendencia y nunca transmiten ninguno de sus genes.

Una teoría que explica la homosexualidad exclusiva tanto en las ovejas como en los seres humanos se apoya en el hecho de que los hermanos y hermanas comparten muchos genes. Por lo tanto, los gays como individuos pueden transmitir sus genes ayudando a sus hermanos o hermanas a tener más hijos, o asistiendo a sus sobrinos y sobrinas en sus vidas. Si en realidad las personas gays hicieron esto a lo largo de la evolución, nadie lo sabe.

La naturaleza es muy conservadora: hace cosas nuevas a partir de cosas viejas. Creo que la naturaleza armó la sexualidad gay a partir de fragmentos de la sexualidad tradicional del varón y la mujer. A no todos los homosexuales varones les gusta esta idea. Quizás les despierta recuerdos de haber sufrido burlas en la infancia por no ser 100% masculinos. Pero hay una gran cantidad de evidencias de que las personas homosexuales, y su sexualidad, son mosaicos donde se mezclan los géneros.

Obviamente, un rasgo que los varones gays comparten con la mayoría de las mujeres es sentir atracción sexual por los hombres. Pero hay aspectos que parecen muy masculinos en el modo en que se actúa por esta atracción. Por ejemplo, los hombres (y en general los animales machos) tienen mucho más interés en el sexo casual que las mujeres (o los animales hembras). La razón evolutiva de esto es clara. Para los machos, el sexo es barato: apenas unas pocas gotas de semen, y pueden generar un número casi ilimitado de descendientes a lo largo de su vida. Por otro lado, para las hembras el sexo es caro: el costo es la preñez y el cuidado de los niños, y sólo pueden producir un número limitado de hijos en el lapso de una vida.

Aunque el sexo gay no produce niños, los varones homosexuales están programados con el mismo deseo de sexo casual que los hombres heterosexuales. Y como no los restringe la falta de disposición de las mujeres a tener sexo con ellos, a menudo se acercan más que los hombres heterosexuales a la satisfacción del deseo de sexo casual. No me interpreten mal, no estoy tirando abajo a las relaciones monogámicas de largo plazo: yo mismo vivo en una de ellas. Pero para un tipo, sea gay o hétero, estas relaciones implican una negociación entre las compensaciones de la monogamia y los placeres de la promiscuidad.

¿Qué tienen de tan excitante para nosotros los hombres? Parece ser una mezcla de factores universales y específicos. Cuando las personas gradúan la atracción que ejercen las caras, por ejemplo, hay considerable acuerdo en cuáles caras son más atractivas y cuáles menos. Los sicólogos sostienen que, contrariamente a lo que pudiera imaginarse, las caras más atractivas son las de apariencia más cercana al promedio. Llegaron a esta conclusión promediando por computadora las imágenes de muchos rostros individuales. En general, las personas juzgan que la “cara promedio” resultante es más atractiva que cualquiera de los rostros individuales de los que fue derivada. Es como si la Naturaleza intentase crear en cada cara el rostro de atracción perfecta, pero fallase en todos los casos por una u otra razón: al hacer el promedio de muchas caras nos libramos de esas imperfecciones y esto nos permite ver el ideal buscado.

Sin embargo, hay aspectos de la atracción que no son universales, sino que en gran medida están en los ojos del individuo que contempla. Uno puede preferir “osos”, o cuerpos de gimnasio, o chicos delgados; se pueden preferir blancos, negros, amarillos o pardos; o jóvenes o viejos: esas preferencias son  idiosincrasias particulares de cada uno. Pero incluso aquí puede haber alguna lógica universal. Hay un mecanismo en el desarrollo que hace que la gente no encuentre sexualmente atractiva a las personas con las que creció: generalmente, sus hermanos. La función de este mecanismo, en el caso de las personas heterosexuales, es impedir el incesto y alentar la procreación fuera de la familia. (Las personas a menudo encuentran atractivos a sus parientes cercanos si fueron criados separadamente; incluso hay casos de gemelos idénticos, separados al nacer, que han llegado a ser parejas homosexuales al encontrarse ya adultos). Sea como sea, este mecanismo de evitación del incesto tiene el efecto de hacer que las personas prefieran parejas que no se parecen a ellos ni a sus hermanos. Esto significa que los gays varones no son de ningún modo tan narcisistas como uno podría esperar partiendo de la base de su orientación sexual. Y puede llevar a fuertes preferencias por parejas de otras razas o parejas de aspecto diferente por otras razones, o por parejas de “clase” más alta o más baja.

Algunos varones gays son muy femeninos; otros son más convencionalmente masculinos o están en un punto intermedio. Hay una larga tradición de relaciones gays de géneros cruzados, en las que se vinculan un hombre más femenino y otro más masculino, como si esa relación fuera la imitación de una relación heterosexual. A decir verdad, es el único tipo de vínculo emocional entre personas del mismo sexo reconocido o sancionado en muchas culturas no occidentales.

Sin embargo, de acuerdo con un estudio del sicólogo Michael Bailey, de la Universidad del Noroeste, la mayoría de los varones gays de de nuestra sociedad actual prefieren decididamente que su pareja tenga rasgos masculinos, tanto en lo físico (por ejemplo, cuerpo musculoso) como en lo mental (por ejemplo, la agresividad). Bailey llegó a su conclusión en parte analizando gran cantidades de avisos personales en las publicaciones gays, y en parte a través de entrevistas y cuestionarios.

Es difícil negar la significación que tienen los músculos como rasgo disparador sexual para muchos varones homosexuales. Sin embargo, incluso los hombres que se excitan con pectorales prominentes y abdominales lisos como tablas pueden perder interés ante otros signos físicos propios del macho, tales como barba o pelo en el cuerpo. Así que no creo que sea tan simple como sugiere Bailey. En lugar de ello, los varones gays responden a una combinación de rasgos, algunos más similares a los del macho y algunos más similares a los de la hembra. Es bien cierto que algunos gays son atraídos por los hombres delgados y lampiños, o por jóvenes de narices y mentones pequeños. Estos individuos representan un arquetipo andrógino antiguo – lo que la historiadora Camille Paglia llama el “muchachito hermoso” –, que ha sido celebrado en arte y escultura a través de los siglos.

Parece probable que la insistencia de algunos varones gays en la masculinidad, tanto en ellos mismos como en sus parejas, sea resultado de la  femifobia,” que es la aversión a rasgos femeninos en los hombres; esta fobia tiene sus raíces en experiencias dolorosas de la niñez, por haber sufrido burlas o agresiones. Sin las distorsiones sicológicas inducidas por tales experiencias, muchos varones homosexuales podrían encontrar excitante una variedad de tipos de hombre mucho más amplia que la que hoy en día los atrae.

Además de la apariencia física, algunos investigadores han sugerido que el olfato es una parte importante de la atracción sexual. Si es verdad, es algo en gran medida inconsciente. No se ven anuncios personales de gays que especifiquen cómo huele quien pone el anuncio o cómo debe oler la pareja que busca. (Paso voluntariamente por alto esos avisos que le ofrecen a uno venderle ropa interior usada por tipos supermachos.) Se especula muchísimo acerca de las feromonas, sustancias volátiles producidas en los sobacos y las ingles, que supuestamente son captadas por un órgano sensorial especial de la nariz, el órgano vomeronasal. No hay duda de que en los ratones las feromonas de hembra y de macho juegan un gran papel en el sexo, pero no es nada claro qué es lo que hacen en los seres humanos, si es que hacen algo.

Eso no detuvo a las compañías, que se lanzaron a poner en el mercado perfumes que dicen contener estas sustancias: hay una marca que se llama Dominio Hombres y Dominio Mujeres, por ejemplo. Así que, si uno es un hombre gay que quiere atraer a otros hombres gay, ¿qué clase debe usar? Resulta que Dominio Hombres contiene la feromona de la mujer, y viceversa. Porque la función del perfume no es en realidad atraer parejas sino directamente excitar a la persona que lo usa. Así que, si uno cree en el poder de las feromonas, tiene que usar Dominio Mujer, que tiene la feromona del varón. Lo único que ustedes deben recordar es que sus sobacos probablemente estarán produciendo gratis mucho más de esa sustancia, especialmente después de un par de horas de estar sudando en una pista de baile.

Ahora vamos al sexo en sí mismo. Naturalmente, el sexo tiene una cantidad de fases: dos personas tienen que emitir las señales adecuadas, hacer una cita, acercarse, hablar de las cosas adecuadas, y demás, igual que dos naves espaciales tratando de encontrarse una con la otra mientras giran en órbita. Pero vamos a ir derecho a la maniobra final de acoplamiento. Aquí el tema clave es el de las zonas erógenas: las partes del cuerpo que, cuando son estimuladas, son capaces de producir y entregar una carga sexual. Ahora bien, cualquier parte del cuerpo puede ser erotizada hasta cierto punto, pero el pene, el ano, la piel de alrededor del ano y las tetillas son zonas erógenas preparadas físicamente para ello, en virtud de una clase especial de terminales nerviosas, sensibles a vibraciones de baja frecuencia, que las inervan.

¿Por qué debería el ano tener esta dotación? Al fin y al cabo, el sexo anal no produce bebés. Pero hacer bebés no es el único propósito del sexo, a pesar de lo que la Iglesia Católica viene predicando desde hace siglos. El sexo también sirve como una argamasa biológica que vincula y une a los individuos en la sociedad. Cuanto más alto se va en el árbol de la evolución, más sexo no reproductivo se encuentra. La homosexualidad exclusiva es solamente la culminación de una larga tendencia de la evolución. Y disfrutar del sexo anal receptivo no es solamente algo gay: cualquiera, hétero o gay, varón o mujer, tiene la capacidad de derivar placer del sexo anal. Hasta las ovejas machos lo hacen. Infortunadamente, la Naturaleza también dotó a la mucosa anal de la capacidad de absorber el VIH, así que hasta que la epidemia esté realmente terminada para siempre usar preservativos es una necesidad.

Las terminales nerviosas de las zonas erógenas envían sus señales a la médula espinal, donde se elevadas a los centros sexuales del cerebro, especialmente al hipotálamo, en la base del cerebro. Las células nerviosas del hipotálamo combinan estas señales con señales visuales, táctiles, auditivas y olfativas, para así controlar el nivel de excitación sexual y erección del pene, y en última instancia para desencadenar el orgasmo.

Un grupo de investigación japonés ha hecho algunos experimentos bastante asombrosos en monos, grabando la actividad eléctrica de células nerviosas hipotalámicas aisladas durante el sexo (heterosexual). Como era de esperar, la actividad de las células aumenta a velocidad frenética durante el acoplamiento, y se acalla rápidamente después del orgasmo. Parece posible que la actividad de estas células sea la base cerebral de la excitación sexual.

Muchos químicos cerebrales, especialmente neurotransmisores, están también implicados en la excitación sexual, sobre todo las sustancias llamadas serotonina, dopamina, y  norepinefrina. Las drogas que reproducen o interfieren con la función de estos transmisores pueden reducir o (menos comúnmente) realzar la excitación sexual. De acuerdo con el científico Dean Hamer, del Instituto Nacional del Cáncer, las diferencias genéticas entre individuos en cuanto a la sensibilidad del cerebro a la dopamina y serotonina puede afectar la personalidad sexual de las gente: específicamente, su interés en prácticas sexuales inhabituales y su interés en compañeros sexuales múltiples.

Otras drogas pueden afectar la excitación sexual de modos más indirectos. Los inhaladores de nitrito (“poppers”) dilatan los vasos sanguíneos en todo el cuerpo, dejando muy poca sangre para sustentar la corteza cerebral. Como la corteza juega un rol en gran medida inhibitorio de los sentimientos sexuales, anularla permite que los centros del cerebro inferior alcancen un  nivel de excitación sexual que no hubieran alcanzado de otro modo. Otra droga que influye en el sexo por medio de su efecto en los vasos sanguíneos es Viagra, que incrementa el flujo de sangre al pene en algunos hombres que sufren impotencia. No resulta claro que tenga algún efecto en hombres saludables. Considerando que se pueden alquilar unas cinco cintas porno por el costo de una píldora de Viagra, quizás sea preferible reservar la píldora para cuando uno tenga impotencia real.

El orgasmo mismo implica la actividad de muchos senderos y transmisores nerviosos, todos bajo la orquestación del hipotálamo. Pero un papel clave parece ser el jugado por una pequeña hormona péptida similar a una proteína, llamada oxitocina. En el momento en que se eyacula, el hipotálamo envía señales a la glándula pituitaria, lo que provoca la liberación de una corriente de oxitocina en el torrente sanguíneo. La oxitocina no solamente actúa de intermediaria en algunos de los efectos fisiológicos del orgasmo, tales como un aumento súbito en la presión sanguínea, sino que también puede ser responsable de la placentera sensación de clímax y alivio. Si la secreción de oxitocina es bloqueada, la eyaculación sigue produciéndose pero ya no está acompañada por sensaciones placenteras.

Resulta interesante señalar que la oxitocina o químicos relacionados con ella pueden jugar un papel en otro aspecto del sexo: enamorarse. Esta idea viene en gran medida del trabajo en roedores, especialmente ratones campestres. Hay dos clases de ratones campestres, los de pradera y los de montaña. Los ratones campestres de pradera forman vínculos de pareja permanentes después de tener sexo por primera vez, en tanto que los ratones campestres de montaña siguen con su previa existencia de solteros. De acuerdo con Thomas Insel, de la Universidad de Emory University, esta diferencia en comportamiento es resultado de las diferencias de sensibilidad cerebral a las oxitocinas. En los ratones campestres de pradera, la correntada de oxitocina en la eyaculación “clava” el cerebro del animal en la imagen (y el olor) de su pareja, pero las partes cruciales del cerebro del ratón campestre de montaña son menos sensitivas a la oxitocina, y como resultado los animales no quedan ligados uno al otro. Ahora bien, generalmente los seres humanos no se enamoran de la primera persona con la que tienen sexo, así que no puede ser que en nosotros haya un disparador químico tan simple. Pero puede ser una constelación de factores, incluyendo el aspecto y personalidad de la pareja, y el modo en que él lo trata a uno, que se combinen para establecer una situación que pueda ser cementada por un químico tal como la oxitocina. E incluso aunque los seres humanos a menudo se enamoran sin tener sexo, el sexo también puede ser un disparador para que las personas se enamoren, y consolida fuertemente las parejas con continuidad. Probablemente hay una explicación química simple de este efecto, y si alguien logra identificar el químico y embotellarlo, él o ella se harán muy ricos.

Irónicamente, el sexo puede también tener el efecto opuesto: hacer que una persona esté más atraída a otras personas que no son aquella con la que uno acaba de tener sexo. Este es otro rasgo que parece tener sus orígenes en la función reproductiva originaria del sexo. Ha sido muy estudiada en animales, donde se la llama el efecto Coolidge, porque el presidente Coolidge una vez hizo una broma sobre el tema. Parece que el presidente y la primera dama estaban visitando una granja de pollos, y el granjero le dijo a la señora Coolidge que un solo gallo podía servir a todas las gallinas. Ella expresó asombro, y le pidió al granjero que se lo informara a su marido. Así lo hizo éste, y el Presidente respondió que le recordara a su esposa que el gallo tenía sexo con una gallina distinta cada vez.

Se puede entender el propósito del efecto Coolidge en la reproducción. ¿Por qué debería un macho gastar más semen en una hembra con la que acaba de tener sexo? Ella ya podría estar en camino de la preñez, así que su semen estará mejor invertido en una nueva pareja. Si se transfiere este mismo comportamiento a un contexto gay, parece perder su propósito. De hecho, sin embargo, la mayor disponibilidad de parejas sexuales hace que el efecto Coolidge sea más fácil de notar entre los gays que entre los heterosexuales.

De este modo, el sexo gay tiene antiguas raíces en el sexo reproductivo, pero está ahora en el borde divisorio de la evolución sexual. Si les he dado la impresión de que somos robots sexuales, a merced de nuestra historia evolutiva, de nuestras hormonas y genes, eso está equivocado. Todos tenemos la capacidad de modificar nuestro comportamiento sexual en los modos que parezcan apropiados a nuestras necesidades y a las necesidades de las personas que nos rodean. Hagan lo que les guste hacer, pero asegúrense de que también les dé la sensación de ser lo que corresponde hacer.

Simon LeVay [SLeVay@aol.com] es conocido por haber descubierto en 1991 una diferencia en la estructura cerebral de los gays y los hombres heterosexuales. Es autor de The Sexual Brain, City of Friends, Queer Science, and la novella de suspenso gay biomédica El oro de Alberico. Vive en West Hollywood, CA.

 


[i] LeVay escribe: You remember that sex education class back in junior high? High school es la secundaria, dividida en dos ciclos, junior (primer ciclo) y senior (Segundo ciclo). No hay comparación con nosotros, porque desdichadamente no tenemos educación sexual en la educación formal todavía.