Bem S 1997 La transformación del debate sobre inequidad sexual

La Transformación del Debate sobre Inequidad Sexual: De Diferencia Biológica a Androcentrismo Institucionalizado

Por Sandra Lipsitz Bem, Ph.D.
Cornell University

El libro de la dra. Bem, Las Lentes del Género: la Transformación del Debate sobre Desigualdad Sexual, ha ganado numerosos premios incluyendo el Premio al Mejor Libro de Sicología dado por la Asociación de Editores Norteamericanos en 1993; el Premio Anual del Libro dado por la Organización para el Estudio de la Comunicación, el Lenguaje y el Género, en 1994; un Premio a la Publicación Distinguida de la Asociación para Mujeres en la Sicología; y un Libro Destacado del Centro Gustavus Myers para el Estudio de los Derechos Humanos en Norteamérica. Este artículo se adaptó de la presentación de la dra. Bem en la Convención Anual de la APA 1996, en la que la dra. Bem habló como invitada de TOPSS.

Desde mediados del siglo XIX (y especialmente en épocas de intense actividad feminista), los norteamericanos en general (y los sicólogos en particular) se han mostrado literalmente obsesionados con la cuestión de si las mujeres y los hombres son fundamentalmente lo mismo el uno y la otra o fundamentalmente diferentes el uno de la otra. En otras palabras, la cuestión de la diferencia biológica ha sido el punto focal de casi todas las discusiones norteamericanas sobre desigualdad sexual.
Este foco sobre la diferencia biológica pasó a existir casi inmediatamente después de que feministas como Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony por primera vez comenzaron a empujar para conseguir par alas mujeres los derechos más básicos de la ciudadanía, incluyendo los derechos de votar, poseer propiedad, hablar en publico y tener acceso a educación superior. Amenazadas por estas perspectivas de cambio social extremadamente radicales, los antifeministas intentaron argumentar en contra de ellas haciendo surgir el espectro de la diferencia biológica. Por ejemplo, Paul Broca argumentó en contra de la educación superior afirmando que apartaría al limitado complemento de sangre de las mujeres de sus órganos reproductivos para redirigirlo hacia sus cerebros: por lo cual sus órganos reproductivos se atrofiarían y serían incapaces de gestar hijos; y finalmente, Herbert Spencer argumentó contra dar a las mujeres el derecho a votar basándose en que tenían demasiado instinto maternal para permitir que sobrevivieran solamente los más aptos en la sociedad.
En respuesta a toda esta teorización biológica y antifeminista de parte de algunos de los más respetados científicos del siglo XIX, al llegar los comienzos del siglo XX muchas feministas estaban comenzando a centrarse también en la cuestión de la diferencia biológica. Para dar solamente un ejemplo, a partir de 1903 dos de las primeras mujeres en el nuevo campo del sicología empírica se impusieron como tarea refutar toda esta teorización antimujer hacienda sus propios estudios cuidadosamente controlados de la diferencia hombre mujer en una amplia variedad de capacidades intelectuales y de otra índole; también comenzaron a publicar un montón íntegro de artículos de reseña compilando y evaluando cuidadosamente los resultados de toda la investigación entonces disponibles sobre la diferencia varón-mujer. Este trabajo de Helen Thompson Woolley y Leta Stetter Hollingworth no es solamente reconocido hoy como parte de la mayor ciencia de su tiempo; es lo que comenzó la tradición hoy ya de un siglo de edad de investigación sicológica en diferencias sexuales, que intenta determinar de una vez por todas cuáles son las presuntas diferencias de sexo que realmente existen. La misma existencia de esta tradición investigativa as en sí misma un ejemplo, por supuesto, de la obsesión norteamericana con las diferencias sexuales biológicas.
Hay dos razones para que yo subraye que los norteamericanos organizan casi todas sus discusiones sobre género e inequidad sexual en torno del tema de la diferencia biológica. Primero, quiero cambiar un poco el ángulo de visión y hacer que usted se concentre (aunque sea solamente por un momento) en la pregunta que están siempre haciendo los norteamericanos, en lugar de concentrarse en la respuesta a esa pregunta. Dicho de un modo algo diferente, quiero que deje de dar por supuesto que poner el foco en la diferencia sexual es algo completamente natural y nada digno de atención y en lugar de ello comience a decirse a usted mismo: ¿Por qué ésta es la pregunta que siempre estamos haciendo? E incluso de un modo más importante, dígase: ¿hay alguna otra pregunta que deberíamos o podríamos estarnos haciendo en lugar de ésa? Segundo, quiero preparar la escena para mi argumentación fundamental: que los norteamericanos necesitan finalmente cambiar el foco de su discusión de inequidad sexual de la diferencia biológica al androcentrismo institucionalizado. Esto es, necesitamos reenmarcar nuestra discusión de desigualidad sexual de modo que se concentre no en la diferencia varón-mujer per se sino en cómo nuestras instituciones androcéntricas (o centradas en el varón) transforman la diferencia varón-mujer en desventaja de la mujer.

El Foco sobre la Diferencia Biológica está Desencaminado

La razón por la cual los norteamericanos se han vuelto tan obsesivos con la biología de las diferencias de sexo as que son ya 150 años desde que feministas como yo misma hemos estado diciendo que necesitamos cambiar nuestra sociedad para hacer a las mujeres más iguales; y por los mismos 150 años, la sociedad ha estado respondiendo que nuestras diferencias biológicas ni siquiera permitirán el tipo de igualdad por el que las feministas como yo estamos siempre abogando. Sin embargo, implícita en esta respuesta hay una presunción falsa, que as que la biología as algo así como un lecho de piedra más allá del cual el cambio social no es practicable. Y no solamente es esta presunción falsa en sí misma y por sí misma; también conduce a la desencaminada conclusión de que la cuestión de la diferencia sexual biológica es urgente, tanto política como científicamente. No estoy de acuerdo. Tal como lo veo, el cambio social (o lo que yo llamaría invención cultural mayor) puede transformar tan radicalmente el contexto situacional en el que la biología opera que el organismo humano puede en realidad ser liberado de lo que antes habían parecido ser sus limitaciones biológicas intrínsecas. Consideremos solamente tres ejemplos.
Como especie biológica, los seres humanos requieren alimento y agua diariamente, lo que una vez significó que era parte de la naturaleza humana universal vivir como supervivientistas [survivalists = personas cuyas prácticas y actitudes indican que la supervivencia es el valor principal]. Pero ahora los seres humanos han inventado técnicas de agricultura para producir alimento, y técnicas de almacenaje y refrigeración para preservar el alimento, lo que significa que ya no sigue siendo parte de la cultura humana universal vivir como supervivientistas.

Como especie biológica, los seres humanos son susceptibles de infección por parte de muchas bacterias, lo que una vez significó que era parte de la naturaleza humana universal morir rutinariamente de infecciones. Pero ahora los seres humanos han inventado antibióticos para luchar contra la infección, lo que significa que ya no es una parte de la naturaleza humana universal morir rutinariamente de una infección.
Como especie biológica, los seres humanos no tienen alas, lo que una vez significó que era parte de la naturaleza humana universal ser incapaz de volar. Pero ahora los seres humanos han inventado aeroplanos, lo que significa que ya no es parte de la naturaleza humana universal ser incapaz de volar.
Tan espectacularmente liberador como lo son claramente estos tres ejemplos de innovación tecnológica, el principio general que ilustran es tan mundano y no controversial que incluso los sociobiólogos lo respaldarían sin dudar. Para decirlo simplemente, el impacto de cualquier característica biológica depende en cada instancia de cómo la característica biológica interactúa con el ambiente en el que está situado.
En Las Lentes del Género, discurro largamente sobre cómo la ausencia históricamente universal de tecnología ha moldeado profundamente tanto los roles como la desigualdad de mujeres y hombres en la mayoría de las sociedades humanas. Al menos tan importante en el desarrollo de la diferencia sexual y la desigualdad sexual, sin embargo, ha sido el androcentrismo (o sea, el hecho de centrarse en el varón) de las estructuras sociales de la sociedad.

Androcentrismo

El concepto de androcentrismo fue primero articulado a principios del siglo XX por Charlotte Perkins Gilman, que escribió en El Mundo Hecho por el Hombre o Nuestra Cultura Androcéntrica [The Man-Made World or Our Androcentric Culture] (1911/1971) que:

Todo nuestro esquema humano de cosas descansa sobre la misma presunción tácita; que el hombre es tomado como el tipo humano; que la mujer es un tipo de acompañamiento y asistente subordinada, meramente esencial para hacer personas. Siempre ha tenido el lugar de una preposición en relación con el hombre. Siempre ha sido considerada por arriba de él o por debajo de él, delante de él, detrás de él, al lado de él, una existencia totalmente relativa: “la hermana de Sydney” “la madre de Pembroke” pero nunca por ningún azar Sidney o Pembroke ella misma… No as cuestión fácil negar o revertir una presunción universal…Lo que vemos inmediatamente en derredor de nosotras, aquello en lo que hemos nacido y con lo que hemos crecido,…asumimos que as del orden de lo natural…. Sin embargo,… lo que todo este tiempo hemos llamado “naturaleza humana”…fue en gran parte solamente naturaleza de varón… Se demuestra así que nuestra cultura androcéntrica ha sido, y todavía es, una cultura masculina en exceso, y por lo tanto indeseable. (pp. 20-22).

Sin usar en realidad el término en sí, Simone de Beauvoir brillantemente elaboró sobre el concepto de androcentrismo, y lo integró mas completamente en una teoría de la desigualdad sexual en El Segundo Sexo (1952), que fue originariamente publicado en Francia en 1949. De acuerdo con de Beauvoir, la relación histórica de hombres y mujeres no encuentra su mejor modo de representación como relación entre dominante y subordinado, o estatus alto y bajo, o incluso entre positivo y negativo.

No, en todas las culturas dominadas por varones, el hombre representa tanto lo positivo como lo neutral, como lo indica el uso común de hombre para designar a los seres humanos en general; en tanto que la mujer representa solamente lo negativo, definido por criterios limitativos, sin  reciprocidad…. Equivale a esto: así como para los antiguos había una vertical absoluta en referencia a la cual se definía lo oblicuo, aquí hay un tipo humano absoluto, el masculino. La mujer tiene ovarios, un útero; estas peculiaridades la aprisionan en su subjetividad, la circunscriben dentro de los límites de su propia naturaleza. A menudo se dice que piensa con sus glándulas. El hombre pasa soberbiamente por alto el hecho de que su anatomía también incluye glándulas como los testículos, y que secretan hormones. Piensa que su cuerpo es una conexión directa y normal con el mundo, al que cree aprehender objetivamente, en tanto que considera al cuerpo de la mujer como un lastre, una prisión, pegada a la tierra por el peso de todo lo que le es peculiar…De este modo la humanidad es varón y el hombre define a la mujer no en sí misma sino en relación con él; a ella no se la considera como un ser autónomo….Ella se define y se diferencia en relación con el hombre y no en referencia a ella; es incidental, lo inesencial en cuanto opuesto a lo esencial. Él es el Sujeto, é les el Absoluto –ella es lo Otro. (pp. xv-xvi)

Para clarificar todavía un poco más el concepto de androcentrismo, es la privilegiación de los varones, la experiencia de os varones y al perspectiva del varón. ¿Qué queremos decir exactamente con privilegiación? Por un lado, se puede decir que es tratar a los varones como personajes principales en el drama de vida humana alrededor de los a toda la actuación y a través de cuyos ojos toda realidad debe ser interpretada, y tratar a las mujeres como personajes periféricos o marginales en el drama de la vida humana cuyo propósito de ser está definido solamente en relación con el personaje principal, o sea el varón. Esto armonizaría con la idea de Gilman de que las mujeres son siempre definidas en relación con los hombres. Alternativamente, se podría también decir que androcentrismo es el tratamiento del varón como si fuera algún tipo de representante universal, objetivo o neutral de la especie  humana, en contraste con la mujer que es algún tipo de caso especial: algo diferente, desviado, extra, u otro. Esto armoniza con la idea de de Beauvoir de que el hombre es el humano y la mujer lo otro.
Muchas personas en la Sociedad norteamericana ya conocen ejemplos de androcentrismo incluso si todavía no han pensado en rotularlos como androcéntricos. En el lenguaje, por ejemplo, está el uso genérico de “el” para decir “él o ella”, lo que trata a “él” como universal, humano, carente de género, y a “ella” como específicamente mujer. En el Viejo Testamento, en la historia de Adán y Eva está el hecho no solamente de que Adán es creado primero (a imagen de Dios) y Eva es creada (a partir de Adán) para ser su ayudante. Sólo a Adán, según recordarán ustedes, se le da explícitamente el poder de dar nombre a todas y cada una de las criaturas de la tierra desde su propia perspectiva. Y además, por supuesto, está la teoría de Freud (1925/1959) de la envidia del  pene, (que trata al cuerpo del varón tan obviamente como la norma de lo humano, y al cuerpo de la mujer tan obviamente como una desviación inferior de esa norma) que la mera visión de los genitales del otro sexo no solamente llena al nene de tres años “de horror por la criatura mutilada que acaba de ver”; también conduce a la nena de tres años a “formular su juicio y tomar su decisión en un relámpago; ella lo ha visto y sabe que no lo tiene y quiere tenerlo” (pp. 190-191).
Déjenme pasar ahora a algunos ejemplos de androcentrismo que son a la vez más modernos y más pertinentes para la vida cotidiana. Ya que hemos estado hablado sobre la presunta inferioridad u otredad del cuerpo de la mujer, comenzaré con las sentencias de la Suprema Corte de los EEUU relativas al embarazo, en particular, las decisiones de la Corte sobre si los empleadores pueden excluir a la preñez del paquete de beneficios de seguro por discapacidad que proveen a sus empleados. La situación es así: Un empleador dice que sus beneficios de seguro cubrirán al trabajador por cualquier condición médica que lo mantenga fuera del trabajo, excepto el embarazo y el parto. ¿Está bien esta exclusión? La Suprema Corte dice que sí. Pregunta: ¿Por qué está bien excluir a la preñez si la discriminación contra las mujeres es ahora ilegal? Porque, dice la Corte, aunque en la superficie esta exclusión pueda parecer una discriminación contra las mujeres, en realidad es genéricamente neutra.
La Corte ha intentado argumentar en favor de su aseveración de neutralidad de género en dos modos principales. Primero, la exclusión ni siquiera divide a las personas en las dos categorías de mujeres y varones, sino en las dos categorías “mujeres embarazadas y personas no embarazadas.” Segundo, “las discapacidades relacionadas con la preñez constituyen un riesgo adicional, privativo de las mujeres, y dejar de compensarlas por este riesgo no destruye la presunta paridad de los beneficios… [que se acumulan] para hombres y mujeres por igual.”
Hay una cantidad de problemas con el razonamiento de la Corte aquí, pero lo más importante para nuestros propósitos es que está definiendo androcéntricamente lo que es varón como el estándar y lo que es mujer como algo “adicional” o “extra.” En otras palabras, exactamente como el mismo Sigmund Freud, la Corte está definiendo androcéntricamente el cuerpo del varón como el cuerpo humano estándar; por lo cual no ve nada inusual o inapropiado en dar a ese cuerpo humano estándar la plena cobertura de seguro que necesitaría para todas y cada una de las condiciones que podrían acaecerle. De modo consistente con esta perspectiva androcéntrica, la Corte también esta definiendo la protección igual como el otorgamiento a las mujeres de cualquier beneficio concebible que pueda requerir este cuerpo humano estándar, lo que, por supuesto, no incluye cobertura de incapacidad por preñez.
Si la Corte hubiera tenido al menos la más leve sensibilidad al significado de androcentrismo, hay al menos dos estándares verdaderamente neutrales en cuanto a género que hubiera considerado seguramente. En términos de teoría de conjunto [set-theory] son: (a) la intersección de cuerpos de varón y de mujer, que habría cubierto estrechamente solamente aquellas condiciones que les acaecen tanto a mujeres como a varones de igual modo; y (b) la unión de cuerpos de varón y de mujer, que habría cubierto ampliamente todas las condiciones que les acaecen a hombres y mujeres separadamente. De hecho, la Corte fue sin embargo tan ciega al significado de androcentrismo que no vio nada erróneo ni en lo más mínimo cuando, en el nombre de la igual protección, garantizó un paquete íntegro de beneficios especiales para hombres y solo para hombres.
Permítanme ahora pasar a un ejemplo final de una ley androcéntrica  que parecía neutral en cuanto a género incluso para mí hasta hará un par de años. Este ejemplo final tiene  que ver con la definición de autodefensa legal que da nuestra cultura, la que sostiene que un acusado puede ser encontrado inocente de homicidio solamente si él o ella perciben peligro inminente de gran daño corporal o muerte y respondieron a ese peligro solamente con lo que fuera necesario para defenderse contra él. Aunque esa definición siempre había parecido no tener nada que ver con el género y por tanto ser perfectamente neutral genéricamente, ya no siguió pareciéndome tan neutral una vez que las eruditas legales feministas finalmente señalaron cuánto mejor encajaba con un guión que involucrara a dos hombres en un episodio aislado de violencia súbita que con un guión involucrando a una mujer  estaba siendo golpeada, primero en modos relativamente menores y después con intensidad que iba aumentando con los años, por un hombre que no sólo es más grande y más fuerte que ella, sino del cual ella no puede conseguir fácilmente protección policial porque el es su marido. La experiencia del “ajá” aquí es la comprensión de que si esta mujer y esta situación hubieran estado en cualquier punto cercano al centro de la conciencia de los hacedores de políticas el día en que estaban por primera vez bocetando la definición supuestamente neutral en cuanto a género de autodefensa, podrían no haber colocado tanto énfasis en que el acusado estuviera en peligro inmediato en el instante en particular en que el acto final de autodefensa es finalmente ejecutado.
Por supuesto, no es solamente en el contexto de seguro y autodefensa que la diferencia de varón en relación con las mujeres es “afirmativamente compensada” por la sociedad norteamericana en tanto que la diferencia de la mujer en relación con los hombres es tratada como una barrera intrínseca contra la igualdad sexual. Para citar a Catherine MacKinnon, quien es quizás la abogada feminista más distinguida de Norteamérica hoy:

Virtualmente toda cualidad que distingue a hombres de mujeres es…afirmativamente compensada en esta sociedad. La fisiología de los  hombres define la mayoría de los deportes, sus necesidades definen la cobertura de seguro de automóvil y de salud, sus biografías socialmente diseñadas definen expectativas de lugar de trabajo y patrones de carrera exitosa, sus perspectivas y preocupaciones definen cualidad en erudición, sus experiencias y obsesiones definen el mérito, su objetificación de la vida define el arte, su servicio militar define la ciudadanía, su presencia define la familia, su incapacidad de llevarse bien entre ellos (sus guerras y gobernaciones) define la historia, su imagen define a Dios, y sus genitales definen el sexo. Por cada una de sus diferencias en cuanto a las mujeres, esta [así] puesto en efecto  lo que equivale a un plan de acción afirmativa, conocido también como s estructura y valores de la sociedad norteamericana. (MacKinnon, 1987, p. 36).

De todas las instituciones androcéntricas de la lista de MacKinnon de las que típicamente se piensa que son neutrales en cuanto al genero, quizás no hay institución más directamente responsable por negarles a las mujeres la parte a la que tienen derecho de los recursos económicos y políticos de Norteamérica que la estructura del mundo del trabajo norteamericano. Aunque ese mundo del trabajo pueda parecer a muchos norteamericanos tan genéricamente neutral como se necesita que sea ahora que la discriminación explícita contra las mujeres finalmente ha sido declarada ilegal, de hecho está tan completamente organizada en torno de un trabajador del que no solamente se presume que es varón y no mujer, sino del que también se presume que tiene en casa una esposa que se encarga de todas las necesidades de su hogar, incluyendo el cuidado de sus hijos, lo que, como he dicho varias veces ya,, “naturalmente” y automáticamente termina transformando lo que intrínsecamente es solamente una diferencia varón / mujer en una masiva desventaja de la mujer.
Imagínense qué diferentemente nuestro mundo social debería estar organizado si todos los trabajadores de nuestra fuerza de trabajo fueran mujeres en lugar de varones, y que por tanto la mayoría de los trabajadores de nuestra fuerza de trabajo  (incluyendo los que estuvieran en los más altos niveles del gobierno y la industria) estuvieran o bien con un embarazo o fueran responsables del cuidado de los niños durante un año al menos durante una cierta porción de sus vidas adultas. Dada una tal fuerza de trabajo, “trabajar” tan obviamente necesitaría coordinar con dar a luz y criar que las instituciones que facilitaran esa coordinación deberían estar incorporadas en le estructura misma del mundo social. Así no solamente habría cosas como licencia paga por embarazo, días libres pagos por hijos enfermos, cuidado de niños pago, y un encaje (más que un encaje dificultoso) entre las horas del día de trabajo y las horas del día escolar. Probablemente habría también una definición completamente diferente de una vida de trabajo prototípica, y la norma no serían cuarenta horas continuas o más por semana desde la adultez hasta la vez, sino una transición de menos de cuarenta horas por semana cuando hijos e hijas son chicos a cuarenta o más por semana cundo hijos e hijas son mayores.
La lección de esta realidad alternativa debería ser clara. No es el rol biológico e histórico de las mujeres como madres lo que está limitando su acceso a los recursos políticos y económicos de Norteamérica, sino un mundo social tan androcéntrica en su organización  que provee solamente un único mecanismo institucionalizado para coordinar el trabajo en la fuerza de trabajo paga con las responsabilidades de ser un progenitor, y ese único mecanismo institucionalizado es tener una esposa en casa que cuide de los hijos de uno.
Ahora, para  personas que todavía no aprecian lo que es el androcentrismo o cómo opera institucionalmente, la sugerencia de que necesitamos cambiar nuestras instituciones sociales de modo que se acomoden más a las mujeres o sean más inclusivas de la experiencia de las mujeres parece ser algo completamente mal deliberado. Como seguramente lo describirían, parece un movimiento para apartarse de la neutralidad de género y por tanto en la dirección absolutamente equivocada en cuanto hacia a dónde Norteamérica debería estar yendo.
Pero de hecho las instituciones de Norteamérica han sido tan completamente organizadas por tanto tiempo desde una perspectiva androcéntrica (esto es,  hace tanto tiempo que están atendiendo automáticamente a las necesidades especiales de los varones en tanto que las necesidades especiales de las mujeres han sido o bien tratadas como casos especiales o bien simplemente se las dejó insatisfechas) que el único modo para que ellas comiencen siquiera a aproximarse a la neutralidad de género es que nuestra sociedad finalmente comience a dar a las mujeres un paquete de beneficios especiales como siempre se los ha dado a los hombres y solamente a los hombres.
Quiero terminar con una analogía que puede ayudarlos a ver incluso con más claridad que el problema de género en Norteamérica hoy no trata de la diferencia entre mujeres y hombres; trata de la transformación de esa diferencia en desventaja de la mujer por medio de una estructura social androcéntrica que parece no solo neutral-en-cuanto a género sino incluso dada-por-Dios, [god-given], porque para este momento estamos simplemente  tan acostumbrados a ella que no comprendemos que es algo literalmente hecho por el hombre, hasta que no nos obligan a ver el hecho.
Esta analogía se aplica a otro de mis propios atributos no privilegiados, esta vez no al hecho de ser mujer, sino al hecho de ser baja. (Ocurre que solamente mido 1 mt. 49 cm [4’9″= 4 pies y 9 pulgadas]). Ahora por favor imaginen una comunidad íntegra de personas bajas como yo. Dada la argumentación que a veces se oye en nuestra sociedad  de que las personas bajas no son capaces de ser bomberos porque no son ni suficientemente altas ni suficientemente fuertes para ese trabajo, surge la pregunta: ¿Todas las casas de esta comunidad antes o después terminarán quemándose?  Bueno, sí, si nosotros los bajitos tuviésemos que usar las pesadas escaleras y mangueras diseñadas por y para personas altas. Pero no, si nosotros (que somos tan inteligentes como suelen serlo los bajitos) pudiéramos en lugar de ello construir escaleras y mangueras más livianas que pudieran usar tanto los altos como los bajos. La moraleja aquí debería ser obvia: el problema no es la biología de los bajitos; es la biología de los bajitos cuando se la obliga a funcionar en una estructura social centrada en los altos.
Debería quedar claro que hay dos moralejas relacionadas tanto en esta historia final como en este artículo integro: La primera moraleja es que por más importante que la diferencia biológica entre los sexos pueda parecer en la superficie, el impacto de esa diferencia biológica depende en cada instancia específica del ambiente en que está situada. Esta interacción de biología y el contexto situacional liberadora, como en el caso de los antibióticos, la refrigeración, los aeroplanos y el alimento para bebes. Esta interacción también puede ser discriminatoria, como en el caso de las mujeres que son puestas en desventaja (y los hombres en ventaja) por una estructura social centrada en el hombre. La segunda moraleja es que por más familiares, cómodas, neutrales respecto del género y naturales que puedan parecer las instituciones de nuestra propia cultura ahora que la discriminación explícita contra las mujeres finalmente se a vuelto ilegal, de hecho, nuestras instituciones están tan completamente saturadas de androcentrismo que incluso aquellas que no discriminan explícitamente contra las mujeres (como la definición de autodefensa) deben ser tratadas como inherentemente sospechosas.

Referencias
Beauvoir, S. de. (1952). The second sex. New York: Knopf.
Bem, S. L. (1993) The lenses of gender: Transforming the debate on sexual inequality. New Haven, CT: Yale University Press.
Freud, S. (1925/1959). Some psychological consequences of the anatomical distinction between the sexes. In E. Jones (Ed.), Sigmund Freud: Collected papers (Vol. 5, pp. 186-197). New York: Basic Books.
Gilman, C. P. (1911/1971). The man-made world; or, Our androcentric culture. New York: Johnson Reprint.
Jordanova, L. (1989) Sexual visions: Images of gender in science and medicine between the eighteenth and twentieth centuries. Madison, WI: University of Wisconsin Press.
MacKinnon, C. A. (1987). Difference and dominance: On sex discrimination (1984). In C. A. MacKinnon (Ed.), Feminism unmodified: Discourses on life and law (pp. 32-45). Cambridge, MA: Harvard University Press.
Russett, C. E. (1989) Sexual science: The Victorian construction of womanhood. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Sayers, J. (1982) Biological politics: Feminist and anti-feminist perspectives. New York: Tavistock.
Shields, S. A. (1975a) Functionalism, Darwinism, and the psychology of women. American Psychologist, 30, 739-754.
Shields, S. A. (1975b) Ms. Pilgrim’s Progress: The contributions of Leta Stetter Hollingworth to the psychology of women. American Psychologist, 30, 852-857.

Notas
1. Para más sobre éstas y otras teorías biológicas de los siglos XIX y XX, véanse Jordanova (1989), Russett (1989), and Sayers (1982).
2. Para más sobre este primer trabajo feminista en sicología, véase Shields (1975a,b).
3. Todas las opiniones legales aquí citadas pueden ser encontradas en los análisis de Geduldig v. Aiello (1974) y General Electric Co. v. Gilbert (1976) que aparecen en Lindgren & Taub (1988).

Este artículo fue adaptado de Sandra Bem, The Lenses of Gender, Yale University Press, 1993.

Este artículo fue originariamente publicado en la edición de Mayo/Junio 1997 de The Psychology Teacher Network.