Herbert 20ce08 El cerebro y la identidad de género

Brain (2008), 131, 3115^3117

¿Quién nos creemos que somos? El cerebro y la identidad de género

 

Joe Herbert

Cambridge Centre for Brain Repair, Department of Clinical Neurosciences and Department of Physiology, Development and Neuroscience, University of Cambridge E-mail: jh24@cam.ac.uk

 

Nadie (escribió Frank Beach, notable contribuyente al estudio experimental de las hormonas y el comportamiento sexual) murió nunca por falta de sexo. Pero los aspectos personales, sociales y legales de la conducta sexual son una preocupación omnipresente en todos los humanos. La variedad y las extravagancias del sexo pueden tener severas implicancias, y la existencia de homosexualidad y de desórdenes de identidad de género demanda algún tipo de explicación (Bancroft, 2008). Por lo tanto, la neurociencia puede preguntarse por qué ha contribuido tan poco a entender la sexualidad humana. Una razón es nuestra ignorancia relativa al cerebro en general, que hace fracasar los intentos de relacionar patrones particulares de actividad cerebral con un comportamiento observable de modo que contribuya a la comprensión. Otra razón es el efecto de las costumbres [mores] sexuales en el estudio de la sexualidad: el estudio del sexo es todavía considerado una carrera levemente risqué, y es dificultado por la política, las restricciones y los prejuicios de las sociedades humanas. Se necesitó la epidemia de SIDA para convencer a muchos  gobiernos y entes financiadores de que estudiar el sexo era importante y respetable. La mayor parte de nuestra información sobre la neurobiología del sexo viene de estudios en animales (Becker et al., 2005), pero prácticamente todo lo que sabemos sobre las variaciones de la sexualidad humana, incluyendo la heterosexualidad y la homosexualidad, y los desórdenes de identidad de género (transexualismo), vienen de material clínico, anécdotas e incluso ficción (los tres se superponen).

Es ahora bien sabido que la determinación del sexo depende en altísimo grado del gen SRY codificado en el cromosoma Y. Pero los genes, por supuesto, no hacen nada por sí mismos; activan moléculas que son mecanismos, y entre ellas es prominente la testosterona. Durante el desarrollo, el feto varón secreta testosterona, y la producción puede continuar entrada la vida posnatal temprana. Esto tiene efectos espectaculares en los órganos reproductivos internos, y promueve la disposición de órganos propia del varón [masculine arrangement]. Pero aquí estamos más interesados en lo que le hace al cerebro. Los estudios experimentales muestran que tanto los patrones de conducta sexual como la preferencia por las hembras [mujeres] están dirigidos hacia el tipo ‘macho [varón]’ por exposición a la testosterona durante este período crítico (reseñado en Pardridge et al. 1982; Gorski, 2002). Si esto vale en cada detalle para los humanos es algo todavía en debate (Swaab, 2007). Incluso entre las especies más estrechamente relacionadas, las estrategias reproductivas (particularmente de la hembra) son curiosamente variadas, lo que hace que  extrapolar a los humanos sea algo riesgoso (Baum, 2006). Sin embargo, hay cimientos experimentales que permiten sugerir que las variaciones en exposición prenatal a la testosterona pueden influir en la preferencia sexual (orientación) posterior en el ser humano [man]. Pero sobre un tema igualmente importante, la identidad de género (si pensamos de nosotros mismos como varones o como mujeres), la literatura experimental guarda silencio. Por una buena razón: los animales no puede informar, como los humanos, sobre su identidad de género, y nadie ha encontrado un modo indirecto de revelar la identidad de género de un mono, y mucho menos de una rata. No hay un modelo experimental de transexualidad. Así que los estudios en neurociencia de la transexualidad humana están limitados solamente a los humanos.

La lógica detrás de estos estudios es simple, aunque necesariamente limitada. Defínase una diferencia de sexo en algún rasgo del cerebro, preferiblemente una de la que se sepa que está asociada con la conducta sexual; después demuéstrese que esta diferencia va en la dirección esperada en quienes informan disforia de género (la creencia de que uno tiene una identidad de género ‘verdadera’ o ‘medular’ [‘true’ or ‘core’ gender identity] opuesta tanto al sexo cromosómico como al habitus corporal). Como muchos disfóricos de género reciben o se autoadministran esteroides típicos del sexo opuesto, es importante excluir que sean ellos los determinantes del rasgo neural atípico. Una asociación clara entre los fenotipos neural y comportamental sugiere que esto es causal. Esto es, esencialmente, lo que Garcia-Falgueras y Swaab informan en este mismo número (página 3132). Del área preóptica medial del hipotálamo (MPOA) se sabe que está involucrada en patrones de comportamiento sexual propios del macho [masculine] en roedores y monos, y se sabe que es sexualmente dimórfica, aunque debe señalarse que hay indicios de que promueve el desempeño sexual (la capacidad de copular) y no la motivación para el sexo de tipo propio del macho (reseñado en Balthazart y Ball, 2007). Garcia-Falgueras y Swaab encuentran que parte de esta área, el INAH3 en humanos, es más grande y tiene una cantidad y densidad de neuronas mayor en hombres que en mujeres, y que los transexuales de varón-a-mujer (MtF) se parecen a las mujeres.

Pero estas estadísticas en general cuentan solamente una parte del cuento. Sus datos muestran considerable superposición entre varones, mujeres y VAM [MtF]. Así, o bien la precisión de sus métodos no es muy alta, o hay una relación indistinta entre el INAH3 y la identidad de género individual. Esto es raro:  la gente generalmente no tiene dudas sobre su género, aunque hay grados de ‘masculinidad’ y ‘femininidad’ autoconsideradas. Hay otras preguntas: ¿por4 qué tener más neuronas en el INAH3 debería predisponer a la identidad sexual del varón? Parece mprobable que estos métodos tan simples lleguen alguna vez a decirnos mucho sobre la base neural de la sexualidad humana. La dificultad de interpretar mediciones como el volumen es puesta en foco por su primer resultado: informan que el peso del cerebro es mayor en varones que en mujeres (lo que no es sorprendente), pero que los sujetos MtF tienen valores intermedios. ¿Cómo debemos interpretar esto? ¿Y por qué diferencias similar en INAH3 son asociadas, en estudios previos, con la homosexualidad del varón (Le Vay, 1991)? La identidad de género no predice la orientación sexual: todas las permutaciones son posibles (Hellman et al., 1981). A decir verdad, en los casos estudiados por Garcia-Falgueras y Swaab, solamente 7 de 11 estaban orientados hacia las mujeres (i.e. no homosexuales por su sexo cromosómico, pero homosexuales por su identidad genérica). ¿Cómo podría la misma área del cerebro regular estos dos aspectos independientes de la sexualidad, aunque, esto debe decirse, hay límites indistintos entre homosexualidad, identidad de género y otros aspectos de la sexualidad? Por ejemplo, los muchachos jóvenes que prefieren travestirse probablemente serán homosexuales, no transexuales, en la vida adulta (Green, 1985).

Hay algo de desacuerdo sobre si los niveles de testosterona en el adulto pueden alterar el tamaño o la estructura química del MPOA en roedores (Davis et al., 1996; Ulibarri y Yahr, 1993). Garcia-Falgueras y Swaab intentan eliminar este punto como factor en su estudio estudiando el INAH3 en cinco hombres orquidectomizados (no-transexuales). Sus resultados no ayudan mucho: no hay diferencias en el volumen del INAH3 o en la cantidad neuronal entre estos sujetos y el control o los varones VAM [MtF males], o las mujeres. Las secciones de Y teñidas con neuropéptido muestran una reducción en volumen comparada con los varones de control. El intervalo entre la castración y la muerte era muy breve en la mayoría de sus casos. Es curioso que las estructuras en el hipotálamo, una parte del cerebro estrechamente asociada con sucesos internos del cuerpo más que con sucesos externos a él, pueda determinar preferencia sexual o identidad de género. Estudios previos hechos por el mismo laboratorio (Zhou et al., 1995), así como otros, muestran diferencias estructurales asociadas con variedades de comportamiento sexual y actitud en otras áreas del cerebro, por ejemplo en el lecho núcleo de la stria terminalis (BST), que está vinculado tanto como con el hipotálamo como con la amigdala. El último tiene más acceso directo a estímulos externos, tales como los que determinan el atractivo sexual. Parece que puede ser un ‘sistema’ neural, más que una sola área nodal, lo que determine o influya en los diferentes parámetros de la sexualidad humana. Agreguemos a esto la evidente contribución de la corteza cerebral, involucrada en la conciencia social, las actitudes, la toma de decisiones y el uso del sexo como instrumento social y podemos ver que los límites del cerebro ‘sexual’ son tan indistintos como la definición misma de sexo.

Pero la significación del artículo de  Garcia-Falgueras y Swaab es en realidad tanto política e incluso legal como lo es neurocientífica. Si hay rasgos demostrables y funcionalmente relevantes en el cerebro que subyacen en las creencias y proclividades que determinan la conducta de una persona desde una edad temprana, y que puede ser inmutables, entonces la argumentación en pro de una redefinición del géner y en pro de la cirugía de reasignación en transexuales se fortalece. Hay todavía conflicto entre quienes consideran que la sexualidad humana está o bien biológica o bien socialmente determinada (las dos cosas, por supuesto, no son mutuamente excluyentes, como algunos parecen creer, y deben trabajar juntas). Los estudios futuros pueden descubrir explicaciones neurobiológicas más exactas para el extraño fenómeno humano de la disforia de género, y esto podría ayudar a nuestra comprensión de una sexualidad más similar a la mayoritaria y aceptada [ more mainstream sexuality] (Brunetti et al., 2008). Nuestra visión de la homosexualidad fue alterfada por los descubrimientos de  Le Vay sobre el INAH3 (1991). Un día,alguien puede descubrir un rasgo neural (lo que podría llamarse una anormalidad) subyacente en otros rasgos, menos aceptables, como la pedofilia. ¿Y qué hacer entonces? Ya hay sugerencias de que la lesión en la cabeza antes de la edad de 13 años es más común que lo usual entre los pedófilos (Blanchard et al., 2003).

 

Acknowledgements : I thank J. Bancroft, R. Green and M. Hines for their help with this commentary. Funding : Wellcome Trust.

 

  1. References
  2. Balthazart J, Ball GF. Topography in the preoptic region: differential regulation of appetitive and consummatory male sexual behaviors. Frontiers Neuroendocrinol 2007; 28: 161–78.
  3. Bancroft JHJ. Human sexuality and its problems. 3rd edn. London: Churchill Livingstone; 2008.
  4. Baum MJ. Mammalian animal models of psychosexual differentiation: when is ‘translation’ to the human situation possible? Horm Behav 2006; 50: 579–88.
  5. Becker JB, Arnold AP, Berkley KJ, Blaustein JD, Eckel LA, Hampson E, et al. Strategies and methods for research on sex differences in brain and behavior. Endocrinology 2005; 146: 1650–73.
  6. Blanchard R, Kuban ME, Klassen P, Dickey R, Christensen BK, Cantor JM, et al. Self-reported head injuries before and after age 13 in pedophilic and nonpedophilic men referred for clinical assessment. Arch Sex Behavior 2003; 32: 573–81.
  7. Brunetti M, Babiloni C, Ferretti A, Del Gratta C, Merla A, Olivetti Belardinelli M, et al. Hypothalamus, sexual arousal and psychosexual identity in human males: a functional magnetic resonance imaging study. Eur J Neurosci 2008; 27: 2922–7.
  8. Davis EC, Shryne JE, Gorski RA. Structural sexual dimorphisms in the anteroventral periventricular nucleus of the rat hypothalamus are sensitive to gonadal steroids perinatally, but develop peripubertally. Neuroendocrinology 1996; 63: 142–8.
  9. Gorski RA. Hypothalamic imprinting by gonadal steroid hormones. Adv Exp Med Biol 2002; 511: 57–70.
  10. Green R. Gender identity in childhood and later sexual orientation: follow-up of 78 males. Am J Psychiat 1985; 142: 339–41.
  11. Hellman RE, Green R, Gray JL, Williams K. Childhood sexual identity, childhood religiosity, and ‘homophobia’ as influences in the development of transsexualism, homosexuality, and heterosexuality. Arch Gen Psychiatry 1981; 38: 910–5.
  12. Le Vay S. A difference in hypothalamic structure between heterosexual and homosexual men. Science 1991; 253: 1034–7.
  13. Pardridge WM, Gorski RA, Lippe BM, Green R. Androgens and sexual behavior. Ann Intern Med 1982; 96: 488–501.
  14. Swaab DF. Sexual differentiation of the brain and behavior. Best Pract Res Clin Endocrinol Metab 2007; 21: 431–44.
  15. Ulibarri CM, Yahr P. Ontogeny of the sexually dimorphic area of the gerbil hypothalamus. Brain Res Dev Brain Res 1993; 16: 14–24.
  16. Yahr P, Finn PD, Hoffman NW, Sayag N. Sexually dimorphic cell groups in the medial preoptic area that are essential for male sex behavior and the neural pathways needed for their effects. Psychoneuroendocrinology 1994; 19: 463–70.
  17. Zhou JN, Hofman MA, Gooren LJ, Swaab DF. A sex difference in the human brain and its relation to transsexuality. Nature 1995; 778:68–70.