Baumeister 2000 Plasticidad erótica e impulso sexual en la mujer

Comentario R.F. Este artículo derriba la idea de que ambos géneros son potencialmente similares pero que la mujer está reprimida. Sugiere que el deseo en mujeres y varones es cualitativamente diferente, establece claramente la plasticidad erótica de la mujer y la correspondiente  rigidez del varón, y mina varios presupuestos de la teoría del patriarcado.

Psychological Bulletin 2000, Vol. 126, No. 3, 347-374

Diferencias de Género en Plasticidad Erótica:

El Impulso Sexual de la Mujer en cuanto Socialmente Flexible y Proclive a Responder [Responsive]

Roy F. Baumeister

Case Western Reserve University[1]

tRespondiendo a controversias sobre el balance entre naturaleza y cultura en la determinación de la Sexualidad humana, el autor propone que el impulso sexual de la mujer es más maleable que el del varón en respuesta a factores socioculturales y situacionales. Un amplio surtido de evidencia presta apoyo a tres predicciones basadas en la hipótesis de la plasticidad erótica de la mujer: (a) Las mujeres individuales exhibirán más variación a lo largo del tiempo en su comportamiento sexual que los hombres, (b) la sexualidad de la mujer exhibirá efectos más grandes que la del varón en respuesta a la mayoría de las variables socioculturales específicas y (c) la consistencia de actitud-comportamiento sexuales será más baja para las mujeres que para los hombres. Se resumen varias posibles explicaciones de la plasticidad erótica de la mujer, incluyendo la adaptación al poder físico y político superior del varón, la centralidad del cambio de la mujer (de no a si) como prerrequisito para las relaciones sexuales, y la idea de que las mujeres tienen un impulso sexual más moderado que el de los varones.

El sexo y el apareamiento parecen cumplirse en muchas especies animales de un modo directo, predecible, incluso rutinario. En contraste, la sexualidad humana ha sido reconocida desde hace muchísimo tiempo como un enredo rico y confuso, en el que los impulsos biológicos, los significados socioculturales, las experiencias individuales formativas y factores adicionales desconocidos juegan poderosos roles. Entre las preguntas no resueltas más básicas sobre la sexualidad humana está la de las contribuciones relativas de la naturaleza y la cultura. ¿La respuesta sexual depende primariamente de factores socioculturales como los significados, el contexto, el estatus de la relación, la comunicación, las normas y las reglas… o está principalmente determinado por las hormonas, los genes y otros procesos biológicos? Incluso en las décadas recientes, las teorías sobre el deseo sexual humano han diferido radicalmente sus énfasis relativos sobre la naturaleza y la cultura. Es verdad que difícilmente haya ahora un  teórico que vaya al extremo de insistir que o bien la naturaleza o bien la cultura es totalmente responsable por la determinación del impulso sexual humano, pero las formulaciones con posiciones intermedias difieren ampliamente en sus énfasis relativos.

Las dos teorías más influyentes sobre la sexualidad han sido la socioconstruccionista y la esencialista (DeLamater & Hyde, 1998). Las teorías socioconstruccionistas han considerado que el deseo sexual humano recibe su forma extensamente de la cultura y la socialización, a menudo mediado por el lenguaje, en calidad de principio de ordenamiento que es compartido en común con otras personas. Estos teóricos enfatizan la variación transcultural para argumentar en favor de la relatividad cultural del deseo sexual (véase, e.g., Staples, 1973). Quién hace qué sexualmente a quién es algo considerado como un producto de reglas culturales y de decisiones individuales, lingüísticamente mediadas, y no como un imperativo biológico. Las feministas han invocado también las teorías socioconstruccionistas para mostrar una pintura en el que el deseo sexual humano recibe su forma de la sociedad patriarcal, como parte de sus esfuerzos para explotar y subyugar a las mujeres (véase e.g., Kitzinger, – 1987). Aunque los socioconstruccionistas no niegan que puede haber ciertos cimientos biológicos en la Sexualidad, subrayan que la cultura y la influencia social son los factores decisivos al explicar la sexualidad.

En contraste, las teorías esencialistas proponen que existen formas de sexualidad definidas, verdaderas y relativas, que permanecen constantes, aunque los factores situacionales pueden ocasionalmente interferir con su expresión o darle forma. Como lo subrayan DeLamater y Hyde (1998), los análisis evolucionistas y sociobiológicos de la Sexualidad se encuadran dentro de esta categoría, porque explican la sexualidad en términos de las pautas motivacionales innatas que han evolucionado para atender las contingencias reproductivas de varones y mujeres [males and females] para así maximizar el pasaje de los genes de cada persona (véase, e.g., Buss & Schmitt, 1993). Algunas de estas teorías tratan a la cultura como un sistema adaptado a llos requerimientos de los patrones biológicos innatos (véase, e.g., Symons, 1995). De cualquier modo, la biología, no la cultura, es la protagonista ofrecida como causal principal de las explicaciones causales.

Este artículo ofrece otra conceptualización más de las contribuciones relativas de la naturaleza y la cultura al deseo sexual humano. El punto de partida es que no hay ninguna respuesta única que sea correcta y que sea verdadera en relación con todos los seres humanos. En lugar de ello, sugiero que la sexualidad de la mujer, en cuanto comparada con la del varón, está más sujeta a la influencia de factores socioculturales. Aunque la sexualidad del varón a menudo debe hacer concesiones a la oportunidad y otras restricciones externas, se pinta aquí al deseo del varón como algo relativamente constante e inmutable, lo que sugiere un poderoso rol para determinantes relativamente rígidos e innatos. En contraste, se pinta a la sexualidad de la mujer como algo bastante maleable y mutable. Responde a la cultura, al aprendizaje y a las circunstancias sociales. La plasticidad del impulso sexual de la mujer ofrece mayor capacidad para adaptarse a las circunstancias externas cambiantes, así como una oportunidad para que la cultura ejerza una influencia de control. Desde la perspectiva global de la sociedad más amplia, si controlar la conducta de la gente es la meta, las pautas sexuales de las mujeres se cambian más fácilmente que las de los hombres.

Definiciones

Uso el término género para referirme a la calidad de ser varón [maleness] y a la calidad de ser mujer [femaleness], sea biológica o social, para reservar el término sexo a las actividades que conducen al orgasmo o a la excitación genital. La expresión plasticidad erótica se usa para referirse al grado en el cual el impulso sexual de una persona puede recibir forma y ser alterado por factores sociales y culturales, que van de la socialización formal a las presiones situacionales. De este modo, la alta plasticidad erótica implica estar sujeto a influencia situacional, social o cultural, en relación con qué tipos de parejas y qué tipos de actividades sexuales uno desearía y disfrutaría. Desear ejecutar el mismo acto con una nueva pareja [partner] no necesariamente constituye plasticidad, porque es muy posible tener un deseo estable y consistente de ejecutar ciertos actos con muchas parejas diferentes.

El “impulso sexual” es un constructo hipotético, y los estudios de investigación en realidad miden actitudes, comportamiento y deseo. El término actitud se usa aquí para referirse a las opiniones generales y reglas abstractas que abarcan amplias categorías y múltiples situaciones. El deseo se refiere a sentimientos de excitación sexual, específicos de la situación, y a querer involucrase en actos en particular con parejas en particular.  La conducta se refiere a lo que la persona hace en realidad, como involucrarse físicamente en actos sexuales en particular. El deseo puede contradecir a las actitudes, como cuando una persona siente una intensa necesidad [urge] de tener sexo con una pareja a la que se considera fuera-de-límites [off-limits, i.e., prohibida]. La conducta puede contradecir o bien al deseo o bien a la actitud, como cuando una persona se refrena de tener un sexo muy deseado, o cuando tiene relaciones sexuales [intercourse] con una pareja prohibida.

Teoría: Plasticidad Diferencial

La idea central que este artículo quiere demostrar es que el impulso sexual de la mujer es más maleable que el del hombre, lo que indica una plasticidad erótica promedio más alta. Más precisamente, las respuestas sexuales y las conductas sexuales de la mujer reciben su forman de los factores culturales, sociales y situacionales en un grado mayo que las del varón. La plasticidad puede manifestarse a través de cambios en lo que se desea (e.g., tipo de pareja, tipo de actividad), en el grado de deseo (e.g., frecuencia preferida de sexo, grado de variedad), o en la expresión de deseo (e.g., pautas de actividad). Los cambios en actitudes pueden contribuir a estos cambios comportamentales.

Como los debates sobre la sexualidad de la mujer a menudo son perturbados por agudos conflictos basados en juicios de valor implícitos, es importante enfocar la cuestión del valor explícitamente. Para ser franco, no veo casi ninguna razón para pensar que es mejor o peor tener alta plasticidad erótica, y por tanto la hipótesis presente no implica que un género sea mejor  que el otro en este aspecto (o que se haya quedado con la mejor parte). La diferencia puede ser importante para predecir una variedad de pautas de comportamiento, actitudes, malos entendidos y conflictos, pero no hay superioridad inherente, ni moral ni práctica, en ninguno de los dos bandos.

Hay pequeñas excepciones en el tono libre de valoración de mi hipótesis. Esto es, se pueden hacer dos pequeños juicios de valor, y apuntan en direcciones opuestas. El primero es que en general es mejor ser flexible porque uno puede adaptarse más fácilmente a las circunstancias cambiantes. La capacidad de cambiar es inherentemente adaptativa, y ser adaptativo es bueno. En este aspecto, las mujeres pueden haberse llevado una parte mejor que la de los hombres [may be better off than men] si la hipótesis actual es correcta, porque su sexualidad se puede ajustar más fácil y más prontamente. De este modo, si los cambios en las circunstancias sociales exigen demandas de ajuste iguales tanto de varones como de mujeres, las mujeres tendrán más éxito que los varones en hacer estos ajustes, o serán más capaces de alcanzar ese éxito con menos dificultad.

La otra excepción es que la plasticidad erótica más alta puede volver a una persona más vulnerable a las influencias externas, con la posibilidad resultante de que se pudiera terminar por ser influido para hacer cosas que no son a largo plazo conducentes a los mejores intereses propios. En palabras simples, puede ser más fácil convencer a una mujer de que haga algo sexual que ella en realidad no quiere hacer o algo que no es bueno para ella, comparando con convencer a un hombre de que haga algo que sea contrariamente comparable a sus deseos y necesidades. Esta hipótesis tiene que ver con la receptividad a la influencia, y ser receptivo a la influencia puede bajo algunas circunstancias cobrar un tono negativo (e.g., ser fácilmente engañado).

No es probable que ninguno de estos efectos ligados al valor sea muy común o muy poderoso. Por lo tanto, la plasticidad erótica no debe ser invocaba para argumentar por la superioridad de uno u otro género.

Predicciones Empíricas

La hipótesis de una plasticidad erótica diferencial permite predicciones empíricas. Una primera predicción básica es que la variación [variation] intraindividual (i.e., la variación [variance] dentro de la misma persona) en el comportamiento sexual será más grande entre las mujeres que entre los hombres. Si las mujeres son maleables en respuesta a factores situacionales y sociales, entonces a medida que una mujer se mueve de una situación a otra sus deseos y conductas sexuales pueden verse sujetos a cambio. La flexibilidad menor (según la hipótesis) de los varones significará que las pautas sexuales del varón permanecerán más estables y constantes a través del tiempo y a través de las diferentes situaciones. (La falta de oportunidad puede ser una excepción: El comportamiento sexual de un hombre puede depender de si puede encontrar una pareja dispuesta [willing].) Los cambios físicos tales como la mala salud o los cambios hormonales de envergadura pueden también tener un fuerte efecto. Pero en lo que respecta a las situaciones sociales cambiantes y a las diferentes circunstancias de vida, los deseos del hombre promedio deberían permanecer más estables y constantes que el promedio de los deseos de la mujer promedio.

Esta teoría no se extiende a hacer predicciones sobre las variaciones intraindividuales, porque éstas bien pueden depender de pautas preparadas innata o genéticamente. Los varones en una cultura dada puede3n colectivamente tener más variaciones en sus apetitos sexuales individuales que las mujeres, sin violar la hipótesis de la plasticidad de la mujer. Un ejemplo familiar de las diferencias de género en la variación [variance] en rasgos genéticamente influido se encuentra en la investigación sobre retardo mental e inteligencia: los dos géneros tienen casi idénticos puntajes medios [mean] de Cociente Intelectual, pero los varones tienen variación más alta, por lo que proporcionalmente están sobrerrepresentados en ambos extremos (Jensen, 1998; Lehrke, 1997; J. A. F. Roberts, 1945). Estas pautas son plausibles también con la Sexualidad, y no estoy haciendo predicciones sobre variación interindividual (aunque se consideran brevemente la evidencia sobre parafilias entre las posibles limitaciones y contraejemplos). La hipótesis de este artículo se refiere solamente a la variación intraindividual: Una vez que los gustos sexuales de un hombre emergen, son menos susceptibles al cambio o a la adaptación que los de una mujer.

Una segunda predicción es que los factores socioculturales específicos tendrán un impacto mayor en la Sexualidad de las mujeres que en la de los hombres. Para poner esta predicción en términos estadísticos más precisos, las variables socioculturales tendrán al predecir las respuestas de las mujeres efectos de tamaño mayor, que al predecir las de los hombres. Por esto, las mujeres variarán más que los hombres de una cultura a la otra y de un período histórico al otro. Las instituciones socializadoras, tales como las escuelas y las iglesias, deberían producir mayores cambios en las mujeres que en los hombres en relación con el comportamiento sexual.

Una predicción final es que la consistencia de actitud y conducta [attitude-behavior consistency] (en relación con el sexo) será más baja entre las mujeres que entre los hombres. Si la respuesta sexual de la mujer es maleable por factores sociales y situacionales, entonces la conducta de una mujer no puede ser predicha fácilmente a partir de sus actitudes (especialmente las actitudes generales abstractas). En términos simples, sus respuestas sexuales dependen más del contexto externo que de factores internos, en relación con las respuestas de las hombres, y de este modo sus actitudes tienen menos probabilidad de determinar su comportamiento. Por ejemplo, ella puede mantener una actitud a favor de usar condones o en contra de las relaciones anales, pero los factores situacionales pueden entrometerse para hacer que ella actúe contrariamente a esas actitudes bajo algunas circunstancias (e incluso que desee esos actos contrarios a la actitud). Esta predicción es metodológicamente un útil complemento de la primera, porque evita la falsa idea [the confound] de que los datos acerca de las mujeres de algún modo son simplemente más concluyentes o confiables que los datos acerca de los hombres. La hipótesis de la plasticidad erótica predice que los factores sociales y culturales mostrarán correlaciones con las respuestas sexuales más altas en las mujeres que en los hombres, en tanto que las correlaciones actitud-conducta serán más bajas para las mujeres que para los hombres.

 

Razones para la plasticidad

¿Por qué las mujeres tendrían que tener más plasticidad erótica que los hombres? Tengo tres hipótesis diferentes, cada una de las cuales puede ofrecer algo de entendimiento [insight] potencial de la diferencia genérica de plasticidad erótica.

La primera se basa en la diferencia de poder. En promedio, los hombres son físicamente más fuertes y más agresivos que las mujeres, y también tienden a ostentar mayor poder sociopolítico y económico. Si se diera el caso de que los deseos sexuales de dos miembros de la pareja [two partners’ sexual wishes] difirieran, el hombre tendría varias ventajas sobre la mujer para salirse con la suya. La mayor flexibilidad de parte de las mujeres sería una respuesta adaptativa al problema estándar de vincularse con [bonding with] alguien que podría imponer sus deseos por medio de la coerción física o el poder social, si acaso eso se volviese necesario alguna vez (en su opinión). Los biólogos y sicólogos evolucionistas creen que la superioridad relativa del poder físico del varón está fuertemente ligada a las pautas y metas reproductivas del varón (tales como la competición de varones bajo circunstancias de extrema poliginia; Gould & Gould, 1997; Ridley, 1993), y las feministas subrayan que el poder político de los varones da forma a las interacciones sexuales entre los sexos y da como resultado la supresión cultural de la sexualidad de la mujer. La sugerencia de este artículo puede ser vista como un proceso de este tipo, en el que las mujeres se volvieron socialmente maleables como adaptación al poder del varón.

La segunda hipótesis es que la flexibilidad puede ser un requerimiento inherente del rol  de la mujer en el sexo. La versión más simple de esto subrayaría que la mayoría de las sociedades (incluyendo otras especies similares a los humanos) limitan la actividad sexual haciendo que la hembra rehúse las ofertas y avances sexuales de la mayoría de los machos. Por supuesto, si las hembras rehusaran todos los avances de los machos, la especie sería incapaz de reproducirse. Las mujeres son negativas hacia la mayoría de las parejas sexuales potenciales (i.e., la mayoría de los hombres) pero ocasionalmente cambian a positivo. Una respuesta negativa es la opción default de la mujer, por decirlo así. En la práctica, esto implica que el sexo generalmente cuando la mujer cambia su posición inicialmente negativa a una positiva. Esto es, cuando una pareja comienza a tener sexo, es principalmente porque la mujer ha cambiado su decisión: La mujer inicialmente rechaza los avances del hombres pero después cambia su voto de no a sí. La centralidad de este cambio (de no a sí) en la sexualidad de la mujer requiere que cada mujer tenga un cierto grado de flexibilidad, y las pautas más amplias de plasticidad erótica serían consecuencia de esta base. El cambio requiere mutabilidad y por lo tanto genera cambio posterior.

La tercera explicación posible está basada en la fuerza de impulso diferencial. Esto invocaría la opinion políticamente impopular pero teóricamente plausible de que las mujeres tienen un impulso sexual más débil que el de los hombres. Una motivación relativamente débil es presumiblemente más fácil de redireccionar, canalizar o transformar que un impulso sexual poderoso. De este modo las mujeres podrían ser persuadidas más fácilmente de aceptar formas sustitutas o alternativas de satisfacción, comparadas con los hombres, si los deseos sexuales en general de la mujer son más moderados.

Fuentes Próximas [Proximal] de Plasticidad

Estas causas de raíz pueden ser trasladadas al grado real de plasticidad comportamental de individuos vivientes o bien a través de pautas genéticas innatas  genéticas o por procesos de aprendizaje social y experiencias personales (incluso adaptaciones conscientes). La naturaleza de las causas próximas a la central [proximal] no se resuelve fácilmente, pero se pueden ofrecer algunas sugerencias especulativas. ¿Cómo, entonces, se instila en la realidad la plasticidad erótica?

Debe considerarse la posibilidad de que esté basada biológicamente. Muchos rasgos sexualmente basados son supuestamente preparados de modo genérico por el cromosoma X, del que las mujeres tienen dos y los hombres solamente uno. Tener dos conjuntos de genes relevantes podría dar lugar a una flexibilidad mayor que tener solamente uno. Específicamente, los dos cromosomas  X podrían llevar diferentes recetas de comportamiento, y por lo tanto estaría a cargo del ambiente determinar cuál de los dos debería prevalecer. En contraste, los hombres recibirían un programa genético único y sin ambigüedad, lo que deja menos oportunidad para la influencia ambiental.

Los niveles hormonales proveen otra base plausible para la plasticidad diferencial. La investigación ha descubierto en general que la testosterona es la hormona que por sí misma tiene los mayores efectos en el comportamiento sexual tanto de los hombres como de las mujeres. Como los hombres tienen sustancialmente más testosterona que las mujeres, el comportamiento del varón puede estar más sujeto a su influencia causal que el comportamiento de la mujer. (Por otro lado, los receptores de la mujer podrían ser más sensibles a la testosterona que los de los varones, lo que podría compensar la diferencia en cantidad de la hormona.)

En otra relevante línea de argumentación, T. Roberts y Pennebaker (1995; también Pennebaker & Roberts, 1992) han sacado como conclusión que los hombres en general son mejores que las mujeres en la percepción y detección de sus estados corporales internos. Advirtieron que en ambientes socialmente empobrecidos, como los laboratorios y los hospitales, los varones consistentemente son superiores a las mujeres en la estimación de sus propias reacciones corporales, tales como la presión de la sangre, los latidos del corazón, las contracciones del estómago, la resistencia respiratoria, la temperatura de los dedos y los niveles de glucosa en sangre. Esta diferencia de género desaparece cuando las mediciones se toman en localizaciones más similares a la naturaleza [naturalistic] y ricas en significados, en los que hay disponibles múltiples indicios sobre fuentes de sentimientos. Roberts y Pennebaker propusieron como explicación que los hombres juzgan sus respuestas emocionales y de excitación basados en la detección directa de claves sicológicas, en tanto que las mujeres se apoyan más en las claves sociales y situacionales para saber cómo responden. Si esto es verdad en general para todas las emociones, presumiblemente sería incluso más fuerte par alas respuestas sexuales, porque los signos de excitación son mucho más sobresalientes y nada ambiguos en el varón que en la mujer. Esta argumentación también podría explicar por qué la testosterona y las otras realidades bioquímicas internas tienen efectos mayores en la sexualidad del varón que en la de la mujer: Si los hombres están más sintonizados con sus estados corporales internos, entonces su nivel de testosterona ejercería un efecto todavía más grande en su comportamiento.

Sin embargo, es otra posibilidad que los hombres hayan evolucionado para ser impulsados con más fuerza por factores naturales y genéticos. Algunos autores han especulado en que puede haber una tasa más alta de mutaciones entre los varones que en entre las mujeres. Una especulación en este sentido es que el cromosoma Y (único y característico de los varones) podría ser un blanco frecuente [popular] de mutaciones. La naturaleza podría haber apuntado a los varones y al cromosoma Y para poner a prueba nuevas mutaciones, porque la mayor variación reproductiva entre los varones proporcionaría a la selección natural más oportunidades para operar (sobre esto discurre Kacelnik, 1999). La diferencia en variación reproductiva está bien establecida; en los seres humanos, por ejemplo, la mayor parte de las mujeres produce al menos un infante, y apenas si existe alguna mujer que tenga más de diez bebés. En contraste, muchos hombres tienen progenie cero, y otros exceden los 10 por cantidades sustanciales (Gould & Gould, 1997; Ridley, 1993). De este modo, los varones exceden a las mujeres en ambos extremos de los resultados reproductivos (i.e., más en cero y más por encima de  10). Estas diferencias ayudan a determinar cuánto tiempo le lleva a la selección natural determinar si una mutación particular aumenta o disminuye el éxito reproductivo. La variación relativamente pequeña en los resultados reproductivos de la mujer implica que se requerirían muchas generaciones para que un mutante dado probara ser mejor o peor que el original. En contraste, una mutación en los varones podría resultar en efectos más grandes en el lapso de pocas generaciones. Una mutación adaptativa podría ayudar a que un varón produjera docenas de descendientes, y una mutación maladaptativa sería rápidamente eliminada del pool genético. De este modo, como los varones son vehículos más eficientes con los cuales seleccionar y evolucionar, por lo tanto el comportamiento sexual del varón podría gradualmente haberse vuelto más con estas influencias biológicas más rígido en su funcionamiento [encumbered].

Los argumentos evolutivos a menudo invocan metas reproductivas diferenciales para hombres y mujeres (véase, e.g., Buss & Schmidt, 1993; Gould & Gould, 1997; Ridley, 1993). Como las mujeres no pueden tener tanta progenie como los hombres, presumiblemente son más selectivas en cuanto a parejas sexuales. Aunque se puede argüir a priori que la mayor selectividad conduciría a menor plasticidad (porque la mujer mal podría darse el lujo de buscar algo intermedio o de correr riesgos), se podría también sugerir que la selectividad plantea el mandato de un proceso de decisión complejo y cuidadoso que atiende a indicios sutiles y factores contextuales y que su misma complejidad provee la base de la mayor plasticidad.

Los argumentos biológicos y evolutivos sugieren buscar la plasticidad erótica en otras especies, lo que está más allá de la expertía de este autor y de la gama abarcada en esta reseñal. Sin embargo, un importante estudio reciente hecho por Kendrick, Hinton, Atkins, Haupt y Skinner (1998) resulta relevante, En un diseño experimental, se intercambiaron ovejas y cabras recién nacidas, de modo que las ovejas fueron criadas por cabras y viceversa. Después de que llegaron a la adultez, fueron vueltas a reunir con sus especies biológicas, y se observaron sus preferencias de apareamiento. De modo consistente con la hipótesis de la plasticidad erótica de la mujer, las hembras adultas mostraban voluntad de aparearse con cualquiera de las dos especies. Los machos, en contraste, preferían solamente su especie adoptiva y se rehusaban a aparearse con sus conespecíficos biológicos, incluso después de haber vivido con su propia especie tres años. Estos resultados sugieren que las inclinaciones sexuales del macho están basadas en procesos de impronta sexual que se producen tempranamente en la vida y que después siguen siendo inflexibles, en tanto que las inclinaciones sexuales de la hembra pueden continuar cambiando en la adultez.

La hipótesis de que la sexualidad del varón está sujeta a un proceso temprano de impronta [early imprinting process] que es irreversible (y que se opone a las influencias reversibles de la sexualidad de la mujer) sugiere que tanto la preparación genética como las experiencias tempranas son relevantes. Pone una calificación a la amplia hipótesis sobre la mayor plasticidad de la mujer: Quizás hay un estadio temprano en la vida durante el cual la sexualidad del varón es altamente receptiva a influencias sociales y ambientales. Después de esta impronta, sin embargo, la Sexualidad del varón sigue siendo relativamente rígida e inflexible, en tanto que la sexualidad de la mujer retiene la plasticidad a través de la adolescencia y la adultez.

Esto se empalma bien [dovetails well] con una teoría reciente de la orientación sexual presentada por Bem (1996, 1998). Bem rechazó las influencias genéticas directas sobre la orientación sexual, pero sugirió que los genes pueden afectar el temperamento, que a su vez puede conducir a una persona joven a preferir o bien a los varones o bien a las mujeres en calidad de amigos y compañeros de juegos. Más tarde, el género menos familiar crea excitación y por lo tanto se vuelve el foco de la atracción sexual. Bem (1996, 1998) ha sugerido específicamente que su teoría predice que la orientación sexual de la mujer será más fluida y cambiante que la del hombre, porque las niñas tienen más probabilidad que los niños de tener amigos y compañeros de juegos del sexo opuesto. Como “en la realidad las mujeres crecen en una cultura fenomenológicamente menos polarizada en cuanto al género, en comparación con los hombres” (Bern, 1998, p. 398), los varones tienden a ser polarizados entre encontrar sexualmente atractivos solamente a los varones o solamente a las mujeres, en tanto que la mayor familiaridad de las mujeres con ambos géneros las capacita para ser atraídas por uno de ellos o por los dos. Se puede extender el argumento de Bem para proponer que esta mayor orientación bisexual de las mujeres proveerá los cimientos de otras formas de plasticidad y cambio. Esta extensión es similar al argumento que presenté yo en relación con el cambio y el guión sexual de la mujer, [female sexual script] , excepto que la causa de la plasticidad depende íntegramente de factores sociales y experiencias tempranas, y que cualquier contribución de factores genéticos es indirecta.

Se podrían proponer otras argumentaciones más culturales que explicaran la plasticidad diferencial. Éstas sugerirían que la cultura enseña a los hombres a obedecer sus incitaciones biológicas, [biological promptings] pero enseña a las mujeres a pasar por alto las suyas y en lugar de ellas a obedecer las prescripciones sociales. Estos argumentos parecen relativamente implausibles, a la luz de la evidencia de que, a lo largo de la historia, los estereotipos prevalecientes han considerado que las mujeres están más cerca de la naturaleza que los hombre, y que de hecho cuando la sociedad efectivamente trata de cambiar la conducta de las mujeres generalmente lo hace diciéndoles qué es lo que según se alega está en su naturaleza biológica, como cosa opuesta a enseñarles a pasar por alto su factualidad biológica [biological factuality] (véase, e.g., Margolis, 1984). Sin embargo, es concebible que estén por aparecer nuevas y más plausibles versiones de estas explicaciones.

Procesos causales

Por ultimo, es útil considerar los posibles procesos causales, aunque éstos extienden la argumentación teórica más allá de lo que puede ser puesto a prueba en vista de la literatura de investigación actualmente disponible. Si el balance de los determinantes naturales versus los culturales difiere por género, entonces los procesos causales que dirigen la conducta sexual directa también tienen probabilidad de diferir.

Los procesos naturales típicamente están mediados por procesos bioquímicos. Es probable que hormonas como la testosterona ejerzan efectos fuertes y directos. A pesar del hecho de que los procesos exactos que conducen de los gentes a la conducta no son entendidos plenamente (aunque este campo es uno en el que se esperan avances sustanciales en la próxima década), se presume que los factores bioquímicos juegan un rol crucial en mediar estos proceso.

En contraste, los procesos culturales son mediados por los significados, lo que quiere decir conceptos simbólicos informacionales que pueden ser expresados en lenguaje y comunicados entre miembros del grupo. Normas, actitudes, reglas, expectativas y conceptos de relaciones proveen los contextos de los que pueden extraer su significado actos sexuales y decisiones específicas. La conducta depende de estos significados.

La diferencia de género prevista en esta hipótesis predice por tanto que la Sexualidad del varón recibe su forma de factores bioquímicos, incluyendo genética y hormonas, en un grado mayor que la sexualidad de la mujer. En contraste, la sexualidad de la mujer estará más impulsada por el significado que la sexualidad del varón, de modo que el contexto y la interpretación dan forma al proceso de toma de decisiones sexuales de la mujer (y de otras respuestas sexuales) en un grado mayor que en el de los hombres.

Formación de Hipótesis: La Revolución Sexual

 

Esta investigación fue inicialmente estimulada por una conclusión extraída por  Ehrenreich, Hess y Jacobs (1986) en su historia de la revolución sexual en los Estados Unidos, vale decir, que esa revolución fue principalmente un cambio en las mujeres y no en los varones. Las actitudes y deseos sexuales de los hombres eran muy parecidos o casi iguales después de la revolución sexual que antes de ella, aunque los hombres tenían más oportunidades para encontrar satisfacción después. Fueron las mujeres las que cambiaron fundamentalmente. A decir verdad, de acuerdo con Rubin (1990), las mujeres cambiaron varias veces, al principio abrazando un disfrute promiscuo del sexo casual como los hombres, y después deslizándose hacia una permisividad más limitada que aceptaba el sexo en las relaciones afectuosas pero no buscaba ansiosamente sexo con extraños (véase también Robinson, Ziss, Ganza, Katz, & Robinson, 1991).

La conclusión de que la revolución sexual fue primordialmente un cambio de las actitudes y conductas sexuales de las mujeres, y no las de los varones, fue aquella a la que llegaron otros investigadores además de Ehrenreich et al. (1986). Arafat y Yorburg (1973) y Birenbaum (1970) habían ya hecho similares observaciones. Los estudios empíricos, especialmente los que se dedicaban el mismo tipo de muestra (e.g., el mismo campus universitario) en intervalos repetidos, descubrieron consistemente que las actitudes y las conductas de loas mujeres cambiaron más que las de los varones durante la década del sesenta y los primeros años de los 70 (Bauman & Wilson; 1974; Croake & James, 1973; DeLamater & MacCorquodale, 1979; Schmidt & Sigusch, 1972; Sherwin & Corbett, 1985; Staples, 1973), lo que continúa incluso hasta adentrados los 80 (Robinson et al., 1991). Estudios nacionales bien construidos corroboraron estas conclusiones comparándolas con gente de más edad, que había crecido durante la revolución sexual, con gente más joven, cuyo florecimiento sexual [sexual prime] se había producido después de la revolución, y éstos también encontraron diferencias más grande en las mujeres que en los varones (Laumann, Gagnon, Michael, & Michaels, 1994; Wilson, 1975).

Para dar un buen ejemplo, Laumann et al. (1994) proveyeron data sobre la proporción de personas que respondieron [respondents] que habían tenido cinco o más parejas sexuales al llegar a los 30 (edad en la que la mayor parte de la gente se ha casado y ha cesado de acumular nuevas parejas sexuales). Para la primera cohorte, que llegó a la adultez antes de la revolución sexual, el 38% de los hombres habían tenido cinco o más parejas sexuales al llegar a los 30 años, en tanto que para la cohorte más joven la proporción aumentaba levemente, hasta el 49%. Para las mujeres, los números correspondientes eran el 2.6% y el  22.4%. De este modo la revolución sexual aumentada la probabilidad de los hombres de tener muchas parejas en unos once puntos de procentaje, o  sea, multiplicándose por un cuarto, en tanto que había multiplicado la probabilidad de las mujeres en un factor de más de ocho, y por más de 20 puntos de porcentaje. Expresado de otra manera, la revolución sexual produjo un modesto incremento en el número de hombres con cinco parejas o más, reflejando quizás nada más que la oportunidad incrementada, pero transformó radicalmente las vidas de muchas mujeres y creó una gran categoría de mujeres con muchas parejas [multipartnered women] que había sido casi inexistente antes de esa revolución (Laumann et al., 1994).

La implicación de que las mujeres fueron más cambiadas por la revolución sexual que los hombres sugirió la posibilidad más amplia de que la sexualidad de la mujer sea más maleable históricamente que la del varón. La investigación presente fue espoleada por esta hipótesis. Dada la dificultad de sacar conclusiones firmes sobre principios sicológicos partiendo de eventos históricos únicos, especialmente de los eventos altamente complejos, influidos por múltiples factores, me pareció necesario buscar evidencia en otras partes.

Evidencia de la Plasticidad de la Mujer

El método seguido para reseñar la literatura fue el siguiente: comencé con el volumen más recientemente disponible del Journal of Sex Research (1996 en ese momento) y trabajé yendo hacia atrás hasta el primer volumen,  leyendo todos los resúmenes [abstracts] y todos los artículos relevantes. Al cubrir la principal publicación en su integridad, yo tenía la esperanza de minimizar los peligros de la reseña selectiva y el sesgo de confirmación. Después los Archives of Sexual Behavior recibieron el mismo tratamiento de parte de un asistente de investigación. Estos artículos ofrecieron un punto de partida útil, y sus listas de referencias fueron usadas para encontrar nuevas fuentes en otras publicaciones. Se  escudriñó cuidadosamente la Encuesta del Instituto Nacional de Salud y Vida Social [National Health and Social Life Survey] (NHSLS; Laumann et al., 1994), en la medida en que ofrece los datos de encuesta más comprensivos y científicamente válidos (y justamente se la cubre en una sección separada).  Fuentes adicionales fueron sugeridas por colegas y por los reseñadores que nos ayudaron al revisar un borrador previo, y se agregaron durante las revisiones trabajos publicados más recientemente.

Los datos sobre sexualidad a menudo son menos que perfecto, en parte a causa de las dificultades éticas y prácticas de estudiar el sexo. Después de proveer la evidencia misma, se provee una discusión que resume las limitaciones en los datos y una crítica en general. En ese punto se discuten las explicaciones alternativas, pero dos de ellas merecen ser destacadas desde el principio.

En primer lugar, es concebible que haya mayores esfuerzos para controla la Sexualidad de la mujer que la del varón. Ésta no es en realidad una explicación alternativa en el sentido usual, porque es plenamente compatible con la idea de la mayor plasticidad de la mujer. Si la conducta sexual de la mujer pudiese ser regulada más efectivamente que la sexualidad del varón, entonces tendría sentido que la sociedad se concentrara sus esfuerzos en controlar a las mujeres. Sin embargo, es plausible que algunos descubrimientos que se refieran a la mayor variación o al impacto causal entre las mujeres pudieran reflejar la variación en los controles socioculturales y no la plasticidad diferencial. Lo que suele llamarse doble estándar puede ser un ejemplo, si en realidad significa que la sociedad permite o ha permitido a los hombres hacer cosas prohibidas a las mujeres.

En segundo lugar, los descubrimientos relativos al poder de variables socioculturales específicas para cambiar el comportamiento sexual tienen que vérselas con diferentes líneas de base en algunos casos. Por ejemplo, si la educación incrementa la proporción de hombres que se involucran en alguna práctica sexual del 70% al 80% en tanto que incrementan la proporción correspondiente de mujeres del 30% al 80%, algunos lectores podrían rehusarse a considerar esto como evidencia de mayor impacto en las mujeres: podría ser que el efecto de la educación en los hombres estuviera limitado por un efecto techo.

Variabilidad Intraindividual

La primera predicción de envergadura es la que se refiere a la variabilidad intraindividual. Si la plasticidad erótica es mayor entre las mujeres, entonces las mujeres deben mostrar mayor variación a lo largo de sus historias sexuales individuales que los hombres. El foco se pone en si estas personas en particular exhiben cambios en su sexualidad a lo largo del tiempo.

Una diferencia particular de género en la variabilidad intraindividual fue advertida por Kinsey, Pomeroy, Martin, y Gebhard (1953). Aunque su muestreo ha sido criticado por no estar a la altura de los mejores estándares modernos, esa crítica es irrelevante para este descubrimiento, y sus datos sobre historias sexuales individuales están entre los más detallados que se hayan recogido en la historia de la sexología. Descubrieron que algunas mujeres, pero prácticamente ningún hombre, mostraba pautas de cambios sustanciales en grado de actividad sexual. Una mujer podría pasar a través de una fase de tener muchísimo sexo, después no tener ningún tipo de actividad sexual por meses, y después entrar en otra fase de tener  gran cantidad de sexo. Si un varón pasaba a través de la experiencia de una ruptura romántica o de una separación física de su pareja sexual, tendería a mantener su tasa de orgasmos constante recurriendo a la masturbación o a otras actividades, pero las mujeres no necesariamente hacían esto. “Las discontinuidades en descarga total [total outlet] son prácticamente desconocidas en las historias de los varones,” a diferencia de las mujeres (Kinsey et ai., 1953, pp. 681-682). Estas discontinuidades son por tanto una importante confirmación de la hipótesis de la plasticidad erótica de la mujer.

El cambio intraindividual fue el foco de una investigación hecha por Adams y Turner (1985), que compararon los informes de actividad sexual en curso en una muestra de personas mayores (edad de 60 a 85) con los informes retrospectivos de la misma gente de lo que hacían en la adultez joven (edad de 20 a 30). Adams y Turner señalaron que la mayoría de los estudios de los efectos del envejecimiento en la sexualidad simplemente subrayan las reducciones en impulso y energía y por ello en actividad sexual disminuida, y por ello buscaron especialmente algunos signos de actividad en incremento. Solamente una pequeña minoría de su muestra mostró incrementos en alguna de las mediciones, pero esta minoría fue predominantemente de mujeres. De este modo, un patrón de cambio intraindividual a lo largo de varias décadas (actividad sexual en incremento) se encontró principalmente entre mujeres, y este patrón es de particular interés porque no se vuelve confuso por la pérdida de vigor o la salud en declinación, lo que haría que la evidencia de actividad sexual reducida fuera menos relevante para la teoría que presento..

Algunos de los datos más interesantes de Adams y Turner (1985) se refieren a la masturbación. Descubrieron que en las comparaciones de adultez joven con vejez, las mujeres mostraban notables y significativos incrementos en la masturbación (10% al 26%), en tanto que los hombres mostraban una disminución no significativa en el mismo lapso de edad (32% al 26%). Adams y Turner advirtieron que en su muestra las mujeres casadas tenían sobrerrepresentación, así que el cambio no refleja simplemente un viraje hacia la masturbación a medida que las mujeres perdían a sus parejas. Y lo que fue incluso más importante, Adams y Turner informaron que los hombres viejos que se masturbaban típicamente estaban continuando un patrón de masturbación que estaba presente en la adultez joven, en tanto que las mujeres que se masturbaban en su veintena típicamente habían interrumpido esa actividad más tarde en la vida. (También, dado el incremento en números totales, la gran mayoría de las mujeres que se masturbaban en la vejez no lo habían hecho en sus veintenas.) Los autores sacaron la conclusión de que los datos de masturbación mostraban que “las mujeres desplegaban más plasticidad en su conducta que los hombres” (p. 134).

Sin duda alguna, algún grado de flexibilidad sería útil para adaptarse al casamiento porque el requerimiento de coordinar las actividades sexuales de uno con una pareja en particular a lo largo de un largo período de tiempo presumiblemente requiere algunos acuerdos sobre tomar posiciones intermedias [some compromises] a no ser que la pareja esté perfectamente emparejada [matched] y sus deseos surjan y desaparezcan [wax and wane] en completa sincronía, lo que parece improbable. Los datos sobre cambios sexuales en la adaptación a matrimonios de larga duración fueron provistos por Ard (1977), quien, en un seguimiento de veinte años de un estudio longitudinal, preguntó a los individuos que habían permanecido casados por más de dos décadas hasta qué punto habían cambiado en sus ideas, hábitos y expectativas tempranas en relación con el sexo. Las esposas mostraron algo más de probabilidad que los maridos (13% a 9%) de afirmar que habían cambiado “muchísimo,” aunque esta diferencia no alcanzaba a ser significativa. Como algunas personas podrían haber aumentado su cambio autoinformado para dar buena impresión [to look good], Ard también les preguntó cuánto habían cambiado sus parejas en los mismos sentidos, y estos informes de pareja confirmaron  (y esta vez, significativamente) que las mujeres habían cambiado más que los hombres: 12% de las mujeres, pero solamente 6% de las esposas informaron que sus cónyuges habían cambiado muchísimo.

El cambio efectuado por las mujeres, mayor que el de los varones, al adaptarse al matrimonio, es especialmente notable dados otras características de los datos de Ard (1977). Cuando se les preguntaba sobre su frecuencia de actividad sexual en ese momento y sus preferencias del momento en cuanto a frecuencia de la actividad sexual, las respuestas de las mujeres indicaban que sus prácticas maritales correspondían casi con precisión con la cantidad de sexo que deseaban, en tanto que los hombres informaban una brecha significativa entre lo que querían y lo que estaba a su alcance conseguir. De este modo, los hombres no estaban consiguiendo lo que querían en esta importante medición, en tanto que las mujeres sí … y sin embargo la evidencia seguía mostrando que las mujeres se habían adaptado más que los hombres. Posiblemente las mujeres habían tenido más éxito que los hombres en poner sus expectativas a la altura de lo que estaban recibiendo, lo que podría ser otra manifestación de plasticidad y presumiblemente sería una adaptación muy beneficiosa.

El matrimonio por cierto no es el único tipo de relación que puede producir cambios en las actitudes sexuales. Harrison, Bennett, Globetti y Alsikafi (1974) descubrieron que las mujeres cambiaban sus estándares sexuales en el sentido de ser más permisivas a medida que acumulaban experiencia de citas. Los hombres no parecían cambiar en función de la experiencia de citas. Se podría haber predicho que la necesidad de encontrar posiciones de entendimiento con concesiones mutuas [the necessity of compromise] produciría cambio en las actitudes de ambos géneros, pero Harrison et al. descubrieron cambio solamente en las mujeres. De igual modo, Reiss (1967) descubrió que las mujeres aumentaban su permisividad sexual después de haber tenido novios duraderos [steady dates] o relaciones de amor, en tanto que los efectos de estas experiencias en los hombres eran no lineares. Reiss informó que el 87% de las mujeres, en contraste con el 58% de los varones, habían llegado a aceptar un comportamiento sexual que inicialmente los había hecho sentirse culpables. De estos, muchas más mujeres que varones citaron la relación con la pareja del sexo opuesto como el factor clave en provocar este cambio. Nuevamente, de este modo los datos sugieren mayor adaptación sexual de parte de las mujeres en contextos de relación.

En la década de 1960 y la de 1970, el sexo extramarital consensual aumentó, y los investigadores fueron capaces de examinar cómo las personas se adaptaban a este comportamiento inusual (a menudo llamado swinging). J. R. Smith y Smith (1970) estudiaron este fenómeno y sacaron como conclusión que “las mujeres están en mejor capacidad que los hombres de hacer los ajustes necesarios para la libertad sexual después de las fases de involucramiento iniciales” (p. 136). Advirtieron que esta mayor adaptabilidad de las mujeres fue especialmente notable en vista del hecho de que habían sido generalmente los hombres los que iniciaron el involucramiento en el swinging. Aunque Smith y Smith no proveyeron evidencia cuantitativa para respaldar su afirmación de la adaptación superior de las mujeres, su observación es digna de mención porque confirma una de las ventajas presuntas de la plasticidad, es decir, mayor capacidad para adaptarse a nuevas circunstancias.

Algunos de los mejores y más útiles datos sobre variabilidad intraindividual se refieren a la orientación sexual y a la actividad del mismo sexo. Operacionalmente, esto puede ser estudiado investigando si los individuos homosexuales han tenido experiencia heterosexual, lo que sugeriría un grado más alto de plasticidad en su orientación sexual. Comenzando con la investigación de Kinsey (Kinsey, Pomeroy, & Martin, 1948; Kinsey et al., 1953), muchos estudios han encontrado que las lesbianas tienen mayor probabilidad de haber tenido relaciones sexuales heterosexuales que los varones gays. Este efecto es especialmente notable dada la mayor promiscuidad de los varones, aunque podría tener algo que ver con la mayor iniciativa sexual exhibida por los varones (lo que significaría que es más probable que los heterosexuales aborden a las lesbianas más que los varones gays). Savin-Williams (1990) descubrió que cuatro quintas partes de las mujeres gays, pero solamente alrededor de la mitad (54%) de los varones gays habían tenido relación sexual heterosexual. En una muestra muy diferente, formada por juventud gay de la Ciudad de Nueva York, Rosario et al. (1996) descubrieron números casi idénticos: 80% de las lesbianas habían tenido sexo con hombres, pero solamente el 56% de los varones gays habían tenido relaciones sexuales con mujeres. Bell y Weinberg (1978) descubrieron que las lesbianas excedían a los varones gays en todas las categorías de experiencia heterosexual, incluyendo el coito, el sexo oral, la masturbación interpersonal, los sueños sexuales y el casamiento. En la muestra de Whisman (1996) el  82% de las lesbianas, pero solamente el 64% de los varones gays, habían tenido alguna vez sexo con un miembro del sexo opuesto. Whisman también preguntó si el respondiente había tenido una relación heterosexual significativa y nuevamente, la tasa de respuestas afirmativas fue significativamente más alta entre las lesbianas (72%) que entre los gays (45%).

Las altas tasas de experiencia heterosexual entre las mujeres gays fueron confirmadas por McCauley y Ehrhardt (1980), quienes descubrieron que más de la mitad de su muestra de lesbianas habían tenido sexo con hombres. Kitzinger y Wilkinson (1995) describieron una muestra de mujeres que se habían vuelto lesbianas después de un período de heterosexualidad adulta, que a menudo incluía casamiento. Rust (1992) describió una muestra de mujeres lesbianas, 43% de las cuales habían tenido relaciones heterosexuales después de haberse identificado como lesbianas, incluso muchos años después de adoptar la identidad lésbica. Bart (1993) también descubrió una pequeña muestra de lesbianas que entraban en relaciones con hombre, un patrón que condujo a Bart a atribuir alta plasticidad a la Sexualidad de la mujer. En una encuesta de residentes de un dormitorio universitario de mujeres, Goode y Haber (1977) descubrieron que todas excepto una de las mujeres que habían tenido parejas sexuales mujeres también habían tenido parejas sexuales varones (y que la que no había tenido había enumerado el tener sexo con un varón como algo que deseaba probar). Schäfer (1976) informó que las lesbianas de Alemania tenían más probabilidad que los varones gays de haber tenido experiencia heterosexual.

Descubrimientos similares fueron informados por la NHSLS (Laumann et al., 1994, pp. 310-313). Múltiples registros [tallies], tomados a diferentes intervalos de tiempo (e.g., el año anterior, los últimos 5 años, desde los 18 años) mostraron repetidamente que las mujeres tenían más probabilidad de tener tanto parejas mujeres como varones, al menos si se ajusta tomando en cuenta la tasa de base más alta de la homosexualidad del varón. De este modo, entre personas que habían tenido alguna pareja del mismo género en los anteriores cinco años, la mitad de los varones, pero dos tercios de las mujeres, también habían tenido sexo con parejas del género opuesto. “Las mujeres tienen mayor probabilidad que los hombres de haber tenido sexo con hombres y  mujeres, y no solamente parejas del mismo género” (p. 311). De igual modo, la razón de autoidentificación bisexual con identificación exclusivamente homosexual fue más alta para las mujeres (.56) que para los varones (.40; p. 311). Razones similares (.50 y .32, respectivamente) fueron descubiertas por Whisman (1996, p. 134), y en particular esta autora descubrió la razón más alta (de 2.00, lo que indica una mayoría de bisexuales) entre las lesbianas que indicaban que su orientación sexual era resultado de elección personal. Este último descubrimiento es especialmente relevante para la hipótesis de la plasticidad porque explícitamente vincula la plasticidad erótica autopercibida a la variabilidad intraindividual.

Otro modo de expresar este descubrimiento es que la bisexualidad requiere mayor plasticidad que la homosexualidad. Los estudios de la comunidad gay y bisexual muestran un balance diferente entre la bisexualidad y la homosexualidad dependiendo del género: De la gente que toma parte en sexo del mismo género, más mujeres que hombres se identifican a sí mismos como bisexuales. De hecho, la comunidad bisexual relativamente grande es considerada por el contingente exclusivamente lésbico como una  amenaza, y el conflicto gay-bi es por tanto más grande entre las mujeres que entre los varones (véase, e.g., Rust, 1993). Muchas lesbianas consideran que las mujeres bisexuales están en transición y niegan su verdadera sexualidad, y las contemplan con desconfianza (Clausen, 1990; Rust, 1993).

La plasticidad de la mujer es particularmente evidente en los descubrimientos de que algunas mujeres que disfrutan del sexo con varones comienzan a tener sexo con mujeres también y que siguen haciéndolo incluso después de sus patrones y hábitos sexuales están bien establecidos. Dixon (1984) informó sobre una muestra de mujeres heterosexuales casadas que nunca habían sentido ninguna atracción hacia las mujeres antes de los 30 años de edad pero que, en una edad mediana de 37, habían comenzado a tener sexo con mujeres, así como con hombres. Esto se producía en el contexto del  swinging (i.e., sexo extramarital consensual) y a menudo fue alentado por los maridos. No parece ser una conversión tardía en el despertar de un lesbianismo latente porque las mujeres continuaron disfrutando de tener sexo con hombres.

Los hombres no parecen exhibir esta forma de plasticidad. Varios estudios de swinging y sexo grupal descubrieron que las mujeres, pero no los hombres, comenzados las relaciones del mismo sexo bajo aquellas circunstancias. En un estudio de personas principalmente no casadas que tomaron parte en sexo grupal, O’Neill y O’Neill (1970) descubrieron que más de la mitad (60%) de las mujeres, pero solamente el 12% de los varones, se involucraban en actividad homosexual. Una investigación mucho más grande hecha por Bartell (1970) sobre una muestra predominantemente de casados involucrados en swinging arrojó descubrimientos paralelos. Mirando a una gran cantidad de episodios en los que dos parejas casadas intercambiaban parejas para el sexo, Bartell descubrió que las esposas tenían relaciones orales la una con la otra alrededor del 75% del tiempo, en tanto que los maridos tenían relaciones orales entre sí menos del 1% del tiempo.

Fang (1976) sacó como conclusión que entre los swingers la actividad sexual del mismo género “es rara para los varones, pero sin embargo es común para las mujeres” (p. 223). La autora advirtió que muchas mujeres swingers comienzan a tener sexo con otras mujeres “para complacer a sus maridos o para ser sociables” (p. 223) pero que después llegan a disfrutarlo.

Un lugar adicional para poner a prueba la hipótesis de la variabilidad intraindividual es la actividad erótica en lugares donde la heterosexualidad es imposible, como la prisión. Esta prueba puede sin embargo estar fuertemente sesgada en contra de la hipótesis de la plasticidad de la mujer, si las mujeres tienen menos deseo sexual que los hombres o si simplemente están más dispuestas que los hombres a abandonar el sexo totalmente por algún período de tiempo, como lo sugieren los descubrimientos de Kinsey et al.  A pesar de este sesgo posible, la evidencia en gran medida da apoyo a la hipótesis. Gagnon y Simon (1968) examinaron la actividad homosexual en las prisiones y sacaron como conclusión que la mitad de las mujeres en prisión, pero menos de la mitad de los hombres (las estimaciones van del 30% al 45%), se involucraban en actos físicos homosexuales, la mayoría de los cuales eran consensuales. Cuando se toma en consideración que (a) las tasas de base de homosexualidad son más altas entre los hombres que entre las mujeres, (b) los hombres fuerzan a otros hombres más que lo que las mujeres fuerzan a otras mujeres (Propper, 1981; Scacco, 1975), y (c) las mujeres pueden vivir sin ningún contacto sexual con más facilidad que los hombres, estos resultados apuntan hacia una disposición voluntaria sustancialmente mayor entre las mujeres que entre los hombres para permitirse actividad del mismo sexo en la prisión.

Se debe reconocer que los datos sobre actividad sexual en prisión están sujetos a cuestionamiento basándose en los sesgos del autoinforme, la mentira, el escepticismo sobre las diferencias de investigación, ambientales y de cultura organizacional entre las prisiones de varones y las de mujeres, y posiblemente por otros problemas. Una solución para algunos de estos problemas metodológicos es pedirles a los internos de las prisiones que estimen el grado de homosexualidad entre los otros internos. Con este método, la gente ni tiene que informar sobre su propia actividad, sino que meramente da sus estimaciones de qué están haciendo los demás. Ward y Kassebaum (1965) usaron este método tanto en prisiones de mujeres como de varones. Sus datos sugirieron que muchas más internas mujeres se involucran en actividad homosexual que internos varones.  Compactando [Collapsing ] el formato de multiple-choice para considerar cuántos respondientes habían pensado que más de la mitad de los internos de su prisión se involucraban en tales actividades,  Ward y Kassebaum descubrieron que una gran cantidad de respondientes mujeres (51%) pero relativamente pocos varones (21%) ofrecían una estimación tan alta de la prevalencia de la homosexualidad en prisión. Consistentemente con la interpretación de la plasticidad, los investigadores también descubrieron que la vasta mayoría de las mujeres y del personal pensaban que la homosexualidad en la prisión era meramente una adaptación temporaria a la vida de prisión y que no se continuaría fuera de ella. (De hecho, Giallombardo, 1966, sacó en conclusión que la mayoría de las interna mujeres mantenían una fuerte distinción entre lesbianas verdaderas, que preferirían a las mujeres fuera de la prisión, y que por tanto eran consideradas enfermas, y las mujeres que meramente se volvían gays mientras estaban en prisión.) Ward y Kassebaum también descubrieron evidencia convergente al examinar los registros de prisión de los internos, en los que era más frecuente la mención de actividad homosexual en los internos varones que en las internas mujeres.

Factores Socioculturales

La segunda predicción de gran envergadura derivada de la hipótesis de la plasticidad de la mujer es que los factores socioculturales tendrán un impacto mayor en la sexualidad de la mujer que en la del varón. Como ya se ha advertido, el ímpetu de esta investigación fue la afirmación de que la revolución sexual había tenido un efecto mayor en las mujeres que en los varones y que esto era parte de un patrón más amplio en el que los cambios históricos alteraban la sexualidad de la mujer más que la del varón.  Esta sección examina la evidencia de si las influencias socializadoras, las instituciones culturales, la ideología y otras causas producen mayores efectos en las mujeres. Debe  reconocerse que aunque la hipótesis de la plasticidad predice mayores efectos causales de parte de estos factores, la mayoría de los descubrimientos disponibles son solamente correlacionales. Estos factores pueden demostrar que es falsa la hipótesis causal, pero no pueden probar que es cierta.

Cultura y aculturación. Si las mujeres son socioculturalmente más maleables, tienen que variar más que los hombres de una cultura a la otra.  Esta idea tiene base en una variedad de evidencia, aunque es deseable que se haga considerablemente más trabajo en esta área. Para dar un ejemplo, Christensen y Carpenter (1962) compararon las tasas de sexo premarital a través de tres culturas occidentales y descubrieron una variación mucho más grande en las mujeres que en los hombres.

Una investigación nada usualmente amplia fue conducida por Barrí y Schlegel (1984), que usaron los datos etnográficos compilados sobre 186 culturas para comparar los patrones de conducta sexual en la adolescencia. En todas las mediciones de comportamiento sexual, encontraron mayor variación transcultural entre las mujeres que entre los varones, lo que los llevó a sacar como conclusión que “las variaciones en costumbres sexuales entre las sociedades son aparentemente más grandes para las muchachas que para los muchachos” (p. 325).

El mayor impacto de la cultura en las mujeres que en los varones fue demostrado de un modo diferente por Ford y Norris (1993). Estos investigadores estudiaron una muestra de inmigrantes hispánicos que entraron a Estados Unidos e incluyeron una medición (no sexual) de aculturación, que reveló en qué grado el inmigrante había adoptado la cultura norteamericana. La medición de aculturación se correlacionaba significativamente (y positivamente) con varias prácticas sexuales en el caso de las mujeres, pero no en el de los hombres; estas prácticas incluían relación sexual genital en el año anterior, sexo anal y uso de preservativo. La medición de aculturación también se correlacionaba significativamente con involucrarse en sexo oral y haber tenido sexo con una pareja no hispánica tanto en hombres como en mujeres, pero las correlaciones eran más fuertes para las mujeres: .51 versus .26 para el sexo oral y .64 versus .55 para parejas no hispánicas. Estos datos sugieren que cuando una mujer se muda de un país a otro diferente que tiene actitudes sexuales diferentes, es probable que su conducta cambie… especialmente en la medida en que ella adopta los valores y perspectiva característicos de la nueva cultura. En contraste, los hombres tienden a seguir siendo los mismos cuando cambian de países, sin tomar en cuenta el grado en el que adoptan los valores y perspectiva de la nueva cultura.

Educación. Los efectos de la educación en la edad de relaciones sexuales rápidas fueron estudiados por Wilson (1975), usando una muestra nacional en una encuesta de 1970. En esta encuesta, los niveles más altos de educación estaban asociados con demoras en comenzar el comportamiento sexual, y estas demoras parecen haber afectado a las mujeres más que a los hombres. Las proporciones de hombres que eran vírgenes en su cumpleaños vigésimo primero variaron sólo levemente desde los menos educados (19%) a los más educados (25%), pero para las mujeres la diferencia entre las menos educadas (18%) y las más educadas (43%) fue sustancial[2].

En esa misma encuesta, un ítem intrigante le preguntaba a la gente si creían que había una diferencia sustancial entre lo que la mayoría de la gente hace sexualmente y lo que querían hacer. Las respuestas a este ítem podían responden a experiencia personal, observaciones de otros, y proyección de los propios sentimientos a otros (e.g., véase Finger, 1975, sobre la proyección de material sexual). Y otra vez las mujeres mostraron más variación que los hombres en función de la educación. De hecho, el acuerdo de los hombres con este ítem fue el mismo desde los más educados (69%) a los menos educados (69%), en tanto que las mujeres altamente educadas acordaron menos (51%) que las mujeres menos educadas (65%). De este modo, la percepción de una brecha entre el deseo y la realidad en el sexo dependían significativamente en el nivel de educación de la mujer, pero el nivel de educación del hombre fue irrelevante. Las mujeres altamente educadas también tenían dos veces la probabilidad de las mujeres no educadas de presentar actitudes liberales y permisivas hacia el sexo, en tanto que las diferencias correspondientes entre los hombres fueron mucho más pequeñas.

Por supuesto, la educación no está principalmente apuntada a alterar las actitudes sexuales, así que los efectos del nivel educacional deben ser considerados productos laterales. Es útil considerar separadamente la cuestión de la educación sexual. Esto fue hecho por Weis, Rabinowitz y Ruckstuhl (1992). Tomaron sus muestras de tres cursos universitarios de sexualidad humana y obtuvieron mediciones de actitudes y conductas sexuales tanto antes como después de las clases. De un modo quizás sorpresivo, no encontraron que los cursos produjeran ningún cambio significativo en las conductas, y muchas actitudes (e.g., ante el aborto) de igual modo permanecieron impermeables a los efectos del curso. Sin embargo, sí pudieron encontrar algunos cambios en actitudes, en general apuntando a una permisividad sexual mayor… pero solamente entre las mujeres. Estos cambios se descubrieron con independencia de que las actitudes de la línea de base inicial (antes del curso) mostraran mayor permisividad entre los varones (e.g., en cuanto al sexo oral) o entre las mujeres (e.g., en cuanto a homosexualidad). Los varones no cambiaron, pero las mujeres sí, y las diferencias no eran atribuibles a las diferencias en la línea de base.

Religión. La asistencia a la iglesia y la creencia religiosa parece tener un efecto más fuerte (negativo) sobre la sexualidad de la mujer que sobre la del varón. Reiss (1967) descubrió diferencias notablemente mayores en la permisividad sexual par alas mujeres que para los varones, como función de la frecuencia de asistencia a la iglesia. Este resultado se mantiene independientemente de la tasa de base de asistencia a la iglesia, que es más alta para las mujeres.

Que el vínculo entre la religión y la sexualidad de la mujer es más fuerte (que el del varón) fue confirmado por  Adams y Turner (1985). Entre mujeres de edad, descubrieron que la asistencia a la iglesia predecía fuertemente que no se masturbaban (19% vs. 83% para quienes no asistían), en tanto que no se descubrió efecto significativo entre los hombres. Harrison et al. (1974) descubrieron que la participación religiosa predecía significativamente la permisividad y las normas sexuales de las mujeres rurales pero no las de los varones. También descubrieron que las mujeres que habían tenido más experiencia con novios fijos [steady dating] eran más permisivas, en tanto que la experiencia en citas era irrelevante para la permisividad de los varones.

Entre los alumnos de una pequeña Universidad religiosa, Earle y Perdcone (1986) descubrieron que la religión se correlacionaba negativamente con las actitudes sexualmente permisivas tanto para varones como para mujeres, pero que el estatus socioeconómico se correlacionaba con esas actitudes solamente para las mujeres. Yendo más allá, cuando compararon las actitudes de los estudiantes de primer año con los de cuarto [freshmen’s vs. seniors’], descubrieron que “the actitudes de las mujeres parecen cambiar más durante los años de universidad que las de sus pares varones” (p. 308).

Murphy (1992) descubrió que la clerecía católica de mujeres tenía más éxito en cumplir con sus votos de celibato que la clerecía católica de varones. Esto se mantuvo en varias mediciones de diversos aspectos (tuvo sexo alguna vez, con cuántas parejas tuvo, qué a menudo lo tuvo) y parecía ser ampliamente verdadero. De este modo, la sexualidad de la mujer tiene mayor aptitud que la sexualidad del varón para conformarse a los estándares altamente no permisivos en un contexto religioso, lo que otra ves sugiere mayor plasticidad.

Pares y progenitores. El grupo de pares no es una institución tan formal como la escuela y la iglesia, pero también tiene efectos en la socialización del comportamiento sexual. Los efectos de las actitudes y conductas del grupo de pares en la perdida de la virginidad fueron estudiados por Sack, Keller y Hinkle (1984). La conducta del grupo de pares afectó a los dos géneros; el hecho de que los amigos de los respondientes estuviesen o no teniendo sexo se correlacionó con el hecho de que los respondientes mismos estuvieran teniendo sexo o no, tanto en el caso de los varones (r = .47) como en el de las mujeres (r = .49). La aprobación de los grupos de pares estaba más fuertemente ligada al comportamiento sexual de las mujeres que al de los varones, sin embargo. Cuando se les preguntaba qué les parecería a los amigos si los respondientes tuvieran sexo, las respuestas de las mujeres predijeron significativamente si ellas habían tenido sexo (r = .53), pero el efecto para los varones no fue significativo (r = .26). Los autores también informaron efectos directos que fueron corregidos por efectos u otras variables. El efecto directo de la aprobación del grupo de pares en relación con los varones fue negligible,  .00, pero siguió siendo significativo en el caso de las mujeres, .25. También vale la pena advertir que las proporciones de vírgenes vs. personas que habían tenido sexo fueron casi idénticas en los dos géneros, de modo que los resultados de este studio no pueden ser adscritos a cualquier restricción de rango o efectos de techo/piso. (Sin embargo existe la posibilidad de que la elección de pares sea un resultado, y no una causa, de intenciones y prácticas sexuales. Por otra parte, Billy y Udry, 1985, descubrieron que estos efectos de selección eran más grandes entre los varones, lo que sesgaría los resultados en contra de la hipótesis de plasticidad.)

Resultados similares fueron obtenidos por Mirande (1968), quien descubrió un vínculo significativo entre la aprobación del grupo de pares y la actividad sexual, en el caso de las mujeres pero no en el de los varones. De las mujeres que habían tenido experiencia sexual, el 62% se asociaba con grupos de referencia que mostraban aprobación por las relaciones sexuales premaritales, en tanto que solamente el 17% de las mujeres inexpertas se asociaban con tales grupos; para los hombres, las cifras correspondientes fueron 100% y 64%. El aliento del grupo también significaba una gran diferencia. Más de la mitad (55%) de las mujeres con experiencia coital tenían grupos de pares que alentaban la actividad sexual, en tanto que casi ninguna (3%) de las mujeres vírgenes se asociaban con tales grupos. Para los hombres, el efecto se acercó a ser significativo, pero siguió siendo más pequeño (88% to 50%). La correlación entre tener amigos con experiencia sexual y tener experiencia sexual uno mismo fue significativa par alas mujeres pero no para los hombres.  De este modo, los datos de Mirande sugieren que la aprobación, aliento, expectativas y comportamientos de los amigos tienen una influencia mayor en las mujeres que en los hombres, aunque nuevamente la autoselección de amigos puede haber hecho su contribución a estos hallazgos.

Todavía más evidencia proveyeron Billy y Udry (1985). Se mostraron alertas ante el problema metodológico de que las mujeres podrían tener mayor probabilidad de asociarse con otras similares que los varones, lo que podría crear la ilusión de influencia de pares, pero estos autores pudieron descartar este efecto demostrando que no había influencia de género en la homogeneidad sexual de las amistades. Al recolectar los datos de la misma muestra en dos ocasiones separados por dos años, pudieron establecer con certeza que los patrones de amistad en el Momento 1 predecían cambios en el estatus sexuales, lo que hace que las inferencias causales sean más plausibles que lo que permiten los datos puramente transseccionales [cross-sectional]. Estos efectos fueron consistentemente más fuerte par alas mujeres blancas que para los varones. Específicamente, una mujer blanca virgen en el Momento 1 que había tenido una mejor amiga no virgen tenía seis veces más probabilidad de perder su virginidad en el Momento 2 que una mujer blanca virgen con una mejor amiga virgen. Si los datos estás restringidos a los pares de amistades estables (i.e., personas que citaron a la misma persona como mejor amiga en ambas ocasiones), la relación era todavía más fuerte. Los varones no mostraron este efecto.

Los progenitores pueden también ser considerados agentes de socialización, y son relativamente inmunes al problema del sesgo de la autoselección, en la medida en que los infantes no pueden elegir a sus progenitores. Por otra parte, no parece seguro dar supuesto que los progenitores socializan a los niños y niñas del mismo modo

(véase, e.g., Libby & Nass, 1971). Sin embargo, una reseña de la literatura sugirió que el peso de la evidencia indica que el ambiente familiar y de los progenitores tiene un efecto mayor en las hijas que en los hijos (B. C. Miller & Moore, 1990). La investigación longitudinal descubrió que vivir con un progenitor soltero aumentaba la probabilidad de la pérdida temprana de la virginidad para las hijas, pero no para los muchachos (Newcomer & Udry, 1987). (El divorcio de los padres durante el studio estaba asociado con actividad sexual incrementada tanto en los hijos como en las hijas). Un estudio más amplio de múltiples influencias de familia múltiple (especialmente maternas) descubrió que las actitudes sexuales y conductas sexuales de las hijas, más que las de los hijos, estaban más estrechamente relacionada con la mayoría de las variables sociales, incluyendo la edad de los progenitores, la edad de los progenitores en el momento de casarse, el divorcio de los progenitores, la preñez premarital de la madre y las actitudes de la madre hacia el sexo (Thornton & Camburn, 1987). (Específicamente, la sexualidad permisiva de las hijas se incrementaba al tener padres de más edad, casamiento más temprano de los padres, divorcio de los padres, preñez premarital de la madre y madres con actitudes permisivas.)

Un estudio de educación sexual hecho por Lewis (1973) contó la cantidad de tópicos que los niños aprenden de sus progenitores en calidad de índice de transmisión de información de parte de los padres. Este índice correlacionó significativamente con la probabilidad de tener relaciones sexuales y con la cantidad de parejas sexuales para las mujeres jóvenes (de modo tal que la mayor educación de parte de los progenitores predecía menos sexo y menos promiscuidad), pero las correlaciones no resultaron significativas para los hombres jóvenes. Lewis también descubrió que el conflicto marital en el hogar de los padres tenía un efecto más fuerte en el desarrollo sexual de la hija (lo que conducía a mayor experiencia sexual y mayor promiscuidad) que en la del hijos, aunque ambos efectos eran débiles.

Tanto las influencias de los padres como de los padres fueron estudiadas por Reiss (1967). Descubrió que la permisividad de la mujer recibía más influencias que la permisividad del varón, de parte de un amplio espectro de fuerzas sociales. Tanto los estándares de pares como de progenitors tenía una correlación más fuerte con la permisividad de las mujeres.

Factores genéticos versus ambientales. Un modo diferente de considerar los efectos socioculturales es considerar lo opuesto, es decir, la predicción genética. La investigación de genética comportamental ocasionalmente ha examinado los factores sexuales observando las correlaciones entre gemelos. Al comparar los mellizos monocigóticos y dicigóticos, puede estimarse el grado de contribución genética, y el resto de la variación puede ser tentativamente atribuido a plasticidad erótica. Esta técnica fue empleada por Dunne et al. (1997) con una gran muestra de mellizos australianos en el esfuerzo de predecir la edad de la primera relación sexual. Entre las personas nacidas después de la revolución sexual (i.e., los que están por debajo de los 40 años), los autores sacaron como conclusión que la contribución genética explicaba el 72% de la variación en los varones, pero solamente el 40% de la variación para las mujeres. Esta discrepancia sugiere que la sexualidad del varón está más determinada por factores genéticos, lo que a su vez implica un rol mayor para los factores socioculturales en las mujeres.[3]

El abordaje de genética comportamental también ha sido aplicado a la homosexualidad y, a decir verdad, la cuestión de si la orientación sexual es un asunto de natura o de nurtura (i.e., una elección socialmente influida o un patrón biológicamente labrado e indeleble) sigue siendo el foco de considerable controversia política, social, intelectual y emocional. Algunos estudios ciertamente sugieren un mayor efecto de la genética en los hombres. Usando un registro de mellizos, Bailey y Martin (1993; véase Bern, 1996) descubrieron que la heredabilidad de la orientación sexual era significativa para hombres pero no para mujeres: De igual modo, Hu et al. (1995) descubrieron un vínculo significativo entre cromosomas y patrones de homosexualidad para hombres pero no para mujeres. Por otra parte,, Hershberger (1997) encontró efectos para ambos géneros, y los efectos de la mujer fueron más intensos. Un par de estudios que usaban el método menos óptimo de comenzar con personas autodefinidas gays (lo que podría ocultar algunas diferencias de género, si las mujeres resultan ser más lentas en hacer una autoidentificación firme y definida como gays) y que examinaban hermanos y hermanas encontraron efectos más fuertes entre los hombres, pero las diferencias fueron leves (Bailey & Pillard, 1991; Bailey, Pillard, Neale, & Agyei, 1993). Las explicaciones genéticas también fueron favorecidas por  Bailey y Zucker (1995) en su resumen de los descubrimientos que buscaban predecir la orientación sexual adulta a partir del comportamiento del sexo opuesto [cross-sex behavior] durante la infancia. Llegaron a la conclusión, a partir de estudios retrospectivos, que los efectos son fuertes para ambos géneros, pero significativamente más fuertes para varones que para mujeres. Los estudios prospectivos por tanto han encontrado predicciones fuertes y significativas solamente para los varones.

Una reseña reciente de Bailey y Pillard (1995) es una de las pocas que distribuyen la evidencia por género. Estos autores llegaron a la conclusión de que la evidencia de la contribución genética a la homosexualidad era de lejos mucho más fuerte para los varones que para las mujeres. Por supuesto que esta diferencia en fuerza de la evidencia no necesariamente significa que el verdadero tamaño del efecto sea más grande en los varones, porque ha habido más estudios y muestras más grandes de varones solamente. Bailey y Pillard dijeron que algunos expertos han comenzado a sacar como conclusión que “la orientación sexual de la mujer es menos heredable que la orientación sexual del varón” (p. 136), pero ellos mismos consideran que esta conclusión es prematura y prefieren esperar a que haya más evidencia confirmatoria. Si los trabajos futuros continúan teniendo mayor éxito en establecer las contribuciones genéticas a la homosexualidad del varón y no a la de la mujer, este hecho fortalecería la idea de que la orientación sexual de la mujer es más maleable socioculturalmente.

Elección personal. Otro modo de abordar la cuestión de la plasticidad es examinar si las personas perciben su sexualidad como un asunto de elección y algo que al menos en parte está bajo su control, a diferencia de considerarlo algo innato e inmutable. En un sentido importante, este abordaje toma la cuestión del esencialismo versus el socioconstruccionismo en sexualidad (véase DeLamater & Hyde, 1998) y pregunta a los individuos qué opinión les parece que encaja en su sensación sobre su propia sexualidad. ¿Sienten que podrían construir socialmente su sexualidad, o les parece que es una parte innata de su esencia?

Varios estudios han examinado explícitamente si la persona tiene la percepción de que su orientación sexual es un tema de elección. Whisman (1996) entrevistó a homosexuales autoidentificados y descubrió que un procentaje más alto de lesbianas  (3I%) que de hombres gays (18%) describía su orientación sexual como algo que había sido objeto de elección consciente y deliberada. Usando una medición más matizada,  Rosenbluth (1997) descubrió que más de la mitad de las lesbianas de una muestra percibían que su homosexualidad era el resultado de una elección consciente y deliberada. Savin-Williams (1990) descubrió que las lesbianas sentían que habían tenido más control que los hombres gays sobre su orientación sexual. Además, las lesbianas tenían más probabilidad de pensar que podían renunciar a su orientación gay y menos probabilidad de considerar que su orientación sexual estaba más allá de su control personal. Por lo tanto, las percepciones subjetivas de la propia homosexualidad sugieren que la plasticidad erótica es más alta en las mujeres.

Estos datos empalman bien con la tendencia de la investigación genética. Aunque en ningún caso la masa de evidencia es totalmente rigurosa y abrumadoramente sólida, los datos actualmente disponibles ofrecen la mejor suposición de que la homosexualidad del varón está más fuertemente vinculada con determinantes genéticos o innatos, en tanto que la homosexualidad de las mujeres sigue estando más sujeta a la elección personal y la influencia social.

Ideología política. Consistentemente con la idea de que el lesbianismo puede reflejar la elección personal y la construcción social, hay informes de que algunas mujeres se vuelven gays por rezones políticas asociadas con el movimiento de mujeres. Blumstein y Schwartz (1977) informaron que algunas mujeres se volvían lesbianas bajo la influencia de la ideología política que definía a la heterosexualidad como una forma de dormir con el enemigo, en tanto que el lesbianismo era la única forma de sexualidad políticamente correcta. Advirtieron en sus conclusiones que estos cambios hacen surgir cuestiones teóricas sobre la plasticidad del deseo sexual, y por tanto anticiparon hasta cierto grado la argumentación de este artículo. Kitzinger (1987) resumió la opinion feminista radical de que “el patriarcado (no el capitalismo o los roles sexuales o la socialización o los hombres sexistas individualmente) es la raíz de todas las formas de opresión [y] que todos los hombres se benefician de ello y lo mantienen y son, por lo tanto, los enemigos políticos , [de las mujeres]” (p. 64). En consecuencia, la elección políticamente óptima de las mujeres debe ser rechazar la heterosexualidad. Kitzinger citó a una mujer que afirmaba que “para mí el rótulo ‘lesbiana’ es parte de la estrategia de la lucha feminista” (p. 113). La formulación de Johnston (1973) fue más tosca: “las feministas que todavía duermen con el hombre están entregando sus energías más vitales al opresor” (p. 167).

Informes similares de lesbianismo políticamente motivado se encuentran en otras fuentes. Por ejemplo, Pearlman (1987), al discurrir sobre el surgimiento del lesbianismo politico en la década de 1970, escribió, “Muchas de las nuevas lesbianas radicales, previamente heterosexuales, habían basado su elección tanto en la política como en el interés sexual en otras mujeres” (p. 318). Rosenbluth (1997) descubrió que el 12% de una muestra de lesbianas (y una proporción similar de mujeres heterosexuales9 citaban razones políticas como base de su orientación sexual y elección de estilo de relación.  Charbonneau y Lander (1991) descubrieron que una tercera parte de su muestra de mujeres que se habían convertido al lesbianismo durante la edad mediana citaron como razón de ello haber leído textos feministas, y hablaron del sendero feminista hacia la homosexualidad, en la el lesbianismo era un producto lateral [out- growth] del compromiso con el feminismo. En esa muestra, yendo más allá, algunas mujeres describieron el cambio como un hecho de autodescubrimiento, en tanto que otras lo consideraban como una elección activa, y estas últimas encontraban más difícil el ajuste (lo que no es sorprendente). Whisman (1996)  Whisman (1996) descubrió que las mujeres, pero no los varones, citaban razones políticas como razón para elegir la homosexualidad. La historia de la política sexual feminista de Echols (1984) registraba la fase de las separatistas lesbianas sobre “establecer el lesbianismo como una verdadera medida del propio compromiso con el feminismo” (p. 56), y otras feministas de primera línea denunciaron la heterosexualidad como una elección que de hecho era producto de la coerción ejercida por el sistema político patriarcal.

Aunque sería deseable tener más evidencia, el descubrimiento de que algunas mujeres aparentemente han cambiado parejas sexuales varones por parejas sexuales mujeres bajo la influencia de ideología política constituye evidencia de gran fuerza sobre la plasticidad erótica. Ninguna afirmación de este tipo se ha hecho en relación con los hombres, e intuitivamente parece dudoso que los escritos y discursos políticos fuesen capaces de persuadir a algunos hombres a abandonar a las mujeres y la heterosexualidad para tener relaciones sexuales con otros hombres en lugar de lo anterior. Si en verdad algunas mujeres han hecho un cambio de esta índole bajo influencias similares, esto confirmaría la mayor plasticidad sociopolítica del impulso sexual de la mujer.

Los informes de mujeres con una historia de deseos exclusivamente heterosexuales que cambian a tener relaciones homosexuales a causa de rezones políticas parece un descubrimiento que fue presentado como evidencia de variabilidad intraindividual: Cuando las parejas casadas comenzaron a congregarse para intercambiar parejas [mate swapping], después de un tiempo las mujeres comenzaron a tener sexo con otras mujeres, a menudo con el aliento de los hombres, a los que les gusta mirarlo (Dixon, 1984). El patrón inverso es casi desconocido (i.e., hombres heterosexuales ejecutando actos homosexuales en escenas grupales, especialmente si el propósito ostensible es entretener a sus esposas). Tales adaptaciones en las mujeres proveen una ilustración destacada y vívida de la plasticidad erótica.

No hay mucha evidencia de diferencias de género en el grado de influencia política en otros aspectos de la sexualidad, más allá de la orientación sexual. DeLamater y MacCorquodale (1979) informaron que la posición política general, medida o bien en términos de  clasificación autoinformada de liberales versus conservadores o en términos de participación política informada, predecían permisividad sexual en las mujeres más fuertemente que en los varones (p. 127). Otra vez esto sugiere una mayor influencia política en la sexualidad de la mujer que en la del varón, pero es deseable más evidencia.

Educación y Religión en la NHSLS

Las otras secciones de este artículo presentan evidencia proveniente de muchas investigaciones diferentes, pero esta sección considera solamente una, aunque es una fuente muy grande y completa. Los mejores datos disponibles sobre las modernas prácticas sexuales norteamericanas son los provistos por la NHSLS (Laumann et al., t994; Michael, Gagnon, Laumann, & Kolata, 1994). Estos datos representan una muestra nacional apropiada y cuidadosamente construida, con largas entrevistas individuales más cuestionarios escritos, que tuvo un éxito inusual en asegurarse altas tasas de respuesta s y logró por tanto evitar el sesgo de voluntariado que tan seriamente compromete el valor de muchas encuestas sexuales (e.g., véase Morokoff, 1986; Wiederman, 1993). Por lo tanto, la NHSLS merece especial atención.

Aunque los investigadores de la NHSLS no tenían ningún interés evidente en la cuestión de la plasticidad diferencial (y ni siquiera tocaron el tema), las extensas y detalladas tablas informadas en la versión más completa de su trabajo (Laumann et al., 1994) permiten la comparación de varones y mujeres en términos de predoctores socioculturales. Presentan datos extensos y detallados sobre los efectos (correlatos) de dos instituciones socioculturales principales, que son la iglesia y la escuela. Con más precisión, clasifican sus datos sobre muchas prácticas sexuales y actitudes de acuerdo con los niveles educacionales y la afiliación religiosa. Estos datos nos capacitan para comparar si los varones o las mujeres muestran mayor variación en respuesta a estas dos fuerzas institucionales. Si la plasticidad de la mujer es más grande, la variación a lo largo de las categorías debería ser más grande en las mujeres que en los varones. Como los efectos son típicamente lineales, la cobertura presente puede ser simplificada considerando meramente las categorías más alta y más baja [uppermost and lowermost] (se anotan más abajo las excepciones).  En cuanto a la educación, estas categorías son las personas con la menor educación (menos que la secundaria) versus aquellas con la mayor educación (grados de los primeros cuatro años universitarios o de los grados más avanzados [graduates or advanced degrees]). En cuanto a la religión, los casos extremos fueron lo que los investigadores llamaron Protestantes del Tipo II, que representaban a las denominaciones cristianas conservadoras, evangélicas y fundamentalistas, y en el extremo opuesto, las personas que anotaban como su religión “ninguna”. Estos últimos eran típicamente más activos en cualquier categoría sexual que se estuviera estudiando.

La información presentada aquí se basa en las tablas de Laumann et al (1994), no  (en la mayoría de los casos) en sus análisis estadísticos, y por tanto no es posible informar significación estadística. Se puede sin embargo metanalizar las direcciones de los efectos, e incluyo un análisis sumario de este tipo al final de esta sección.

Fue necesario tomar decisiones a priori sobre qué variables dependientes había que considerar. Las practicas sexuales principales que cualquier investigador presumiblemente tendría la expectativa de incluir son el sexo oral (haciéndolo y recibiéndolo), sexo anal, masturbación, actividad homosexual y uso contraconceptivo. (Las relaciones vaginales son demasiado estándar para ser +útiles; esto es, prácticamente todos los adultos heterosexuales que tienen sexo tienen relaciones vaginales.) Adicionalmente, informo evidencia sobre satisfacción sexual, frecuencia de sexo, disfunción sexual, duración del sexo y fertilidad; éstas son más periféricas, y algunos investigadores podrían preferir no incluirlas. Las presento para evitar acusaciones de haber informado selectivamente y para permitir que los lectores que juzgan diferentemente la centralidad saquen sus propias conclusiones,

Sexo Oral. Comenzando con las prácticas sexuales principales, es claro que las diferencias asociadas con la educación y la religión son consistentemente más grandes para las mujeres que para los hombres. En el ítem de si la persona ha alguna vez le ejecutado sexo oral a una pareja  tener un alto nivel de educación elevó las respuestas afirmativas de los hombres del 59% al 80.5% (un aumento a grandes rasgos de un tercio), en tanto que las de las mujeres aumentaron del 41% al 79% (casi el doble; nótese, sin embargo, que podría haber un efecto techo, dada la similaridad entre los hombres y las mujeres de alta educación. En la pregunta complementaria de si la persona había alguna vez recibido sexo oral, los hombres más educados y los menos educados diferían en menos (81% y 61%) que las mujeres más educadas y las menos educadas (82% y 50%). De este modo, en dar y recibir sexo oral el nivel de educación predecía diferencias mayores en la conducta sexual de las mujeres.

Con la religión, las diferencias entre las categorías más liberales y las más conservadoras fueron otra vez más grandes para las mujeres. Las diferencias entre ejecutar [4] 3 y recibir sexo oral, respectivamente, fueron 12 y 13 puntos de procentaje para los hombres, en tanto que par alas mujeres fueron 22 y 19.  Los efectos de la religión son por tanto opuestas a la educación, y a decir verdad la religiosidad parecía hacer a las mujeres más diferentes de los hombres, en tanto que la educación los hacía más similares.

Sexo Anal. El sexo anal provee un contrapunto útil porque las tasas de base de la NHSLS fueron muy bajas, en contraste con el sexo oral, que tenía altas tasas de base, y de este modo los descubrimientos son menos vulnerables a explicaciones basadas en los efectos de techo. La diferencia entre los desertores de la escuela secundaria y las personas con grados universitarios de Master  (o más) fue solamente de 8 puntos de porcentaje para los varones pero de 16 para las mujeres. Yendo más allá, el cambio proporcional hace que la diferencia sea todavía más espectacular: La educación producía solamente alrededor de un tercio de incremento en la probabilidad de que los varones se involucraran en sexo anal (del 21% al 29%), en tanto que la probabilidad de las mujeres se duplicaba y algo más (del 13% al 29%). Patrones similares se encontraron para la religión: Las mujeres mostraban mayor variación que los hombres, y la diferencia entre categorías representaba más que duplicar la probabilidad de las mujeres (del t7% al 36%, o 19 puntos), en  tanto que los varones aumentaban solamente alrededor de la mitad (de 21% a 34%, o t3 puntos). La diferencia es todavía más espectacular si se considera solamente la incidencia del sexo anal en el ultimo año, lo que es probablemente una medición más precisa y más estrechamente vinculada a la religiosidad que se tenga en el momento: Los hombres religiosos más educados y los menos educados apenas diferían (7% vs. 9%), en tanto que las más educadas (6%) y las menos educadas (17%) de las mujeres religiosas mostraban muy diferentes tasas de incidencia de relación sexual anal.

Masturbación. Con la masturbación, las comparaciones son difíciles porque las tasas de base diferían sustancialmente entre los varones versus las mujeres y porque se puede argüir que la actividad es diferente en los diferentes géneros. Parecía no haber clara diferencia genérica en las correlaciones entre nivel de educación y frecuencia de masturbación. El éxito de la masturbación (medido por la probabilidad de informar que uno siempre o generalmente tiene un orgasmo durante la masturbación) ciertamente variaba más en función tanto de la educación como de la religión en las mujeres que en los varones, lo que es consistente con la hipótesis de la plasticidad erótica. El efecto de la educación, sin embargo, no fue grande. En una postura conservadora, considero que los datos de masturbación no son concluyentes.

Variedad sexual. En el siguiente lugar, considérense los intereses y excitación sexuales como respuesta a prácticas noveles y diversas en calidad. Los investigadores de la NHSLS ofrecieron una lista de prácticas sexuales y pidieron a las personas que indicaran cuántas los atraían. Los hombres menos educados expresaron interés en 2.3 prácticas (de 15 presentadas), en tanto que las mujeres más educadas expresaron interés en solamente 2.6, así que la diferencia era negligible. Sin embargo, para las mujeres la diferencia fue de 1.3 a 2.1, de entre 14 totales. (El ítem sobre sexo anal activo fue borrado par alas mujeres.)

Los resultados para religión no fueron informados en su trabajo, presumiblemente porque las diferencias en general no fueron significativas. Es también posible comparar respuestas ítem por ítem, pero estas simplemente confirman el patrón reflejado en las medias del resumen [summary means]: El nivel de educación predecía diferencias mayores en la amplitud de los intereses sexuales de la mujer que en la de los hombres.

Actividad homosexual. La educación y la religión también están vinculadas a la actividad del mismo género. Se usaron varios ítems. Tres preguntaban si la persona había tenido alguna vez parejas del mismo sexo en el año anterior, en los cinco años anteriores, o desde los 18 años. Éstas no mostraban efectos lineales de educación, ni hubo ninguna consistencia en relación con el hecho de que los hombres o mujeres diferían más a lo largo de las categorías, de modo que no nos proveen de información útil relevante a la hipótesis de plasticidad (Laumann et al., 1994, p. 302).

Los resultados más claros se obtuvieron preguntando si el individuo se autoidentificaba como gay o bisexual. La educación universitaria duplicada la probabilidad de que los hombres se volviesen gays, en tanto que para las mujeres, la probabilidad se elevaba en un factor nueve. De modo similar, un compuesto de ítems que preguntaban por el deseo, o la atracción [attraction, or appeal] del mismo sexo descubrió que al aumentar la educación, la probabilidad de que los hombres diesen respuestas positivas aumentaba cerca de la mitad (5.8% a 9.4%), en tanto que par alas mujeres el aumento era casi cuádruple (3.3% a 1Z8%). Al determinar la actividad e interés sexual del mismo género, los autores mismos articularon el efecto diferencial de la educación diciendo que la “educación… parece ocupar un puesto destacado en las mujeres de un modo en que no lo hace en los hombres” (Laumann et al., 1994, p. 309) y que el aumento en la sexualidad del mismo género en función de la educación fue “más pronunciado y más monotónico para las mujeres” que para los varones (p. 309). Para la religión, también, los efectos predictivos en la identificación de gay/bisexual y en el compuesto de intereses fueron más grandes para las mujeres que para los hombres. La identificación de las mujeres como  gay/bisexual difirió por un factor de 15 (de 0.3 a 4.6) al comparar los protestantes conservadores con personas sin religión, en tanto que la identificación de los hombres difería en un factor de solamente nueve (de .7 a 6.2; adviértase sin embargo que dada la alta tasa de base, los varones aumentaron un punto de porcentaje extra). En el ítem compuesto, las mujeres aumentaron de 5.5 a 15.8, en tanto que los hombres aumentaron de 5.6 a 12.9.

Anticoncepción. La última de las prácticas sexuales principales que considero es el uso de contraconceptivos. La anticoncepción en el casamiento es un tema muy complejo y multideterminado para usarlo con los propósitos de este artículo, en la medida en que las personas pueden estar teniendo sexo o no para tener hijos. La anticoncepción en actividad extramarital o extradiádica es, sin embargo, mucho más simple y directa, porque es razonable dar por sentado que si uno está casado o en pareja, no quiere crear una preñez con otra persona. Para este ítem, los investigadores restringieron sus datos a personas que estaban teniendo parejas sexuales extradiádicas, lo que significaba que muchas categorías tuvieron muy pocos puntos con datos para informar. Sin embargo, todavía hubo suficientes datos para permitir comparaciones basadas en la educación (Laumann et aL, 1994, p. 451). La categoría de gente que informaba usar siempre contraconceptivos con la pareja secundaria mostró un incremento significativo entre las mujeres como función de la educación creciente, del 55% al 79%.  Irónicamente, para los hombres las mismas dos categorías educacionales mostraron una pequeña tendencia en la dirección opuesta, cayendo de 65% a 54%, lo que sugiere que los hombres más educados eran en realidad los más descuidados en relación con la anticoncepción.[5] En cualquier caso, la correlación con la educación fue mayor para mujeres que para varones.

Otras variables dependientes. Como se advirtió más arriba, es también posible considerar algunos aspectos del sexo menos centrales. Al informar que se está extremadamente satisfecho con el sexo que se tiene con la pareja (in sentido físico), la diferencia entre las mujeres más educadas y las menos educadas fue más grande que la diferencia correspondiente en relación con los hombres, aunque la diferencia no era tan grande y el progreso a través de las categorías educacionales no era tan linear, así que este resultado puede no ser concluyente. La diferencia entre protestantes conservadores y personas no religiosas fue también más grande para las mujeres que para los hombres en este ítem.

La frecuencia de sexo con la pareja estable [partnered sex] es de interés potencial, pero Laumann et al. (1994, p. 90) informaron que ni la religión ni la educación tenían ninguna relación con la frecuencia del sexo con pareja estable. Las diferencias entre los más y los menos educados en la cantidad total de personas que informaron sexo altamente frecuente fueron mayores para las mujeres que para los varones, lo que es consistente con la hipótesis, pero dada la carencia de significación general, a este descubrimiento probablemente no debería atribuírsele gran peso. Los autores advirtieron que había una leve tendencia a que los hombres sin ninguna afiliación religiosa tuvieran más probabilidad de informar sexo altamente frecuente que los protestantes conservadores, en tanto que no hay diferencia entre las mujeres en estas categorías, de modo que este efecto iría en dirección contraria a la hipótesis de plasticidad. Sin embargo, extrañamente las otras categorías religiosas mostraron una variación mayor entre las mujeres que entre los hombres, de modo que este ítem se apartaba del patrón típico en el que los protestantes conservadores y las personas sin religión constituían los extremos. La variación a través de las cuatro categorías de religión fue mayor par alas mujeres que para los hombres, de modo consistente con la hipótesis de plasticidad erótica de la mujer. Probablemente, estos números simplemente reflejan variaciones azarosas, no significativas, y por tanto también deben ser descartados.

En términos de la duración de la mayoría del evento sexual más reciente, hubo una tendencia sugerente. La educación producía una mayor variación en el porcentaje de mujeres que de hombres que decían que su más reciente encuentro sexual había durado menos de quinces minutos.[6]

Un trabajo subsiguiente con el mismo conjunto de datos examinó las influencias sobre la disfunción sexual (Laumann, Palk, & Rosen, 1999). Descubrió que más educación estaba asociada con menos disfunción sexual en las mujeres, en tanto que no hubo efecto significativo para los varones. De este modo, otra vez las variables socioculturales se mostraron vinculadas a mayores diferencias en las mujeres que en los varones.

En último termino, se puede considerar la fertilidad, que puede ser o puede no ser relevante en la medida en que se considere que el sexo está apuntado a la reproducción. El nivel educacional predecía una diferencia mayor en los patrones reproductivos de las mujeres que en los de los hombres, medidos en términos de la cantidad de hijos. También lo predijo la religión. A diferencia de otras variables, la fertilidad mostraba efectos direccionalmente similares para religión y educación: mujeres altamente educadas y mujeres altamente religiosas tenían menos hijos que otras mujeres.

Resumen. En los aspectos principales del sexo cubiertos por la NHSLS, fue posible construir 8 comparaciones en función de la educación. Una (masturbación) no fue concluyente, y las otras siete mostraron mayores efectos de la educación en mujeres que en hombres. Hubo cinco comparaciones en función de la religión, y las cinco mostraron efectos mayores en mujeres que en hombres. Al combinar éstas se obtuvieron 12 comparaciones que mostraban tamaños de efecto sociocultural mayores para mujeres y ninguno que mostrara mayores efectos en hombres. Esto puede ser considerar un patrón estadísticamente significativo, en la medida en que la combinación metanalítica arroja una probabilidad muy pequeña (p < .001) de que este resultado pueda estar ocurriendo por casualidad (Darlington, 1975).

Entre las prácticas menos centrales, los resultados se mostraron algo más mezclados. Sin embargo, incluso entre éstas la preponderancia de comparaciones mostró mayores efectos de la educación y la religión en las mujeres que en los hombres.

De este modo, los descubrimientos de la mejor base de datos disponible clara y consistentemente encajan con la hipótesis de la plasticidad erótica de la mujer. Los dos principales factores culturales estudiados en esa investigación, que fueron la educación y la religión, estuvieron asociados con mayores cambios en el comportamiento de las mujeres que en el de los varones. Esto resultó cierto, sin tomar en cuenta si las tasas de base eran altas (como en el sexo oral) o bajas (como en el sexo anal o en la actividad del mismo género). También fue así sin tomar en cuenta si el efecto de la institución era en general constreñir la actividad sexual (como con la religión9 o promover actitudes liberales e intereses amplios (como aparentemente ocurría con la educación). Los efectos techo y las diferencias de línea de base podrían contribuir a algunos resultados, pero otros resultados son inmunes a estos problemas,  y todos apuntan a la misma conclusión sobre la mayor plasticidad de la mujer.

Consistencia Actitud-Conducta

La tercera predicción derivada de la hipótesis de plasticidad es que las mujeres mostrarán una consistencia entre actitud y conducta más baja en relación con el sexo. Si la conducta de las mujeres es más maleable a las fuerzas situacionales que la de los hombres, entonces las mujeres tendrán mayor probabilidad que los hombres de hacer cosas contrarias a sus actitudes generales.

En relación con el sexo, la discrepancia entre las actitudes y comportamientos de las mujeres ha sido advertida por varios autores. Al comentar sobre su propio estudio de muchachas negras de escuela secundaria, Roebuck y McGee (1977) dijeron que “son de interés las incongruencias entre las actitudes expresadas y el comportamiento” (p. 104). La clase social se correlacionaba con las actitudes sexuales, por ejemplo, pero no con la conducta. Antonovsky, Shoham, Kavenocki, Modan y Lancet (1978) dedicaron un estudio especial a la inconsistencia entre actitudes y comportamiento en su estudio de muchachas adolescentes israelíes, en las que encontraron que un tercio de las no vírgenes adherían a que era un valor importante que una mujer siguiera siendo virgen hasta que se casara. Estos investigadores descubrieron que esta aparente autodesaprobación en parte se mantenía atribuyendo a causas externas [making external attributions] sus experiencias sexuales pasadas… y sin embargo las muchachas continuaban involucrándose en sexo incluso cuando desaprobaban hacerlo. Al considerar la brecha entre actitudes y comportamiento, Antonovsky et al. señalaron que “la conducta desembozada está mucho más influida por los factores situacionales que por las actitudes” (p. 270), lo que confirma la justificación racional de este artículo en usar la inconsistencia de actitud y comportamiento para poner a prueba la hipótesis de la plasticidad erótica.

La brecha actitud-comportamiento fue advertida por Croake y James (1973). Su investigación involucraba múltiples encuestas de alumnos universitarios de ambos géneros. Comparando sus descubrimientos en relación con las actitudes sexuales con los descubrimientos concurrentes provistos por otros trabajos sobre experiencia coital, advirtieron “un procentaje mucho más alto [de mujeres] que experimentan relaciones sexuales que aquellas del mismo grupo de edad que aprueban tal conducta” (p. 96) como evidencia de la inconsistencia entre las mujeres.

Se llegó a una conclusión similar en una investigación transcultural de Christensen y Carpenter (1962). Computaron una razón de aprobación-experiencia que les permitió investigar la participación en sexo premarital incluso cuando iba contra los propios valores. En las tres culturas que estudiaron estas razones fueron más bajas para las mujeres que para los hombres, y en su muestreo de norteamericanos en la región de UTA, sexualmente conservadora, la razón de mujeres fue solamente .33, lo que indicó que dos tercios de las mujeres que se habían involucrado en sexo premarital lo habían hecho en contra de sus valores personales. (Los varones en esa muestra habían tenido una razón de .59.)Como las tasas de base de participación en sexo premarital diferían sustancialmente por género, estos autores sí descubrieron que numéricamente más hombres que mujeres habían actuado en contra de sus valores. Sin embargo, la razón parece el indicador más significativo y relevante porque no se confunde por la tasa de basa, y sugiere que el sexo premarital implica una tasa más alta de violación de actitud para las mujeres que para los hombres.

Como las tasas de base de adulterio son bastante bajas y las actitudes de ambos géneros son bastante negativas, es difícil conseguir Buenos datos sobre la consistencia de actitud y comportamiento en esta espera. Una solución creativa, desarrollada por Hansen (1987), involucró considerar el involucramiento de las parejas que estaban saliendo en citas en cualquier actividad erótica extrínseca, tal como besarse o acariciarse. Y resultó que Hansen descubrió que las mayorías tanto de hombres como de mujeres en su muestra había experimentado contactos extradiádicos (de sí mismos o de una pareja). A pesar de la alta frecuencia, la tolerancia fue baja, y tanto hombres como mujeres expresaron algún grado de oposición a tal actividad. Sin embargo, para los propósitos de este studio, las comparaciones cruciales implicaron si las actitudes (y otras variables predictoras) se correlacionaban con haberse involucrado en actividad extradiádica.

La variable más directamente relevante fue la permisividad extradiádica, esto es, la actitud hacia tal actividad. La correlación entre tolerar tal actividad y haber participado en ella fue más fuerte para los varones (r = .48) que par alas mujeres (r = .31). Otras variables, incluyendo la religiosidad, las actitudes sexuales, las actitudes en general y la identificación con roles de género, también mostraron correlaciones más fuertes para varones que para mujeres. Combinar los efectos de todas estas variables predoctoras de actitudes puso a Hansen (1987) en condiciones de explicar un tercio (33%) de la variación en si los hombres habían sido infieles [strayed], pero las mismas predoctoras explicaron solamente una novena parte (11.4%) de la variación en la conducta de las mujeres.

Otra área en la que puede examinarse la consistencia de actitud y comportamiento es el uso de condones. Herold y Mewhinney (1993) condujeron una encuesta de personas en un bar de solteros. Los autores subrayaron “la obvia discrepancia entre las actitudes informadas favorables a los condones y el descubri9miento de que la mayoría de los respondientes no usara consistentemente condones durante su última experiencia con sexo casual” (p. 42). La inconsistencia era aparentemente mayor entre las mujeres: ellas informaban una intención más alta que los hombres de usar condones, así como informaban de un miedo mayor de las enfermedades sexualmente transmitidas, pero el uso real del condón fue el mismo para ambos géneros. Como la gente usa los condones menos que lo que dicen que deberían hacerlo, las conductas de las mujeres fueron más inconsistentes con sus actitudes que lo que fueron las conductas de los hombres. Yendo más allá, el factor de tentación hubiera debido producir el efecto opuesto. Los condones en general son vistos como menoscabadores [detracting] del placer del hombre más que del de la mujer, y por tanto los varones hubieran debido estar más dispuestos a traicionar sus actitudes favorables al condón.

La muestra de bares de solteros [singles] estudiada por Herold y Mewhinney

(1993) mostró también inconsistencia entre las actitudes y conductas de las mujeres en relación con el sexo casual en sí mismo, que fue definido como haber tenido contacto erótico que hubiera ido más allá de abrazarse y besarse con alguien que el respondiente hubiese conocido el mismo día del contacto. Solamente el 28% de las mujeres dijeron haber pensado previamente [anticipated] tener sexo con alguien que acaban de conocer, pero la mayoría (59%) lo había tenido. La alta tasa de haber tenido sexo con un nuevo conocido o conocida fue especialmente notable en vista de los descubrimientos que indicaron que las mujeres informaban altas tasas de culpa por estas actividades (72%) y tasas bajas (2%) de afirmar que las habían disfrutado consistentemente. Los autores señalaron que esta inconsistencia era una rara característica [peculiar] de las mujeres, aunque no la habían predicho y no tenían explicación para ella: “La evidente contradicción entre las actitudes negativas expresadas por muchas de las mujeres en relación con el sexo casual y el hecho de que la mayoría de ellas se haya visto involucrada en sexo casual nos da más preguntas que respuestas” (p. 41).

Más abajo pongo a consideración la posibilidad de que una razón para la plasticidad erótica de las mujeres es que el rol de las mujeres les existe participar en el sexo incluso cuando no desean particularmente hacerlo. Haber tenido sexo sin deseo es una forma de inconsistencia (aunque puede involucrar deseos específicos que sean inconsistentes con la conducta y no actitudes generales). Beck, Bozman y Qualtrough (1991) encuestaron a personas preguntando si habían participado en sexo sin desearlo. Aunque una mayoría de ambos géneros informaron haberlos hecho así, la proporción de mujeres fue más alta (82%) que la de los hombres (60%), y los autores además advirtieron que casi todas (97%) las mujeres que habían pasado de los 25 años informaban haberse involucrado en sexo cuando carecían de deseo de hacerlo. Altas tasas de sexo no deseado también surgieron de un estudio de personas involucradas en relaciones de compromiso: Durante un período de 2 semanas, el 50% de las mujeres, pero solamente el 26% de los varones, se habían involucrando en actividad sexual no deseada al menos una vez (O’Sullivan & Allgeier, 1998).

La homosexualidad provee otra esfera en la que se puede estudiar la consistencia de actitud y comportamiento. Laumann et al. (1994) abordaron esta cuestión calculando la superposición entre tres categorías de sexualidad del mismo género: deseo, conducta e identidad. El deseo consistía en una respuesta positiva a preguntas sobre la atracción sexual hacia una persona del mismo género, y sobre encontrar atrayente la idea de sexo con el mismo género. La conducta consistía en haber tenido sexo (pasados los dieciocho años) con alguien del propio género. La identidad se refería a la autoidentificación como gay o bisexual. La inconsistencia de actitudes y conducta se muestra quizás mejor en personas que no logran implementar de ningún modo sus deseo: “El deseo sin conducta adulta o identidad correspondiente… [caracterizó] al 59 por ciento de las mujeres y 44 por ciento de los hombres” (p. 298). La consistencia máxima, en contraste, habría sido exhibida por personas que registraban positivo en los tres indicadores. La consistencia fue mayor entre los varones (24% de los que puntuaron positivo en cualquiera de los ítem del mismo género) que en las mujeres (15%).

La medición de actitud más pura en relación con la homosexualidad en la NHSLS fue si la persona estimaba que el sexo del mismo género fuera atractivo. Este ítem no dependía de la experiencia realidad del deseo o el comportamiento sino que era una simple estimación actitud en abstracto. Este ítem también tenía la ventaja de que tanto hombres como mujeres tenían aproximadamente iguales tasas de actitud en lo abstracto. Este ítem también tiene la ventaja de que hombres y mujeres tenían en él aproximadamente tasas iguales de respuestas positivas. De aquí que la cuestión de la consistencia actitud-comportamiento pueda ser formulada examinando si estas respuestas actitudinales se correlacionaban con la conducta real. Laumann et al. (1994, p. 159) descubrieron que menos de la mitad de las mujeres a las que les gustaba la idea del sexo con el mismo género había en realidad tenido sexo con otra mujer en el año anterior. En contraste, casi el 85% de los hombres que encontraban atractiva la idea del sexo con el mismo género había tenido sexo con un hombre en el año anterior. Aunque es posible que las diferencias de género en oportunidad e iniciativa hayan contribuido a esta diferencia, resulta claro que la consistencia de actitud y comportamiento fue sustancialmente más baja entre las mujeres.

Las discrepancias de actitud y comportamiento en relación con la homosexualidad fueron también documentadas por Bell y Weinberg (1978). Estos autores encontraron que las brechas entre los sentimientos (o deseos) homosexuales eran mucho más grandes para las lesbianas (22 puntos de porcentaje) que para los varones gays (3 puntos de procentaje). Yendo más allá, las lesbianas tenían más probabilidad que los varones de haber intentado abandonar su homosexualidad y “volverse héteros”… lo que es irónico porque las lesbianas expresaron menos quejas sobre su homosexualidad y tenían menos probabilidades de desear una “píldora mágica” que instantáneamente los transformara en heterosexuales. Golden (1987) también se vio impresionado por las inconsistencias entre los pensamientos y los sentimientos de las mujeres en relación con la orientación sexual. Su muestra exhibía notable incongruencias, incluyendo mujeres que se identificaban como lesbianas (a menudo por rezones políticas) pero cuyos deseos sexuales habían sido exclusivamente heterosexuales, así como el patrón inverso, de mujeres que se identificaban a sí mismas como heterosexuales, pero que habían tenido sexo solamente con mujeres. De moco consistente con la hipótesis presente de que las mujeres tienen mayor plasticidad erótica,  Golden afirmó que los hombres gays tendrían menos de estas inconsistencias, tendrían menos probabilidad que las lesbianas de considerar su homosexualidad como algo electivo, y en general tendrían menos probabilidad de exhibir los patrones de conducta sexual “fluida y dinámica, en oposición a fijada e invariable” (p. 19) cuya posesión según esta autora era  característica de las mujeres.

Para conseguir evidencia que resulte convergente con los descubrimientos de homosexualidad, se pueden considerar los descubrimientos de la investigación sobre masoquismo sexual. Los varones tiene algo más de probabilidad que las mujeres de involucrarse en esta forma de actividad sexual (véase Baumeister, 1989), y ciertamente algunos investigadores se han concentrado en el masoquismo del varón simplemente por pura conveniencia: es más fácil conseguir una muestra de participantes que se hayan involucrado en esta actividad si se usa varones en lugar de mujeres (véase, e.g., Moser & Levitt, 1987; Scott, 1983; Spengler, 1977). Los estudios que han comparados los dos en general encuentra más masoquistas varones que mujeres (Moser & Levitt, 1987), aunque las diferencias no son grandes.

Sin embargo los datos sobre fantasía y deseo no encajan en el patrón habitual de mostrar más en varones. Si es que hay algo, las mujeres tienen más fantasías y deseos de sumisión. Esto fue confirmado en una reseña reciente de Leitenberg y Henning (1995), aunque su abordaje analítico combinaba ser obligado a entrar en actividades sexuales con ser atado, humillado, reducido a esclavo sexual y otras marcas registradas del  masoquismo (cfr. Baumeister, 1989). Sin embargo, a través de muchos estudios y diferentes clases de mediciones, las mujeres tienen más probabilidad que los varones de tener fantasías sumisas y masoquistas. De este modo, los datos de masoquismo se parecen a los datos de homosexualidad: es más probable que las mujeres y no lo varones informen tener estos deseos e intereses, pero es menos probable que sean ellas y no los hombres quienes informen haber tomado parte en tales actividades. Por tanto, para las mujeres hay una brecha más grande entre la actitud (o deseo) y la conducta.

Los datos sobre masoquismo son especialmente útiles porque descartan una explicación alternativa más, que podría aplicarse a los datos de homosexualidad. He dicho que los varones principalmente muestran discrepancias entre el deseo y la conducta a causa de falta de oportunidades: Muchos hombres quieren involucrarse en sexo pero no pueden encontrar una pareja mujer depuesta., La actitud en general más conservadora y selectiva de las mujeres hacia el sexo implica que las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de acceder a [comply with] pedidos de sexo (Clark & Hatfield, 1989). La dificultad de encontrar una pareja sexual mujer concebiblemente ayuda a explicar por qué las mujeres tienen menos éxito que los hombres en llevar a la práctica sus deseos del mismo sexo. Sin embargo, en el masoquismo los buscados como pareja son generalmente miembros del sexo opuesto, y de este modo las mujeres estarían buscando a varones para dominarlas. Por lo tanto las mujeres deberían disfrutar de una ventaja sobre los hombres, cuando los dos estén intentando llevar a la realidad sus fantasías de sumisión, y por tanto esta explicación alternativa predeciría que las mujeres tendrían mayor consistencia en actitud y comportamiento en esta esfera. En lugar de ello, otra vez las mujeres muestran más inconsistencia, lo que encaja con el patrón amplio que he postulado como hipótesis, es decir, que las actitudes y comportamientos de las mujeres son menos consistentes que las de los hombres cuando se trata de sexo.

Evaluación de la Evidencia y los Problemas Posibles

Evidencia En Contrario

Unos pocos estudios han arrojado descubrimientos que parecen contradecir el patrón general de consistencia de actitud y conducta más baja entre las mujeres que entre los hombres. En una encuesta de alumnos de una universidad pequeña, privada, sureña y relacionada con la iglesia, Earle y Perricone (1986) descubrieron que las actitudes de las mujeres hacia el sexo premarital predecían más fuertemente si habían tenido sexo premarital que las actitudes de los hombres. Una explicación posible es que las tasas más bajas de predicción para los varones reflejaban la falta de oportunidad. Muchos hombres pueden haber deseado sexo pero haber sido incapaces de encontrar una pareja dispuesta, particularmente en una institución religiosa. El descubrimiento de que las actitudes de las mujeres hacia el sexo eran mucho más conservadoras que las actitudes de los hombres da apoyo a esta idea, y de este modo el descubrimiento puede no ser una excepción significativa al patrón de la plasticidad de la mujer.

McCabe (1987) encuestó una muestra australiana de personas involucradas en relaciones serias en cuanto a si están teniendo sexo y si están contentas con tenerlo (o no tenerlo). Esta autora encontró “una mayor congruencia entre deseo y experiencia para las mujeres que para los hombres” (p. 31). Esta discrepancia fue debida principalmente al desbalance en la categoría de personas que no están teniendo sexo pero que desearían estarlo teniendo. Esta categoría de “vírgenes reacios a serlo” fue casi íntegramente hecha de varones. Otra vez esto parece reflejar una falta de oportunidad de los varones para transformar sus deseos en actos.

DeLamater y MacCorquodale (1979) descubrieron correlaciones  más altas par alas mujeres que para los varones entre ideología sexual personal (i.e., actitudes de aprobar actividades en particular) y la actividad sexual reciente dentro de una relación. Esto también puede reflejar la falta de oportunidad para los varones. La naturaleza de las mediciones parece especialmente apta para conducir a esta consistencia, en la medida en que las mediciones establecían con certeza la sexualidad dentro de una relación y la aprobación de tal actividad. El conjunto en general de la evidencia de inconsistencia no se refiere a contextos de relaciones (y gran parte de ella estaba incluso explícitamente fuera de relaciones).

Una clase diferente de evidencia en contrario se encontró en la NHSLS. Laumann et al. (1994) informaron que la residencia urbana (en lugar de rural) estaba más fuertemente correlacionada con la homosexualidad del varón que con la de la mujer, y esto va en contra del patrón general de mayores influencias socioculturales en las mujeres. Hasta cierto punto, este descubrimiento podría ser explicado basándose en que los varones inclinados hacia la homosexualidad se mudan hacia las grandes ciudades para encontrar a otros como ellos, pero Laumann et al. descubrieron que quedaba alguna diferencia incluso si consideraban solamente si la persona nacía en un ambiente urbano, versus un ambiente rural. De este modo, crecer en una gran ciudad aparentemente tenía una chance mayor de influir en los hombres que en las mujeres para que llegaran a ser gays.

La diferencia rural-urbana no fue predicha por Laumann et al. (1994), ni estos autores tuvieron ninguna idea clara de lo que significaba ni por qué se producía. Considerando el gran número de análisis que condujeron y la preponderancia de evidencia en favor de la mayor influencia en las mujeres, este descubrimiento puede concebiblemente ser un golpe de suerte estadístico. Y ahora parece otra vez necesario considerar la posibilidad de que refleje una diferencia genuina y por tanto una contradicción legítima del amplio patrón de mayor plasticidad entre las mujeres. Sin embargo, se refiere crucialmente a experiencias de infancia. Donde crece la persona afecta al varón más que a la mujer. Sin ninguna duda las ciudades ofrecen una probabilidad sustancialmente más alta de encontrarse con gente gay, en comparación con la vida rural, y si los varones están sujetos a procesos de impronta temprana en la vida, el ambiente de infancia puede tener un efecto más intenso en el varón.

Uno de los revisores de un borrador previo de este artículo propuso que los hombres tienen una plasticidad erótica más alta basándose en dos hechos: En primer lugar, los hombres están más dispuestos a tener sexo con muchas parejas diferentes (véase, e.g., Buss & Schmitt, 1993; Clark & Hatfield, 1989), y en segundo lugar las mujeres tienen un proceso de decisión más largo sobre si tener sexo con un hombres en particular. La mayor disposición y voluntad de los hombres de tener sexo con diferentes parejas probablemente no es resultado de una elección  personal idiosincrásica o de cambio flexible, sin embargo; lo que resulta más probable es que refleje un aspecto bastante estable del deseo sexual del varón (véase, e.g., Buss & Schmitt, 1993; Ridley, 1993). L. C. Miller y Fishkin (1997) les preguntaron a una muestra de estudiantes universitarios cuántas parejas sexuales de toda la vida les gustaría tener en toda la vida, y la respuesta media de los varones fue más de cinco docenas (en comparación con las 2.7 de las mujeres), lo que sugiere que el interés en parejas múltiples es un aspecto estable de la sexualidad para muchos hombres.

En cuanto a los procesos de decisión, parece probable que un proceso más largo y complejo sea más flexible y esté más sujeto a factores situacionales y sociales, y no menos. Está bien establecido que las respuestas rápidas y automáticas tienden a ser simples y eficientes pero inflexibles, en tanto que los procesos controlados y deliberados tienden a ser lentos, complejos y altamente flexibles (véase, e.g., Bargh, 1982, 1994, 1997). El proceso de decisión más largo puede por lo tanto ser interpretado como un hecho que apoya la hipótesis de que la plasticidad erótica de la mujer es más alta que la del varón.

¿Qué Pasa con las Parafilias?

Otro patrón importante y potencialmente contrario se encuentra en las diferencias de género en las parafilias (también conocidas como variaciones sexuales o perversiones). Casi todas las fuentes informan  que los varones se involucran en ellas más que las mujeres, aunque hay algunas ambigüedades en la evidencia (e.g., ciertos patrones tales como el exhibicionismo y el bestialismo pueden ser más tolerados entre las mujeres y por tanto no considerados como parafilias; véase Amsterdam Sex Museum, 1999). Si los varones se involucran en prácticas sexuales más variadas, ¿constituye esto una forma de plasticidad sexual en la que los varones sobrepasan a las mujeres?

Como ya se advirtió, mis predicciones en relación con la variación están limitadas a la variación intraindividual. La variación interindividual bien puede tener una fuerte base genética. Es posible que la mayor variación en los gustos sexuales del varón refleje variación genética en lugar de plasticidad sociocultural.

Retomando el punto, algunas parafilias parecen incontrovertiblemente aprendidas. Por ejemplo, el látex no existió sobre el planeta lo suficiente para influir en los procesos evolutivos y los marcadores genéticos, y por tanto un fetiche de látex parece que debe interpretarse de modo máximamente plausible como algo aprendido y no innato (aunque es difícil descartar la posibilidad de que este fetiche sea un producto lateral de alguna otra tendencia genética e innata; yendo más allá, los fetiches relacionados con el látex pueden ser populares en ambos géneros). Si los varones tienen más probabilidad que las mujeres de adoptar estas parafilias, entonces ciertas variables sociales y situacionales aparentemente tienen efectos más fuertes en varones y no en mujeres.

La investigación no ha provisto todavía una comprensión clara de las causas de las parafilias. Para los propósitos de este artículo, es meramente necesario sugerir algún modo plausible por el cual los hombres pudiesen mostrar parafilias mayores y más variadas sin contradecir la hipótesis principal de este artículo sobre la mayor plasticidad de la mujer. La sugerencia máximamente plausible, en mi opinión, es que los varones en realidad tienen un breve período de plasticidad durante la infancia, después del cual los patrones sexuales son razonablemente rígidos. Una diferencia de este tipo en la infancia no iría en contra del cuerpo sustancial de evidencia reseñado en este artículo, que ha pintado a la sexualidad de la mujer como más socioculturalmente maleable durante la adultez.

La evidencia experimental del proceso de impronta sexual en las ovejas y las cabras (Kendrick et al., 1998) es consistente con la idea de que los varones son sexualmente maleables durante la infancia e inflexibles durante la adultez. Los efectos tempranos de la impronta fueron fuertes e irreversibles para los machos, pero débiles y reversibles para las hembras, lo que indicaba que la sexualidad de la hembra quedaba sujeta a la influencia ambiental durante la adultez en un grado mucho mayor que la sexualidad del varón, incluso aunque los machos fueran más fuertemente afectados por el ambiente de aprendizaje en la infancia.  La influencia ambiental durante la infancia fue inconfundible porque las ovejas machos que habían sido criadas por cabras no se apareaban con su propia especie, sino solamente con su especie adoptiva.

La evidencia actual también es consistente con una tal caracterización de la sexualidad humana. Un trabajo reciente del Instituto Kinsey (Reinisch, 1990) informó que ahora se cree que las parafilias se originan en la infancia (véase también Money, 1990). Yendo más allá, parecen ser muy difíciles de cambiar durante la adultez. El tratamiento terapéutico profesional se apoya intensamente en tratamientos hormonales o en castración, y los dos son intervenciones biológicas fuertes y por lo tanto sugieren que las intervenciones basadas puramente en significados no son efectivas: una conclusión que sería muy consistente con la creencia de que la sexualidad del varón es relativamente indiferente  a las influencias sociales y culturales durante la adultez.

El proceso de impronta sexual en niños varones bien puede ser usado para explicar los patrones de homosexualidad que se presentaron más arriba. La idea de que la homosexualidad es puramente innata y genética sufre de la implausibilidad de que la selección natural produjese genes para un patrón de comportamiento que excluye la reproducción. Sin embargo, como se advirtió en la sección previa, algunos datos sugieren que las experiencias de infancia tienen un efecto mayor en los varones que en las mujeres en dictar si uno se vuelve homosexual (Laumann et al., 1994), y estos datos encajan con una explicación de impronta sexual. Hay evidencia convergente que fue provista por Bailey y Zucker (1995), que resumieron estudios que buscaban predecir la homosexualidad adulta a partir del comportamiento del sexo opuesto [cross-sex behavior] durante la infancia. Advirtieron que los efectos eran más grandes y más fuertes para los varones que para las mujeres. Aunque bien podría haber factores genéticos responsables tanto por el comportamiento infantil como por la orientación sexual adulta (cfr. Bern, 1998), así como posibles factores metodológicos que considerar, estos descubrimientos son consistentes con la idea de que la sexualidad adulta del varón es moldeada de modo más firme e irrevocable durante la infancia que la sexualidad de la mujer.

El mayor poder de las improntas de infancia en los varones está también sugerido por los recientes hallazgos sobre disfunción sexual. Usando el conjunto de datos de la NHSLS, Laumann, Paik y Rosen (1999) descubrieron que la experiencia sexual infantil  (i.e., ser tocado sexualmente antes de la pubertad) tenía mucha más probabilidad de conducir a disfunciones sexuales adultas en los varones que en las mujeres, y que también predecía diferentes tipos de disfunción. Las mujeres no son inmunes a los efectos del trauma, y a decir verdad, la victimización adulta, como la violación, tiene efectos fuertemente adversos en la sexualidad de las mujeres, pero las experiencias de infancia tienen mayor efecto en los varones.

Estos hallazgos hacen surgir la posibilidad de oportunidad en el desarrollo durante la cual el impulso sexual del macho es maleable. Un estadio de impronta sexual puede estar mandatado biológicamente para los varones, y durante él las influencias ambientales (y por tanto socioculturales) pueden ejercer un efecto poderoso. La hipótesis de una mayor plasticidad de la mujer puede por tanto tener que reconocer como excepción las experiencias de infancia. Sin embargo, desde la adolescencia en adelante, parece que son las mujeres las que son más flexibles.

El Control Selectivo y el Doble Estándar

Aunque las secciones precedentes han ofrecido amplia evidencia consistente con la hipótesis de la mayor plasticidad erótica de la mujer, es necesario considerar una explicación alternativa de gran envergadura: el control que el varón ejerce sobre la sexualidad de la mujer, como queda reflejado en el doble estándar. La esencia de esta idea es que los factores sociales y culturales se apuntan selectivamente a controlas la sexualidad en las mujeres. Esto es, la cultura permite que el deseo y la actividad sexual de varón sigan su propio curso, en tanto que intenta controlar y sofocar la sexualidad de las mujeres, y es por eso que se descubrieron tantos de los efectos presentes. En esta visión, la cultura es esencialmente patriarcal, lo que significa que busca controlar y explotar a las mujeres para el beneficio de los varones. Por lo tanto intenta selectivamente controlar a las mujeres, no porque las mujeres sean más fáciles de controlar, sino porque las mujeres tienen menos poder y porque la cultura dominada por los hombres busca dar forma a la sexualidad de la mujer de modo que las mujeres estén más al servicio de los deseos de los varones.

Como ya se advirtió, la argumentación sobre el poder superior del varón puede ser ofrecida o bien como una explicación de la plasticidad o como una explicación alternativa de los descubrimientos. La primera posibilidad se cubre en la próxima sección, junto con otras posibles explicaciones de la plasticidad. Aquí el asunto es determinar si es posible explicar todos los descubrimientos como resultado directo de la explotación patriarcal de las mujeres y sus variadas consecuencias (incluyendo la emancipación a través de la educación y de la revolución sexual), y de aquí rechazar la hipótesis de la mayor plasticidad erótica entre las mujeres.

Algunos descubrimientos pueden ser explicados basándonos en el control patriarcal directo, pero otros no encajan bien en este patrón. El hecho de que las mujeres informen más elección que los hombres en relación con la orientación sexual (Savin-Williams, 1990; Whisman, 1996; véase también Rosenbluth, 1997, sobre la heterosexualidad voluntaria) va directamente a chocar con la idea de que los hombres tienen todas las elecciones y las mujeres están aprisionadas por factores sociales rígidos. De igual modo, la evidencia sobre las mujeres que en la edad mediana comienzan a tener sexo con tras mujeres mientras sigue disfrutando todavía del sexo con los hombres sugiere plasticidad y no coerción (Dixon, 1984). Si los datos de genética comportamental continúan indicando mayor influencia genética en la sexualidad de la mujer que en la del varón, también ellos serán un poderoso argumento a favor de que el impulso sexual de la mujer en verdad es más socioculturalmente maleable.

La teoría de la opresión patriarcal en particular invoca el llamado doble estándar, según el cual ciertos actos son más permisibles para los varones que para las mujeres. Esta idea encuentra dificultades en explicar muchos de los descubrimientos modernos, sin embargo, porque el doble estándar ha sido difícil de documentar en la investigación moderna y muchos investigadores han concluido que ha desaparecido o está desapareciendo, especialmente entre las mujeres (DeLamater & MacCorquodale,

1979; Sprecher, 1989; Sprecher & Hatfield, 1996; cf. Robinson et

al., 1991). Si los estudiantes universitarios norteamericanos no dan su apoyo a un doble estándar, entonces los muchos hallazgos basados en ellos no pueden ser explicados fácilmente en referencia a ese estándar. El doble estándar podría ayudar a explicar algunos de los datos más viejos, p’ero incluso estos argumentos son cuestionables. Por ejemplo, T. Smith (1994) informa que las encuesta nacionales (Roper) descubrieron solamente una pequeña mayoría que respaldaba el doble estándar en 1959 (8%) e incluso en 1937 (7%). De cualquier modo, el doble estándar no puede explicar gran parte de la evidencia que se resumió aquí, incluso aunque haya podido influir en algún descubrimiento ocasional.

El mayor lesbianismo consensual en prisión (en comparación con la homosexualidad consensual entre varones prisioneros) sería interpretado por la explicación del control selectivo como un signo de que la prisión libera a las mujeres de la heterosexualidad compulsiva puesta en vigencia por la sociedad. Esta explicación alternativa por tanto se apoya en la dudosa presunción de que las mujeres son más libres en prisión que fuera de ella. Esto también sugiere que cuando una mujer revierte a la heterosexualidad después de la prisión, ella simplemente está volviendo a quedar bajo el control del patriarcado. Estas ideas llevan más allá de lo tolerable los límites de la plausibilidad. La mayoría de los análisis situacionales sacarían como conclusión que las personas son menos libres en prisión que fuera de ella, en especial en relación con las elecciones sexuales.

Como ya se informó, la conducta sexual de la mujer varía mucho más que la del varón en función de la educación. La hipótesis del control selectivo sostiene que las mujeres no son diferentes de los hombres, pero que han sido sexualmente sofocadas por la sociedad patriarcal y que por eso la educación crea solamente la ilusión de cambio, en la medida en que libera a las mujeres de su estado  de ser explotadas, capacitándolas para volverse como los hombres. Por supuesto, en muchos casos la educación produce una convergencia entre los varones y las mujeres, de modo que las mujeres altamente educadas se parecen a los hombres. Sin embargo, en algunos casos el efecto no se produce en esta dirección, y las mujeres se vuelven distintas a los hombres cuando están altamente educadas. Wilson (1975) descubrió que el acuerdo con la idea de que los deseos sexuales y las realidades sexuales divergen era similar entre los hombres educados, los hombres no educados y las mujeres no educadas, en tanto que las mujeres educadas sostenían una idea muy diferente. Weis et al. (1992) descubrió que la educación sexual producía mayores aumentos en actitudes tolerantes y permisivas en mujeres que en varones, sin tomar en cuenta cuál de los dos géneros había comenzado siendo el más tolerante: de este modo, en algunos casos las mujeres habían sido inicialmente más tolerantes y se habían vuelto incluso más tolerantes después de la educación. La NHSLS descubrió que a través de niveles crecientes de educación las mujeres variaban de menos a sustancialmente más interesadas que los hombres en experiencias homosexuales (Laumann et al., 1994) y que la educación también hacía a las mujeres más diferentes que los hombres en el uso de anticonceptivos.

Se demostró también que la religión tiene mayores efectos sobre la sexualidad de la mujer que sobre la del varón. Alguien podría argumentar que la religión es una herramienta de la opresión del varón (lo que implica suprimir la sexualidad de la mujer) en tanto que la educación libera a las mujeres y les permite descubrir sus propios deseos y seguirlos. Esta explicación tiene dificultad en explicar los poderosos hechos históricos de que la cristiandad desde siempre ha sido más atractiva par alas mujeres que para los varones, tanto durante su elevación al poder en el Imperio romano (véase Stark, 1996) como durante la transición hacia la era moderna (Cott, 1977), y que todavía hoy la asistencia de mujeres a la iglesia y su tasa de membresía son más altas que las de los varones. La explicación del control selectivo aparentemente debe proponer que las mujeres querían ser explotadas y sexualmente sofocadas por las doctrinas cristinas (y que siguen queriéndolo hoy), una posición que parece suficientemente cuestionable como para pedir que haya fuerte evidencia de apoyo antes de que pueda ser aceptada.

Yendo más allá, si la religión es un instrumento del patriarcado que moldea a las mujeres para que sirvan a los hombres, entonces las personas altamente religiosas deberían mostrar la mayor convergencia posible entre géneros en las prácticas que prestan servicio a los hombres, tales como la felacio. Sin embargo, la evidencia muestra lo opuesto: La brecha de felacio entre varones y mujeres es máxima entre las personas más religiosas (Laumann et al., 1994). Las que menos probabilidad tienen de servir a los hombres de este modo y de modos similares son las mujeres religiosas, que están muy lejos de cumplir con las preferencias de sus maridos.

Descubrimientos similares emergen de los estudios de la influencia de los grupos de pares. La evidencia indica que la sexualidad e la mujer es más influida que la sexualidad de la mujer por el grupo de pares (Billy & Udry, 1985; Mirande, 1968; Sack et al., 1984). Si las influencias socializadoras reflejan la cultura patriarcal del varón, es necesario asumir que los grupos de pares de mujeres son instrumentos de patriarcado, al menos algunas veces, y esto también parece dudoso.

La mayoría de las sociedades alientan la heterosexualidad para la reproducción, y ciertamente la tradición judeocristiana se opone fuertemente a la homosexualidad en ambos géneros. Estas sociedades influidas por el cristianismo aparentemente han tenido más éxito en sofocar la homosexualidad de la mujer que la del varón, en la medida de que hay más varones gays que mujeres gays (Laumann et al., 1994), y este éxito mayor llega a pesar de una condena generalmente mayor de la homosexualidad del varón (véase  e.g., Herek, 1988). Yendo más allá, entre las personas homosexuales más mujeres que varones se involucran en actividad heterosexual, como ya se informó. De este modo las mujeres parecen ser más flexible socialmente en los dos rubros.

Para concluir: es bien claro que la evidencia da apoyo a la realidad histórica de que los varones en general han disfrutado de poder sociopolítico superior. También parece plausible, aunque la evidencia es más débil, que los varones hayan usado este poder para constreñir la sexualidad e la mujer. Para incorporar esta idea en el análisis de la plasticidad erótica, parece mucho más plausible sugerir que la plasticidad de la mujer es resultado de o respuesta a el poder superior de los varones, en lugar de sugerir que el poder de los varones causó directamente todos los efectos comportamentales y actitudinales reseñados aquí, sin que hubiera necesidad de invocar una plasticidad diferencial.  En otras palabras, el poder político del varón y el doble estándar puede ofrecen una explicación de la plasticidad erótica, pero no son plenamente viables como explicación alternativa.

Otras Explicaciones Alternativas

La extensión y variedad de la evidencia hacen que las explicaciones alternativas sean bastante difíciles de proponer para todo el corpus íntegro de evidencia, aunque los descubrimientos específicos pueden estar sujetos a estas explicaciones. La gran masa de evidencia sobre que los factores socioculturales predicen el comportamiento de las mujeres más fuertemente que el de los hombres puede ser puesta en cuestión sugirieron do que los datos sobre las mujeres son más confiables que los datos sobre los hombres, posiblemente porque las mujeres proveen autoinformes más precisos o porque están sujetas a menos fuentes de variación de error que los hombres. Sin embargo, una tal explicación también presupondría que la consistencia entre actitud y comportamiento debería ser más alta entre las mujeres que entre los hombres, cuando en realidad era más baja.

Con datos autoinformados, a menudo uno se preocupa sobre la posibilidad de que haya sesgo de experimentador y características de demanda, especialmente si el investigador no es ciego a la condición. Sin embargo, en relación con la plasticidad erótica la posibilidad de que haya sesgo de investigador puede ser casi íntegramente descartada, porque ninguno de los investigadores parece haber estado buscando activamente mayor maleabilidad entre las mujeres. La mayoría de los investigadores cubiertos en este resumen no prestaban ninguna atención a la diferencia de género en los tamaños de los efectos. La sugerencia de que docenas de diferentes investigadores sistemáticamente sesgaron sus datos para proveer confirmación de una hipótesis de la que ni siquiera estaban conscientes no parece nada plausible.

Finalmente, una explicación alternativa plausible sería que los efectos reseñados aquí muestran solamente cambios en comportamiento desembozado en las mujeres, y no cambios sicológicos internos. Esta idea sugiere que la plasticidad erótica puede ser más grande par alas mujeres que para los varones, pero que la diferencia se pone principalmente en términos de elecciones comportamentales, y no en estados interiores. En contra de esta interpretación, es fácil citar evidencia de que las actitudes sexuales de las mujeres cambian sustancial y significativamente en función de la educación, la influencia de los pares y otros factores. Sin embargo, es mucho más difícil establecer si los sentimientos específicos de deseo sexual sufren cambio. La NHSLS descubrió que la educación tenía un efecto mayor en la apreciación hecha por las mujeres del atractivo de varias prácticas sexuales, incluyendo la actividad homosexual y varias actividades heterosexuales (Laumann et al., 1994), pero no resulta enteramente claro si estos descubrimientos deben ser considerados manifestaciones de deseos específicos o actitudes generales.

La medición del deseo sexual (e.g., la excitación sexual específica de la situación) es indudablemente más difícil que la medición del comportamiento o las actitudes, y por tanto ha recibido menos estudio. Una reciente investigación de Regan y Berscheid (1595) enfrentó el problema encuestando a personas sobre sus creencias sobre las causas del deseo sexual, lo que es al menos un valioso primer paso. Consistentemente con la hipótesis de la plasticidad, tanto varones como mujeres estuvieron de acuerdo en percibir que  los deseos sexuales de los varones (mucho más que los de las mujeres) surgen de fuerzas intraindividuales, lo que por tanto sería relativamente independiente de la situación y presumiblemente consistente a través de circunstancias ampliamente similares  (asumiendo que los hombres eran saludables). Los dos géneros también acordaron en caracterizar al deseo sexual de la mujer (comparado con el del varón) como muchísimo más dependiente de la persona por efectos de interacción de la situación, y éstos ciertamente serían mucho más variables que las causas intraindividuales. Este estudio por tanto provee evidencia preliminar de que el deseo se conforma a los mismos patrones de consistencia del varón y maleabilidad de la mujer, pero se necesita mucho más trabajo futuro. Dado el presente estado de la evidencia, la diferencia de género en plasticidad erótica está mucho mejor sustentada en relación con las actitudes y el comportamiento que con el deseo en sí mismo.

Crítica General de la Evidencia

En general, los datos sobre comportamiento sexual se quedan cortos en relación con los estándares más altos de rigor metodológico. Es a menudo imposible conductor experimentos de laboratorio para poner a prueba las hipótesis causales sobre la actividad sexual. La mayoría de los descubrimientos por lo tanto son correlacionales. Las encuestas y entrevistas se apoyan en datos autoinformados, y con la sexualidad hay múltiples factores que pueden distorsionar estos datos, incluyendo los sesgos de deseabilidad social, pensamiento desiderativo [wishful thinking], sesgos de memoria y autoengaño. En general, sin embargo, estas fuentes de sesgo no proveen explicaciones alternativas claras para los descubrimientos de que hay mayor maleabilidad en el comportamiento sexual de la mujer que en el del hombre.

Dirección de causalidad. Varias limitaciones son relevantes y aparecen en todas partes. La mayoría de los descubrimientos en relación con los factores socioculturales son correlacionales, en parte porque tanto las dificultades éticas como pragmáticas dejan fuera el estudio plenamente experimental del comportamiento sexual. Por lo tanto se pueden hacer surgir  explicaciones alternativas. Por ejemplo, en lugar de sacar la conclusión de que las instituciones educacionales y religiosas tienen efectos más poderosos en la conducta sexual de la mujer que en la del varón, quizás las inclinaciones sexuales de las mujeres (más que las de los hombres) dictan cuánta educación buscan recibir y hasta qué grado de religiosidad llegan. Aunque tales explicaciones no parecen altamente plausibles a priori (e.g., ¿por qué involucrarse en sexo anal aumentaría la probabilidad de una persona de conseguir un grado universitario de Master?), no pueden ser descartadas con los datos disponibles. Un estudio que intentó desenredar estos senderos causales compitientes sacó como conclusión de que la sexualidad y la religiosidad adolescente están marcadas por influencias causales recíprocas: Los adolescentes religiosos tienen menos probabilidad de tener sexo, y los adolescentes que tienden a tener sexo se vuelven menos religiosos (Thornton & Camburn, 1989). Por qué las mujeres sexualmente permisivas buscarían y alcanzaran niveles de educación más altas es sin embargo un misterio, y parece más plausible proponer que la educación afecta la sexualidad.

En algunas variables, las explicaciones causales inversas son sumamente plausibles. Las correlaciones del comportamiento sexual con actitudes y conductas de los pares, por ejemplo, pueden bien reflejar la tendencia de de una persona a autoseleccionar pares similares en lugar de la influencia directa de los pares sobre la conducta sexual de la persona. Sin embargo, algunos estudios han estado alerta a este problema metodológico y han tenido algo de éxito en descartarlo. Billy y Udry (1985) no descubrieron diferencia en la homogeneidad del grupo de pares entre varones y mujeres ni ninguna tendencia (ni en uno ni en otro género) a deseleccionar amigos basándose en el estatus sexual discrepante. En cuanto a adquirir nuevos amigos basándose en la similitud en el estatus sexual, los varones fueron más selectivos en este aspecto, lo que obraría en contra del patrón de altas correlaciones del yo y los pares entre las mujeres. De este modo, el mayor impacto predictivo de los pares sobre las mujeres, y no entre los varones, no puede ser desechado como un artefacto de los patrones de selección ge pares. La convergencia entre influencia de pares e influencia familiar también es reaseguradota en este tema, porque los infantes no pueden seleccionar sus familias.

Uno puede también considerar la posibilidad de que terceras variables expliquen algunas de las correlaciones. Por ejemplo, el vínculo entre educación y sexualidad permisiva podría concebiblemente derivar de la apertura de los progenitores a nuevas ideas, en la medida en que la apertura de los progenitores alienta tanto la búsqueda de grados académicos avanzados como de aventura sexual. Sin embargo, este análisis no constituye verdaderamente una explicación alternativa porque, para explicar el vínculo mayor entre la educación y el sexo entre las mujeres y no entre los varones, se podría tener que postular que la apertura de los progenitors tiene un efecto mayor en las hijas que en los hijos… lo que nuevamente indicaría mayor plasticidad de la mujer.

La cuestión causal es máximamente relevante para los factores socioculturales  (i.e., la segunda predicción).La evidencia sobre variabilidad intraindividual queda muchísimo menos comprometida por ese tema. De modo similar, la evidencia sobre consistencia de actitud y comportamiento no se disminuye grandemente por las limitaciones de los datos correlacionales. De este modo, hay una cantidad sustancial de evidencia de que no está afectada por temas de dirección causal.

Diferencias de línea de base y efectos de techo. Con algunos descubrimientos las líneas de base son sustancialmente más altas entre los varones que entre las mujeres, lo que hace surgir la posibilidad de que algún efecto de techo escondiera la plasticidad del varón. Esta posibilidad parece contradicha por muchos descubrimientos en los que se encontró mayor plasticidad de la mujer, a pesar de las bajas tasas en general (e.g., sexo anal) y por los descubrimientos hechos sobre mujeres, que terminaron por encima del techo putativo de los varones (e.g., infidelidad durante la anticoncepción, deseo del mismo género). En tales casos, resulta claro que los efectos no pueden ser atribuidos a un efecto de techo para los varones.

Dado que los varones tienden a ser sexualmente más permisivos que las mujeres en general, no es sorprendente que muchas variables que aumentan el comportamiento sexual se encuentren con el problema de la línea de base. Es por lo tanto instructivo examinar los factores que restringen o disminuyen el comportamiento sexual porque, con éstos, son los hombres los que tienen más margen para el cambio. Si la evidencia de plasticidad consistiese en descubrimientos de artefactos en efectos de techo y diferencias de línea de base, entonces se esperaría que las causas que restringen el sexo tuvieran mayores efectos en los varones que en las mujeres. Sin embargo, repetidamente se ha descubierto que lo contrario es correcto. Resumo aquí parte de esa evidencia.

El más sobresaliente factor sociocultural que causa restricción en el comportamiento sexual es la religión, en la medida en la que las personas religiosas tienen a informar niveles menores de la mayoría de las actividades sexuales menores que los de las personas no religiosas. Si los hombres arrancan siendo sexualmente más permisivos que las mujeres, entonces deberían tener más margen para ser afectados por la religión, y por tanto la religiosidad debería producir cambios mayores entre los hombres que entre las mujeres. Se ha descubierto consistentemente lo contrario, lo que da apoyo a la hipótesis de la plasticidad erótica de la mujer y contradice la explicación de artefactos.

Un defensor decidido del artefacto de techo podría descartar los descubrimientos sobre religión sugiriendo que la religión principalmente intenta controlar el comportamiento de la mujer y que es relativamente indiferente al comportamiento sexual del varón. Esta idea no es plausible, por diversas razones. Como Tannahill (1980) señaló en su historia del sexo, la cristiandad temprana era más hostil y restrictiva hacia el sexo que cualquiera de sus religiones contemporáneas, y su restrictividad se aplicaba a varios géneros. La idea cristiana básica era que “el placer físico de toda clase es pecaminoso” (DeLamater, 1981, p. 264). Esta doctrina parece haber tenido un fuerte atractivo para las mujeres, y de hecho, el incremento temprano en la membresía de la iglesia cristiana involucraba una expansión más rápida de los miembros mujeres que en los miembros varones (Stark, 1996). De hecho el celibato fue buscado y cultivado como estilo de vida por muchas mujeres del cristianismo temprano (Mc-Namara, 1985). Parece lo más plausible de todo que la cristiandad buscó controlar la sexualidad tanto de los varones como de las mujeres pero tuvo más éxito con las mujeres – lo que nuevamente apuntaría a mayor plasticidad entre mujeres. Esta conclusión también está bien sustentada por la evidencia sobre celibato religioso: Cuando estándares idénticos de la pureza sexual son mostrados tanto a hombres como a mujeres, las mujeres tienen mucho más éxito en cumplir con ellos (Murphy, 1992; véase también Sipe, 1995).

Otro punto importante es que los argumentos de la línea de base y del efecto de techo se aplican principalmente a la evidencia sobre variables socioculturales específicas. No parecen ser relevantes a la variación intraindividual o a la evidencia de consistencia actitud–comportamiento. De este modo, incluso si el problema de la línea de base fuera serio, solamente socavaría una de las tres predicciones de la hipótesis de plasticidad.

De este modo, las diferencias de línea de base y los problemas de efecto de techo son relevantes en solamente una pequeña parte de la evidencia de plasticidad. Para ser justos, es muy posible que algunos descubrimientos individuales de mayor variación entre las mujeres sí indiquen un efecto de techo para los varones. No parece plausible que estos artefactos constituyan una cantidad sustancial de la evidencia de plasticidad, dado que algunos hallazgos directamente contradicen esta explicación, y que otros son inmunes a ella.

Fortalezas de la evidencia. Varios rasgos fuertes de la literatura reseñada aquí son alentadores en relación con la validez de las conclusiones. En primer lugar, se ha usado una amplia gama de métodos y poblaciones.  La consistencia de la evidencia a través de múltiples método puede ayudar sustancialmente a superar los recelos concernientes a debilidades metodológicas, porque un prejuicio o artefacto en un método probablemente estaría ausente de algunos otros, así que si las conclusiones son similares, la confianza en ellas aumenta. Es improbable que múltiples métodos y abordajes compartan todos los mismos prejuicios o artefactos.

En segundo lugar, la consistencia de los descubrimientos en sí misma es persuasiva. A través de tres predicciones de importancia y un amplio surtido de métodos, la evidencia apuntaba consistemente hacia la plasticidad erótica mayor en las mujeres que en los varones. La excepción principal (que también resultó consistente) es que el comportamiento sexual del varón está a menudo constreñido por falta de oportunidad, y de este modo muchos hombres querrían tener más sexo (o más parejas o diferentes variedades de sexo) que lo que pueden tener. Aparte de las restricciones de oportunidad, sin embargo, la sexualidad de la mujer muestra mayor flexibilidad y capacidad de respuesta que la sexualidad del varón.

Un ultimo rasgo alentador es que la evidencia en favor de la plasticidad de la mujer sigue siendo robusta y es quizás todavía más fuerte en el trabajo metodológicamente más riguroso de todos. Si el patrón de la plasticidad de la mujer fuera un artefacto producido por métodos descuidados, entonces su evidencia debería disminuir en proporción al rigor de los métodos, pero hemos descubierto lo contrario. De este modo, en la NHSLS (que usó algunos de los métodos más rigurosos, completos y cuidadosos) una cantidad sustancial de comparaciones apuntadas confirmaron la mayor plasticidad de las mujeres en comparación con los varones.

Critica Diferencial. Para criticar la evidencia de las tres predicciones por separado: La evidencia sobre la variabilidad intraindividual (que es la primera predicción) es suficientemente fuerte, diversa y consistente para ser satisfactoria por ahora, aunque sería de desear más evidencia, particularmente en relación con temas tales como el cambio en ambientes de prisión y cosas similares. En segundo lugar, la evidencia de la mayor capacidad de respuesta [greater responsiveness] a factores socioculturales es muy extensa y convincente, aunque sería deseable tener más estudios directos de variación transcultural y más diseños longitudinales u otros métodos que pudieran sobreponerse a la ambigüedad sobre la dirección de causación. La evidencia en relación con la consistencia actitud-comportamiento es alentadora en la medida de sus posibilidades, pero hay muchas brechas en la gama de evidencia posible, y es concebible que pueda n encontrarse todavía excepciones de envergadura o incluso un gran patrón en contrario. Por lo tanto, la predicción actitud-comportamiento es la que más débil sustento tiene de las tres, aunque incluso en esa predicción la evidencia es en general de apoyo. Sin embargo, la predicción de actitud-comportamiento es la menos central de las tres, en la medida en que muchos factores diferentes que la plasticidad erótica básica podrían afectar a estos datos, y de este modo la relativa debilidad de la literatura en este tema es la que menos preocupaciones causa en relación con la presente teoría.

Evaluación de las Explicaciones Posibles

No se toman en consideración tres posibles explicaciones de la diferencia de género en plasticidad erótica. Aunque estas explicaciones pueden ser consideradas en competencia, no son mutualmente excluyentes, y es posible desde un punto de vista a priori que más de una pudiera ser correcta.

Fuerza y Poder del Varón

La primera explicación es que los hombres son en general más fuertes y más físicamente agresivos que las mujeres, así como que en general tienen poder superior politico, social y económico, y por tanto las mujeres tienen que acomodarse a los hombres. En esta visión, los hombres pueden ejercer coerción sobre las mujeres para que hagan lo que ellos quieren, y de este modo, mientras los hombres procuran realizar sus deseos sexuales, las mujeres deben adecuarse hasta cierto punto a lo que los hombres quieren. Incluso si el hombre rara vez o nunca usa su ventaja física o política para salirse con la suya, el hecho de que hubiera podido hacerlo sigue estando implícito y podría afectar las relaciones.

Es algo que todos saben que los hombres son físicamente más fuertes que las mujeres en promedio, y que los hombre generalmente han tenido poder económico y político superior. Los hombres también superan a las mujeres en agresividad (Eagly, 1987; National Research Council, 1993). En las relaciones románticas y sexuales, los hombres a veces infligen daño a las mujeres en conexión con varias disputas, y en algunos casos los hombres usan fuerza física para obtener sexo de sus parejas románticas (Laumann et al., 1994). El poder socioeconómico superior de los hombres parece también darles alguna eficacia en la obtención de sexo de parte de sus esposas y parejas (Blumstein & Schwartz, 1983).

De este modo, las diferencias de género en fuerza física y poder político se han mantenido desde hace largo tiempo y han tenido algún efecto en las relaciones sexuales. Si estas diferencias podrían se consideradas responsables por la diferencia genérica de plasticidad sexual es algo mucho más difícil de decir. Hay por lo menos dos modos de descubrir si esto pudiera ser verdad. En uno, la, evolución podría haber hecho más plástica (socialmente maleable) a la sexualidad de la mujer a causa de los milenios de haberse tenido que adaptar a varones más fuertes y políticamente dominantes. En el otro modo, las mujeres continúan siendo conscientes del poder mayor que detentan los hombres y por tanto aprender a ser más maleables y flexibles como resultado.

Un aspecto relevante de esta explicación que es diferente de los otros dos es que no está confinada a la sexualidad. Si la fuerza física mayor de los hombres es la causa de que las mujeres sean más maleables y flexibles como adaptación de sumisión [a submissive adaptation], esto presumiblemente sería verdad a través de múltiples esferas. Las mujeres por lo tanto deberían mostrar mayor flexibilidad y maleabilidad en múltiples mediciones aparte de la esfera sexual. En otras palabras, los factores socioculturales deberían tener efectos más fuertes en mujeres que en varones, la variabilidad intraindividual a lo largo del tiempo debería ser más grande en las mujeres, y la consistencia de actitud-conducta debería en general ser más baja. The question of whether women are more malleable than men as a general principle across the majority

of spheres of behavior is far beyond the scope of this article. Nótese, sin embargo, que los expertos en diferencias de género no han registrado por tanto ningún patrón generalizado de maleabilidad mayor en las mujeres, lo que arroja dudas sobre que esto sea una explicación. Aunque tanto la diferencia de género como la consistencia de comportamiento y actitud han sido estudiadas extensamente, no he podido encontrar ninguna evidencia de un patrón general de menos consistencia de actitud y comportamiento entre mujeres, incluso después de conectarme con expertos de gran autoridad en este campo (A. H. Eagly, comunicación personal, 1998; R. E. Petty, comunicación personal, 1998). Hay alguna evidencia de que las mujeres se persuaden más fácilmente que los varones en una variedad de condiciones, aunque existen numerosas excepciones y condiciones límites [boundary conditions] (véase, e.g., Eagly, 1987; Petty & Wegener, 1998). Entre tanto, trabajo reciente ha descubierto que las mujeres muestran más influencia genética y sociocultural en cuanto a agresión que los hombres (Eley, Lichtenstein, & Stevenson, 1999; véase también Cristianasen, 1977), lo que pinta también del mismo modo la diferencia de plasticidad erótica como algo específico, y no parte de un patrón general. Si la investigación futura continúa sugiriendo que las mujeres no son más socioculturalmente maleables que los varones en todos los rublos [across the board], entonces las explicaciones basadas en la fuerza y poder diferencial serán menos plausibles que las siguientes dos.

Cambio y el Guión Sexual de la Mujer

Una segunda posibilidad es que el cambio sea una parte inherente del rol de la mujer en el sexo, y de este modo se requiere de las mujeres que tengan algún grado de flexibilidad en sus patrones de respuesta erótica. En esta visión, el guión estándar para el sexo entre dos personas que forman pareja por primera vez depende vitalmente de que la mujer cambie de opinión. En casi todas las sociedades conocidas (y en muchas otras especies de primates también), las mujeres (o en su caso las hembras) constituyen la fuerza de restricción sobre el sexo. Esto es, son ellas las que rehúsan muchas ofertas o posibilidades de actividad sexual. Cuando el sexo se produce, el porque la mujer o hembra ha cambiado su voto de no a sí. Este cambio crucial podría ser la base de la mayor plasticidad erótica de las mujeres, porque instila en el centro del impulso sexual de la mujer la capacitad de cambio.

Hay evidencia en favor de que el determinante decisivo de si una pareja tiene sexo involucra que las mujeres cambien su posición de no a si. Está bien documentado el hecho de que en la atracción heterosexual el hombre típicamente está listo para el sexo mucho antes que la mujer (Buss & Schmitt, 1993). Los hombres están más dispuestos que las mujeres a tener sexo con alguien que acaban de conocer (véase, e.g., Herold & Mewhinney, 1993; véase también Oliver & Hyde, 1993). La predicción precisa de que las mujeres cambiarán más que los hombres hacia una actitud sexualmente más permisiva en función de la duración creciente de las citas fue confirmada por Harrison et al. (1974).

También es relevante el hecho de que los varones se enamoran más rápido que las mujeres y que por tanto tienen probabilidad de sentir afecto amoroso y el deseo sexual acompañante en un punto más temprano de la relación (Baumeister, Wotman, & Stillwell, 1993; Hill, Rubin, & Peplau, 1976; Huston, Surra, Fitzgerald, & Cate, 1981; Kanin, Davidson, & Scheck, 1970). Los estudios de virginidad adulta han descubierto que muchos más hombres que mujeres informan que han seguido siendo vírgenes porque su pareja romántica se niega al sexo (McCabe, 1987; Sprecher & Regan, 1996). Incluso aparte de la virginidad, muchos más varones que mujeres citan la falta de disposición de la pareja como razón fundamental para que ellos no tengan sexo (Mercer & Kohn, 1979). Ambos géneros acuerdan que los hombres quieren y esperar el sexo en una relación en un momento más temprano que las mujeres (Cohen & Shotland, 1996).

La evidencia directa sobre negarse a tener sexo fue provista por Clark y Hatfield (1989). En una condición de su studio, los participantes fueron abordados por una persona del sexo opuesto complotada con los investigadores que invitaba al participante a tener sexo esa misma noche. Todas las mujeres en ambos estudios rehusaron esta invitación, en tanto que la mayoría de los hombres aceptaron (véase también Jesser, 1978). Con el mismo indicio, Mercer y Kohn (1979) descubrieron que hombres y mujeres estimaban todas las diferentes todas las estrategias para evitar el sexo como algo más típico de las mujeres que de los varones, en tanto que todas las estrategias para iniciar y obtener sexo eran estimadas como algo más típico de los hombres que de las mujeres. Resultaba claro que estos participantes asociaban buscar sexo con la calidad de ser hombre [maleness] y la de rehusar el sexo con la de ser mujer [femaleness]. Si esto es correcto, entonces el sexo dependen de que la mujer cambie de rechazo a aceptación.

Obtenemos más evidencia sobre el guión de la mujer y la transición de no a sí de la investigación sobre erótica y pornografía. Cowan y Dunn (1994) mostraron a participantes tanto varones como mujeres filmes pornográficos que fueron clasificados en nueve diferentes temas narrativos, y se les pidió a los participantes que estimaran un puntaje para sus niveles de excitación. Uno de estos temas, rotulado “sumisión” por los investigadores, implicaba una mujer que inicialmente se mostraba reacia a tener sexo pero que cambiaba de opinión durante la escena y se volvía un participante activo, voluntario y deseoso en la actividad sexual. Las mujeres hicieron la estimación de puntaje indicando que este tema era de lejos el más excitante sexualmente de los nueve (véase también Fisher & Byrne, 1978). Estos estudios por tanto sugieren que la transición de la mujer de no a sí, como idea, aumenta la excitación sexual.

Una revisión de la literatura sobre fantasias sexuales encontró que las fantasias de ser superado en fuerza y ser obligado a tener sexo eran mucho más comunes en las mujeres que en los varones (Leitenberg & Henning, 1995). En algunos estudios (e.g., Pelletier & Herold, 1988), más de la mitad de la muestra de mujeres informó fantasias de ser superadas en fuerzas, y otra investigación descubrió que una tercera parte de las mujeres respaldaban tales fantasías específicas, como ser una esclava que debe obedecer todo deseo del hombre (Arndt, Foehl, & Good, 1985). Cuando a las mujeres se les dan listas de fantasias sexuales para que elijan, la de ser sexualmente forzada es algunas veces la primera o la segunda más frecuentemente elegida (Hariton & Singer, 1974; Knafo & Jaffe, 1984). En un estudio del contenido de las fantasias que las personas tienen durante la relación sexual con una pareja, Sue (1979) descubrió que las mujeres tenían significativamente más probabilidades que los hombres de fantasear sobre ser superadas en fuerza y ser obligadas a tener sexo. Leitenberg y Henning alertaron además, como lo han hecho otros investigadores, de que estas fantasias no reflejan ningún deseo genuino de ser violadas, y que en verdad las fantasias a menudo implican que el hombre supere la resistencia formal de la mujer [the woman’s token resistance] para producir placer y satisfacción mutuas. Por esto estas fantasias también sugieren que una carga sexual en particular se asocial con la mujer que cambia de no a sí, bajo la fuerte influencia del varón.

En suma, la transición de no a sí parece caracterizar el role de la mujer en el sexo. También parece estar marcada por un cambio emocional especial y alta excitación sexual. Es por lo tanto concebible que esta transición, que requiere indudablemente un cambio diametral en la actitud de la mujer hacia tener sexo con un hombre en particular, puede tener algún papel en fenómeno más amplio de la plasticidad erótica.

Una variante de esta explicación se basa en la observación de que hay un patrón crónico de mal emparejamiento entre cuándo quiere sexo una mujer y cuándo lo tiene, de modo que ella tiene que ser suficientemente flexible para participar positiva y competentemente en el sexo cuando no lo desea en particular. Esta idea está bien expresada en el punto demostrado por Wallen (1995), de que es esencial distinguir entre receptividad    (estar dispuesta) versus deseo cuando se habla sobre la sexualidad de la mujer, distinción que resulta mucho menos importante con la sexualidad del varón y por tanto con las teorías tradicionales del sexo en general, centradas en el varón. Para explicar cuándo y si una mujer tiene sexo, de acuerdo con Wallen, es más útil entender la receptividad que el deseo proactivo real.

La evidencia para esta teoría está basada en patrones temporales de sexo.  Palmer, Udry y Morris (1982) descubrieron que los patrones de relaciones sexuales par alas parejas tenían patrones claros diarios y semanales, pero no mensuales. Esto es, las parejas tienden a tener sexo en un momento en particular del día (generalmente al atardecer) y en algunos días de semana más que en otros (especialmente en domingos). Otra investigación sobre el deseo sexual de la mujer sugiere sin embargo que las variaciones mensuales son significativas e importantes (Stanislaw & Rice, 1988). En otras palabras, las mujeres se sienten sexualmente con más deseos en un momento en particular del ciclo menstrual, generalmente asociado con la ovulación (Stanislaw & Rice, t988; también Luschen & Pierce, 1972; véase Wallen, 1995).

Ensamblar estos hallazgos entre sí indica que la conducta sexual de las mujeres no se asocia en su punto de fuerza máxima con sus deseos. El ritmo mensual de surgimiento y caída del deseo sexual no predice su probabilidad de relaciones sexuales. La implicación es que las mujeres en general son suficientemente flexibles para tener sexo cuando no lo desean máximamente. Esta flexibilidad apunta a la importancia de la receptividad y no del deseo y podría también proveer una base para un patrón más general de plasticidad erótica.

¿Tienen las Mujeres un Impulso Sexual Más Moderado?

La tercera explicación es que las mujeres tienen un impulso sexual más moderado, más débil, que los hombres, y que esta diferencia permite que el impulso sexual de la mujer sea moldeado más fácilmente. Es conocimiento común que en la doma de animales, que significa poner su comportamiento bajo reglas determinadas por otro, cuando más débiles son sus impulsos instintivos [urges] más fáciles son de domar. Si el deseo de las mujeres por sexo fuera menos poderoso y menos incansable, y menos urgente que el de los hombres, entonces como resultado su impulso sexual bien podría ser más maleable.

Aunque una reseña completa está más allá de los horizontes de este artículo, la evidencia sí sugiere que las mujeres tienen un impulso sexual más moderado. Las mujeres informan deseo sexual espontáneo menos frecuentemente que los hombres, y piensan en el sexo mucho menos frecuentemente que los hombres (Beck, Bozman, & Qualtrough, 1991; Eysenck, 1971; Knoth, Boyd, & Singer, 1988; Laumann et al., 1994). Tienen menos fantasias involucrando a menos parejas y a menor variedad de actividad (Ellis & Symons, 1990; Leitenberg & Henning, 1995). Las mujeres informan menos disfrute de la erótica y la pornografía (véase, e.g., Reed & Reed, 1972; Schmidt & Sigusch, 1970; Sigusch, Schmidt, Reinfeld, & Wiedemann-Sutor, 1970). Desean sexo menos frecuente y con menos prácticas sexuales que los hombres (Ard, 1977; Bergstrtm-Walan & Nielsen, 1990; Julien, Bouchard, Gagnon, & Pomerlean, 1992; Laumann et al., 1994). Las mujeres inician el sexo mucho menos a menudo y lo rechazan mucho más a menudo (Byers & Heinlein, 1989; Clark & Hatfield, 1989; LaPlante, McCormick, & Brannigan, 1980; O’Sullivan & Byers, 1992). Las mujeres desean menos parejas que el hombre (Buss & Schmitt, 1993; Miller & Fishkin, 1997) y buscan menos parejas extramaritales (Cotton, 1975; Lawson, 1988; Spanier & Margolis, 1983; Thompson, 1983). Las mujeres y muchachas se masturban menos a menudo que los hombres y los muchachos (Arafat & Cotton, 1974; Asayama, 1975; Laumann et al., 1994; Oliver & Hyde, 1993; Sigusch & Schmidt, 1973). Las mujeres estiman para sus necesidades sexuales puntajes que los presentan menos fuertes que los hombres atribuyen a los hombres (Mercer & Kohn, 1979). Es más probable que las mujeres cite falta de interés y goce como razón de no tener sexo (Leigh, 1989).

¿Puede la relativa moderación del impulso sexual de la mujer explicar la plasticidad? Repitámoslo una vez más; es muchísimo más fácil establecer que algo es correcto que establecer su vínculo con la plasticidad erótica. Partiendo de una base a priori, parecería más fácil transformar el deseo por A en el deseo por B si el deseo por A no es tan fuerte. Sin embargo, la evidencia directa del vínculo no aparece. La agenda de investigación más relevante sería examinar los vínculos posibles entre la fuerza del impulso sexual y la plasticidad dentro del género. Por ejemplo, en una muestra de todos varones, ¿se verían los hombres con impulsos sexuales más débiles más afectados por la educación, la religión o las influencias situaciones que los hombres con fuertes impulsos sexuales? Esta cuestión queda para los futuros investigadores.

Discusión General

La cuestión central en que se ha concentrado este artículo ha sido si el impulso sexual de la mujer es más plástico y maleable que el del varón, en respuesta a causas sociales, culturales y situacionales. La evidencia resumida aquí da apoyo a las tres predicciones básicas derivadas de esta hipótesis. En primer lugar, la variación intraindividual (cambio personal) es más alta entre las mujeres que entre los varones. La mujer promedio tiene mayor probabilidad de cambiar sus patrones sexuales a lo largo de su vida adulta que el hombre promedio en áreas tales como la discontinuidad en la descarga orgásmica total, adaptación dentro del matrimonio, adopción de nuevas actividades a lo largo de los años adultos y cambios en preferencia sexual. En segundo lugar, los factores socioculturales como la educación, la religión, la ideología política, la aculturación y la influencia de los pares en general tienen efectos mayores sobre la sexualidad de la mujer que sobre la del varón. En tercer lugar, las mujeres exhiben menos consistencia entre las actitudes y conductas sexuales en una variedad de mediciones, incluyendo las actitudes sobre la virginidad, la aprobación de actividad sexual extramarital o extradiádica, intención de uso de condones, tener sexo a pesar de no desearlo, e interés o deseo de sexo del mismo género. La baja consistencia de actitud y comportamiento entre las mujeres presumiblemente se da porque el sexo depende de muchos contextos, circunstancias y otros significados, todos ellos específicos, y de este modo las actitudes en general son malos predictores.

Se han encontrado dos excepciones principales. La primera es relativamente trivial: Los varones a veces exhiben baja consistencia de actitud y conducta a causa de falta de oportunidad. Muchos hombres no son capaces de encontrar una pareja dispuesta, y por tanto no pueden actuar consistentemente con sus preferencias.

Sin embargo, la segunda excepción sugiere una calificación teóricamente importante en relación con la idea de la plasticidad de las mujeres. La evidencia sobre disfunciones sexuales, parafilias, comportamiento transgenérico, localidades y crianza sugiere que las experiencias de infancia tienen efectos más fuertes y más duraderos sobre la sexualidad de los varones que sobre la de las mujeres. En la adolescencia y la adultez, la plasticidad erótica es más alta entre las mujeres, pero la sexualidad del varón pueden pasar a través de una fase de infancia (si8milar a la de la impronta en los animales) durante la cual las influencias sociales y ambientales pueden tener un influjo de envergadura. Irónicamente, la inflexibilidad relativa de la sexualidad adulta del varón puede implicar que estas influencias de infancia han tenido efectos fuertes y duraderos. En contraste, la plasticidad de la sexualidad adulta de la mujer puede permitir que los efectos de las experiencias de infancia sean superados por nuevas experiencias. En relación con el abuso sexual y la disfunción, esta plasticidad constituiría un importante beneficio adaptativo de la plasticidad de la mujer.

La conclusión general de la evidencia adolescente y adulta es que el balance entre la naturaleza y la cultura es diferente para los dos géneros, al menos en los términos de su sexualidad. La sexualidad de los hombres gira en derredor de factores físicos, en los que natura es predominante y la dimensión social y cultural es secundaria. En relación con las mujeres, los factores sociales y culturales juegan un rol mucho más grande, y el rol de los procesos físicos y la naturaleza biológica es relativamente menor. Estos descubrimientos revierten un estereotipo cultural, que dice que la civilización es del varón, en tanto que las mujeres están más cerca de la naturaleza. Al menos en la sexualidad las mujeres son las criaturas del significado (que invoca los context6os socioculturales), en tanto que los hombres son criaturas de la naturaleza. (Por supuesto, estas diferencias son relativas, no absolutas.)

La gran preponderancia de evidencia de apoyo de este modo sustenta la firme conclusión de que el impulso sexual de la mujer es de hecho más maleable que el del varón. Debe ser reconocido que esencialmente ninguno de los estudios reseñado fue pensado para proveer una prueba directa de la hipótesis de la plasticidad de la mujer, y se podría garantizar la necesidad [warranted] de algunos tests prospectivos. Sin embargo, el hecho de que los investigadores no estuvieran buscando específicamente establecer la existencia de la plasticidad diferencial presta todavía más confiabilidad a la conclusión, porque descarta cualquier preocupación de que estos resultados pueden deberse a sesgo de experimentador, características de demanda o testeo selectivo de hipótesis. Para decirlo en palabras simple, los investigadores han repetidamente confirmado que los impulsos sexuales de la mujer son más maleables, aunque no tenían la intención de demostrar esto y, en general, ni siquiera llegaron a sospechar que este rasgo de sus datos podía encajar en un patrón más general.

Sin embargo, sería útil que la investigación futura investigara las condiciones fronterizas [boundary conditions], contraejemplos y factores mediadores o moderadores en relación con la plasticidad diferencial. Cualquier excepción al patrón general de la plasticidad erótica agregaría valiosas ideas sobre las diferencias de género en sexualidad. La inconsistencia entre actitud y comportamiento es la menos íntegramente sostenida de las tres predicciones mayores, y por esto puede ser un área apta para trabajo venido, que podría o bien proveer una útil confirmación de la hipótesis amplia de la plasticidad o, a decir verdad, revelar excepciones y condiciones boundary conditions que serían teóricamente iluminadoras.

Se han sugerido tres explicaciones posibles par alas diferencias de género en plasticidad erótica: diferencias en poder y fuerza, el requerimiento de cambio como parte del guión sexual de la mujer, y una relativa moderación del deseo sexual de la mujer. Tomando como base la evidencia actualmente disponible, saco como conclusión que cada una de estas posibles explicaciones tiene una base válida, pero que en el momento actual hay poca evidencia concluyente que sugiera cuál de ellas está verdaderamente vinculada con la plasticidad erótica.

También quedan por ser explicadas las causas próximas. Éstas pueden incluir influencia genética directa, tal como la idea de que tener dos cromosomas X da a las mujeres esquemas [blueprints] alternativos para las respuestas sexuales, en tanto que los varones tienen uno solo. La impronta sexual puede ser más influyente e irreversible con varones que con mujeres, de modo que las mujeres continúan teniendo experiencias sexualmente formativas a lo largo de su vida, en tanto que los hombres las tienen solamente en un momento temprano. Las hormonas pueden afectar a los hombres más que a las mujeres, ya sea porque los hombres tienen más de la hormona con más influencia (testosterona) o porque los varones están más directamente sintonizados con sus estados interiores sin ninguna mediación a través de claves e información sociales (T. Roberts & Pennebaker, 1995).

Otra intrigante posibilidad es la sugerida por la teoría de Bem (1996, 1998) que propone que la orientación sexual recibe su forma de los patrones sociales de la infancia, de modo tal que el género menos familiar se vuelve el más excitante y sexualmente más atractivo (i.e., lo exótico se vuelve erótico). La teoría de Bem puede ser reconciliada con varias de las explicaciones que he sugerido. La idea de que las mujeres tienen grupos sociales más mezclados en cuanto a género en su infancia que los varones conduce, en el análisis de Bem, a sugerir que la excitación sexual de la mujer distinguiría menos entre varones y mujeres que lo que distingue la excitación sexual del varón. Esta plasticidad de orientación sexual podría contribuir a patrones más generales de plasticidad (i.e., el cambio engendra cambio), como sucede con la segunda explicación que propuse. Alternativamente, se podría usar la línea de razonamiento de Bem para sugerir que, como ambos géneros están familiarizados con las mujeres, ninguno es exótico, y por tanto ninguno tiene la probabilidad de volverse erótico … y esto podría contribuir a mi tercera explicación, es decir, el impulso sexual más débil de la mujer.

En términos de las vidas cotidianas y experiencias reales de hombres y mujeres individuales, la diferencia en plasticidad puede ser sentida en términos de la importancia relativa de los factores físicos versus los significados sociales. La importancia de las influencias sociales, situacionales y culturales sobre las mujeres sugiere que el sexo depende muy prominentemente de los significados e interpretaciones que pueda tener un acto sexual dado. La relativa inflexibilidad de los varones en relación con los factores socioculturales sugiere que los significados importan menos que los aspectos más simples y físicos del sexo.

El estado actual del conocimiento por lo tanto puede ser descrito como sigue. El impulso sexual de la mujer es más plástico y maleable que el del varón; se pueden articular varias explicaciones bien fundadas de esta plasticidad diferencial, pero no hay base adecuada en el momento presenta para dar preferencia a ninguna de las explicaciones por encima de las otras. Es también posible que las tres explicaciones sean correctas, y que la diferencia en plasticidad esté multideterminada.

Implicaciones

Si en verdad las mujeres tienen más aptitud de respuesta a los cambios socioculturales, entonces predecir la forma futura de la sexualidad será algo de menor confiabilidad cuando se trate de las mujeres que cuando se trate de varones. Si alguno a fines del siglo XIX hubiera buscado predecir lo que ocurriría en el siglo XX, él o ella hubieran sido bastante precisos al predecir a los hombres (porque no han cambiado mucho), pero predecir las fluctuaciones y vicisitudes de la sexualidad de la mujer hubiera sido considerablemente más difícil. En otras palabras, es mucho más difícil predecir lo que querrán y esperarán sexualmente las mujeres dentro de un siglo que lo que es predecir los deseos y expectativas de los hombres.

Desde el punto de vista de la sociedad, la diferencia de género en plasticidad erótica sugiere que será más productivo y efectivo intentar controlar la sexualidad de la mujer que la del varón. Es posible que la supervivencia de una sociedad sea puesta en peligro por eventos históricos que puedan requerir más reproducción (e.g., debido a guerra o hambruna) o menos (e.g., superpoblación) o que la deseabilidad de la promiscuidad aumentase (e.g., si la razón de sexos se aparta mucho de la igualdad) o disminuyese (e.g., si el SIDA u otra enfermedad venérea aumentase los riesgos de salud). Una sociedad que necesita un cambio en la conducta sexual para sobrevivir o florecer haría lo  más adecuado si enfocase sus mensajes y otras presiones a las mujeres, y no a los hombres, a causa de la mayor dificultad que existe en cambiar los deseos y hábitos sexuales de los hombres.

Desde el punto de vista de los individuos, las mujeres deberían estar mejor capacitadas que los hombres para adaptarse a nuevas condiciones y demandas sociales. Si las condiciones sociales en verdad cambian de un modo significativo, lo que da como resultado una necesidad de cambios serios en las actitudes y conductas sexuales, las mujeres tiene mayor probabilidad de hacer mejor el ajusto. Es verdad que se podría argumentar, tomando como base la relativa moderación del impulso sexual de la mujer, que el sexo les importa menos a las mujeres que a los hombres, y que por tanto las mujeres podrían estar más dispuestas a aceptar diferentes circunstancias y contingencias. Sin embargo, incluso si se necesitan cambios en deseos y conductas activas, las mujeres deberían hacer estos cambios más fácilmente..Esto podría ser particularmente importante si el ritmo del cambio social continúa acelerándose, como en general se presume que es la tendencia de la modernidad. En el sexo, al menos, las mujeres deberían estar capacitadas para mantenerse a la par de los tiempos cambiantes mejor que los hombres.

Algunos malentendidos y conflictos potenciales entre los géneros pueden ser afectados por la diferencia en plasticidad., Las normas modernas de igualitarismo y relaciones equitativas sugieren que las personas deben acordar posiciones intermedias y buscar decisiones conjuntas y mutuamente satisfactorias, pero el cálculo del establecimiento de la posición acordada se vuelve más difícil a causa de la plasticidad  diferencial. En términos simples, el llegar a un acuerdo sexual [sexual compromise] será más fácil para las mujeres que para los varones. Cité varios descubrimientos que indican que las mujeres encuentran sus relaciones sexuales más satisfactorias que los hombres, lo que puede reflejar la plasticidad mayor de las mujeres. Por ejemplo, en respuesta a la encuesta de Ard (1977), las mujeres indicaron que su frecuencia real de mantener relaciones sexuales era casi idéntica a la frecuencia que deseaban, en tanto que para los hombres existía una brecha sustancial. Una interpretación de este descubrimiento es que las mujeres tienen mayor poder y pueden dictar los términos sexuales de la relación. Sin embargo, otra es que las mujeres están mejor equipadas para ajustar sus preferencias y expectativas a lo que en la realidad está disponible para ellas, y de este modo el acuerdo de una posición intermedia [compromiso] gradualmente cesa de parecer una posición intermedia.

Entre miembros del mismo género puede también existir conflicto y malentendimiento, y nuevamente aquí la plasticidad diferencial puede jugar un papel. Las comunidades homosexuales, por ejemplo, en un sentido son grupos de minorías oprimidas, y grupos de este tipo en los que los miembros pueden tener tentación de desertar. Si las personas dejaran estas comunidades y se reunieran a la mayoría  heterosexual [heterosexual mainstream], la supervivencia de las comunidades podría quedar en peligro. Dados los datos que se reseñan aquí, es probable que estas deserciones sean un problema y una amenaza más grande para los grupos homosexuales de mujeres que los de varones. Es bien sabido que las comunidades lésbicas tienen luchas continuas y a veces muy duras por las desertoras hacia la heterosexualidad, lo que puede ser un problema menor para los grupos de varones gays (véase Clausen, 1990; Rust, 1993).

Hay claras e importantes implicaciones para la práctica clínica. La mayor plasticidad de la sexualidad de la mujer sugiere que los terapeutas sexuales deben ser más eficaces en tratar a las mujeres que a los hombres. En particular, los tratamientos cognitivo-comportamentales y otras intervenciones sociales deberían ser mucho más eficaces con clientes mujeres que varones. La relativa inflexibilidad de los varones sugiere que los problemas sexuales pueden requerir intervenciones más orientadas hacia lo sicológico y hacia lo bioquímico. Alguna evidencia reciente encaja con esta idea, aunque se necesita más investigación. Laumann et al. (1999) descubrieron que la disfunción sexual del varón estaba más ligada a factores físicos tales como la mala salud general que lo que lo estaba la disfunción sexual de la mujer. En tanto, la disfunción de la mujer estaba más fuertemente vinculada a los factores socioculturales tales como la educación y el cambio en el estatus socioeconómico (pérdida de ingresos). El vínculo con un contexto ampliamente significativo fue también evidente en el hecho de que la disfunción sexual de la mujer se correlacionaba más fuertemente que la del varón con las mediciones amplias de felicidad y calidad de vida. La excepción principal a estos patrones fue que las experiencias sexuales de infancia predecían la disfunción sexual del varón con más fuerza que lo que predecían la de la mujer, lo que encaja con la hipótesis de que el proceso de impronta sexual produce efectos fuertes e irreversibles en los varones pero no en las mujeres.

Entre tanto, el autoconocimiento sexual debiera ser mucho más fácil de alcanzar para los varones que para las mujeres. La comprensión que el varón tiene de su propio impulso sexual es en lo esencial un asunto de reunir información sobre una entidad fija y estable. En contraste, la autoexploración de las mujeres es hasta cierto punto la persecución de un blanco en movimiento y que cambia de forma. La evidencia a favor de la influencia sociocultural y el cambio intraindividual podría por sí misma persuadir a algunas mujeres de que necesitan un largo período de exploración interna, experimentación y escudriñamiento interior para establecer con certeza qué es lo que verdaderamente desean en el sexo, en tanto que los hombres tendrían dificultad en apreciar cómo es que se hace necesario un tal esfuerzo introspectivo simplemente para entender la propia sexualidad. El elevamiento de la conciencia sexual del movimiento de mujeres durante la revolución sexual y después de ella, que nunca tuvo gran resonancia entre los varones, pudo reflejar la mayor dificultad de entender la sexualidad de la mujer debido a su mayor plasticidad. De modo consistente con esta idea, algunos hallazgos recientes sugieren que las mujeres tienen menos certeza que los hombres sobre qué es lo que quieren en el sexo y cómo conseguirlo (Vanwesenbeeck, Bekker, & van Lenning, 1998).

Es probable también que la toma de decisiones sexuales sea un asunto mucho más complejo y sutil para las mujeres que para los hombres. Si los deseos y acciones sexuales están fuertemente influidos por factores socioculturales, entonces el contexto y la situación sociales potencialmente podrían alterar la deseabilidad de ejecutar en acto sexual en particular con una pareja en particular. Para los hombres, en contraste, ejecutar un acto sexual en particular con una persona en particular puede ser una decisión simple y directa, que depende de claves claramente visibles e inmutables, en tanto que para las mujeres las respuestas pueden fluctuar en función de una hueste de factores sociales y culturales intangibles.

En último término, el continuo debate actual en cuanto al grado de influencia de la naturaleza y de la cultura podría bien termina en algo prolongado de un modo algo artificial por la diferencia de género en plasticidad. El análisis feminista ha favorecido a la construcción social de la sexualidad, en tanto que el subsiguiente surgimiento de las teorías evolucionistas ha sido dominado por los teóricos varones. Si las mujeres de hecho son más maleables socioculturalmente que los hombres, entonces las teorías socioconstruccionistas intuitivamente tendrían más resonancia entre las mujeres que entre los varones, en tanto que lo inverso sería verdad en relación con las teorías biológicas y evolucionistas.

Observaciones a modo de conclusión

El progreso humano es generalmente considerado como un asunto de o bien reformar la sociedad de modo de mejorar su capacidad para guiar a las personas hacia vidas más satisfactorias y plenas [fulfilling lives] o, al menos, de darle a la gente la libertad de hacer sus propias elecciones conscientes y procurar sus metas individuales. Yendo más allá, parece altamente probable que el sexo, el amor y el apareamiento continuarán jugado una parte central en la felicidad y plenitud humanas. La cuestión de hasta qué punto la sexualidad humana puede ser transformada basada o bien en un arreglo social utópico o en la elección individual es por lo tanto una cuestión que tiene implicaciones más que teóricas y abstractas. Si el impulso sexual es socioculturalmente maleable, entonces existen muchas direcciones posibles para buscar el progreso social y la plenitud individual. En contraste, si el impulso sexual es fijo y estático, entonces la sociedad en última instancia debe acomodarse y confrontar esos patrones, y la elección individual será un asunto de seguir la guía de esos deseos innatos e inflexibles.

La diferencia de género en plasticidad erótica sugiere que las mujeres resultan ser mejores candidatos [present a better prospect] para alcanzar el progreso cultural que los hombres, al menos en relación con la sexualidad. Es cierto que las diferencias son relativas en lugar de absolutas, pero, en mediciones tanto colectivas como individuales, hubo evidencia consistente de que la sexualidad de las mujeres puede adaptarse y cambiar más efectivamente que la de los hombres. En la medida en que el camino a Utopía pasa por el dormitorio, los ingenieros sociales pueden encontrarse con que la inflexibilidad del varón presente el problema más grande, en tanto que la plasticidad de la mujer representa la oportunidad más prometedora.

Entre tanto, las respuestas sexuales de los individuos tiene probabilidad de seguir cobrando forma siguiendo diferentes modos, en particular en relación con la importancia relativa de las dimensiones físicas versus las socioculturales. La plasticidad relativamente baja del impulso sexual del varón sugiere que los factores bioquímicos tales como las hormonas, la edad, la salud general y las predisposiciones genéticas pueden a menudo ser las fuerzas impulsoras, y los deseos sexuales de los hombres pueden ser relativamente indiferentes al contexto social. En contraste, para las mujeres el sexo está impulsado por factores socioculturales, interpretaciones, contexto, expectativas y cosas así. La pregunta de “¿Qué significa?”, en otras palabras, qué significa un acto sexual en particular y qué comunica es centralmente importante para la experiencia sexual de la mujer, antes, durante y después. Para los hombres, en contraste, los diferentes significados posibles importan menos, y el sexo puede a menudo ser una experiencia perfectamente hermosa, incluso si no significase nada en absoluto. Estas diferencias podrían hacer que la comprensión intuitiva mutua entre mujeres y varones pudiera ser elusiva.

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[1] Agradezco a Kathleen R. Catanese por su ayuda y a Keith Campbell, Julie Exline, Catrin Finkenauer, Aslrid Schtitz y Dianne Tice por sus útiles comentarios y sugerencias.

La correspondencia en relación con este artículo debe ser dirigida a Roy F. Baumeister, Departamento de Sicología, Case Western Reserve University, Cleveland, Ohio 44106-7123. Se puede enviar e-mail a rfb2@po.cwru.edu.

[2] En los datos de Wilson (1975), la educación tenía un efecto negativo en la actividad sexual, en tanto que la mayoría de los descubrimientos posteriores muestran un efecto positivo, y en esto parece haber una contradicción. La muestra de Wilson incluía proporciones sustanciales de personas que llegaron a la edad adulta antes de la revolución sexual, lo que pueden ayudar a explicar la diferencia. Antes de la revolución sexual, la universidad  estaba asociada con emparejamiento y casamiento demorados. Sin embargo, todavía puede ser verdad que los individuos inteligentes y orientados a la Universidad comiencen el sexo más tarde que otros, pero que en el largo plazo se vuelvan más liberales y experimentados sexualmente.

[3] La muestra de más edad, que llegó a la adultez antes de la revolución sexual, mostraba patrones muy diferentes, y en verdad, la contribución genética para varones de más de 41 años era 0%, lo que era más bajo que para las mujeres (32%). Una suposición probable para explicarlo hubiera sido que la edad de primera relación sexual anterior a la revolución sexual era un asunto de oportunidad altamente restringida para los hombres, y Dunne et al. (1997) hacen precisamente esta observación. Por lo tanto, estos descubrimientos no son relevantes para la hipótesis de plasticidad, pero reconozco que este descubrimiento contradice el patrón general.

[4] En este ítem, los hombres más religiosos y los menos religiosos no mostraron las mayores diferencias, de modo contrario al patrón general. Los varones católicos se involucraron en cunilingus levemente más que los ateos y los agnósticos. Si se considera la variación a través de todas las categorías, sin embargo, sigue siendo cierto que las mujeres diferían más que los varones

[5] También hubo una categoría de hombres altamente educados cuya tasa de uso de contraconceptivos en relaciones secundarias fue prácticamente la misma que entre la categoría de baja educación. Los datos para las mujeres no incluyeron esta categoría porque muy pocas mujeres con ese nivel de educación informaron relaciones sexuales secundarias. Si se usa esta categoría para los hombres, entonces no hay cambio como función de nivel educacional, lo que confirma la conclusión de cambio mayor entre mujeres.

[6] Hubo también una categoría de personas que hacía la dudosa aseveración de que su más reciente acto sexual había durado más de una hora; los efectos de la educación no fueron lineares, lo que quizás refleja alguna mezcla de vanagloria con percepciones alteradas del tiempo. Si uno pasa por alto estos problemas y simplemente compara las categorías más educada y menos educada, la diferencia para los varones

(16.7 vs. 19.9) es levemente más grande que para las mujeres (13.3 vs. 14.2), lo que es contrario a la hipótesis de la plasticidad de la mujer. Reconozco este punto en pro de la completitud, pero la discrepancia de dos puntos de porcentajes parece muy pequeña para que sea significativa.