Haldeman, 1994 Practica y Etica de las Terapias de Reorientacion Sexual

Journal of Consulting and Clinical Psychology, 1994, Vol. 62, nro. 2, 221-227

 

La Práctica y Ética de la Terapia de Conversión de Orientación Sexual

Douglas C. Haldeman

 

I am indebted to Tom and Hazel Gloster for their support and en­couragement.

Correspondence concerning this article should be addressed to Doug­las C. Haldeman, 1008 Northwest 132nd Street, Seattle, Washington 98177-4117.

 

Resumen

La terapia de conversión de orientación sexual era el tratamiento que debía elegirse cuando se pensaba que la homosexualidad era una enfermedad. A pesar de que la homosexualidad ha dejado de ser clasificada como enfermedad mental, los esfuerzos para reorientar sexualmente a lesbianas y hombres gays continúan. Se examina el constructor de la orientación sexual, así como lo que constituye su cambio. Se reseña la literatura en terapias de conversión sicoterapéutica y religiosa, mostrando que ninguna evidencia indica que estos tratamientos sean efectivos para el propósito que los motiva. Se establece la necesidad de datos empíricos sobre los efectos potencialmente dañosos de estos tratamientos. Se presentan consideraciones éticas relativas a los efectos estigmatizadores  que siguen actuando en las terapias de conversión. Se discurre sobre la necesidad de desarrollar modelos más complejos para conceptualizar la orientación sexual, así como la necesidad de proveer tratamientos para gays y lesbianas que sean consonantes con la posición que ha tomado la sicología sobre la homosexualidad.

 

La cuestión de cómo cambiar la orientación sexual ha sido discutida tanto tiempo como el homoerotismo mismo ha sido descrito en la literatura. A lo largo de un siglo, los curadores médicos, sicoterapéuticos y religiosos han buscado dar reversa a la orientación homosexual no deseada a través de varios métodos. Éstos incluyen terapia sicoanalítica, plegaria e intervenciones espirituales, electroshock, drogas inductoras de náusea, terapia hormonal, cirugía y diversos tratamientos comportamentales adjuntos, incluyendo recondicionamiento masturbatorio, reposo, visitas a prostitutas, y andar excesivamente en bicicleta (Murphy, 1992). Los intentos tempranos de invertir la orientación sexual se basaban en la presunción incuestionada de que la homosexualidad es una condición no deseada e insalubre. Aunque la homosexualidad desde hace tiempo ha estado ausente de la taxonomía de los desórdenes mentales, los esfuerzos para reorientar a los varones gays y a las lesbianas persisten. Recientemente, por ejemplo, una coalición de practicantes de la salud mental formó una organización dedicada a la “rehabil­itación” de hombres gays y lesbianas. Muchos curadores todavía adhieren al modelo de homosexualidad como “enfermedad”, oficialmente desplazado, y muchos basan sus tratamientos sobre prescripciones religiosas contra la conducta homosexual. Hay además otros que defienden la terapia de reorientación sexual como tema de libre albedrío para el cliente insatisfecho, proclamando que sus tratamientos no implican un juicio negativo de la homosexualidad per se. Buscan proveer lo que describen como alternativa de tratamiento para hombres y mujeres cuya homosexualidad de algún modo resulta incongruente con sus valores, metas de vida y estructuras sicológicas.

De los artículos examinados en esta reseña, pocos han enfocado la cuestión de cómo se ubica claramente a la orientación sexual. Esta definición parece necesaria antes de que se pueda describir cómo se cambia. Sin embargo, la mayoría de la investigación en esta área ofrece una visión dicotómica de la sexualidad humana en la que los impulsos homoeróticos indeseados pueden ser erradicados a través de un programa que los reemplaza con la condición de ser competente en lo heterosexual. [with heterosexual competence]. Pocos estudios ni siquiera se apoyan en la relativamente simplista escala de Kinsey (Kin­sey, Pomeroy, & Martin, 1948) para hacer un intento de determinar la orientación sexual de un sujeto. Aunque una discusión abarcadora está muy lejos del alcance de este artículo, comenzaré con una referencia al pasar de lo que se quiere significar con los términos homosexualidad y heterosexualidad.

Los datos de Kinsey et al. (1948) sugirieron que alrededor del 10% de los varones norteamericanos se habían considerado primordial o exclusivamente homosexuales durante al menos tres años de sus vidas adultas. Su estudio estaba basado en la conducta real de los sujetos así como en el contenido de la vida de fantasías del sujeto. Esfuerzos subsiguientes para cuantificar la orientación sexual han incorporado variables basadas en el género, sociales y afectivas (Coleman, 1987). Varias preguntas complejas involucradas en la definición de orientación sexual han sido o bien reducidas o bien pasadas por alto en la literatura de terapia de conversión. Por ejemplo, aquellos programas de terapia de conversión que sostienen tener el éxito más grande incluían más sujetos cuyas historias comportamentales y vidas de fantasía parecían tener componentes heteroeróticos significativos (Haldeman, 1991). Instruir a un sujeto “homosexual” con una capacidad de respuesta heteroerótica a priori en conducta heterosexual parece ser más fácil que reemplazar el esquema cognitivo sociosexual y redimir la conducta del sujeto “homosexual” sin inclinaciones heteroeróticas informadas. Sin embargo, ambos tipos de sujetos “homosexuales” a menudo son incluidos en el mismo grupo de tratamiento.

Cualquier definición de sexualidad basada solamente en la conducta es proclive a ser deficiente y desorientadora. El sentido de identidad, las expectativas socioculturales internalizadas y la importancia de las afiliaciones sociales y políti­cas ayudan todas a definir la orientación sexual de un individuo, y estas variables pueden cambiar con el tiempo. El contenido de la vida de fantasía de un individuo puede proveer información que no esta in­fluida por la necesidad de aceptación social del individuo, pero incluso éstos están sujetos, en algunos hombres y mujeres, en variaciones en género de la elección de objeto, basadas en factores ambientales o políticos. Las variables de demanda social también figuran en la descripción de la orientación sexual, dada la frecuencia con la que hombres gays y lesbianas se casan (Bell & Weinberg, 1978). El escritor Darrell Yates Rist examinó las vidas de los varones gays de la Norteamérica rural en relación con cómo se construye la orientación sexual (1992). Describió a “Sven,” un hombre heterosexualmente casado y padre de dos hijos:

 

Se me  ocurrió que había hombres —quizás la mayoría de los hombres— con los cuales fallaban los rótulos sexuales. Rudy parecía pensar que Sven era un hombre gay cargado irreparablemente con una esposa. Otros podrían describirlo como “bisexual,” otros un tercer híbrido sexual [yet a third sexual breed]. Pero estos términos, como “hétero,” significan un modo de vida en el que el sexo se considera el meollo de la identidad, la única necesidad o acto freudiano que controla la sique y determina la medida o g gama [acope] de un ser humano . . . este modo de considerar el sexo estaba comenzándome a parecer exótico, un mito precioso. Se podría con igual falta de sentido común fraguar categorías naturales extrayéndolas de los deportes que  los hombres practican o las comidas que comen, los dogmas religiosos o políticos: una multitud de cualquier número de preferencias mutables a las que hombres y mujeres se dedican (1992, p. 141)

 

Las categorías homosexual, heterosexual y bisexual, con­cebidas por muchos investigadores como algo fijo y dicotómico, son en realidad muy fluidas para muchos. Por tanto, además de cómo se entiende y ubica la orientación sexual, hay también que considerar cómo la experimenta el individuo. Para muchos hombres gays, el proceso de darse a conocer [“coming out”[puede ser comparado con algo parecido a una evolución interna, un reconocimiento consciente de lo que siempre había sido. Por otra parte, muchas lesbianas describen “darse a conocer” [“coming out”] como un proceso atado a elecciones de construcciones sociales y políticas. En este aspecto, muchas lesbianas pueden tener más en común con las mujeres heterosexuales que con los hombres gays, lo que sugiere una distinción basada en el género relativa al desarrollo de la identidad  homosexual.

Las preguntas sobre la compleja naturaleza de la orientación sexual y su desarrollo en el individuo deben ser aclaradas antes de que se evalúe el cambio en orientación sexual. Muchos individuos previamente identificados het­erosexualmente “se dan a conocer” [“come out”] como lesbianas o gays avanzada la vida, y algunas personas se involucran en conductas y relaciones heterosexuales por una variedad de razones personales y sociales. ¿Cómo, entonces, deben diferenciarse los cambios espontáneos de orientación sexual a lo largo del curso de vida de las conductas resultantes de las intervenciones de un terapeuta de conversión? Esencialmente, el modelo de orientación sexual fijada, basado en la conducta, puede ser inválido. Para muchos individuos, la orientación sexual es un constructo variable sujeto a cambies en preferencia erótica y afectiva, así como a cambios en los valores sociales y la filosofía política  que pueden ir y venir a lo largo de la vida. Para algunos, “reconocerse o darse a conocer” [“coming out”] puede ser un proceso sin verdadero punto final. Los trabajadores de la salud [Practitioners] que evalúan el cambio en orientación sexual han ig­norado las complejas variaciones en las respuestas eróticas de un individuo y los deslizamientos del panorama sociocultural.

 

Programas de Conversión Sicológica

 

La argumentación  a favor de la terapia de conversión se apoya en su capacidad para entender quién está siendo convertido y su capacidad para describir la naturaleza de la conversión que se está produciendo. Reconociendo las complejidades y ambigüedades teóricas que quedan sin ser aclaradas por la mayoría de los terapeutas de conversión, la primera pregunta es “¿Son efectivas estos tratamientos?” Para evaluar la eficacia de la terapia de conversión, se reseñarán programas sicoterapéuticos y religiosos. Los interesados en reseñas de terapias medicas (intervenciones con drogas u hormonales  y quirúrgicas) deben dirigirse a Silverstein (1991) y Murphy (1992).

Los abordajes sicoterapéuticos a la reorientación sexual se han basado en la presunción a priori de que el homoerotismo es una condición indeseable. Dos hipótesis básicas sirven como cimiento para la mayoría de las teorías diseñadas para revertir la orientación sexual. La primera es que la homosexualidad es resultado de una detención del desarrollo normal  o de patrones de apego patológico en los primeros años de vida. La segunda es que la homosexualidad surge de un aprendizaje defectuoso. Las terapias más estrechamente asociadas con la primera perspectiva son de las orientaciones sicoanalíticas y neoanalíticas.

La tradición sicoanalítica postulaba que la orientación homosexual representaba una detención en el desarrollo sicosexual normal, que se daba más a menudo en el contexto d una constelación particular de familia disfuncional. Esta familia típicamente presentaba una madre sobreprotectora [de vinculación estrecha=a close-binding mother] y un padre ausente o distante. A pesar del relativo renombre de esta teoría, se basaba solamente en especulación clínica y nunca ha ido validada empíricamente. Estudios subsiguientes han indicado que los factores etiológicos en el desarrollo de la orientación sexual no son claros pero las formulaciones sicoanalíticas tradicionales concernientes a la dinámica familiar no son viables (Bell, Weinberg, & Hammersmith, 1981).

El tratamiento sicoanalítico de la homosexualidad se ejemplifica en la obra de Bieber et al. (1962), que abogan por una terapia intensa, de largo plazo, dirigida a resolver la ansiedad inconsciente generada por conflictos infantiles que supuestamente causaría la homosex­ualidad. Bieber  et al. vieron a la homosexualidad como algo siempre patológico e incompatible con una vida feliz. Su metodología ha

sido criticada por el uso de una muestra íntegramente clínica y por basar los resultados en la impresión subjetiva de los terapeutas, no en datos externamente

validados o incluso en autoinformes. Los datos de seguimiento han sido presentados deficientemente y no son de naturaleza empírica. Bieber et al. (1962) informaron un 27% de tasa de cambio a heterosexual después de terapia de largo plazo; de estos, sin embargo, solamente el 18% fueron exclusivamente homosexuales para comenzar. Cincuenta por ciento de los sujetos tratados exitosamente hubieran estado rotulados más apropiadamente como bisexuales. Esta mezcla de “manzanas y naranjas”  nos vuelve a la pregunta originaria: ¿Quién está siendo convertido, y cuál es la naturaleza de la conversión?

Otro  estudio con base analítica informó virtualmente ningún aumento en la conducta heterosexual en un grupo de hombres homosexuales (Curran & Parr, 1957). Otros estudios informan tasas de éxito mayores: Por ejemplo, Mayerson y Lief (1965) indican que, de 19 sujetos, la mitad informaron involucrarse en conducta exclusivamente heterosexual 4.5 años después del tratamiento. Sin embargo, como en el estudio de Bieber et al., desde el comienzo estos sujetos tenían rasgos heteroeróticos; los sujetos ex­clusivamente homosexuales informaron poco cambio, y los resultados fueron basados en autoinformes de los pacientes. Como en otros estudios, una expansión del repertorio sexual hacia la conducta heterosexual se considera equivalente a un cambio de orientación sexual.

El sicólogo californiano Joseph Nicolosi ha desarrollado un pro­grama de terapia reparativa para homosexuales “no-gays”, individ­uos que informaban sentirse incómodos con su orientación hacia el propio sexo. Nicolosi afirmó, “no creo que el estilo de vida gay pueda nunca ser saludable, ni que la identidad homosexual pueda nunca ser completamente egosintónica” (1991, p. 13). Esta creencia presupone erróneamente  un estilo de vida gay unitario, un concepto más reduccionista que el de orientación sexual. También prejuiciosamente y sin justificación empírica presume que las personas orientadas homosexualmente nunca pueden ser normales o felices, punto refutado numerosas veces en la literatura. Sin embargo, esta aseveración es el cimiento de su abordaje teórico, que cita numerosos estud­ios que sugieren que los hombres gays tienen mayores frecuencias de vínculos perturbados con sus padres, así como una hueste de preocupaciones sicológicas, tales como problemas de  aserción. Estas observaciones son usadas para justificar una evaluación patológica de la homosexualidad. El error en este  razonamiento es que la conclusión has precedido a los datos. Puede haber causa para examinar el impacto potencialmente dañino de  un padre lejano  [detached] y su efecto  en el autoconcepto del individuo o su capacidad para la intimidad, ¿pero por qué debería un padre distante ser seleccionado como el jugador clave en la causación de la homosexualidad a no ser que se hubiera tomado una decisión a priori sobre la naturaleza patológica de la ho­mosexualidad y  a no ser que esté siendo investigado como la causa? Esta perspectiva no es conos datos disponibles, ni explica los millones de hombres heterosexuales que provienen de trasfondos similares a los de los hombres gays, o si vamos a ello, no explica a los hombres gays con fuertes relaciones padre-hijo. Ni­colosi no da apoyo a su hipótesis o a sus métodos de tratamiento con datos empíricos.

Los tratamientos de grupo también se han usado en reorientación sexual. Un estudio de 32 sujetos informa un cambio del 37% hacia la heterosex­ualidad (Hadden, 1966), pero los resultados deben ser considerados con algún escepticismo, porque las mediciones del resultado son íntegramente de autoinformes. Los individuos involucrados en estos tratamientos de grupo son especialmente susceptibles a la influencia de las demandas sociales en su propia información del éxito del tratamiento. De modo similar, un estudio de 10 hombres gays dio como resultado las afirmaciones impresionistas del terapeuta de que sus pacientes homosexuales  fueron capaces de “aumentar el contacto” con los heterosexuales (Mintz, 1966). Birk (1980) describió un formato de combinación de grupo de comprensión orientado al aprendizaje social [combination insight-oriented-social-leaming-group format] para tratar la homosexualidad. Aseveró que en general el 38% de sus pacientes alcanzaban “cambios heterosexuales sólidos.” Sin embargo, reconoce que estos cambios representan “una adaptación a la vida, no una metamorfosis,” y que la actividad y las fantasías homosexuales eran continuas, incluso para el individuo “felizmente casado” (Birk, 1980, p. 387). Si un cambio heterosexual sólido se define como un cambio en el que una persona felizmente casada puede involucrarse en encuentros homosexuales más que ocasionales, quizás ese método tenga su mejor descripción en decir que es un laboratorio para la conducta heterosexual, y no un cambio de orientación sexual. A una minoría de sujetos, probablemente con tendencias preex­istentes, se le puede enseñar competencia en actividades heterosexual. En el ansia de igualar competencia heterosexual con cambio de orientación, estos investigadores han ignorado las complejas preguntas asociadas con la determinación de la orientación sexual. La conducta sola confunde, tomada como barómetro de orientación sexual, que incluye variables biológicas, sociales, afectivas y basadas en el género. Ningún investigador que haya conducido estudios de conversión ha desplegado un cuidado atento de esta índole en su evaluación o categorización de los sujetos.

Los programas comportamentales diseñados para revertir la orientación homosexual están basados en la premisa de que los impulsos homoeróticos surgen de aprendizaje defectuoso. Estos estudios buscan condicionar en contra [countercondition] la respuesta homoerótica “aprendida” con estímulos aversivos, reemplazándola con la respuesta heteroerótica deseada reforzada. El estímulo aver­sivo, que típicamente consiste de shock eléctrico o drogas inductoras de convulsiones o náuseas, se administra durante la presen­tación de material erótico visual del  mismo sexo. La cesación del estímulo aversivo se acompaña por la  presentación de  material visual heteroerótico, supuestamente para reemplazar el homoerotismo en la jerarquía de respuesta sexual. Estos métodos han sido reseñados por Sansweet (1975). Algunos programas intentaron aumentar las técnicas de condicionamiento aversivo con un componente de aprendizaje social (entrenamiento en asertividad, cómo pedirles a las mujeres citas, etc.; Feldman & McCullogh, 1965). Más tarde, los mismos investigadores modificaron su abordaje, llamándolo “condicionamiento de evitación anticipatoria,” lo que permitía a los sujetos evitar el shock eléctrico cuando veían diapositivas de desnudos del mismo sexo (Feldman, 1966). Una situación estresante de esta índole probablemente podría inhibir sentimientos de proclividad a la respuesta sexual en cualquier dirección; sin embargo, se afirmó una tasa de cura d el  58%, con los criterios de resultado definidos como la supresión de la respuesta homoerótica. Cautela (1967) informó sobre sujetos aislados a los que se les enseñó a imaginar estos estímulos aversivos en lugar de padecerlos directamente. Su trabajo posterior se concentra en fantasía aversiva estructurada, en la que se pide a los sujetos que visualicen encuentros homoeróticos repulsivos en circunstancias estresantes (Cautela & Kearney, 1986). Los investigadores niegan que este abordaje terapéutico tenga un sesgo homofóbico.

Otros estudios sugieren que las intervenciones aversivas pueden extinguir la capacidad de respuesta homosexual pero hacen poco para promover la orientación al­ternativa. Un investigador sugiere que los pobres resultados de los tratamientos de conversión se deben al hecho de  que “no toman en cuenta en el complejo repertorio aprendido o topografía de la conducta homosexual” (Faustman, 1976). Otros estudies repiten el resultado de que las terapias aversivas en la  homosexualidad no alteran la orientación sexual de los sujetos (McConaghy, 1981).  Otro estudio similarmente sugiere que el condicionamiento comportamental disminuye la orientación homo­sexual pero no eleva el interés heterosexual (Rangaswami, 1982). Metodológicamente, el uso casi exclusivo de las mediciones de resultado de autoinforme es problemático, particularmente en un área donde los factores de demanda social pueden influir fuertemente los informes de los sujetos. Los pocos estudios que intentan validar externamente la reorientación sexual a través de mediciones comportamentales no muestran cambio después del tratamiento (Conrad & Wincze, 1976).

Masters y Johnson (1979) informaron sobre el tratamiento de 54 hombres homosexuales “insatisfechos”. Esto no tenía precedente en estos autores, ya que su trabajo previo sobre disfunciones sexuales no incluía tratamiento para personas homosexuales insatisfechas. Los autores formularon la hipótesis de que la homosexualidad era resultado de intentos de heterosexualidad fracasados o ridiculizados, pasando por alto lo  obvio: que los “fracasos” heterosexuales entre personas homosexuales son de esperar porque la conducta en cuestión está fuera de los patrones normales de respuesta sexual del individuo. A pesar de los comentarios de los autores en contrario, el estudio está  cimentado en un sesgo heterosexual. Gonsiorek (1981) hace surgir una variedad de preocupaciones relativas al estudio de Master y Jonson. De los numerosos problemas metodológicos de este estudio, quizás el más significativo sea la composición misma de la muestra.  De 54 sujetos, solamente 9 (17 %) se  identificaron a sí mismos como Kinsey  5 o 6 (exclusivamente homosexual). Los otros 45 sujetos (83%) cubrían la gama del 2 al 4 en la escala de Kinsey (predominantemente heterosexual a bisexual). Además, como el 30%  de la muestra se perdió para el seguimiento, es concebible que la muestra de resultado no incluyera ningún hombre homosexual. Quizás por esto es que se informa una tan alta tasa de éxito después de 2 semanas de tratamiento. Es probable que, en lugar de convertir o revertir a las personas homosexuales a la heterosexualidad, este programa realce la capacidad de respuesta heterosexual en personas con mapas sexuales heteroeróticos ya establecidos.

La evidencia en favor de la eficacia de los programas de conversión sexual es menos que convincente. Toda la investigación de esta área se ha desarrollado a partir de formulaciones hipotéticas no probadas sobre la naturaleza patológica de la homosexualidad. El modelo de enfermedad nunca ha sido empíricamente validado; por el contrario, una amplia literatura valida la visión no patológica de la homosexualidad, lo que condujo a su desclasificación como desorden mental (Gonsiorek, 1991). Así, el tratamiento en las dos modalidades, analítica y comportamentales, ha sido diseñado para curar algo que no se ha demostrado que sea una enfermedad. Desde un punto de vista metodológico, los estudios reseñados aquí revelan inadecuaciones en los criterios de selección y la clasi­ficación de los sujetos y mediciones de resultado pobremente diseñadas y administradas. Para decirlo brevemente, de las bases de datos existentes no surge consistencia que sugiera que la orientación sexual sea pasible de redireccionar o pueda ser influida significativamente a partir de la intervención sicológica

 

Conversión Basada en la Religión

 

En un reciente simposio sobre abordajes cristianos al tratamiento de lesbianas y hombres gays, un panelista dijo de sus numerosos intentos sin éxito de reorientación sexual: “Sentí que era lo que yo tenía que hacer para ganar el derecho a vivir en el planeta.” Tal es la experiencia de muchos hombres gays y lesbianas, que experimentan un conflicto severo entre sus sentimientos homoeróticos y su  necesidad de aceptación de parte de una comunidad religiosa homofóbica. Este conflicto causa que estos individuos busquen la guía de proveedores de cuidado pastoral de grupos de apoyo cristianos cuya meta es reorientar a lesbianas y hombres gays. Tales programas buscan despojar al individuo de sus sentimientos “pecaminosos” o al menos hacer posible la búsqueda de un estilo de vida heterosexual o célibe. Su base teórica se cimenta en interpretaciones de la escritura, que condenan la conducta homosexual, sus métodos de tratamiento, a menudo no especificados, se apoyan en la plegaria, y sus resultados en general se limitan a testimonios. Sin embargo, estos programas resisten un examen al pasar a causa del tremendo impacto sicológico que tienen en los muchos hombres gays y lesbianas desdichados que buscan sus servicios a causa de la disposición de algunos sicólogos de enviarlos allí. Por ultimo, muchos de estos programas han sido asociados con problemas éticos significativos.

Los hombres gays que tienen la mayor probabilidad de inclinarse hacia la práctica religiosa doctrinaria también son los que más probablemente tengan autoconceptos más bajos, consideren que la homosexualidad es más pecaminosa, sientan una mayor sensación de aprensión en cuanto a las respuestas negativas de los otros, y  están más deprimidos en general (Weinberg & Williams, 1974). Tales individuos son blancos vulnerables para los ministerios “ex-gay”, como se los conoce. Los grupos fundamentalistas cristianos como Homosexuales Anónimos, Ministerios Metanoia [Metanoia Ministries], Amor en Acción, Éxodo Internacional, y EXIT de Melodilandia son los proveedores más visibles de terapia de conversión. Las tareas de estos grupos están bien documentadas por Blair (1982), que afirma que, aunque muchos de estos proveedores de salud [practitioners] prometen públicamente el cambio, en privado reconocen que el celibato es la meta realista a la que deben aspirar los hombres gays y las lesbianas. Además caracteriza a muchos conversionistas religiosos como individuos profundamente perturbados sobre su propia orientación sexual, o cuya propia conversión sexual es incompleta. Blair informa una hueste de problemas con tales consejeros, incluyendo el abuso sexual a los clientes.

El más notable de estos ministros es Colin Cook. El programa de aconsejamiento de Cook, Quest [=Búsqueda], condujo al desarrollo de Homosexuales Anónimos, la más grande organización fundamentalista antigay de aconsejamiento en el mundo. El trabajo de Cook, su muerte final, y el subsiguiente encubrimiento de la Iglesia Adventista del Séptimo Día [Seventh Day Adventista Churra], son descritos por el sociólogo  Ronaldo Lanzón (1987). En el curso de unos 7 años, aproximadamente, unas 200 personas recibieron aconsejamiento de reorientación de Cook, su esposa y un socio. De su ministerio surgió Homosexuales Anónimos, un programa de 14 pasos modelado según el ejemplo de Alcohólicos Anóni­mos, que se ha vuelto la más grande organización fundamentalista del mundo con un foco unitario antigay. A Lanzón, que intentaba investigar la eficacia del programa de Cook, se le negó acceso a los aconsejados basándose en  la confidencialidad. Sin embargo, se las arregló para entrevistar a 14 clientes, ninguno de los cuales informó ningún cambio en orientación sexual. Todos excepto dos informaron que Cook había tenido sexo con ellos durante el tratamiento. De acuerdo con Blair, otro pastor homosexual que usaba su ministerio para ganar acceso sexual a personas gays vulnerables era Guy Charles, fundador de Liberación en Jesucristo. Charles era un hombre homosexual que había proclamado una conversión heterosexual subsiguiente a su aceptación de Cristo. Como a k.o., en última instancia a Charles le retiró el aval la organización cristiana que lo apadrinaba después de que se presentaron acusaciones de mala conducta sexual.

Hasta la fecha, el único programa de conversión sexual basado en lo espiritual que aparece en la literatura ha sido un estudio de Pattison y Pattison (1980). Estos autores describen un abordaje de sanación sobrenatural en el tratamiento de 30 individuos seleccionados como los mejores de un grupo de 300 que buscaban aconsejamiento de reorientación sexual en EXIT (=SALIDA) de Melodyland, un ministerio ex-gay carismático afiliado con un parque de diversiones cristiano. Los Pattison no explican sus criterios de muestreo, ni tampoco explican por qué 19 de sus 30 sujetos se rehusaron a las entrevistas de seguimiento. Sus datos indica n que solamente 3 de los  11 (de 300) sujetos informaron no tener deseos, fantasías o impulsos homosexuales en el momento,  y que 1 de cada 3 sujetos figura  en lista as como que todavía es “incidentalmente homosexual.” De los otros 8 sujetos, varios indicaron conflicto neurótico continuo sobre sus impulsos homosexuales. Aunque 6 de estos hombres se han casado heterosexualmente, 2 admiten que un problema que continúa es la ideación homosexual más que incidental.

Recientemente, los fundadores de otro prominente ministerio ex-gay, Éxodo Internacional, denunciaron que sus procedimientos de terapia de conversión eran ineficaces. Michael Busse y Gary Cooper, cofundadores de Éxodo y amantes por 13 años, estuvieron involucrados con la organización desde 1976 a 1979. El programa fue descrito por estos hombres como “ineficaz. . . ni una persona fue curada.” Afirmaron que el programa a menudo exacerbaba los sentimientos ya prominentes de culpa y fracaso personal entre los aconsejados; muchos fueron empujados a pensamientos suicidas como resultado de la fracasada terapia reparadora (“Newsbriefs” 1990, p. 43).

Los programas de conversión de fundamentalistas cristianos mantienen un enorme poder simbólico sobre mucha gente. Posiblemente exacerbando el daño infligido a aconsejados ingenuos y abrumados de culpa, estos programas operan bajo los formidables auspicios de la iglesia cristiana, y fuera de la jurisdicción de cualquier organización profesional que pueda imponerles estándares éticos de práctica y responsabilidad ante lo hecho. Se necesita una mirada más cercana a tales programas, dada la frecuencia con la que los programas de conversión espiritual buscan legitimizarse teniendo a sicólogos como afiliados.

Un examen de los abordajes sicoterapéuticos y espirituales a la terapia de conversión revela una amplia gama de motivos de preocupación científica, desde debilidades teóricas a limitaciones metodológicas y resultados pobres. Esta literatura no sugiere un brillante futuro en el estudio de los modos de reorientar a las personas sexualmente. Los individuos que se someten a tratamiento de conversión no tienen mayor probabilidad de emerger con inclinación heterosexual, sino que a menudo quedan avergonzados, conflictuados y temerosos de sus sentimientos homoeróticos. No es raro que los hombres gays y lesbianas que han sufrido tratamientos de aversión adviertan una temporaria declinación aguda en su capacidad de respuesta sexual, y algunos sujetos informan disfunción sexual de largo plazo. De modo similar, los sujetos que han pasado por intentos fallidos de terapias de conversión a menudo informan culpa y ansiedad incrementadas y baja autoestima. Algunos huyen escondiéndose en casamientos heterosexuales que están condenados a tener problemas que inevitablemente involucrarán a los cónyuges, y a menudo también a los hijos. Ningún investigador ha ni siquiera sugerido la posibilidad de que los tratamientos de conversión puedan dañar a algunos participantes, incluso en un campo donde una tasa de éxito del 30% se considera alta. La pregunta de investigación, “¿Qué se consigue con los tratamientos de conversión?” bien puede ser reemplazada por, “¿Qué daño se ha hecho en el nombre de la reorientación sexual?” Hasta hoy no hay datos.

 

Consideraciones Éticas

 

Hemos considerado la pregunta de si las orientaciones sexuales son pasibles de cambio o modificación por medio de intervenciones terapéuticas. De igual importancia, si no mayor, es la pregunta de si la sicología debe proveer o avalar tales “curas.” Los especialistas en ética objetan la terapia de conversión en dos bases: primero, que constituye una cura para una condición que se ha juzgado no ser una enfermedad, y segundo, que refuerza una devaluación prej­uiciosa e injustificada de la homosexualidad.

La decisión de 1973 de la Asociación Siquiátrica Norteamericana de [American Psychiatric Association] de borrar a la homosexualidad de su Manual Diagnóstico y Estadístico de Desórdenes Mentales [Diagnostic and Statistical Man­ual of Mental Disorders] marcó la muerte oficial del modelo de enfermedad para la homosexualidad. La Asociación Sicológica Norteamericana [American Psychological Associa­tion (APA)] se unió a la tendencia con una resolución que afirmaba esta perspectiva antienfermedad, declarando, en parte,”. . . la APA urge a todos los profesionales de la salud men­tal a que tomen la conducción en la remoción del estigma de enfermedad mental que largamente ha sido asociado con las orientaciones homosexuales” (APA, 1975). La homosexualidad fue reemplazada con el confuso diagnóstico de “homosexualidad egodistónica”, que fue descartado totalmente en 1987.

Está fuera del alcance de este artículo reseñar comprehensivamente la literatura sobre la depatologización de la homosexualidad. Para decirlo brevemente, la erudición reciente en el área sugiere que la homosexualidad humana, a pesar de ser no reproductiva en su naturaleza, es tan biológicamente natural como la heterosexualidad

.

No se pueden usar argumento biológicos para distinguir moralmente entre homosexualidad y heterosexualidad. Como la preferencia manual diestra o zurda, ambas son expresiones de una única naturaleza humana que puede ser expresada diferentemente en diferentes individuos. Si la homosexu­alidad es por tanto parte de una gama de conducta que ha moldeado al Homo sapiens, entonces es claro que la homosexualidad no es una enfermedad, y ciertamente el objeto general no debería ser ‘curarla’. (Kirsch & Weinrich, 1991, p. 30)

 

La conducta e identidad Homosexuales existen en muchas culturas, y su relativa normalidad [normalcy] parece ser más una función de la atribución social subjetiva que de propiedades intrínsecas.

 

Nuestra sociedad ha tomado una clase natural de homosexualidad y la volvió tabú de un modo que es completamente innecesario para su estabilidad o sus valores. Es tiempo que nosotros aprendamos de otras culturas que la igualdad uniforme no es una meta deseable para la sociedad. (Weinrich & Williams, 1991, p. 59)

 

Los proponentes de la terapia de conversión continúan insistiendo, en ausencia de toda evidencia, en que la homosexualidad es patológica. Este modelo fue rechazado a causa de la falta de tal evidencia, y su final ha sido descrito por Gonsiorek (1991). Esta reseña subraya la defectuosa lógica inherente a las teorías sicoanalíticas clásicas de disfunción familiar como etiología de la homosexualidad. El sesgo de investigador, así como las inadecuaciones metodológicas, caracterizan a los estudios que apoyan al modelo de enfermedad Los datos de tests sicológicos, desde el estudio de Hooker (1957) a los estudios de estos tiempos, han sido reseñados y no muestran diferencias sustantivas entre sujetos ho­mosexuales y heterosexuales.

Si hubiera propiedades intrínsecas a la homosexualidad que la hicieran una condición patológica, seríamos capaces de observarlas y medirlas directamente. Sin embargo, en realidad, existe una amplia literatura que indica justo lo contrario: que los hombres gays y las lesbianas no difieren significativamente de los hombres y mujeres heterosexuales en mediciones de estabilidad sicológica, ajuste social o vocacional o capacidad para la toma de decisiones. De hecho, el ajuste sicológico entre hombres gays y lesbianas parece estar directamente correlacionado con el grado en que han aceptado su orientación sexual (Weinberg & Williams, 1974). A la luz de esta evidencia, la cantidad de estudios que examinan la patogénesis de la homosexualidad ha disminuido en años recientes.

Davison (1976, 1978, 1991) ha detallado muchos de las objeciones éticas a las terapias de conversión. Davison, que fue un terapeuta comportamental una vez bien conocido por su programa para cambiar la orientación sexual, cree que se hace un flaco servicio al individuo gay o lesbiana al ofrecerle el cambio de orientación sexual como opción terapéutica. En la visión de Davison, la terapia de conversión refuerza el prejuicio antigay. Pregunta, “¿cómo pueden los terapeutas honestamente hablar de falta de prejuicio cuando participan en regimenes de terapia que por su propia existencia —y sin tener en cuenta su eficacia—  parecerían condonar el prejuicio social actual y quizás también dificultar el cambio social?” (1991, p. 141).

En su paráfrasis de Halleck (1971), Davison afirma que la neutralidad terapéutica es un mito  y que los terapeutas, por la naturaleza de su rol, no pueden evitar influir a los pacientes en cuanto a valores. Davison sugiere que la pregunta de si la orientación sexual puede ser cambiada es secundaria a la consideración de que no debería ser cambiada, a causa de la devaluación y patologización de la homosexualidad implícitas en ofrecer una “cura” para ella. Como los terapeutas operan desde posiciones de poder, afirmar la viabilidad de la homosexualidad y después involucrarse en esfuerzos terapéuticos para cambiarla envía un mensaje mezclado: Si se ofrece una cura, entonces debe haber una enfermedad. Este punto es repetido por Begelman, que afirmó que “(las terapias de conversión) por su propia existencia constituyen un elemento causal significativo en el refuerzo de la doctrina social de que la homosexualidad es mala; los terapeutas. . . fortalecen todavía más el prejuicio de que la homosexualidad es una ‘conducta problemática’, ya que se puede ofrecer tratamiento para ella” (1975, p. 180). Charles Silverstein (1977),  apunta a los factores sociales (ge., familias que rechazan, interacciones de pares  hostiles y sociedad desaprobadora) como los responsables de que la gente busque el cambio de orientación sexual. Estos autores indican que lo que fue históricamente considerado como respuestas “egodistónicas” a la homosexualidad eran en realidad reacciones internalizadas a una sociedad hostil.

Los proponentes de la terapia de conversión a menudo niegan cualquier intento coercitivo, sosteniendo que el suyo es un servicio valioso para lesbianas y hombres gays angustiados que libremente buscan sus servicios. Sin embargo, el concepto de que los individuos buscan cambio de orientación sexual por su propio libre albedrío puede ser falaz. Martin (1984) afirmó que “la aceptación implícita del clínico de que la orientación homosexual es la causa de reacciones egodistónicas, y el acuerdo concomitante de intentar el cambio de orientación sexual, exacerban las reacciones egodistónicas y refuerza y confirma la homofobia internalizada que yace en su raíz” (p. 46).

Las asociadiones sicológicas estatales han comenzado a enfocarse   el tema de la terapia de conversión, para proveer líneas de guías razonables para consumidor y proveedor de salud. En 1991, La Asociación Sicológica del Estado de Washington [Washington State Psy­chological Association] adoptó una política de aconsejamiento para terapia de conversión de orientación sexual. Aquí se establece parte de esta política:

 

Los sicólogos no proveen o avalan curas para lo que  no se ha juzgado que sea una enfermedad. Los individuos que buscan cambiar su orientación sexual lo hacen como resultado de estigma y homofobia internalizadas, dada la consistente demostración científica de que no hay nada en la homosexualidad per se que mine el ajuste sicológico  Por tanto es nuestro objetivo como sicólogos educar y cambiar el contexto social intolerante, no al individuo que es victimizado por él. Los tratamientos de conversión, por su propia existencia, exacerban la homofobia que la sicología busca combatir. (Washington State Psychological Association, 1991)

 

Discusión

 

Nuestra comprensión de la sexualidad humana está entrando en una nueva era, una en la que presunciones y clasificaciones anteriormente sacrosantas ya no son aplicables. Una nueva generación de individuaos, ya no autoidentificados como lesbianas o gays sino  “queers,” está desarrollando una perspectiva de la orientación sexual más compleja y fluida que lo que históricamente ha sido considerado a lo largo de líneas rígidas. Esta nueva construcción de la sexualidad, combinada con las hipótesis anticuadas y anticientíficas sobre las que se ha basado la terapia de conversión, vuelve anacrónica la terapia de reorientación tradicional.

La falta de apoyo empírico para la terapia de conversión pone en duda el juicio de los clínicos que la practican o avalan. La “Hoja de Hechos sobre Terapia Reparativa” de la APA [“Fact Sheet on Reparative Therapy”] abre con la siguiente declaración: “No existe evidencia científica que apoye la efectividad de cualquiera de las terapias de conversión que intentan cambiar la orientación sexual.”  Una reseña de la literatura vuelve obvio el por qué se efectúa esta declaración. Los sicólogos están obligados a usar métodos que tengan alguna eficacia empíricamente demostrable, y  hay escasez de tal evidencia relativa a la terapia  de conversión. Además, hay necesidad de entender plenamente los efectos potencialmente dañinos de un tratamiento de conversión fracasado.

La cuestión lógica que sigue, entonces, involucra estándares de práctica para el tratamiento de lesbianas y hombres gays que sean compatibles con los datos científicos. En 1991, el Comité de Temas de Preocupación de Lesbianas y Gays de la APA publicó los resultados de una encuesta sobre sesgo en tratamiento sicoterapéutico de lesbianas y hombres gays. Esta reseña es un paso inicial en la provisión al clínico de líneas de guía que sean consistentes con la ciencia y que promuevan  el bienestar y la dignidad del individuo gay o lesbiana. Se necesita más investigación para refinar estas recomendaciones sobre la miríada de temas que las personas gays traen a terapia. Es la responsabilidad de los sicólogos proveer información científica  precisa, partic­ularmente porque se está usando tanta información errónea para continuar estigmatizando y justificar, incluso legislar, la discriminación contra las personas gays. La oleada actual de actividad política antigay está fundada en las presunciones erradas de que la homosexualidad es un modo de vida elegido, y si vamos a ello, un modo de vida anormal. Sería imposible entender por qué tantas personas creerían que las lesbianas y los hombres gays deliberadamente elegirían un modo de vida que los pone en riesgo de discriminación y violencia. Está, sin embargo, bien dentro del dominio de la sicología diseminar información precisa a partir de nuestra considerable base de datos sobre homosexualidad.

Incluso más significativas que las consideraciones prácticas de la terapia de conversión son  las preocupaciones éticas. Los sicólogos están obligados a usar métodos que promuevan la dignidad y bienestar de la humanidad. Las terapias de conversión dejan que desear en este aspecto porque son necesariamente predicadas a partir de una devaluación de la identidad y conducta homosexual  es. Algunos conversionistas contemporáneos proclamarían una posición neutral en  cuanto a valor, insistiendo en que la terapia de conversión es simplemente asunto del derecho del cliente a elegir trata­miento, pero cuál es el propósito de intentar cambiar una orientación sexual si no está negativamente valuada? ¿Cuántos hombres y mujeres heterosexuales buscan una conversión similar a la homosexualidad? ¿Qué mensaje envía la sicología a la sociedad cuando afirma la normalidad de la homosexualidad pero continúa dando aprobación tácita a los esfuerzos para cambiarla? Murphy, resumiendo su reseña de la literatura de terapia de conversión, enfocó este punto:

 

No habría técnicas de reorientación si no existiera la interpretación de que el  homoerotismo  es un estado inferior, interpretación que en muchos modos continúa siendo definida médicamente, puesta en vigencia por derecho criminal, sancionada socialmente y religiosamente justificada. Y es en esta interpretación moral, más que en la teoría médica que reine en el momento, que todos los programas de reorientación sexual tienen sus orígenes y justificaciones comunes. (1992, p. 520)

 

Esta moralidad actúa en todos los aspectos de la actividad homofóbica, desde el alarmante aumento en violentos crímenes de odio contra hombres gays y lesbianas a las agendas políticas y legislativas de las organizaciones antigay. Los perpetradores de violencia y los grupos políticos antigay justifican sus acciones con la misma devaluación de la homosexualidad que ha sido usada por los terapeutas de conversión.

Dada la extensa devaluación social de la homosexualidad y la falta de modelos de rol positivos para hombres gays y lesbianas, no es sorprendente que muchas personas gays busquen volverse heterosex­uales. Las actitudes homofóbicas han sido institucionalizadas en casi todos los aspectos de nuestra estructura social, desde el gobierno y las fuerzas armadas a nuestros sistemas educacionales y religiones organizadas. Para los hombres gays y las lesbianas que se han identificado con el grupo dominante, el deseo de ser como los demás y de ser socialmente aceptados es tan fuerte que el relacionarse heterosexualmente se vuelve más que un acto de sexo o amor. Se vuelve un símbolo de haberse liberado del prejuicio y de la devaluación social. La sicología no puede liberar a las personas del estigma continuando la promoción de la terapia de conversión o respaldándola tácitamente. La sicología solamente puede combatir el estigma con un vigoroso reconocimiento de la verdad empírica. El foco apropiado de la profesión es revertir el prejuicio, no revertir la orientación sexual.

 

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Received December 9, 1992 Revision received March 10, 1993 Accepted May 14,1993 •