Psicothema 2010, Vol. 22, n° 1, pp 9-14
Atracción, retención y expulsión de la pareja.
Emily J. Miner and Todd K. Shackelford
Florida Atlantic University
Fecha recepción: 9-11-09 • Fecha aceptación: 9-11-09
Correspondencia: Emily J. Miner Department of Psychology Florida Atlantic University 33314 Davie (Florida) e-mail: eminer2@fau.edu
Las teorías de la selección sexual y la inversión parental han guiado gran parte de la investigación psicológica evolucionista sobre las pautas de emparejamiento humanas. Sobre la base de dichas teorías, los investigadores han predicho y encontrado diferencias sexuales en las preferencias y las conductas de emparejamiento. Los hombres prefieren generalmente que sus compañeras estables sean jóvenes y físicamente atractivas. Las mujeres generalmente prefieren que sus compañeros estables dispongan de recursos o de una capacidad potencial para obtenerlos y que estén dispuestos a invertir dichos recursos en los niños que la relación pueda generar. Tanto hombres como mujeres desean, sin embargo, que sus compañeros estables sean considerados e inteligentes. Una vez que se ha producido un emparejamiento, hombres y mujeres actúan de forma diferenciada para asegurar la continuidad y la exclusividad de la relación. Los hombres, en concreto, muestran comportamientos diseñados para evitar, corregir y anticipar la infidelidad sexual de sus parejas. Las relaciones de pareja acostumbran a terminar por razones relevantes desde un punto de vista evolucionista: infidelidad, ausencia de descendencia e infertilidad. En la discusión, se apuntan algunas líneas de investigación para el futuro.
La literatura sicológica evolucionaria sobre apareamiento humano ha estado guiada primordialmente por la aplicación de los principios de la selección sexual. La teoría de la selección sexual postula que algunas características se vuelven más prevalecientes debido a las ventajas que confirieron al éxito de apareamiento de un individuo ancestral (Andersson, 1994; Darwin, 1871). La selección sexual puede producirse por vía de competencia intrasexual, o competencia entre miembros del mismo sexo en la que los ganadores experimentan mayor éxito de apareamiento que los perdedores (Darwin, 1871). La selección sexual también puede producirse por vía de selección intersexual, o selección de miembros particulares del otro sexo como parejas de apareamiento. Ambos mecanismos de selección sexual eventualmente conducen a un cambio en la frecuencia de las características deseadas o indeseadas (Darwin, 1871). Se han identificado en los pasados cuarenta años mecanismos adicionales de selección sexual que incluyen mezclas en grupos desordenados [scrambles], rivalidad de resistencia, competencia espermática y coerción sexual (Andersson, 1994; Smuts & Smuts, 1993; para una reseña véase Murphy, 1998).
Aunque Darwin (1871) reconoció que los machos a menudo se involucraban en competición intrasexual y que las hembras a menudo ejercitaban la elección de pareja, Trivers (1972) proveyó la explicación de esta diferencia entre sexos. La teoría de inversión progenitorial de Trivers advierte que los miembros del sexo con la mayor inversión progenitorial obligatoria serán más selectivos respecto de con quién se aparean. Como en los humanos las mujeres tienen una inversión progenitorial obligatoria mayor, las mujeres son el sexo más selectivo (Buss, 1996). Nuestros ancestros fueron aquellas mujeres que cuidadosamente seleccionaron una pareja y adjudicaron prudentemente sus limitados recursos reproductivos. Como las mujeres ancestrales eran selectivas en cuanto a con quiénes se apareaban, nuestros ancestros varones fueron esos hombres que (1) compitieron exitosamente con rivales para obtener y mantener el acceso a estas mujeres selectivas y (2) aprovecharon las oportunidades de bajo riesgo para apareamientos de largo plazo (véase, e.g., Buss & Schmitt, 1993). Con gran éxito, los sicólogos evolucionarios han aplicado los principios de la selección sexual y la teoría de la inversión progenitorial al dominio del apareamiento humano. Este artículo resalta algunas de las contribuciones que los sicólogos evolucionarios han hecho a la literatura del emparejamiento humano, concentrándose en tres áreas: atracción y selección de la pareja, retención de la pareja y expulsión de la pareja.
Atracción y selección de pareja
A lo largo de la historia evolucionaria humana, hombres y mujeres a menudo han experimentado diferentes presiones de selección. Por ejemplo, las mujeres experimentan la certidumbre de maternidad, en tanto que los hombres experimentan la incertidumbre de paternidad (e.g., Buss & Schmitt, 1993). A causa de estas diferentes presiones de selección, hombres y mujeres han evolucionado algunas estrategias de apareamiento y preferencias de pareja algo diferentes (Buss, 2006). Además de estas diferencias entre sexos, las preferencias de pareja también difieren dependiendo del tipo de relación deseada. Por ejemplo, como la cooperación con una pareja de largo plazo es más extensa que con una pareja de corto plazo, la agradabilidad puede ser un rasgo más deseado para parejas de largo plazo que para parejas de corto plazo (Botwin, Buss, & Shackelford, 1997). Esta sección estudia las preferencias de pareja de corto plazo, las preferencias de pareja de largo plazo y algunos procesos de estudio de parejas, prestando atención particular a las diferencias entre sexos cuando son relevantes.
Preferencias de pareja de corto plazo (extra-pareja)
Los hombres ancestrales que se involucraban en apareamientos de corto plazo con mujeres de alto valor reproductivo (reproducción futura esperada) ocasionalmente habrían recibido beneficios de aptitud por hacerlo así (Buss, 1996). Las mujeres jóvenes y físicamente atractivas tienden a ser más fértiles que las mujeres mayores y menos atractivas (Buss, 1989). Por esta razón, los hombres prefieren mujeres jóvenes y atractivas como parejas de largo plazo (Buss & Schmidt, 1993; Kurzban & Weeden, 2005; Li & Kenrick, 2006). Los hombres también prefieren una variedad de otras características en las mujeres (véase Tabla 1) a causa de su relación sospechada con la fertilidad de una mujer y su éxito reproductivo futuro. Aunque tanto hombres como mujeres prefieren una pareja de corto plazo atractiva, los hombres exhiben una preferencia más fuerte por las parejas de corto plazo atractivas que las mujeres (Li & Kenrick, 2006). Los hombres también informan desear tener más parejas sexuales en su vida que las mujeres (Buss & Schmitt, 1993).
Tabla 1 Preferencias de pareja de corto plazo | ||
Sexo del blanco | Característica(s) preferidas
del sujeto-blanco |
Referencia |
Mujer | Joven, físicamente atractiva
Simetría de senos, nalgas Baja razón Cintura Caderas (WHR) Baja BMI No casada, sin parejas sexuales casuales |
Buss & Schmitt, 1993
Kurzban & Weeden, 2005 Li & Kenrick, 2006 Li & Kenrick, 2006 Marlowe, Apicella, & Reed, 2005 Singh & Young, 1995 Cornelissen, Toveé, & Bateson, 2009 Kurzban & Weeden, 2005 (cf. Lassek & Gaulin, 2008) Shackelford et al., 2004 |
Varón | Físicamente atractivo
No casado, sin parejas sexuales casuales Muscular, masculino |
Li & Kenrick, 2006
Shackelford et al., 2004 Li & Kenrick, 2006 |
Cuando se está aplicando una estrategia de apareamiento de corto plazo, los hombres experimentan menos riesgos que las mujeres, en parte porque los hombres no pueden quedar embarazados y tienen muchas menos probabilidades de ser abandonados criando un niño como progenitor soltero. Aunque los investigadores están de acuerdo en que los hombres buscan mujeres atractivas y sexualmente receptivas para emparejamiento de corto plazo, se han ofrecido varias hipótesis para explicar por qué las mujeres a veces arriesgan ser madres solteras por aferrarse a una estrategia de apareamiento de corto plazo. Greiling y Buss (2000) sugieren que las mujeres adoptan una estrategia de corto plazo para adquirir recursos físicos o reemplazar una pareja de largo plazo de ese momento. En contraste, otros trabajos sugieren que las mujeres pueden adoptar apareamientos de corto plazo para adquirir buenos genes a costas de inversión futura (Gangestad & Thornhill, 1997; Gangestad, Thornhill, & Garver-Apgar, 2005; Gangestad, Garver-Apgar, Simpson, & Cousins, 2007).
La hipótesis de los Buenos genes en cuanto al apareamiento de corto plazo predice que las mujeres estarán máximamente interesadas en Buenos genes durante las fases más fértiles de su ciclo ovulatorio. Provost, Troje, & Quinsey (2008) demostraron que las mujeres en la fase fértil de su ciclo ovulatorio y las mujeres con una orientación sociosexual no restringida (que tienen más probabilidad de involucrarse en encuentros sexuales con baja inversión de una pareja potencial) tienen más probabilidad de involucrarse en una estrategia de apareamiento de corto plazo y prefieren hombres con una apostura masculina comparadas con mujeres en las fases no fértiles y mujeres con una orientación sociosexual restricta (que tienen menos probabilidad de involucrarse en encuentros sexuales con baja inversión de parte de una pareja (véase también Little, Jones, Penton-Voak, Burt, & Perrett, 2002). Las mujeres que están ovulando también prefieren parejas de corto plazo que sean más creativas (Haselton & Miller, 2006) y que desplieguen presencial social y competitividad intrasexual (Gangestad, Simpson, Cousins, Garver-Apgar, & Christensen, 2004).
Preferencias de pareja de largo plazo
Aunque las mujeres son más selectivas que los hombres cuando eligen una pareja de corto plazo, hombres y mujeres parecen ser igualmente selectivos cuando seleccionan una pareja de largo plazo (Li & Kenrick, 2006). Ambos sexos dan prioridad a la amabilidad y la inteligencia en parejas potenciales de largo plazo (Buss, 1988; Li, Bailey, Kenrick, & Linsenmeier, 2002). Los investigadores también han encontrado diferencias entre sexos en las preferencias de pareja de largo plazo. Las mujeres prefieren hombres que estén altos en cuanto a estatus social, tengan recursos para gastar, y sean mayores y tengan mayor capacidad financiera, ambición e industriosidad. En contraste, los hombres prefieren mujeres que sean atractivas y jóvenes (Buss, 1989; Li et al., 2002). Cuando estudian parejas prospectivas como parejas de largo plazo, hombres y mujeres determinan primero si la pareja en perspectiva tiene suficientes niveles de las características que son más importantes (e.g., amabilidad, inteligencia, atractivo, estatus) antes de considerar características menos importantes tales como la creatividad y el sentido del humor, que parecen ser procesadas como «lujos» en una pareja (Li et al., 2002).
Preferencias de pareja homosexual
Las preferencias de pareja de los individuos homosexuales son consistentes con las de los individuos heterosexuales. Como tales, el sexo tiene un impacto mayor en las preferencias del varón que la orientación sexual (Bailey, Gaulin, Agyei, & Gladue, 1994). Los hombres homosexuales y heterosexuales valúan en una pareja el atractivo y la juventud más que el estatus social y los recursos de gasto (Bailey et al., 1994; Gobrogge, Perkins, Baker, Balcer, Breedlove, & Klump, 2007; Kenrick, Keefe, Bryan, Barr, & Brown, 1995). Sin tomar en cuenta el estatus de la relación, los hombres homosexuales y heterosexuales expresan deseo de más parejas sexuales que las mujeres (Schmitt & International Sexuality Description Project, 2003). Aunque los hombres homosexuales prefieren en promedio los hombres masculinos, los hombres relativamente femeninos expresan una preferencia más débil por la masculinidad (Bailey, Kim, Hills, & Linsenmeier, 1997). Las mujeres homosexuales prefieren parejas que sean similares en edad, como las mujeres heterosexuales, pero también parejas que sean más juveniles, como los hombres heterosexuales (Kenrick et al., 1995). Las mujeres homosexuales prefieren mujeres que se vean femeninas pero no necesariamente atractivas (Bailey et al., 1994, 1997).
Procesos de estudio y selección de la pareja
El estudio y selección de la pareja son más complicados cuando se consideran factores adicionales, tales como exposición en los medios, presión familiar y estudios de uno mismo. La hipótesis del mal emparejamiento sugiere que las discrepancias entre los ambientes actuales y los ambientes en los que evolucionaron las adaptaciones pueden dar como resultado conductas sorprendentes pero predecibles (Crawford, 1998). La exposición a los medios es una experiencia evolucionaria novedosa que puede impactar la sicología humana de un modo predecible. Kenrick y sus colegas (Kenrick & Gutierres, 1980; Kenrick, Gutierres, & Goldberg, 1989; Kenrick, Neuberg, Zierk, & Krones, 1994) sugieren que hombres y mujeres expuestos a distribuciones irreales de otros altamente atractivos, por vía de los medios masivos, por ejemplo, pueden percibir que las parejas deseables son más accesibles de lo que lo son en realidad. Cuando se los compara con personas que se exponen de modo infrecuente en los medios masivos, los hombres y mujeres que se exponen frecuentemente los medios masivos pueden estar menos satisfechos con sus parejas del momento y estar menos deseados de involucrarse con personas a las que imaginan menos deseable (Kenrick & Gutierres, 1980; Kenrick et al., 1989).
Datos recientes de sociedades de caza y recolección sugieren que los progenituras pueden haber tenido más influencia sobre las decisiones de elección de pareja de sus hijos que lo que se había pensado previamente (Apostolou, 2007). Los datos de estas sociedades sugieren que nuestros ancestros pueden también haber sido influidos por sus progenitores al tomar decisiones de apareamiento. Apostolou (2007, 2008) sugiere que la exposición a preferencias de pareja potencialmente conflictivas de progenitores y otra parentela puede causas que los individuos, particularmente las mujeres, seleccionen parejas de modo diferente de si los individuos solamente considerasen sus preferencias de pareja personales (Apostolou, 2007, 2008). Por ejemplo, los progenitores pueden ejercer influencia sobre sus hijos para que se casen con parejas de trasfondos familiares particulares para fortalecer alianzas interfamiliares, un resultado que es más preferido por los progenitores y más beneficioso para ellos que por y para los hijos e hijas (Apostolou, 2008).
Adicionalmente, el valor de pareja un individuo (atractivo como pareja en perspectiva) afecta las preferencias de pareja de un individuo (e.g., Buss & Shackelford, 2008; Little, Burt, Penton-Voak, & Perrett, 2001; Smith et al., 2009; para reseña, Penke, Todd, Lenton, & Fasolo, 2007). El valor de pareja puede afectar las preferencias de pareja por vía de los mecanismos evolucionados que calibran las preferencias de pareja de acuerdo con qué características un individuo puede razonablemente esperar obtener en una pareja (Buss & Shackelford, 2008). Estos mecanismos impedirían que los individuos invirtieran a pérdida en intentos destinados al fracaso de obtener una pareja que improbablemente manifieste interés recíproco. Por ejemplo, las mujeres que son clasificadas como altamente atractivas exhiben preferencias más fuertes que las mujeres clasificadas como menos atractivas por los hombres que tienen probabilidad de invertir altamente en ellas, que probablemente fueran buenos progenitores, buenas parejas y tuvieran buenos genes (Buss & Shackelford, 2008). En última instancia, sin embargo, los hombres y mujeres tienden a formar pareja con otros de valor de pareja similar (Buss, 2003). Después de gastar esfuerzos estudiando, seleccionando y atrayendo una pareja potencial, una persona debe agotar esfuerzos para retener la pareja.
Retención de la pareja
Las conductas de retención de pareja son actos ejecutados para asegurar la continuidad de la relación y la fidelidad de la pareja. De hombres y de mujeres se formula la hipótesis de que gastan esfuerzos y energía en pro de la retención de pareja, proporcionales a los costos potenciales, que toman en cuenta el gasto requerido, y los beneficios, que toman en cuenta la probable efectividad de las conductas de retención de pareja (Buss, 1988; Buss & Shackelford, 1997). Es probable que se desplieguen conductas de retención de pareja cuando el riesgo percibido de infidelidad de la pareja es alto. Los hombres adjudican más esfuerzo a la retención de pareja cuando juzgan que sus parejas tienen más probabilidad de involucrarse en sexo extrapareja (Goetz et al., 2005; Buss & Shackelford, 1997). Adicionalmente, los hombres adjudican más esfuerzo a la retención de pareja cuando han pasado una mayor proporción de tiempo separados de sus parejas a partir de la última cópula de la pareja, que es una representación próxima [proxy for] del riesgo de infidelidad de la pareja (Starratt, Shackelford, Goetz, & McKibbin, 2007). Los hombres también despliegan más conductas de retención de parejas cuando se los empareja con un otro de alto valor de pareja, tal como una mujer atractiva y joven (Buss & Shackelford, 1997).
Los trabajos recientes han identificado dos clases de conductas de retención de pareja: las que infligen costos a la pareja y las que conceden beneficios a la pareja (McKibbin et al., 2007; Miner, Starratt, & Shackelford, 2009). Los hombres de bajo valor de pareja (e.g., los hombres con pocos recursos económicos, los hombres poco atractivos, los hombres desagradables) ejecutan más conductas que infligen costos, por ejemplo, blandiendo insultos dirigidos a la pareja (e.g., diciéndole a la pareja que todo es culpa de ella o que sus senos son feos), y menos conductas de aprovisionamiento de beneficios que los hombres de alto valor de pareja (e.g., hombres con recursos para gastar, hombres atractivos, hombres amables), quizás porque los hombres de bajo valor de pareja carecen de los recursos necesarios para ejecutar conductas de aprovisionamiento de beneficios suficientes para retener a sus parejas (Miner, Starratt, & Shackelford, 2009).
Las mujeres ejecutan conductas de retención de parejas tan frecuentemente como los hombres; sin embargo, hay diferencias entre sexos en la frecuencia con la que se despliegan conductas en particular (Buss, 1988; Shackelford, Goetz, & Buss, 2005). Buss (1988) descubrió que cada sexo ejecuta conductas de retención de pareja que anuncian las características que son importantes para el sexo de su pareja: Los hombres ejecutan más que las mujeres las conductas de desplegar recursos ante sus parejas, tales como dar a la pareja un regalo costoso, en tanto que las mujeres ejecutan más conductas que involucran realzar su propia apariencia para beneficio de su pareja y para amenazar infidelidad.
Además de las conductas de retención de pareja, los hombres también ejecutan conductas diseñadas para prevenir, «corregir» y anticipar la infidelidad de la mujer (Shackelford, 2003). Siguiendo a una infidelidad, un hombre puede iniciar sexo con su pareja para inducir competencia espermática en la que el esperma de dos o más machos ocupa simultáneamente el tracto reproductivo de una mujer y compiten para fertilizar su óvulo (e.g., Baker & Bellis, 1995). Al asegurarse de que su esperma está compitiendo para fertilizar el óvulo de su pareja, un hombre puede aminorar su riesgo de ser hecho cornudo y sin apercibirse invertir en la progenie de un progenitor. Los hombres que pasan una mayor proporción de tiempo separados de sus parejas están más interesados en copular con sus parejas, informan que sus parejas son más atractivas y que están más sexualmente interesadas en ellos, e informan que otros hombres encuentran a sus parejas más atractivas (Shackelford et al., 2002, 2007). Los hombres también ejecutan comportamientos más coercitivos sexualmente: conductas verbales y físicas destinadas a convencer a una pareja potencialmente desinteresada en que se involucre en conducta sexual, cuando sus parejas han sido infieles o tienen probabilidad de ser infieles (Goetz & Shackelford, 2006). Los hombres informan una preferencia por ver representaciones de dos hombres interactuando sexualmente con una mujer (el guión de la competencia espermática) prefiriéndolas a representaciones de dos mujeres que interactúan sexualmente con un solo hombre (Pound, 2002). Proveyendo apoyo adicional a la influencia de la competencia espermática en la conducta sexual de los varones, Kilgallon y Simmons (2005) demostraron que los hombres tienen un porcentaje más alto de esperma móvil en eyaculados masturbatorios producidos cuando se veían imágenes de dos hombres y una mujer que en eyaculados masturbatorios producidos mientras veían imágenes de tres mujeres.
Expulsión de pareja
Aunque hombres y mujeres a veces gastan un esfuerzo significativo para retener a sus parejas, los costos de la relación (Shackelford & Buss, 2000) eventualmente pueden superar en importancia sus beneficios y provocar la terminación de una relación. En un estudio transcultural, Betzig (1989) descubrió que la infidelidad es la razón más común que se cita para la disolución marital. Hay sin embargo diferencias entre sexos en las razones para disolver una relación. El éxito reproductivo de los hombres ancestrales era afectado grandemente por el valor reproductivo de su pareja y la fidelidad de su pareja, lo que puede ofrecer una explicación de por qué los hombres se sienten más perturbados por las infidelidades sexuales de una pareja que por sus infidelidades emocionales (e.g., Shackelford, Buss, & Bennett, 2002). En contraste, el éxito reproductivo de las mujeres ancestrales era afectado grandemente por los recursos que sus parejas compartían con ellas, lo que puede ofrecer una explicación de por qué las mujeres son más perturbadas por las infidelidades emocionales de su pareja que por las infidelidades sexuales (e.g., Shackelford, Buss, & Bennett, 2002). En comparación con las mujeres, los hombres tienen menos probabilidad de perdonar una infidelidad que una infidelidad emocional y tienen más probabilidades de dar término a una relación después de una infidelidad sexual que después de una infidelidad emocional (Shackelford, Buss, & Bennett, 2002). Se entra en casamientos y se los disuelve por razones reproductivamente relevantes, incluyendo la falta de hijos y la infertilidad (Betzig, 1989). La falta de hijos es también un buen predictor de nuevo casamiento (Buckle, Gallup, & Rodd, 1996). Probablemente los hombres prefieren casarse con mujeres sin hijos para evitar dedicar recursos a hijastros (Buckle et al., 1996).
Las mujeres son capaces de reproducirse por un periodo más corto de sus vidas que los hombres. Esto podría ser la explicación de los resultados de Buckle y sus colegas (1996), que demostraron que las mujeres tienen menos deseos de permanecer en un casamiento sin hijos que los hombres y que tienen más probabilidad que los hombres de divorciarse de una pareja en una etapa temprana de la relación. Después de un divorcio, es más probable que los hombres se vuelvan a casar que las mujeres y los hombres sin hijos de un casamiento anterior tienden a casarse con mujeres que nunca estuvieron casadas. Sin embargo, los hombres con hijos de un casamiento previo se casan con mujeres que han estado casadas, quizás porque, como sugieren Buckle et al., los hombres con hijos están más interesados en tener una esposa que será una cuidadora que en una esposa que llevará más hijos en el vientre Sin embargo, también puede ser que los hombres con hijos tengan un valor de pareja más bajo que los hombres sin hijos y por lo tanto deban emparejarse con una mujer que ya tiene hijos y que también sea de bajo valor de pareja.
Siguiendo a la disolución de una relación, ambas partes deben encontrar métodos de arreglárselas con el cambio. Aunque ambos sexos tienden a involucrarse en conductas tales como discutir la situación, es más probable que las mujeres se involucren en conductas para realzar su apariencia, tales como comprar nuevas ropas (Perilloux & Buss, 2008). Perilloux y Buss (2008) sugieren que después de una ruptura las mujeres son particularmente sensibles al hecho de realzar su apariencia antes de intentar una nueva relación romántica porque la apariencia de una mujer es central para su valor de pareja.
Conclusiones y direcciones futuras
La sicología evolucionaria ha contribuido a nuestra comprensión de la conducta de emparejamiento humana, proveyendo explicaciones para conductas similares entre sexos y diferenciadas entre ellos. Sin embargo, las ideas erróneas sobre la sicología evolucionaria persisten (e.g., Buller, 2005; Buller, Fodor, & Crume, 2005). Los mecanismos sicológicos sobre los que aquí se discurre operan normalmente en el inconsciente, esto es, fuera de la conciencia alerta del individuo. Aunque sugerimos que los hombres, por ejemplo, prefieren a mujeres jóvenes y atractivas como parejas de corto plazo, no estamos sugiriendo que los hombres sean conscientes de la justificación racional evolucionaria que causó esta preferencia. Siguiendo estas líneas, los lectores deben ser cuidadosos y evitar sacar la conclusión de que las sicologías que describimos aquí son moral o éticamente defendibles porque tienen una explicación evolucionaria. En contraste con esta conclusión errónea, una comprensión evolucionaria de la conducta y la sicología humanas puede ayudar a los intentos de eliminar la desigualdad y el sexismo en lugar de proveer justificación teórica para ello.
Los hombres y las mujeres valoran la amabilidad y la inteligencia en las parejas (Buss, 1988; Li et al., 2002). In both short-term and long-term relationships, men value physically attractive partners (Buss, 1989; Buss & Schmidt, 1993; Kurzban & Weeden, 2005; Li et al., 2002; Li & Kenrick, 2006). Women value physical traits more in short-term than long-term mates, where financial resources become more relevant (Buss, 1989; Li et al., 2002; Li & Kenrick, 2006).
Una vez que un hombre o una mujer ha invertido esfuerzo en estudiar y atraer una pareja, a menudo gastan significativo tiempo, esfuerzo y recursos para que su pareja permanezca fiel (e.g., Buss, 1988). Los hombres y mujeres ejecutan diversas conductas de retención de pareja, que a veces corresponden a hacer anuncio de los rasgos deseados por el sexo de su pareja. El trabajo reciente se ha enfocado en la relación entre el valor de pareja y las conductas de retención de pareja, demostrando que los hombres de bajo valor de pareja ejecutan más conductas que infligen costos en sus parejas para retenerlas que los hombres de alto valor de pareja (Miner, Shackelford, & Starratt, 2009; Miner, Starratt, & Shackelford, 2009). Una dirección potencial del trabajo futuro puede ser examinar las relaciones dinámicas entre cambios en el valor de pareja y los cambios en la performance de conductas de retención de pareja. Por ejemplo, los hombres que experimentan una súbita pérdida en perspectivas financieras o recursos gastables pueden alterar su desempeño de conductas de retención de pareja, cambiando de conductas con una influencia más positiva sobre su pareja a conductas que probablemente inflijan costos a sus parejas.
A pesar de considerable esfuerzo para mantener una relación, a veces las relaciones terminan. La disolución es común en relaciones sin hijos y en aquellas donde se ha producido una infidelidad (Betzig, 1989; Shackelford, Buss, & Bennett, 2002). Las infidelidades en la relación también han sido vinculadas a la proporción de alelos del complejo mayor de histocompabilidad [major histocompatibility complex (MHC)] compartidos por una pareja que están involucrados en la función inmune y que pueden jugar un rol en el atractivo de pareja (Garver-Aphgar, Gangestad, Thornhill, Miller, & Olp, 2006). Si las infidelidades en la relación son difíciles de perdonar y a veces conducen a la disolución (Shackelford, Buss et al., 2002), la investigación futura podría concentrarse en las consecuencias de largo plazo de la compatibilidad de MHC para la satisfacción de la relación y su disolución.
Por ejemplo, las parejas que comparten muchos alelos de MHC pueden tener más probabilidades de divorciarse que las parejas que comparten menos alelos de MHC. En conclusión, la sicología evolucionaria ha hecho y continúa hacienda contribuciones significativas a la literatura de emparejamiento, desde la selección de pareja a la disolución de la relación.
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