Sinay 2009 La homosexualidad no se puede ignorar

La homosexualidad existe y no se puede ignorar

Por Sergio Sinay
Especial para lanacion.com

Viernes 4 de diciembre de 2009

Hay leyes inmodificables. La manzana de Newton, caerá siempre hacia abajo, como todo lo que cae. Esto no es opinable, ni puede ser modificado mediante consensos. Así son las leyes de la naturaleza. No se discuten, no siembran desacuerdos, hacen andar al universo. Otras leyes nacen de la necesidad humana de convivir, parten de la base de que somos todos diferentes y buscan un punto de encuentro para que no prevalezca el más fuerte a costa de los otros. Estas son las leyes humanas. Algunas permanecen a lo largo de la historia porque se basan en valores esenciales, tienden a preservar la vida, la dignidad de los seres, la inviolabilidad de aquello que los hace ser quienes son. Otras se van adaptando a la evolución de las distintas comunidades humanas y reflejan en esos cambios la trayectoria de dichas sociedades, el desarrollo de su conciencia colectiva.

En la discusión sobre la legalidad, o no, del matrimonio gay pareciera haber una colisión entre ambas concepciones de la ley. Para quienes sostienen que las relaciones de amor entre las personas tienen un modelo único y no pueden apartarse de él, la prohibición de ese tipo de matrimonio obedece a una ley natural.

Quienes buscan acogerse, desde su condición homosexual, a las generales de la ley matrimonial ponen a la sociedad ante una evidencia: la homosexualidad existe, quienes la experimentan son humanos que aman, odian, se esperanzan, sufren, sueñan y tratan de construir una vida en la cual descubrir un sentido. Hubo épocas en que esto no podía decirse (ni hablemos de vivirlo). Pero existía. Hoy se vive y se dice. La sociedad no puede hacer como que no es así.

Esta sociedad fragmentada y dualista, a la que le cuesta resolver sus conflictos y desacuerdos por la vía de la inclusión y la integración de las polaridades, antes que por la eliminación o exclusión de una de ellas, tiene dificultades obvias para tratar este tema (como los tiene con casi todos los que la afectan colectivamente) . Y tensa la cuerda. Quienes se oponen al matrimonio gay rozan a menudo la descalificació n y la intolerancia. Quienes lo patrocinan coquetean en algún momento con la provocación (¿es necesario proponer a Mauricio Macri como padrino de boda?).

Discusión adulta. La sociedad se debe una discusión adulta y no prejuiciosa sobre este tema. Sobre este y sobre tantos otros. Puede ser una manera de aprender que blanco o negro no es la mejor opción, sino la más pobre. Donde hay blanco y negro se ofrece como posibilidad una inmensa gama de grises, y ése es, al fin, el color más rico.

Mientras tanto, no puede afirmarse que la homosexualidad y su vivencia hayan generado muertes gratuitas, que incrementen la pobreza, que alienten la corrupción y los negocios sucios, que empobrezcan las instituciones republicanas, que generen autoritarismo, que sean motivo del aumento impune del narcotráfico, que impulsen la inseguridad. Tampoco puede decirse que un matrimonio entre un hombre y una mujer sólo por responder a ese formato garantiza el amor, el respeto mutuo, el cumplimiento de las necesarias (y hoy en día raquíticas) funciones materna y paterna. El matrimonio tal como la ley lo concibe nació con propósitos claros: asegurar las filiaciones y el destino de los patrimonios.

Quizás sin eso la sociedad no hubiera alcanzado una mínima organización como para avanzar en otros aspectos. Pero cumplida esa función aparece una cuestión que entonces no era central y hoy, si no es tomada en cuenta, genera desencuentro, malestar individual y social, angustia existencial. Esa cuestión es el amor. En el siglo XVIII hizo su irrupción de manos del romanticismo y, desde las décadas finales del siglo veinte hasta hoy, ya no admite ser acallado. Nadie puede legislar sobre el amor, su necesidad y sus misterios. Y si las leyes dan cuenta de la sabiduría humana para convivir, deberán encontrar siempre el modo de responder a las cuestiones que inquietan y movilizan a la sociedad en la que se aplican.

Por cierto, la ley siempre dejará descontentos. Su función no es la satisfacción de todos, puesto que nace para arbitrar la diversidad. Lo que se le pide es que acompañe a los procesos sociales para ayudar a la comunidad a crecer y no que se convierta en una jaula de cemento en la que esos procesos se ocultan. Parte esencial de la convivencia social es respetar la ley más allá de si nos es, o no, favorable. Y parte de esa misma convivencia es discutir en todos los foros posibles la adecuación de una ley cuando su vigencia empieza a generar fisuras y desencuentros colectivos.

Más allá de tecnicismos jurídicos y oportunismos políticos, quizás el tema a tener en cuenta sea éste. Ni aplicar la ley rígida y sectariamente, ni ir contra ella confundiendo deseos con derechos y contribuyendo a la anomia crónica que padecemos. Debatir, buscar consensos, respetar el disenso y no olvidar que, sobre todo, en este caso se está hablando del amor y sus derechos. La ley del matrimonio es humana y por eso hay que discutirla.

El autor es periodista y psicólogo; escribió, entre otros, Vivir de a dos y Conectados al vacío .