TESTIMONIO de Varón y su madre en el CPH1, 2008

Buenos Aires, 10 de diciembre del 2009, escrito por Rafael Freda a partir de las grabaciones del CPH1 y corregido por A. y su madre.

HISTORIA DE VIDA DE  A.

En el curso de CPH 1 del 2008 se inscribió una cantidad de personas no docentes, cercanas a SIGLA (Sociedad de Integración Gay Lésbica Argentina), curiosas por el tema. Esto imprimió una dinámica particular a ese curso, donde vinieron varias veces un muchacho de SIGLA con su mamá. Él se sumó a nuestra institución hace doce años, y ahora coordina un grupo de reflexión. En el interín, se caso en unión civil por Ley 2001 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Éstas son las narraciones que se hicieron en clase.


A. ya tiene cuarenta y cinco años. Su mamá ha cumplido 75, y es muy  apuesta, de vocabulario rico, sencillo y preciso, pensamiento altamente articulado y muy buenas maneras. Tiene tres hijos, dos mujeres y el menor, que es A. La mayor tiene tres años más que el varón, y la del medio uno. Ha sido una familia tradicional, de costumbres rigurosas, y pertenecen al Partido Socialista por historia y tradición familiar, aunque son católicos.

A. recuerda que la primera persona a la que le reveló su homosexualidad fue a su hermana, quien se sorprendió y casi le reprochó por no haberle contado antes. Le respondió que lo que importaba era que él fuera feliz, y que ella estaba aliviada porque se temía un problema de timidez o de disfunción sexual, lo que ella consideraba peor, por lo que aceptar la homosexualidad de su hermano no le fue tan traumático.

La madre, que lo ha escuchado atentamente, acota que ella llevaba años observando que A. no miraba ni a hombres ni a mujeres, pero que no le había dado importancia a ese hecho. Era como ella misma, confiesa, lo considerase asexuado. Simplemente no pensaba en el tema.

(Pregunto cómo era A. en la infancia.)

La mamá recuerda que en jardín de infantes, en las salitas de  3, 4 y 5, rosa,
celeste y verde, A. jugaba con  autitos, caballitos y Rasti. Se mostraba curioso de los juguetes nuevos, y siempre miraba a la maestra. Ella le preguntó qué era lo que más le
gustaba de  “la señorita Cristina”,  y él  respondió “las piernas”. (A. no recuerda esa anécdota.) La señora sigue contando que  jugaba futbol, voley, pelota a paleta y hacía atletismo,  y que se lo veía feliz con esas actividades. También estudiaba piano. No era tímido ni se retraía, y disfrutaba jugando con sus hermanas. La señora iba a pasear con sus hijos y si se encontraba con alguien conocido ella conversaba y dejaba que los chicos jugaran juntos o miraran vidrieras.  No aclara si Adolfo se retraía o avanzaba hacia el adulto desconocido, porque ella no lo permitía. “No me gustaba que los adultos los tocaran y los besaran; los chicos no son juguetes” remarca.

(La actitud de esta madre es poco habitual. Nuestras infancias registran parientes o vecinos que decían “qué lindo sos” mientras nos pellizcaban o besuqueaban.  Un nene o nena en esas circunstancias o se agarran de la pierna de la madre para ocultarse o avanzan confiadamente haca el desconocido.)
Afirma que ella y su marido le inculcaban “machismo” porque le enseñaban que debía proteger y cuidar a sus  hermanas mayores para que nada les pasara. Parece chocada cuando le pregunto si ese machismo incluía ser malhablado o rascarse la entrepierna y lo niega enfáticamente..

(Mi intención era diferenciar machismo e  ideal viril..Ambos tienen en común la exigencia de proteger a las mujeres, pero ambos padres habia pasado por alto que el machismo tiene otras características específicas)

La mamá recuerda que en la escuela primaria siempre lo vio integrado; estaba siempre con todo el grado, charlaba con todos e iba al club con los chicos. La mamá sigue narrando que a  los nueve o diez años las hermanas hacían las tareas de la casa y él, como era el hombre y se le daba esta crianza,  arreglaba el jardín y hacía asado.
A. interviene para aclarar que entre sus compañeros de primaria con los que jugaba a la pelota entre los seis y nueve años había dos que eran sus amigos, y que el mejor vivía a la vuelta de su casa. Pasados los años siguen viéndose y fue testigo de la Unión Civil. En cuanto al fútbol, lo jugó hasta los quince años.

(Aunque A. no lo dice, su pubertad debe haberse producido a los 14 y debe de haber tenido relación con su abandono del fútbol. Es común que los varones olviden o no mencionen la edad de su pubertad).

En la adolescencia no era revoltoso, o no más que sus hermanas. No daban trabajo; cada cosa se hacía a su hora estricta y ellos nunca molestaron. Se criaron solos gracias a las edades seguidas. Eran independientes aunque la madre los controlaba. Compartían la música: teníamos una banda rítmica y los tres cantaban en un coro. Para ir a la escuela a la mañana se levantaban cantando.

(La señora ha evitado contarlo por las normas sociales típicas de alguien nacido en la década de 1930, pero le pido que aclare que su esposo padecía distrofia muscular, enfermedad neurológica que le producía trastornos de comportamiento. Algo reacia, lo cuenta y continúa).

Los hijos compartían los momentos difíciles cuando el papá se ponía
mal; se abrazaban a él, que se dejaba atender, y ellos se alternaban para cuidarlo de noche. Los tres lo respetaban y lo cuidaban no por rigor ni con fastidio, sino siempre con amor.

A. cuenta entonces que pasó cuatro años sin revelarle a nadie su condición sexual, porque tenía la intuición de que era mejor no hacerlo y le preocupaba cómo lo tomaría el padre. Creía que lo aceptaría con resignación, pero igualmente no se atrevía. Quería dominarse e internamente luchaba para que le gustaran las mujeres incluso en contra de sus sentimientos, y se preguntaba por qué no podía sentirse atraído por ellas. Fue entonces que primero se lo dijo a su hermana, y después a su madre. Ambas le preguntaron por qué no había hablado antes, y A. les respondió que lo que le había hecho sufrir era la formación católica, no la familia; se consideraba a sí mismo perdido, sentía la carga y le pedía perdón a Dios. Una amiga gustaba de él y A. estaba obsesionado con que debía corresponderle pero no podía gustar de ella. Años después conversó con esta amiga y le contó que no había tenido novia porque era homosexual. La amiga respondió “Qué suerte, pensé que era por timidez”, y después fue testigo de la unión civil.

(A partir de las investigaciones de Baumeister en el año 2000 sabemos que, en general, los varones tienen una orientación sexual rígida, en comparación con la relativa plasticidad de las mujeres. La religión enseña que Dios forma al hombre a su imagen y semejanza, y la Iglesia incita a creer que  los padres son Dios para sus hijos, y que también los forman a su imagen y semejanza. Esto provoca que cuando aparece en la casa un hijo o hija homosexual  la madre acusa al padre y el padre a la madre, sin comprender que ninguno de los dos tiene tanta fuerza educativa. Aunque no hubiera base biológica, que la hay, quien enseña no es ni el padre ni la madre aisladamente, sino el conjunto de las instituciones).