Peplau et al 1998 Crítica de la teoría de OS de Bem

Comentario RF: Cinco mujeres derriban la última teoría adquisicionista por aprendizaje de la orientación sexual, y avanzan hacia la idea de que orientación sexual es un constructo sexodiferenciado. Es un adelanto de la idea posterior de el deseo sexual también es un constructo sexodiferenciado.

Psychological Review

1998, Vol. 105, No. 2, 387-394 0033-295X/98

Una crítica de la Teoría de Orientación Sexual de Bem “Lo Exótico se Vuelve Erótico”

Por Letitia Anne Peplau, Linda D. Garnets, Leah R. Spalding, Terri D. Conley y Rosemary C. Veniegas

Traducción: Rafael Freda, Buenos Aires, 2004

Se presentan dos críticas de la teoría de orientación sexual de D. J. Bem (1996) “Lo exótico se Vuelve Erótico” (EVE). Primero se considera la proposición medular de la teoría EVE; esto es, la idea de que los adultos están eróticamente atraídos a la clase de pares con base en el género (varones o mujeres) que les resultaron disimilares o no familiares en la infancia. Los estudios citados por Bem e investigación adicional muestran que la teoría EVE no tiene base en evidencias científicas. En segundo término, se cuestiona la aseveración de  Bem de que su teoría se aplica igualmente a ambos sexos; en cambio, se argumenta que olvida y representa inadecuadamente las experiencias de las mujeres. La conceptualización de Bem del deseo erótico y su análisis de la no conformidad de género ilustran este problema. Se sugiere que pueden necesitarse diferentes teorías para explicar el desarrollo de la orientación sexual de hombres y de mujeres.

Hace alrededor de cien años, Havelock Ellis ( 1901 ) y otros sexólogos tempranos describieron a la homosexualidad como una forma de “inversión” de género. De acuerdo con esta visión, la homosexualidad se asocia con tener o desear tener características del sexo opuesto, incluyendo la atracción al sexo propio. Así, la atracción de una lesbiana por las mujeres era vista como parte de una constelación mayor de atributos masculinos. Krafft-Ebing (1886/1950) clasificó a las lesbianas en cuatro tipos crecientemente masculinos, que culminaban en la lesbiana que “posee de las cualidades femeninas sólo los órganos genitales; el pensamiento, el sentimiento, la acción, incluso la apariencia externa, son los de un hombre” (p. 399). De modo similar, las discusiones tempranas de la homosexualidad del varón asumió que los hombres gay eran sicológicamente femeninos. Ellis (1901, p. 287) notó “una tendencia claramente general, aunque no universal, de los invertidos sexuales [varones] de aproximarse al tipo femenino, sea en disposición síquica o constitución física, o ambas”.

In 1996, Daryl Bem presentó una teoría de la orientación sexual que, aunque arropada en terminología moderna, representa una variación del tema de la inversión. Como los teóricos tempranos, Bem basa su análisis en similaridades postuladas como hipótesis entre hombres gay y mujeres heterosexuales, y entre lesbianas y hombres heterosexuales. En la teoría de Bem, los varones en camino hacia la homosexualidad son similares a niñas en temperamento (bajo nivel de actividad), similares a niñas en preferencias de actividad (disgusto ante el juego brusco), y similares a niñas en la preferencia de compañeros de juego (preferencia por jugar con niñas). El prototipo del varón prehomosexual podrían ser los “nenes mariquitas” estudiados por Green (1987).

Lo que es nuevo y potencialmente más importante en la teoría de Bem (1996) es el proceso propuesto como hipótesis a través del cual las experiencias de infancia dan forma a la orientación sexual adulta. Bem postula que la atracción sexual se desarrolla como resultado de percibir a una clase genérica (hombres o mujeres) como disimilar, no familiar, y “exótica”. La secuencia de eventos heterosexuales es ésta: los niños y niñas que no se conforman a las normas de género y se asocian con pares del mismo sexo experimentan como exóticos a los pares del sexo opuesto. Durante la adolescencia, erotizan a esta exótica clase de pares del sexo opuesto y así desarrollan una orientación heterosexual. En el caso homosexual, los niños y niñas que no se conforman a las normas de género sienten que los pares del mismo sexo son no familiares y diferentes, y después desarrollan una orientación homosexual.

En esta crítica, sometemos a escrutinio la aseveración de Bem de que “lo exótico se vuelve erótico,” mostrando que no tiene base en evidencias científicas. También ponemos en cuestión la afirmación de Bem de que su teoría se aplica igualmente a ambos sexos, y en lugar de ello argumentamos que olvida y representa distorsionadamente las experiencias de las mujeres.

El corazón de la teoría de Bem:

¿Acaso lo exótico se vuelve erótico?

De acuerdo con Bem (1996, p. 323), el “corazón de la teoría EVE [lo Exótico se Vuelve Erótico] es la proposición de que los individuos llegan a estar erótica o románticamente atraídos a aquellos que les fueron disimilares o no familiares en la infancia.” Las lesbianas se sienten atraídas a las mujeres porque en la infancia fueron diferentes de otras niñas. Nótese que el nivel de análisis de Bem concierne a la atracción a una categoría de personas, no a individuos únicos en sí mismos. Bem no está aseverando que un individuo específico al que se percibe como disimilar o no familiar en la infancia posteriormente llegará a ser un objeto de deseo adulto. En cambio, su argumento trata de una clase de personas cuya base es el género. Si una niña joven siente que otras niñas no le son familiares, posteriormente se sentirá eróticamente atraída a la categoría genérica de las mujeres. En las palabras de Bem (p. 322), “la clase de pares exótica se vuelve erótica o románticamente atractiva” para el individuo.

Aunque lo “exótico” es el concepto central de la teoría EVE, Bem (1996) no ofrece ninguna definición del término, que generalmente iguala con ser no familiar o disimilar de uno mismo. A veces Bem parece referirse a familiaridad objetiva y similaridad; más a menudo enfatiza las percepciones de diferencia. Bem sugiere que puede haber un nivel óptimo de exotismo, pero no discurre sobre cómo podría determinarse este nivel. Desafortunadamente, el ejemplo que Bem usa para ilustrar el exotismo óptimo (que el interés erótico en parejas humanas de raza o etnicidad diferente es común, pero que la preferencia por “yacer con las bestias en el campo no lo es”, p. 325)  resulta irrelevante al tema de la orientación sexual. Estamos de acuerdo en que la atracción hacia un individuo específico puede ser iniciada por la novedad del trasfondo cultural de la nueva pareja, pero este fenómeno del nivel individual no es informativo en relación con cómo el exotismo genérico afecta la atracción hacia una clase íntegra de pares. La pregunta no formulada de la teoría EVE concierne al tipo o grado de exotismo de género que se necesita para influir en la orientación sexual.

Bem (1996) no presenta datos nuevos que comprueben su teoría, sino que en cambio extrae de la literatura publicada ilustraciones que la apoyen. En esta crítica reexaminamos la investigación citada por Bem, y a menudo cuestionamos su interpretación de esos estudios. También presentamos investigación adicional no citada por Bem que se opone o no confirma aspectos de su teoría. Aunque la base de datos empíricos sobre homosexualidad ha crecido en las dos décadas pasadas, la investigación existente sigue siendo limitada. La mayoría de los estudios de orientación sexual están basados en muestras relativamente pequeñas. El uso de informes retrospectivos de experiencias de infancia es común y puede conducir a problemas de memoria reconstruida (Ross, 1980). Los estudios comparativos han usado a menudo diferentes métodos de reclutamiento para participantes heterosexuales y homosexuales y esto puede sesgar a los muestreos resultantes de modos importantes aunque desconocidos. Todos los estudios de los antecedentes infantiles de la orientación sexual están basados en muestreos no representativos. Este punto es importante porque Bem repetidamente dice describir la secuencia de desarrollo modal, o más común. Hasta que no haya disponibles estudios de muestras representativas,  las afirmaciones sobre pautas modales que conducen a la homosexualidad son no testeables y no pueden ser verificadas científicamente. Sin embargo, la investigación disponible sí provee algo de base para evaluar la adecuación general de la teoría de Bem. En las próximas secciones consideramos los dos elementos del exotismo -similaridad y familiaridad- y sus vínculos con la atracción erótica adulta.

Similaridad y orientación sexual

La teoría EVE formula la hipótesis de que la gente termina por sentirse  eróticamente atraída a la clase genérica de pares que fueron disimilares a ellos en la infancia. La teoría EVE encontraría apoyo en la investigación que vincula los sentimientos infantiles de diferencia con la orientación sexual adulta. Bem ofrece evidencia sobre este punto crucial a partir de un solo estudio. En 1969-1970, Bell, Weinberg y Hammersmith (1981a, 1981b) entrevistaron a hombres y mujeres heterosexuales y homosexuales del área de San Francisco. Reclutaron a los heterosexuales a través de muestreos estratificados al azar, pero reclutaron a hombres gays y lesbianas de bares gay, avisos públicos, contactos personales, parques y baños públicos. A los encuestados se les preguntaba “¿hasta qué punto piensa usted que era diferente de los [niños o niñas del mismo sexo] de su edad” en la escuela primaria? No sabemos cómo la no comparabilidad del reclutamiento de heterosexuales y de homosexuales y la naturaleza retrospectiva de los datos afectó los resultados de este estudio, pero es posible que pueda haber exagerado la extensión de las verdaderas diferencias entre encuestados homosexuales y heterosexuales.

Bem informa que un porcentaje más significativo de lesbianas (70%) que de mujeres heterosexuales (51%) recordaban haberse sentido algo diferentes o muy diferentes de las niñas de su edad. Nótese, sin embargo, que sin importar la orientación sexual la mayoría de las mujeres informaron sentirse diferentes de otras niñas de su edad. Volviéndonos a los hombres, el 71% de los hombres gay informaron haberse sentido diferentes de otros niños, pero también lo hicieron así el 38% de los hombres heterosexuales. La diferencia para hombres es más grande, pero todavía indica que sentirse diferente de los pares del mismo sexo era algo común entre los hombres heterosexuales. Quizás porque tantos heterosexuales recordaban haberse sentido diferentes, Bem continua señalando que los heterosexuales y los homosexuales daban diferentes razones para haberse sentido diferentes (e.g., los hombres gay tendían a decir que les disgustaban los deportes; los hombres heterosexuales citaban razones tales como haber sido pobres o introvertidos). Esto parece sugerir que las razones para sentirse diferentes tienen importancia. Las niñas que se habían sentido diferentes de otras niñas a causa de su apariencia se volvieron heterosexuales, pero las niñas que se sintieron diferentes porque les gustaban los deportes se volvieron lesbianas. Sin embargo, posteriormente en su análisis Bem contradice esta interpretación, advirtiendo que “el efecto de cualquier variable de infancia en la orientación sexual de un individuo depende de si lo impulsa a sentirse más similar o diferente de de sus pares del mismo sexo o del sexo opuesto” (p. 331). Bem da ejemplos de niños y niñas que se sienten distintos no solamente por razones relativas al género sino también por una discapacidad o enfermedad física. ¿Cómo, entonces, podríamos explicar por qué los sentimientos de diferencia basados en el ingreso, la introversión o apariencia no afectaron la orientación sexual de los heterosexuales del estudio de San Francisco?

Un test más intenso de la teoría EVE sería provisto por los análisis estadísticos que intentan vincular las experiencias de infancia a la orientación sexual adulta. Los investigadores de San Francisco condujeron estos análisis, y Bem los cita en apoyo de su teoría. Debemos enfatizar que los análisis de sendero informados por Bell et al. (1981a, 1981b) incluyeron muchas variables que no son parte de la teoría EVE y en realidad no proveen un test adecuado de las ideas de Bem. Por consiguiente, se pueden citar hallazgos específicos que parecen dar apoyo o contrariar la teoría EVE. Por ejemplo, en apoyo de su teoría Bem advierte que (p. 323) para las mujeres “sentirse diferentes de los pares del mismo sexo durante la infancia siguió siendo algo significativo durante la adolescencia”, lo que toma como prueba de la estabilidad temporal de sentirse diferente. Bem no informa, sin embargo, que los análisis de sendero no pudieron demostrar el vínculo teórico crucial entre los sentimientos de diferencia en la infancia y la orientación sexual adulta. Describiendo los resultados para mujeres, los autores comentaron: “Nuestro análisis de sendero i n d i c a . . , que tales sentimientos de alienación no tuvieron, en sí mismos y por sí mismos, un rol en que nuestros encuestados terminasen siendo homosexuales. Las variables referentes a sentirse diferentes de otras niñas fueron eliminadas” del análisis de sendero (Bell et al., 1981a, pp. 157-158; véase también Bell et al., 1981b, pp. 198, 275). De modo similar, para los hombres los sentimientos de diferencia en la infancia no fueron un predictor significativo de orientación sexual adulta.

Orientación sexual y familiaridad

Un segundo aspecto del exotismo es la familiaridad, concepto que no es definido explícitamente por Bem (1996). ¿La familiaridad se refiere a la mera exposición a los pares, al conocimiento de los pares o a interacción real? ¿Un niño se “familiariza” con otros niños si va a una escuela mixta? ¿si tiene dos hermanos mayores? ¿si tiene un amigo varón muy íntimo? ¿o si mira los programas infantiles de TV? Bem no discurre sobre la naturaleza o el grado de familiaridad requerido para prevenir (versus encender) la atracción erótica a una clase genérica de pares.

En apoyo de la vinculación entre familiaridad y orientación sexual, Bem nuevamente extrae elementos del estudio de San Francisco, que formuló a homosexuales y heterosexuales preguntas retrospectivas sobre sus experiencias de infancia. Bem advierte que era más probable que los homosexuales, y no los heterosexuales, fueron los que recordaban haber tenido muchos amigos de infancia del otro sexo: el 42% de los hombres gay pero solamente el 13% de los hombres heterosexuales dijeron que “la mayoría de los amigos de infancia” habían sido niñas. De modo similar, el 60% de las lesbianas, pero solamente el 40% de las mujeres heterosexuales, dijeron que “la mayoría de los amigos de infancia” habían sido niños. ¿Indican estos datos que los hombres gays y las lesbianas no estaban familiarizados con miembros de su propio sexo en la infancia? Nuestro examen de los datos del estudio de San Francisco conduce a una conclusión opuesta: virtualmente todos los encuestados estaban familiarizados con niños de ambos sexos. La vasta mayoría de los hombres en el estudio de San Francisco informaron haber tenido amigos varones en la infancia. Solamente el 9% de los hombres gay dijeron que “ninguno o solamente unos pocos” de sus amigos habían sido varones, y la mayoría de los hombres gay (el 74%) informaron haber tenido “un amigo particularmente cercano del mismo sexo” durante la escuela primaria. Volviéndonos a las mujeres, solamente el 24% de las lesbianas dijeron que la mayoría o todos sus amigos de infancia eran niños, y la mayoría de las lesbianas (71%) informó haber tenido una amistad particularmente estrecha con una niña. Para decirlo brevemente, el caso modal tanto para heterosexuales como homosexuales y tanto para varones como para mujeres en este muestreo era haber tenido un amigo cercano del mismo sexo y haber tenido una proporción significativa de amigos del mismo sexo.

Otro factor que podría afectar la familiaridad es la proporción (ratio) de sexo de los hermanos de una persona. Seis estudios han investigado este tema entre hombres (véase Blanchard & Zucker, 1994). A partir de la teoría EVE, tendríamos la expectativa de que los hombres gay estuvieran menos familiarizados con los niños y que por tanto tuvieran menos hermanos que los hombres heterosexuales. Ningún estudio ha confirmado esta  predicción. Por ejemplo, Bell et al. (1981a, 1981b) no encontró diferencias entre heterosexuales y homosexuales en el número y proporción de hermanos y hermanas. Blanchard y Sheridan (1992) descubrieron que los hombres gay tienen una proporción inusualmente alta de hermanos varones. Recientemente, Blanchard y Bogaert (1996) informaron que los hombres gay tenían más probabilidades que los heterosexuales de tener hermanos varones mayores, pero no hermanos varones menores. Bem ( 1996, p. 331 ) ha intentado reseñar estos hallazgos recientes como elementos que dan apoyo a su teoría, sugiriendo que un vínculo entre tener hermanos varones mayores y ser gay “podría producirse, en parte, si tener hermanos mayores conformes al género realzara especialmente el sentido de un niño no conforme al género de ser diferente de otros niños.'” Así que en este caso Bem sugiere que una mayor familiaridad en realidad aumenta los sentimientos de diferencia. La dificultad en derivar predicciones de corte claro de la teoría EVE ejemplificada aquí y en la falta de especificación sobre la asociación entre familiaridad y sentimientos de diferencia son ambas debilidades serias en el análisis de Bem.

Bem (1996) también ofrece varios ejemplos transculturales del vínculo teorizado entre la familiaridad genérica de infancia y la orientación sexual adulta. Como mostraremos, ninguno de esos ejemplos en realidad da base a la teoría EVE. Una ilustración concierne a los matrimonies arreglados en los que los futuros esposos viven juntos durante la infancia. Bem advierte que en estos casos, los esposos a menudo experimentan problemas en sus relaciones sexuales al llegar a ser adultos. En este caso, la intensa familiaridad de infancia con un individuo disminuye la atracción erótica subsiguiente hacia ese individuo. Esta observación no da base a la teoría EVE por dos razones. Primera, el matrimonio arreglado en la infancia ilustra una asociación entre familiaridad y atracción erótica en el nivel individual. No provee evidencia sobre familiaridad y atracción a una clase de personas basada en el género, que es el foco de la teoría EVE. Segunda, lo lógica de la teoría EVE sugiere que vivir con una pareja del sexo opuesto en la infancia (como tener muchos amigos del sexo opuesto) debería conducir a atracción homoerótica en la adultez. Bem sin embargo no saca esta conclusión, ni tampoco provee información sobre la orientación sexual adulta de estos individuos.

Como segundo ejemplo transcultural, Bem (1996) toma en consideración una cultura que crea intensa familiaridad entre niños y niñas durante la infancia. Los niños y niñas de un kibbutz israelí son criados comunalmente con compañeros de su edad en grupos mixtos. Bem cita evidencia de que en la adolescencia y la adultez estos individuos no sienten atracción erótica hacia sus miembros de grupo de pares, sino que en lugar de ello encuentran parejas de casamiento fuera del grupo. Estos hallazgos muestran que la intensa familiaridad con un grupo pequeño de pares disminuye la atracción hacia esos pares individuales, pero, otra vez, no enfoca directamente el tema de la atracción hacia una clase genérica de personas. Más todavía, como los niños del kibbutz están muy familiarizados con pares de ambos sexos, podríamos esperar, basándonos en la teoría EVE, que o bien se volviesen asexuales (atraídos eróticamente a ninguno de los dos sexos) o bisexuales (atraídos a ambos sexos) como adultos. Pero Bem parece implicar que forman relaciones heterosexuales como adultos. Estos hallazgos contradicen la aseveración de la teoría EVE de que las experiencias de infancia influyen en la orientación sexual porque la extrema familiaridad de los niños del kibbutz con ambos sexos no afecta su orientación sexual adulta.

En tercer lugar, Bem (1996) considera una cultura de Nueva Guinea que impone una estricta separación de sexos durante la infancia tardía y la adolescencia temprana, creando por lo tanto una extrema familiaridad con pares del propio sexo y extrema no familiaridad con los compañeros etarios del otro sexo. De acuerdo con la teoría EVE, los niños criados en un ambiente de sexo único deberían mostrar niveles más altos de heterosexualidad en la adultez que los niños criados en un ambiente sexual mixto.  Entre los sambia, los varones dejan el hogar familiar antes de la pubertad y pasan hasta diez o quince años viviendo separados de todas las niñas y mujeres. Durante este tiempo de segregación sexual, los varones más jóvenes participan en actividades homosexuales ritualizadas (sexo oral) con adolescentes varones mayores y adultos jóvenes. A pesar de este extenso contacto homosexual, la mayoría de estos jóvenes eventualmente se casan y llevan una vida heterosexual. Bem (1996, p. 325 ) sugiere que  “el contexto de estrecha familiaridad [con otros varones] o bien extingue o previene el desarrollo de sentimientos homoeróticos fuertemente cargados” y por lo tanto promueve la heterosexualidad adulta.

Sin embargo, en un examen detallado, la investigación sobre los sambia (Herdt, 1981) no da apoyo a la teoría EVE. Primero, no hay evidencia de que la estrecha familiaridad que los varones jóvenes experimentan con otros varones jóvenes previene el desarrollo de sentimientos homoeróticos o los extinga en la adultez. En la homosexualidad ritualizada de los sambia, los adolescentes mayores y los hombres jóvenes no casados frecuentemente se envuelven en sexo oral con varones más jóvenes. De acuerdo con Herdt, el antropólogo que estudió intensivamente a los sambia, “la excitación de jóvenes y hombres es fuerte y experimentan la inseminación de muchachos como algo altamente placentero” (Herdt & Boxer, 1995, p. 76). En segundo lugar, a pesar de la extrema segregación de los sexos durante la infancia y la adolescencia, no todos los hombres sambios son exclusivamente heterosexuales. Bem (p. 324) reconoce que “una diminuta minoría de varones sambios” no se vuelven exclusivamente heterosexuales, pero no considera las implicaciones de este hecho. De acuerdo con Herdt, “Un porcentaje algo menor que el 10% pero mayor que el 3% de todos los hombres sambios adultos continúan envolviéndose en conductas sexuales del mismo sexo, incluso cuando esto desafía las normas y tabúes culturales de su sociedad, que les exige que se casen y engendren hijos” (Herdt, comunicación personal, 13 de mayo de 1996). Algunos de estos hombres son exclusivamente homosexuales en sus actividades. Otros hombres se casan pero “continúan disfrutando del sexo oral con muchachos furtivamente,” porque aparentemente son “incapaces de abandonar los placers de las relaciones sexuales con ambos sexos” (Herdt & Boxer, 1995, p. 77). Esta proporción de atracción homosexual es notablemente similar a las estimaciones sobre los hombres norteamericanos homosexuales, que a grosso modo son del 3 al 8% de la población, dependiendo del muestreo y de las preguntas específicas que se les formularon  (Harry, 1990; Laumann, Gagnon, Michael, & Michaels, 1994, pp. 296-297). En otras palabras, aunque los muchachos sambios estuvieron segregados al extremo, la proporción de homosexualidad adulta en los varones en su cultura es sorprendentemente similar a la proporción en nuestra propia cultura donde la segregación sexual formal es mínima. Contrariamente a la teoría EVE, la segregación sexual en la infancia no parece determinar orientación sexual adulta.

Lo que es muy importante, los informes antropológicos no citados por Bem (1996) contradicen el vínculo formulado como hipótesis entre la segregación sexual y la orientación sexual. Usando los Archivos del Área de Relaciones Humanas, Minturn, Grosse y Haider (1969) identificaron 59 culturas en las que había información disponible sobre la segregación sexual adolescente, actitudes adultas hacia la homosexualidad y la incidencia de homosexualidad en varones en la adultez. Algunas culturas (como los sambios) tenían una segregación sexual virtualmente completa; otras permitían contactos sociales sin chaperón entre muchachos y chicas. Los análisis estadísticos no encontraron una asociación significativa entre la segregación sexual y o bien la homosexualidad adulta o las actitudes hacia la homosexualidad.

Para decirlo de modo sumario, la evidencia presentada por Bem (1996) para dar apoyo a su proposición medular no es convincente. El único estudio que enfoca la similaridad de infancia y la orientación sexual está basado en informes retrospectivos que bien pueden estar inflando las diferencias entre los informes de heterosexuales y homosexuales. Sin embargo, más de la mitad de las mujeres heterosexuales y una tercera parte de los varones heterosexuales informaron haberse sentido “diferentes” en la infancia. La investigación sobre familiaridad y orientación sexual tampoco pudo dar apoyo a la teoría EVE. Los resultados de la encuesta hecha en el estudio de San Francisco mostraron que la mayoría de los adultos, sin tomar en cuenta la orientación sexual, habían tenido considerable contacto con pares del mismo sexo. Los ejemplos transculturales de Bem sobre matrimonios arreglados en la infancia, crianza comunal de niños en el kibbutz y segregación de sexos entre los sambios sugieren que pautas de contacto extremas entre los sexos en la infancia tienen notablemente poca influencia sobre la orientación sexual adulta. Una prueba posterior de la asociación entre la segregación sexual y la homosexualidad basada en 59 culturas tampoco dio apoyo a la teoría EVE. En pocas palabras, no hay razón para creer que el vínculo exótico-erótico propuesto por Bem describe con precisión un sendero de desarrollo común hacia la orientación sexual adulta.

Género y orientación sexual:

¿un mismo modelo les va a todos?

Bem(1996) hace proclamas muy amplias sobre su teoría, aseverando que se aplica tanto a mujeres como a varones y tanto al deseo del propio sexo como al deseo del sexo opuesto. Comentando sobre la amplia generalidad de su teoría, Bem (p. 320) advierte, “además de encontrar tal parsimonia política, científica y estéticamente satisfactoria, creo que también puede ser sostenida por la evidencia.” Ciertamente sería atractivo tener una teoría de la orientación sexual que se le acomodara bien a la mayoría de la gente. Sin embargo, las teorías que reclaman universalidad sin considerar cuidadosamente la investigación disponible sobre las diferencias de sexo corren el riesgo de tomar la experiencia de un sexo (típícamente, los hombres) como normativa, y de ignorar los aspectos distintivos de la experiencia de las mujeres. Como Blackwood (1993, p. 301 ) advirtió, “la construcción históricocultural de la homosexualidad se ha basado predominantemente en las teorías de la homosexualidad del varón que han sido aplicadas a tanto la conducta homosexual del varón como a la conducta homosexual de la mujer.” Creemos que la teoría EVE cae en este error. Dos aspectos de la teoría EVE ilustran este punto: la conceptualización del deseo erótico y el análisis de la no conformidad de género.

Deseo erótico

Bem(1996)  no dice que va a explicar todas las facetas de la orientación sexual, lo que incluiría problemas de conducta, identidad y estilo de vida. En lugar de ello, la teoría EVE se centra en lo que Bem denomina “atracción erótico/romántica.” Bem no define explícitamente este concepto clave, pero típicamente lo usa para referirse al deseo sexual. Como Bem se centra en el erotismo, es desconcertante que no tome en consideración diferencias de sexo en el deseo erótico vastamente documentadas. Por ejemplo, una reseña de la investigación en sexualidad humana hecha por Symons

(1979, p. 301 ) sacó esta conclusión: “Los varones heterosexuales tienden a ver a las mujeres como objetos sexuales y a desear mujeres jóvenes y hermosas; los hombres homosexuales tienden a ver a los hombres como objetos sexuales y a desear hombres jóvenes y guapos; pero es mucho menos probable que las mujeres, sean heterosexuales u homosexuales, se exciten por estímulos visuales objetificados o experimenten excitación primariamente tomando como base las cualidades cosmética.” De modo consistente con esta visión, los hombres gay encuestados por Bell y Weinberg (1978) pusieron énfasis en la apariencia física de sus parejas. De acuerdo con estos investigadores (p. 92), “un interés primordial que muchos de nuestros [varones gay] encuestados tenían en una pareja sexual en perspectiva era el grado en el que esa pareja se conformaba a una imagen estereotípicamente ‘masculina’.” Las lesbianas no expresaron preocupaciones similares.

La investigación de encuestas con lesbianas y hombres gay también documenta muchas diferencias en la selección de parejas sexuales y el deseo de variedad sexual. Los hallazgos del estudio de Bell y Weinberg (1978) son ilustrativos. Estos varones gay habían tenido muchas más parejas sexuales que las lesbianas: el 75% de los hombres informaron haber tenido 100 o más parejas sexuales, comparables con solamente el 2% de las lesbianas. Los hombres gay a menudo informaban encuentros sexuales con extraños; típicamente, las lesbianas conocían a sus parejas antes de tener sexo. Como sugiere Greenberg (1995, p. 238), “Cuando la pareja de uno es alguien con quien nunca nos habíamos encontrado antes, por el cual uno no siente ni afecto ni amor, y al que uno no espera volver a ver nunca, es probable que la la experiencia subjetiva de un encuentro sexual sea diferente de lo que es cuando a uno le gusta la pareja, o cuando la ama, y está en una relación continua con esa pareja.”

Blumstein y Schwartz (1990, p. 312) también resaltaron las diferencias de varón y mujer en la atracción erótica: “En nuestra cultura la sexualidad de las mujeres está organizada por algo distinto que las señales físicas” y “la erotización es más a menudo una consecuencia de la atracción emocional, y no un gatillo” de esa atracción. En contraste, para hombres heterosexuales y gays es común desarrollar sentimientos eróticos por “una cantidad de personas específicas (algunas de las cuales o todas pueden ser extraños totales), o a otro generalizado, o a personas fantaseadas . . . . Una relación íntima o comprometida no es necesaria para la excitación y en algunos casos puede incluso ser contraproductiva en relación con la excitación sexual”

En suma, hay importantes diferencias de género en el deseo sexual que son pertinentes para una teoría sobre el desarrollo de la atracción erótica. La investigación actual contradice la presunción de inversión que dice que los puntos comunes esenciales deben encontrarse entre hombres gay y mujeres heterosexuales, y entre lesbianas y hombres heterosexuales. En lugar de ello, la investigación sobre sexualidad humana repetidamente pone énfasis sobre las similaridades basadas en el sexo más que sobre la orientación sexual.

Un marco analítico para entender las diferencias de género en el deseo erótico es el provisto por Weinrich (1987). Weinrich distingue entre dos tipos de atracción erótica: lujuria y limerencia. Argumenta que tanto los hombres como las mujeres son capaces de lujuria y limerencia, pero que la lujuria en nuestra cultura es experimentada más fácilmente por los hombre, y que la limerencia es más fácilmente experimentada por las mujeres. De acuerdo con Weinrich, la lujuria es atracción a un “tipo” físico de persona; está a menudo vinculada con ciertas partes del cuerpo o características de personalidad. La lujuria está dirigida a una clase particular de objetos. Éste es el tipo de erotismo atribuido a los hombres por Bell y Weinberg (1978), Blumstein y Schwartz (1990), Symons (1979) y otros investigadores. También es éste el tipo de erotismo descrito por la teoría EVE. Por ejemplo, Bem (p. 326) advierte que “a uno puede no gustarle una persona o clase de personas en general, pero sin embargo seguir siendo atraído a su apariencia física o idealizar y erotizar uno o más de sus atributos.” Bem (1996, p. 326) ofrece varias ilustraciones anecdóticas: los hombres heterosexuales misóginos a los que les disgustan las mujeres, pero que sin embargo son excitados por atributos específicos de los cuerpos de las mujeres como los senos grandes, y del mismo modo los hombres gay y las mujeres heterosexuales a los que en general les disgustan los hombres pero que “se excitan por un cuerpo muscular de varón o un par de nalgas apretadas” (Bem no ofrece ejemplo para lesbianas.)

En contraste, la limerencia es una atracción erótica que surge de un compromiso emocional con una persona particular; depende de la conexión que se logre y la familiaridad. El deseo limerente está basado en una relación íntima con un individuo específico, más que en la atracción a un particular “tipo” físico o clase de personas. Esta es la clase de atracción erótica que uno encuentra en las descripciones de la sexualidad de las mujeres (e.g., McCormick, 1994). Es importante poner énfasis en que la diferencia entre deseo y limerencia no es simplemente un asunto de rótulos, esto es, ponerle a los sentimientos de uno el nombre de “sexuales”, versus el nombre de “románticos”. En cambio, lujuria y limerencia son fenómenos distintos que tienen diferentes orígenes. Como la teoría EVE comienza con la presunción de que la atracción erótica surge de la diferencia, la no familiaridad y el exotismo, no considera la posibilidad de erotismo limerente basado en la intimidad y la familiaridad. Weinrich (1987, p. 119) explícitamente advierte contra “acercarse a la sexualidad de la mujer solamente desde el punto de vista de un modelo masculino” basado en la lujuria. Hacerlo así pasaría por alto importantes procesos sicológicos e interpersonales que contribuyen al deseo erótico y la elección de pareja de las mujeres. Sin embargo éste es precisamente el error cometido por la teoría EVE.

Se necesitan diferentes explicaciones para el desarrollo de la lujuria y la limerencia. El modelo de Bem (1996) intenta dar cuenta del desarrollo de la lujuria: atracción a un “tipo” o clase de personas, basado en parte en los atributos físicos. La teoría EVE asume que los individuos llegan a encontrar excitante un grupo genérico, y después seleccionan parejas de dentro de este grupo. En la medida en que el deseo está basado en atributos físicos, la atracción puede producirse rápidamente y son posibles los encuentros eróticos con muchas parejas. En contraste, la limerencia es un proceso diferente en el que la atracción sexual se desarrolla por una persona-en-una-relación, no por una clase de personas. En la atracción limerente un individuo, a menudo una mujer, llegar a conocer a otra persona, encuentra que disfruta de su relación, y entonces comienza a desarrollar sentimientos eróticos hacia la otra persona. La resultante atracción erótica puede rivalizar en intensidad con la lujuria, pero se produce de un modo distinto. La teoría EVE no considera este tipo de atracción erótica.

Finalmente, antes de dejar esta discusión sobre cómo la teoría EVE pasa por alto la sexualidad de las mujeres, merece atención otro comentario más de Bem. Bem(1996) escribe:

Algunas mujeres sobre las cuales, en otras circunstancias, el modelo EVE hubiera predicho que tendrían una orientación heterosexual pueden elegir por rezones sociales o políticas centrar sus vidas en derredor de otras mujeres. Esto puede conducirlas a evitar dirigirse a los hombres para las relaciones sexuales o románticas, a desarrollar ligazones eróticas y afectivas con otras mujeres [énfasis agregado por las autoras], y a autoidentificarse como lesbianas o bisexuales. En general, los temas de orientación sexual e identidad están más allá del alcance formal de la teoría EVE. (p. 331)

En este curioso pasaje, Bem parece hacer una distinción entre el tipo fundamental de “atracción erótico/romántica” al que se dedica su modelo, y un tipo diferente o secundario de atracción erótica en la que de algún modo las mujeres, de un modo desconocido, “desarrollan ligazones afectivas y eróticas con otras mujeres.” Bem no reconoce que este fenómeno podría reveler información importante sobre la sexualidad de las mujeres o el desarrollo de la orientación sexual de las mujeres. Ni tampoco sugiere, como podríamos hacerlo nosotras, que ésta es una ilustración de erotismo limerente. En lugar de ello, Bem descarta ese caso en el que las experiencias de las mujeres se desvían de su modelo marcándolo como algo fuera del alcance de su teoría.

Varoneras (“tomboys”)[i] y mariquitas

De acuerdo con la teoría EVE, “la conformidad/no conformidad de género en la infancia es un antecedente causal de la orientación sexual en la adultez” (Bem, 1996, p. 322) porque determina cuál género será percibido como “exótico”. La imagen central que corre todo a lo largo del análisis de Bem de la homosexualidad es un chico afeminado que evita el juego brusco, quiere estar con las nenas, es objeto de mofa y de ostracismo por parte de sus pares varones, percibe a otros niños como diferentes, y eventualmente se vuelve homoerótico en sus deseos sexuales adultos. Como otros modelos de inversión, la teoría EVE enfatiza las similaridades presumidas en los hombres gay y las mujeres heterosexuales, y entre las lesbianas y los hombres homosexuales.

¿Qué importancia tiene para la orientación sexual de las mujeres la conformidad de género de infancia versus la no conformidad de género de infancia? Al comentar sobre el vínculo entre conformidad de género y orientación sexual, Bem (1996) observa “es difícil pensar en otras diferencias individuales (aparte del CI y el sexo mismo) que de modo tan confiable y tan intenso prediga resultados socialmente significativos a todo lo largo de la vida… y para ambos sexos, además. Con seguridad debe ser verdad” (p. 323). A pesar de la certeza personal de Bem en este tema, la evidencia de la investigación sugiere algo distinto. La investigación en no conformidad genérica documenta muchas diferencias entre las experiencias de varones y niñas.

Informes retrospectivos. La mayoría de la evidencia sobre la no conformidad genérica y la orientación sexual adulta proviene de estudios retrospectivos que solicitan a los adultos que recuerden sus experiencias de infancia. Un reciente metanálisis de los estudios retrospectivos disponibles (Bailey & Zucker, 1995) descubrió una asociación significativa entre la no conformidad genérica y la orientación sexual para ambos sexos. Lo que resulta muy importante, las memorias de no conformidad genérica fueron un predictor de homosexualidad mucho mayor entre hombres que entre mujeres. Bailey (1996, p. 78) sugiere: “Usando los resultados de nuestro metanálisis, estimamos que de las niñas tan masculinas como la prelesbiana típica, solamente el 6% se volverán lesbianas. En contraste, la estimación analógica para los niños femeninos que crecen hasta ser hombres gay fue el 51%. Aunque estas estimaciones son muy groseras, demuestran que [la no conformidad genérica] es sustancialmente menos predictiva de homosexualidad en las mujeres que en los varones.”

Estudios prospectivos. Como las memorias de la infancia pueden estar coloreadas por las experiencias adultas, los estudios retrospectivos no proveen evidencia fuerte o concluyente de procesos causales. Los estudios longitudinales que vinculan la conformidad genérica de infancia y la orientación sexual de adulto permitirían conclusiones más sólidas. Varios estudios han seguido a niños inicialmente derivados a clínicas por causa de desórdenes de identidad genérica (véase la reseña de Zucker & Bradley, 1995). Por ejemplo, Green (1987) siguió a una muestra de niños “femeninos”

y niños de control desde la infancia hasta la adultez joven, y descubrió que más de tres de cada cuatro niños “femeninos” podían después ser clasificados como homosexuales o bisexuales. Resulta claro que ésta es una asociación fuerte, y otros estudios de muestras clínicas han replicado este hallazgo en varones (véase reseña de Zucker & Bradley, 1995). Por supuesto, la mayoría de los hombres gay no padecieron desorden de identidad genérica en infancia y no fueron enviados a tratamiento, así que la medida en que resulta relevante a la experiencia de la mayoría de los hombres gay esta investigación basada en muestreos clínicos resulta muy cuestionable.

No existen estudios prospectivos de niñas genéricamente no conformes (Bailey, 1996, p. 77). La única información disponible es la provista por estudios de casos. En un estudio prospectivo, que está en curso, de niños enviados a una clínica de Toronto por desórdenes de identidad de género (Zucker & Bradley, 1995, pp. 294-295), cinco niñas inicialmente vistas en la infancia por su extremo comportamiento masculino fueron después reentrevistadas en la adolescencia. Tres de las muchachas adolescentes informaron fantasías exclusivamente heterosexuales; de éstas, dos todavía no se habían implicado en conductas sexuales y una era exclusivamente heterosexual. Una cuarta adolescente no informó fantasías o comportamiento sexual. Una quinta muchacha adolescente “informó una orientación exclusivamente heterosexual en fantasía y conducta; sin embargo, había poderosa evidencia de que estaba de hecho implicada en una relación lésbica duradera” (Zucker & Bradley, 1995, p. 295). Estos datos, aunque obviamente limitados, parecen ser bastante diferentes de los hallazgos en varones, y no indican un vínculo en niñas entre la no conformidad genérica de infancia y la orientación sexual en adolescencia.

La experiencia de no conformidad genérica en la infancia. Una razón principal para la asociación débil e inconsistente entre no conformidad genérica y orientación sexual adulta para mujeres es que entre las niñas norteamericanas el ser “varoneras” es algo muy común. Por ejemplo, el 51% de las mujeres del Medio Oeste que fueron abordadas en un shopping indicaron que habían sido varoneras (“tomboys”) (Hyde, Rosenberg, & Behrman, 1977). En otro estudio, designado para evitar el sesgo retrospectivo, a las  estudiantes de escuela secundaria que asistían a un campamento de iglesia les preguntaron si se consideraban a sí mismas “varoneras” (Hyde et al., 1977). El sesenta y ocho por ciento de las muchachas encuestadas informaron que habían sido varoneras. En un estudio reciente (Sandberg, Meyer-Bahlburg, Ehrhardt, & Yager, 1993), los padres de 687 niños y niñas de 6 a 10 años de edad graduaron con qué frecuencia su hija o hijo se implicaba en una lista de posibles conductas típicas del género o atípicas del género (e.g., “él se viste con ropas de varón” o “él juega con muñecas”; “ella experimenta con cosméticos” o “a ella le disgusta vestir atractivas ropas de mujer” ). Los resultados indicaron que el  39% de las chicas y el 23% de los chicos mostraban 10 o más diferentes conductas atípicas de género al menos ocasionalmente. Las reacciones sociales ante los niños y niñas no conformes genéricamente son a menudo bastante diferentes (Martin, 1990; Zucker & Bradley, 1995; Zucker, Wilson-Smith, Kurita, & Stern, 1995). A los ojos de muchos chicos y adultos,  “mariquita” es prácticamente lo peor que puede ser un chico (Preston & Stanley, 1987). En contraste, la mayoría de las varoneras son socialmente aceptadas e incluso premiadas por pares y adultos. Por ejemplo, Hemmer y Kleiber ( 1981, p. 1210) estudiaron a varoneras de quinto y sexto grado y descubrieron que eran “populares, cooperativas, serviciales, que daban apoyo a otros . . . y eran consideradas líderes.” En otros estudios, las niñas que se envolvían en conductas de cruce de géneros eran tan populares como las niñas conformes al género (Berndt & Heller, 1986; Huston, 1983). En un estudio reciente, los niños y niñas de quinto y sexto grado vieron un video de un niño o una niña jugando con un juego apropiado al género con miembros del mismo sexo, o un juego inapropiado al género con miembros del otro sexo (Lobel, Bempechat, Gerwitz, Shoken-Topaz, & Bushe, 1993). Los chicos calificaron a la niña que jugaba un juego masculino con niños como la más popular, y al niño que jugaba un juego femenino con niñas como el menos popular. Tanto los padres como los niños tienden a aceptar a las niñas que exhiben preferencias de juego tradicionalmente masculinas o que exhiben conductas de varoneras (Carter & McCloskey, 1983- 1984; O’Leary & Donoghue, 1978).

Para decirlo brevemente, la no conformidad de género entre las niñas es a menudo socialmente aceptable. Aunque el rechazo y el ostracismo pueden darse en casos individuales, no son la respuesta social común o modal de nuestra cultura ante el avaroneramiento. Una razón para la aceptación social de las varoneras puede ser que tienden a combinar los habitualmente llamados intereses masculinos con intereses femeninos más tradicionales. Por ejemplo, un estudio de 210 alumnos de cuarto, sexto, séptimo, octavo y décimo grado de primaria, y de adultos (Plumb & Cowan, 1984, p. 703) describió que “las chicas autodefinidas varoneras no rechazan las actividades tradicionalmente femeninas; en lugar de ello, expanden su repertorio de actividades para incluir tanto actividades tradicionales como no tradicionales.” Varoneras y muchachas genéricamente conformes no difieren en sus preferencias por actividades tradicionalmente femeninas (e.g., coser, saltar a la cuerda) pero difieren en sus preferencias por actividades masculinas (e.g., football, surfing). Otra razón para la evaluación diferencial de varoneras y mariquitas puede concernir las expectativas sobre las vidas futuras de estos niños y niñas. En un estudio (Martin, 1990), los adultos predijeron que cuando los niños “mariquitas” crezcan, tendrán ajuste sicológico más pobre que las varoneras o los niños y niñas genéricamente conformes, y tienen más probabilidades que otros niños de llegar a ser homosexuales.

En suma, las implicaciones de desarrollo de la no conformidad genérica de infancia son bastante diferentes para niños y para niñas. La no conformidad genérica entre niñas está muy difundida y a menudo conduce a consecuencias sociales positivas. Contrariamente a las aseveraciones de Bem de que la no conformidad genérica es una causa modal antecedente de la orientación sexual adulta, la investigación disponible muestra que ser una varonera no es ni un determinante necesario ni un determinante suficiente para llegar a ser lesbiana. La no conformidad genérica puede contribuir al desarrollo de una orientación sexual lésbica en algunas mujeres, pero no en otras. La mayoría de las varoneras, incluso aquellas que son muy extremas en su no conformidad genérica, crecen hasta ser heterosexuales.

Conclusión

Hemos mostrado que la proposición medular de la teoría de Bem (1996) – que lo exótico se vuelve erótico- no tiene base dada por la evidencia empírica. También hemos demostrado modos importantes en los que la teoría de Bem pasa por alto o representa distorsionadamente las experiencias de las mujeres. Bem ha hecho un intento ambicioso de desarrollar una única teoría unificada de la orientación sexual, que pueda servir como explicación de los senderos modales hacia la heterosexualidad y la homosexualidad tanto para hombres y para mujeres. Creemos que este esfuerzo en gran medida ha fracasado. Sugerimos que se necesitan diferentes teorías para explicar la orientación sexual de los hombres y la de las mujeres. Una estrategia de investigación sensata sería desarrollar análisis causales separados de la orientación sexual de las mujeres y de los varones, cada una enraizada en generalizaciones que sean descripciones precisas de los fenómenos asociados con la orientación sexual para ese género. Si eventualmente emergerán o no elementos comunes en los antecedentes causales de la orientación sexual de las mujeres y de la de los hombres es algo que esperará una investigación ulterior.

Referencias

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Letitia Anne Peplau, Linda D. Garnets, Leah R. Spalding, Terri D.

Conley, and Rosemary C. Veniegas, Departamento de Sicología, Universidad de California, Los Ángeles (UCLA).

Este proyecto tuvo el apoyo en parte de una Beca de Investigación Universitaria de UCLA para la primera autora. Terri Conley recibió apoyo de una National Science Foundation Graduate Fellowship. Las últimas tres autoras contribuyeron de modo igual a este artículo. Estamos muy agradecidas a  Sheri DeBro, Jacqueline Goodchilds, Steven Gordon, Curtis Hardin,

Maggie Magee, Diana Miller y Brett Pelham por sus cuidadosos comententarios a versiones de este artículo.  Jennifer Frank nos proveyó de útil asistencia en la investigación de biblioteca.

La correspondencia relativa a este artículo debe ser dirigida a  Letitia

Anne Peplau, Department of Psychology, UCLA, Los Angeles, California

90095-1563. El correo electrónico puede enviarse a  lapeplau@ucta.edu.

 


NOTA DEL TRADUCTOR

[i] Uso el localismo “varonera” (aunque no figura ni en diccionarios ni en habla escrita) para traducir “tomboy”, nombre que en los Estados Unidos se da a las niñas muy activas, audaces y atrevidas, a las que les gusta correr, explorar, andar en bicicleta o a caballo y que no tienen mayor problema en relacionarse de par a par con varones de su edad. La palabra “machona” o la frase “mujer varonil” no son exactos equivalentes porque pueden sugerir masculinidad, y una “tomboy” no es necesariamente masculina, aunque muchas lo son.